No voy a ser la aguafiestas que necesitas, voy a ser la aguafiestas que me dé la gana
Silvia Limiñana
Dunna1 | Risas | Creative Commons
Hace poco leí que el creador de la película de los Minions –esos muñequitos amarillos muy majos y un poco torpes– respondió a la pregunta de por qué ninguno es de género femenino de la siguiente manera “siendo los […]
Silvia Limiñana
Hace poco leí que el creador de la película de los Minions –esos muñequitos amarillos muy majos y un poco torpes– respondió a la pregunta de por qué ninguno es de género femenino de la siguiente manera “siendo los Minions tan bobos y estúpidos, no creo que la gente pueda imaginarse que uno de ellos fuera una chica”. Oh, muchísimas gracias buen señor, gracias por erradicar a las mujeres de un completo universo por nuestro propio bien.
Esta es la última versión que he oído del “las mujeres son demasiado inteligentes para esas tonterías”, una frase que puede parecer cargada de buenas intenciones si no estuviéramos ya alertadas de que el patriarcado se esconde en todas partes.
Por supuesto nuestro buen estar no solo nos aleja de la diversión de los mundos de animación, también de la del día a día. Por ejemplo, las niñas aprenden desde bien temprano que deben actuar “como señoritas”, mientras que los niños “déjalos, es cosa de chicos, que se diviertan”. Puede ser que ellas estén cómodas comportándose de esa manera, que no les gusten las tonterías que sus compañeros hacen, o que disfruten sintiéndose adultas. Pero el problema llega cuando las niñas quieren pasárselo igual de bien que sus compañeros:
“¿Y si la niña X no quiere ponerse el vestido muy bonito y muy caro que le ha regalado Y con todo el cariño (y el dinero) del mundo porque luego quiere darlo todo y no podrá si lo lleva puesto? ¿podrá librarse del vestido o le dirán que ese no es comportamiento de señoritas? ¿y si quiere sacar la lengua en tono burlón? ¿alguien le pedirá que no haga gestos obscenos por lo que les demás pueden pensar (“ay, qué rápido crecen les niñes de ahora y que poco me lo miro a mí misme”)?
Las adultas también tenemos nuestra parte, si hacemos lo que se supone debemos hacer somos las aguafiestas de la diversión de los machos, pero ¿y si decidimos ponernos a hacer tonterías como si no hubiera un mañana? Creo que entonces pasaríamos a ser “la que no sabe qué más hacer para llamar la atención”, “la que necesita un novio”, o “la que no acepta que ya no es joven”.
Un ejemplo de la versión adulta podría ser la copresentadora de El intermedio. Ahí está ella, manteniendo las buenas maneras cuando su compañero se deja llevar por sus impulsos, menos mal que la tenemos –aunque luego se la tache de aguafiestas. Pero ¿y si decide ser ella la que quiere decir cosas sin sentido, la que se deja llevar por el momento? El caos.
Así que la conclusión viene siendo –para variar– que hagamos lo que hagamos, siempre seremos las culpables. Las que paran la diversión con nuestro saber estar o las que crean su propia diversión fastidiando a los demás que no entienden porque tienen que ponerse ellos mismos los límites. Y es que ya va siendo hora de asumir que las mujeres no estamos aquí como contraposición de los hombres, sino como individuos con libertad para elegir comportarse como les dé la gana –ya sea señorita de buenas maneras o una minion graciosa y torpe.