Comunidad sorda y feminismo: no basta con poner intérprete

Comunidad sorda y feminismo: no basta con poner intérprete

Es importante que la accesibilidad sea una lucha común que nos atraviese a todas. Con una reflexión transversal estaremos cada vez más cerca de que este movimiento sea inclusivo, concretamente para y con las mujeres.

14/06/2018
Bloque sordo en la manifiestación del Orgullo Crítico de 2017. Foto: Mónica Rodríguez Varela

Bloque sordo en la manifiestación del Orgullo Crítico de 2017. Foto: Mónica Rodríguez Varela

Como indica acertadamente Felisa Pino, persona clave dentro del movimiento asociativo de personas sordas, a lo largo de la historia las personas sordas hemos sido definidas desde la mirada de la sociedad oyente, una mirada que nos infravalora desde una posición audista. Es durante el último siglo, junto al resurgimiento de movimientos emancipatorios de las mujeres, de las personas negras y de otras minorías TLGBIQA+, cuando las propias personas sordas reflexionan profundamente y en comunidad sobre su historia, su lengua y su cultura, y construimos nuestra identidad frente a las definiciones externas.

En una sociedad donde la visión oyente y la “rehabilitación” logopédica asfixian, se conduce a una perspectiva muy negativa de la sordera y de la lengua de signos. A pesar de la diversidad lingüística y cultural característica de la humanidad, la sociedad invita a la participación de las personas sordas siempre que acaten la oferta normoyente. Resulta una tarea titánica que se llegue a comprender que la lengua de signos es la lengua natural de las personas sordas, a través de la cual desarrollan una manera diferente de percibir y vivir el mundo, junto con razones identitarias, biológicas, culturales, sociales e históricas. La percepción visual de las personas sordas ha configurado una lengua rica en plasticidad y belleza, que reúne todas las características como lengua y que es merecedora del mismo estatus que el resto de lenguas orales, entre otras razones porque permite a las personas sordas tener lugar en el mundo y conexión con él.

Son pocas las personas sordas que no sientan en su cotidianeidad la necesidad de tener que defenderse ante la sociedad oyente, que sigue reaccionando desde la extrañeza o el desconocimiento, sea cual sea el planteamiento que se esté defendiendo. Entre las propias personas sordas existe una diversidad rica y aglutinante, proporcional al grado de libertad a la hora de elegir el uso de la lengua de signos, lectura labial o prótesis auditivas (opciones que no se excluyen entre ellas). Me centro aquí particularmente en las personas sordas usuarias de lengua de signos porque me posiciono como defensora de definirnos como comunidad lingüística minoritaria, con identidad propia, la identidad sorda. Una comunidad minorizada históricamente. Podemos decir que estamos orgullosas de la lengua de signos y que nuestro movimiento asociativo goza de buena salud en pro de la lucha por los derechos civiles y humanos, que existe un orgullo transmitido de generación a generación. Sin embargo, siguen persistiendo sentimientos de baja autoestima y de vergüenza influidos por la mirada de la sociedad oyente.

Que un acto sea o no accesible para personas sordas en muchas ocasiones solo es la punta del iceberg. Incluso en plataformas asamblearias autogestionadas feministas se debate constantemente si costear a intérpretes de lengua de signos u obligar a que estas se impliquen desde el voluntariado o activismo, en detrimento de la calidad de interpretación y relegando a un segundo plano la participación de las propias personas sordas. Es difícil conjugar de forma satisfactoria los intereses de la comunidad sorda y los del colectivo de intérpretes de lengua de signos en un contexto tan precario y precarizado, lejos de sus homólogos intérpretes de lenguas orales. Las intérpretes de lengua de signos son profesionales que van a tender puentes de comunicación y necesitan tener una serie de cuidados mínimos. Estamos hablando de diversidad lingüística y cultural, un factor clave que diferencia a las personas sordas del resto de diversidades: por mucho que se hagan accesibles ciertos espacios, seguiremos siendo una minoría que debe pasar por cuestionamientos recurrentes.
Se suman otras cuestiones morales o éticas a la hora de afrontar el esfuerzo económico, nada desdeñable, que supone que las personas sordas puedan participar. Desconozco si se han explorado otras vías para que se den espacios sin condicionamientos de diversa índole y sin dejar de cuestionar acciones que se inicien desde un lavado de imagen (deafwashing), como poner intérpretes sin público usuario, o que no cumplan su función, ¿de qué serviría en ese caso? Por otra parte está la moda de signar canciones de la cultura oral sin cuidar la cultura visual de la lengua de signos, cometiendo genocidios lingüísticos. No todo vale, ni se debe dar por sentada la accesibilidad.

