Contra el machismo desde el fútbol base
En el barro del descampado jugamos, derrapamos, nos clavamos las piedras. Llegamos a casa hechas un cuadro y, más de una vez, nuestra madre, de cansada preocupación, nos suelta “mira cómo te has puesto”, sacudiendo el pantalón lleno de tierra. Corto, claro, preludio a rodillas sucias, a veces, ensangrentadas. A las doce de la mañana de hoy, en el estadio municipal de Feixa Llarga de L’Hospitalet de Llobregat, ladrillo gris de los 70 y una autopista asfixiante de marco, en el margen de la ciudad, una decena de niñas van a disputar un partido de fútbol bajo la lluvia. En cierto modo, como si fuera la primera vez que juegan: con el campo en contra.
Este reportaje ha sido publicado inicialmente en SomAtents.
“Pareces un chico”, me soltaba mi abuela, reprobatoria, sacudiendo esos mismos pantalones sucios.
Machismo de protocolo, solo los niños podían jugar. Pero se acabó, un siglo después de que la Primera Guerra Mundial llevase a las mujeres a las fábricas y a esos torneos de fútbol obreros, blindados hasta el momento para ellas, y fueran expulsadas con el final de la contienda, las niñas reclaman su derecho a ensuciarse corriendo tras un balón.
Así lo hicieron dos crías de nueve años hace unos meses.
Determinantes, se presentaron ante el presidente de la UD Unificación Bellvitge, en las puertas de este estadio municipal. Que querían jugar con los chicos. “Sí, con los chicos, en el benjamín”, decían. Hicieron un intento, pero la iniciativa no fue muy popular, el balón se quedaba bajo el monopolio de los niños. La entrenadora y coordinadora del club, Sandra Vericat, le dijo al presidente: probemos a hacer un equipo femenino. Algo que hasta la fecha siempre les había parecido muy complicado. “Pocos antecedentes”, puntualiza la coordinadora.
El club puso carteles en los colegios, informaron a los padres y madres que llevaban a los niños, y montaron una jornada de puertas abiertas en junio, dos días a la semana. Comenzaron a llegar niñas, muchas niñas, que siempre habían estado ahí, por las plazas, en los patios del colegio, ignoradas, sin un sitio. Que se apuntaban, tú. Un éxito. Hoy son seis equipos femeninos, alrededor de 90 chicas jugando en este club de extrarradio. La Federació Catalana de Futbol (FCF) considera la UD Unificación Bellvitge un “referente del fútbol femenino”.
El 8 de marzo, el sistema observaba cómo paraban más cinco millones de mujeres, como si fuese un entrenador impotente. Manos en la cabeza y sobresalto ante los goles contrarios. Movilización con la que le ganaban terreno al machismo, a la delimitación de roles, espacios y brechas. Cinco millones, más todas aquellas trabajadoras que no pudieron hacer la huelga feminista y las que no la secundaron por no verse interpeladas. Una huelga que, con sus contradicciones y debates por afrontar, era una expresión mayor de una lucha continua, de a pie, entre bloques de cemento como los de Bellvitge. Sin épica. Un salto cualitativo. El sistema la miraba expectante, apretando los labios, sin saber si podría salir en forma a jugar, aunque él siempre juega, y juega duro. Y en este contexto de desborde, el fútbol, como fenómeno de masas y uno de los espacios con una desigualdad de género evidente, pornográfica, comienza a reivindicarse, desde sus jugadoras, como un terreno principal de conquista de derechos.
Y que sea desde sus jugadoras más pequeñas, abre otro plano de realidad.
El bar del campo de Bellvitge, típico bar de estadio de barrio, con trofeos fabricados en serie en los estantes superiores, fotos de jugadores de sus 30 años de historia, un estampado de orgullo, está abarrotado de los vecinos que van a ver a las niñas jugar. De ruidos de fin de semana de tranquis, latas de cerveza que alguna vez fueron quintos, y un leve eco a algo conocido, en la memoria, profundamente masculino.
Ellas ya están saliendo al campo, pisando la hierba, marchan delante de esos edificios conjuntados con un cielo inflexible. Los asistentes se dirigen a una grada pequeñita, de una humildad secular, al lado de la portería. Pasa un chaval en chándal con una sombrilla de playa amarilla, chillona, con pinta de coger con ganas el polvo de un almacén, sobre un hombro, para resguardarse de la lluvia. Lo que ha pillado, chico. Comienza el partido.
Según los datos del informe del Observatorio de Futbol del CIES, del año 2014, alrededor de 30 millones de mujeres juegan al fútbol en todo el mundo y 4,8 millones están federadas. Sin embargo, sólo un 7,6 por ciento de las entrenadoras están federadas, sobre un cuatro por ciento en la UEFA, y apenas hay un diez por ciento de árbitras. Un 12 por ciento de los jugadores de fútbol más jóvenes son niñas.
Pese a que es el deporte de equipo más practicado por mujeres en todo el mundo, hasta el año 1988 no se crearía la Primera División Femenina de España y la eclosión del fútbol femenino en Europa como fenómeno de masas comenzaría hace apenas quince años, retratadas por films como ‘Quiero ser como Beckham’, aunque por el momento poco mediatizado.
En la línea de esa eclosión juegan niñas como Carla, de nueve años, equipamiento azul, solo desde hace unos meses. Cuenta, durante el parón de un entrenamiento, sentada en esa hierba sobre la que mañana ganará por primera vez al FC Cornellà, que durante un año jugó en un equipo local de niños. Pero no competía. “Me decían que era mejor que no jugara, que no estaba preparada, y sólo entrenaba”. Carla se cansó de lo que parecía una esperanza con mal regusto y, en el peor de los casos, algo imposible. Se fue a buscar un equipo femenino y llegó aquí.
Alejandra, de once años, nunca había jugado a fútbol hasta el pasado diciembre. Al menos no en un equipo. Antes se dedicaba a observar a los niños en el recreo. “Desde P5 comencé a mirarlos jugar, y me gustaba. Así que me puse a jugar con ellos y como me encantó busqué un equipo donde hubiese chicas”. Y aquí está, aunque apunta, tímida: “Mis padres al principio no querían, decían que me podían hacer daño”.
–Me alegro que hables con alguna que no sean las dos niñas que iniciaron el fútbol base. Los padres comienzan a cansarse de que todas las televisiones pidan hablar con ellas –
comenta Sandra Vericat.
–Nos interesa la expansión del fútbol femenino, así que cualquier niña que tenga ganas de hablar nos sirve– respondo.
Porque que comienza a haber un boom, en sintonía con esa ruptura con los roles en el resto de la sociedad, es un hecho. Sandra Vericat lo tiene claro: “Cada vez hay más niñas que quieren jugar y ahora podemos darles un sitio. Hace 10 años era impensable, tú jugabas con los chicos hasta que a los 12 años, por reglamento, debías dejarlo y entonces, probablemente, no volvías a jugar hasta los 18 años, que es un gran salto. Quizás había 15 equipos femeninos en toda Catalunya”.
***
En el vestidor del campo municipal de Pont Major de Girona, tres banquillos, oscuro, olores densos, se sientan las jugadoras del Gerunda FC. Gritos, pasos y trompetas afuera, y una exaltación parental de órdenes claras, como si jugasen ellos. Un bar haciendo el mes.
Las niñas, rosadas y exhaustas, rebosantes de endorfinas, recostadas contra la pared, comen una manzana tras un juego -desordenado, pero con empeño- contra el cadete del Atlético de Madrid, mayor, experimentado, prácticamente profesional. Es el Mediterranean International Cup (MIC), torneo que, en su decimoctavo aniversario, verá pasar a 487 equipos de fútbol base entre el 28 de marzo y el 1 de abril. Ahora también de fútbol femenino. En el partido que acaba de terminar, el Atlético le ha metido 15 goles al Gerunda, sin casi esforzarse.
Absorto en ese boom, cada vez más televisado no sin cierto halo de un exotismo cuestionable, Carles Teixidor, presidente del club, traje gris y lazo amarillo en la solapa, bordea el campo de fútbol base, poco antes del partido. Es precario, limítrofe con un parque y una industria papelera en decadencia. Ellas no suelen jugar aquí, éste es más pequeño que el suyo, el campo de Fontajau y esto, claro, limita. Pero “no importa el resultado, sólo que jueguen y que se lo pasen bien jugando”, explica el presidente, jubilado, con años a las espaldas como entrenador en el fútbol masculino. “El Gerunda es una escuela y, de hecho, clubs como el Girona ya nos llaman para ver si se puede ir alguna jugadora. De eso se trata, de formar a las niñas y promocionarlas”.
–Va ,va, va, ¡Marta! No te desanimes, no pasa nada, ¡disfruta! –se dirige a una portera de coleta rubia, nueve años, muy peque, que resopla con agobio por el nuevo gol que le marcan. A su espalda, se despliega un estandarte con el emblema de sus rivales. El año pasado se lesionó la muñeca, no está muy segura de esta jornada.