No se suele tener en cuenta que los servicios de intérpretes de lengua de signos son una inversión colectiva y no individual, que beneficia también a las personas que desconocen la lengua de signos. Otro problema es que tampoco se suelen replantear dinámicas que incluyan a las personas sordas para que estas no sean meras espectadoras, ni que promuevan la socialización más allá del evento accesible, cuando no suele haber intérpretes. Son muchas las veces que se palpa miedo o timidez a acercarse a las personas sordas, por no saber recurrir a otras formas de comunicación. En otros espacios no hay lugar para suspicacias, por ello no quiero dejar de reconocer el esfuerzo y los intentos que realizan estos colectivos por alcanzar una ¿utopía? en la que pocas creen, y en la que es necesario aunar fuerzas desde la interseccionalidad que nos rodea. Escribo utopía entre interrogaciones: existen espacios en los que la lengua de signos es la lengua vehicular, sean sus usuarias personas sordas u oyentes, como bien sucedió  durante varios cientos de años en la comunidad de Martha’s Vineyard, una isla de la costa este de los Estados Unidos, y como sucede en la actualidad en pequeñas comunidades localizadas en México, Bali, Israel y Ghana.

Desde el movimiento feminista es importante que la accesibilidad sea una lucha común que atraviese a todas, que no sea algo condicional a la implicación de las propias personas sordas. Con una reflexión transversal estaremos cada vez más cerca de que este movimiento sea inclusivo, concretamente para y con las mujeres sordas. Actualmente hay pocas oportunidades: eventos concretos y contados con los dedos incluyen intérpretes de lengua de signos, mientras la mayoría de los contenidos es de difícil alcance. Por no citar la cantidad de material audiovisual feminista que prolifera por internet sin subtítulos siquiera. Por otro lado, en muchas ocasiones no se dan servicios cubiertos por intérpretes especializadas en el ámbito (trans)feminista o bien acuden intérpretes que no cuestionan sus privilegios y tienen demasiado interiorizado el capacitismo fomentado por la sociedad, lo que hace que la transmisión del mensaje sea demasiado sesgada o paternalista. No es de extrañar que las personas sordas apostemos casi siempre por acciones con contenido propio, a la espera de que estas se construyan entre todas. En vez de ver estos espacios como una oportunidad para establecer nuevas alianzas, se nos suele calificar como pertenecientes a guetos o señalar críticamente la endogamia social existente, lo que pretende una vez más que nos ajustemos a la norma y tengamos que vivir en la sociedad “sin molestar”. Es necesario que se den otras formas de participación, que son posibles y, de hecho, ya existen.

La comunidad sorda ha sufrido varios vaivenes históricos, prohibiciones que van desde contraer matrimonio entre personas sordas hasta poder acceder a la lengua de signos, pero a pesar de ello sigue más viva que nunca, al igual que la lengua de signos, como lengua natural. La apuesta de Pikara por remodelar el Glosario Feminista en LSE contando esta vez con perspectiva sorda (frente a su primer intento basado en la colaboración con intérpretes) es una forma de abrir los contenidos a la visión de las personas sordas, que siempre aportarán otros planteamientos (deafgain).

Desearía que ninguna persona sorda, ni ninguna persona afín por cercanía, sufra de privación de la lengua de signos. Esto pasa por concienciar a una sociedad normoyente por excelencia, a instituciones y entidades que reniegan de la lengua de signos debido a intereses puramente lucrativos, a profesionales y sujetos que permiten que la mirada patológica y arcaica se perpetúe, estén o no dentro de la comunidad sorda o en movimientos sociales. Tenemos una ley que reconoce las lenguas de signos españolas (Ley 27/2007), que reafirma por un lado el derecho lingüístico de las personas usuarias, y por otro, que estas reclamen accesibilidad en todos los ámbitos. Nuestra responsabilidad como parte de todo movimiento social es la de reflexionar cuál ha de ser la estrategia de lucha, la “normalizadora” o la “transgresora o revolucionaria”.

 

Nota de la editora: Puede que te interese conocer el Glosario Feminista en Lengua de Signos que impulsamos hace unos años desde Pikara Magazine.

Este texto ha sido publicado en el número 5 de #PikaraEnPapel. Puedes precomprar el número 6 aquí.

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