El Gerunda FC, en el que juegan ya más de 110 niñas desde que se creara hace cinco años, es un club exclusivamente femenino.
Miriam, de 13 años, “hacía el tonto en el patio del colegio con los niños”. Se refiere a jugar. “Hasta que me dijeron que había equipos de chicas, como éste”, sigue. Eli, de la misma edad, “jugaba desde los cuatro años hasta los doce años con niños, como mi hermano. Luego me vine aquí para ver cómo era la experiencia de jugar con niñas”.
–¿Y qué tal?
–Las niñas son más respetuosas, aunque también tienen lo suyo. Hay de todo.
“Me enteré de este club porque el presi es un poco pesado”, añade Eli, entre las risas de sus compañeras.
Hace apenas dos minutos, han echado al presi del vestuario. Con muy buen rollo, eso sí.
–Nosotros hemos apostado por el femenino. Para la temporada que viene, queremos crear dos o tres equipos más– apunta Carles Teixidó.
–¿Es viable?
–Creemos que sí, tenemos 40 nuevas niñas preinscritas. Pero tenemos que avanzar hacia su normalización. Por ejemplo, a una de las niñas que vienen a jugar esta tarde contra un equipo de Nueva York, la llevamos nosotros, porque los padres van a ver a jugar a su hermano. A él sí, a ella no. Eso tiene que acabar – explica Teixidó.
Recuerdo que Eli ha comentado que hace dos años, cuando dejó de jugar con chicos, la llamaban de diversos equipos “pues era muy raro aún que una niña jugara”.
Dos años.
Hoy, formar las categorías de edad equiparables a las del fútbol masculino en Girona es una locura. Y los 15 goles del Atlético pueden ser el ejemplo, insinúa Teixidó.
– Los niños tienen diversas categorías. En el fútbol femenino solo hay una categoría, por lo que si una niña de 8 o 9 años quiere jugar, lo tiene que hacer contra casi una mujer de 14. Y esto explica por qué hay menos niñas de las que podría haber jugando a fútbol.
–¿Es en general así en Catalunya?
–Bueno, yo te hablo de Girona. Hace poco envié una carta muy extensa al presidente de la FCF y este mes de abril hemos concertado una reunión territorial para mirar de hacer una categoría que englobe niñas de entre 5-11 años, un benjamí-aleví, algo que en Barcelona ya hace años que está.
La odisea del rango de edad, sin embargo, no parece circunscribirse únicamente a Girona. Sandra Vericat asegura que, en el caso de Barcelona, pueden tener “un aleví-benjamí de 8 a 12 años, todas juntas, mientras que no es igual con los niños. Imagino que es porque hay más se puedan hacer más ligas, más estrechas. Pero todo se está comenzando a equilibrar. Ahora podemos tener ligas de niñas pequeñas, que antes era impensable”.
Según los datos de la Federación Catalana de Fútbol, actualmente hay 489 equipos de fútbol base femenino de 203 clubs en toda Catalunya. La temporada 2015-2016 había 7.614 licencias otorgadas mientras que cuatro años antes, había 1.974. Hoy, rozan las 10.000.
Tímida promoción del femenino
Es el 8 de diciembre de 1970. Concepción Sánchez Freire, de 13 años, traspasa todos los límites de los esquemas de su época y la dictadura que le ha tocado vivir, saltando al campo del Boetticher del barrio madrileño de Villaverde. Más de 8.000 personas vitorean desde las gradas, cae algún insulto. Es la fecha del inicio del fútbol femenino en España, tras un impás de 40 años, por gracia de la Delegación Nacional del Deporte, controlada por FET y de las JONS. Ella es tan solo una niña y se convierte para el diario Marca en Conchi Amancio, capitana de la selección de fútbol no oficial, no reconocida por la Federación, y primera mujer en jugar fuera de España, desde 1973, en el Gamma 3 de Padua, Italia.
Casi medio siglo después, Ció Bargalló juega en el equipo de la universidad americana Texas A&M International University, donde la becan a cambio de jugar. Ció, de Pineda, 22 años, explica desde su habitación por skype, bufanda Dustdevils en la pared, que “ésta es la única forma que tenía de estudiar Psicología y jugar al mismo tiempo, en España es casi imposible”. Con los chicos es igual, aunque con un matiz importante: “No cobra igual un chico que una chica, yo si llego a jugar de forma profesional y me retiro a los 30, no tengo la vida resuelta, necesito algo para no quedarme colgada. Hay jugadoras del Atlético de Madrid que cobran 400 euros y necesitan otro trabajo para vivir”.
La jugadora mejor pagada del mundo es Alex Morgan del Olympique Lyonnais, con 362.000 euros anuales, frente a los 46 millones de euros de Leo Messi.
Ció juega desde los seis años. “Era la única chica en todo el colegio que jugaba a fútbol”, explica. Entre descalificativos como “marimacho” de algunas chicas, y más que una mala jugada de sus compañeros que veían como les destrozaba el estereotipo en el campo del colegio, creció “sufriendo bastante, ahora hay desigualdad pero entonces era mucho peor”.
A los 12 años comenzó a jugar en el club deportivo de Blanes: “Recuerdo que pese a que éramos el primer equipo femenino teníamos que compartir nuestro campo y nuestra hora de entreno con otros equipos inferiores, mientras que el primer equipo masculino entrenaba en todo el campo”. Ció compartía el campo con tantos otros equipos que acababa entrenando en un cuarto de campo, una distorsión surrealista del terreno de juego. “Me daban la ropa de años anteriores. No recuerdo cuál era el presupuesto del femenino, pero era mucho menor que el de los chicos”, añade.
Cuatro años más tarde, ingresaba en un equipo de Lloret con el que llegaba a primera división catalana y a segunda española, junto a chicas más mayores que ella.
–Eras casi profesional, ¿había muchas desigualdades?
–Es donde mejor estuve, pero recuerdo que viajábamos y no me pagaban ni la gasolina, mientras que los equipos de chicos cobraban. A ver, que era el Lloret, quizás 300 euros y los kilómetros, pero cobraban. Y eso que estaban como en cuarta catalana, por debajo de nosotras. Solo a dos de las chicas que venían de Barcelona les pagaban la gasolina, y hubo problemas por esto.
El presidente del Gerunda bordea el campo de Pont Major de Girona, con su griterío. “Tú luego aprovechas lo que te parezca, eh. No quiero criticar pero es que…”, da permiso. Y sin más cortapisas, se ajusta la chaqueta del traje: “Desde Barcelona siempre nos han tenido bastante abandonados, pero esta temporada todo ha cambiado. Ahora me va a llegar una pequeña ayuda, de mil y pico euros, y también hay una rebaja de tasas y se pagarán las distancias, lo que me parece muy positivo –comenta, y añade– antes, se ayudaba por el kilometraje pero a partir de una distancia, unos 500 kilómetros. Nosotros que aún no estamos capacitados para ir a jugar lejos, lo poníamos todo”.
El pasado 27 de junio, se presentó el proyecto Orgullosa de la Federación Catalana de Fútbol (FCF) destinado a la promoción del femenino, con una dotación de 1,2 millones de euros para la temporada 2017-2018, repartidos entre 680 equipos de fútbol base y amateur (480) y fútbol sala de toda Catalunya. La subvención contempla ayudas de entre 300 y 2.000 euros por equipo que participe en competición federada, dependiendo de la categoría, y del kilometraje durante la Liga. También asegura la subvención del 50 por ciento de cada mutualidad y diez euros de subvención por cada nueva licencia.
Sandra Vericat considera que “la Federació Catalana ha dado un paso adelante para ayudar al femenino base, está haciendo reportajes y el 1 de mayo hizo una jornada de puertas abiertas, por ejemplo. Pero cada club tiene que hacer esfuerzos, pues si no te mueves la FCF no te da nada”. El presidente de la UD Bellvitge, Àngel Moya, añade: “Ya era hora, no tenemos ni ayudas para los uniformes de las niñas, todo lo está poniendo el club que, de golpe, tiene que coger recursos de los equipos masculinos para poder equipar a los femeninos”.
Quizás es que el proyecto Orgullosa llega tarde.
Tras la denuncia pública en 2014 de la jugadora Vero Boquete (Paris Saint Germain) por las irrisorias dietas del femenino, la Federación Española de Fútbol aumentó las dietas nacionales de las jugadoras de la Liga Iberdrola a 40 euros diarios, 60 las internacionales. No superaban los 25 euros desde los años 90, según informó el programa Informe Robinson. En 2017, saltaba a los medios que el Atlético femenino cobraba 54 euros de prima por jugadora por ganar la Liga. 1.352 euros para todo el equipo, frente a los 300.000 del masculino. La Asociación de Futbolistas Españoles, sindicato en la que se integra también el femenino desde hace apenas dos años, no parece moverse demasiado.
La respuesta de las organizaciones a ese reclamo de igualdad en los campos desde abajo, desde la base, parece ser de mínimos, protocolaria. Una corrección política rasa, desganada. Un bluf. Tal vez, como si el fútbol femenino se tratase de una moda liberal, de la que es fácil y rentable apropiarse, en la línea de la mercantilización y marquetización general del deporte de los barrios, que camuflaba la quemazón del suelo del descampado con chutes de euforia. Estética pura de corte Nike y un buen make-up.
Han pasado seis años desde que Ció jugase en el equipo de Lloret. “Siempre pensé que la justificación de por qué el fútbol femenino tenía menos dotación económica era porque no llevaba gente como el masculino, pero hemos visto partidos profesionales con 22.000 personas, o 10.000 espectadores en el Villamarín en el partido del Sevilla-Betis. Eso hay que promocionarlo desde la base”, apunta.
Desde la Federació Catalana de Futbol, Albert Montull asegura por teléfono que “se está haciendo un un esfuerzo como nunca antes se ha hecho en este país por promocionar el fútbol femenino. Hay un gran cambio”:
–¿Es una cantidad suficiente, este millón?
–Un millón de euros ya es una cantidad notable para las necesidades actuales. Y no viene de ahora, ya llevábamos la promoción del femenino en nuestra campaña electoral, hace seis años.
–¿Y cuánto se ha destinado en estos seis años al fútbol femenino, antes de la campaña Orgullosa?
–Pues estos datos ahora mismo no los sé, pero cada año hacemos auditoria. ¿Son tan importantes?
–Para ver la evolución de los recursos destinados al femenino, sí. ¿Dónde puedo consultar los anteriores a 2017?
–No lo sé, la verdad. Eso no lo sé. Tendría que consultarlo.
***
El vestuario. Este vestuario del campo municipal de Pont Major de Girona. Cerrado, húmedo, pegajoso. Apenas 10 metros cuadrados, quizás ocho, si me apuras el cálculo. Prácticamente, como el vestuario del campo municipal de Fontajau, donde las niñas del Gerunda entrenan. “Por allí pasan en media hora hasta 70 niñas, aunque tiene capacidad para 15”, comenta el presidente. “Hay cinco vestuarios, pero los miércoles solo nos dejan uno, aunque los otros están vacíos. Queremos que el Ayuntamiento nos deje utilizarlos”. Aquí, tras el partido, cuesta no marearse.
El año que viene, recuerdo, puede haber 40 niñas más jugando en este club.
La escena se repite en el campo de Bellvitge, por el vestuario del cual llegan a pasar seis equipos femeninos que se solapan en un mismo día. “Es un tema del Ayuntamiento, tenemos nuevas necesidades y nos quedamos cortos de recursos, creemos que el año que viene la cosa mejorará”, explica Vericat.
– Todo mejorará –lo tiene claro, Ció Bargalló–. Este tema ha estado oculto durante años pero el hecho de que el Barcelona y el Atlético apuesten por crear equipos femeninos, que abran el Wanda Metropolitano para las chicas o el miniestadio del Barça, o que mi abuela me diga que en el periódico hay una página entera sobre un partido de femenino, es increíble, yo no lo he visto nunca. ¡Le he dicho que me guarde todos los diarios [ríe]. Está cambiando la percepción y creo que hay una crítica muy fuerte al Real Madrid porque no tiene equipo femenino. Aún queda mucho por conseguir, eso sí”.
A pocos metros del vestuario, desde un córner de este campo suburbial de Bellvitge, mientras el benjamín entrena, intentan controlar el balón unas niñas de apenas un metro, vestidas con una camiseta naranja, que no acaba de ser de su talla. Siguen las instrucciones del entrenador pero, como crías que son, con libre licencia de interpretación. Algún tropiezo, más de una risa, una mirada que se desvía a las chavalas concentradas del medio campo, que les parecerán enormes, inalcanzables. Inmersas en su ejercicio, en los límites de la ciudad de L’Hospitalet de Llobregat, no pueden imaginar su propia importancia para el futuro. Y desde los cimientos.
Estas niñas tienen apenas cinco años y, algún día, tras pelearlo, saltarán al campo. Aunque, quizás, mucho antes de ese momento, como los niños, se ensucien en el barro del descampado.
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