“El sistema espera que acabes derruida y te marches”

“El sistema espera que acabes derruida y te marches”

Las universidades públicas españolas han registrado 73 situaciones de acoso laboral, 102 sexual y 100 no especificadas. Pero, a menudo, ambas se solapan. Así fue el caso de Sonia, que sufrió mobbing en el trabajo tras rechazar a su acosador.

Texto: Yuly Jara
#AcosoEnLaUni
En Pikara Magazine publicamos en abril de 2018 una investigación, #AcosoEnLaUni, que concluía que ‘Más de la mitad de las universidades públicas españolas registran casos de acoso’.  Actualizamos ahora esta investigación, que ha sido presentada incluso en el Parlamento vasco, para ofrecer nuevos datos y nuevas historias. Y es que, desde abril hemos sumado 39 casos de acoso más, llegando así a más de 275 Aquí puedes consultar la base de datos. Esta actualización ha sido publicada en un primer momento en la edición en papel de noviembre de El Salto. 
Ilustración de Emma Gascó.

Ilustración de Emma Gascó.

Los datos recopilados por Pikara Magazine en la investigación #AcosoEnLaUni universidades públicas españolas han registrado 73 casos de acoso laboral. La línea que separa el acoso laboral del sexual es muy fina cuando la persona afectada no accede a los deseos del acosador. De hecho, en 100 de los casos recopilados por la investigación las universidades no han especificado si se trata de acoso laboral o sexual. “A menudo los casos están solapados, igual se puede aceptar que hay un machismo y después se generan relaciones laborales extrañas. Lo que más me preocupa es que muchas veces no se resuelven”, declaran desde la Comisión de Igualdad de una universidad catalana. Además, “se dan muchas situaciones que no se denuncian y que emergen, sobre todo ahora que se está jubilando mucho profesor titular y hay más precariedad en los contratos”, explican. Porque la precariedad, advierten, “es un elemento que facilita tanto el acoso laboral como el acoso sexual, ya que si hay contratos de profesor asociado la actitud que adoptan es la de ‘pórtate bien porque no sabes lo que pasará’, eso favorece situaciones de acoso”.

Consulta la actualización de la base de datos.

Insultos y silencio

En los siguientes párrafos habla Sonia. El nombre es ficticio porque quiere preservar su anonimato ante el miedo a represalias. Sonia leyó el especial de Pikara Magazine #AcosoEnLaUni publicado en abril y se alarmó porque su universidad no contabilizaba como un caso de acoso el que sufrió. Por ello, ha decidido contar y detallar cómo lleva diez años batallando dentro de la Universidad Politécnica de Catalunya (UPC) -que ha aportado datos desde 2016 en adelante- por un puesto de trabajo que han tratado de arrancarle a través de insultos, invisibilización y bajando su desempeño laboral de categoría.

Tenía 30 años cuando empezó todo. Con 21 años trabajaba como técnica en un centro mixto de la Universidad Politécnica de Catalunya. Quedó en primer lugar tras hacer las oposiciones y ya con 27 eligió irse a una escuela de ingeniería de dicha institución. Allí empezó a trabajar con un primer director durante un año y cuenta que todo fue sobre ruedas hasta que él ya no pudo renovar y “otros señores” se postularon y entraron a dirigir el centro.

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“A partir de ese momento fue cuando un miembro de la junta empezó a enviarme cartas diciéndome que estaba enamorado de mí y que quería estar conmigo. En total, fueron tres personas de esa junta las que me hicieron insinuaciones. Los comentarios que más me afectaron fueron los del director, me producían realmente bastante malestar. Esos comentarios y esas cosas que me decía en privado… No me llegó a tocar, pero lo intentaba. Sus comentarios eran ‘¿por qué no quieres venir conmigo?’, ‘no tienes que trabajar, solo tienes que dedicarte a tomar cafés y pasear’, ‘para mí siempre serás una conejita playboy. Aunque me recogía el pelo y me vestía de negro y me ponía camisas cuello alto, él venía y me decía ‘a mí me da igual que te vistas o que te tapes, igualmente me pones’”, detalla Sonia sobre el acoso sexual sufrido en un primer momento.

“Me recogía el pelo, no me maquillaba… Fue entonces cuando empezó a deteriorarse mi vida. Pensaba que era mi culpa. El resto me decía ‘bueno, es normal que te digan cosas porque eres joven y atractiva’. Como no estaba casada parecía que era un pecado estar soltera. ¿Es un pecado estar soltera para que me tuvieran que atacar?, ¿estoy a disposición de ustedes porque estoy soltera? Yo vengo a trabajar, no a buscar pareja”, reclama.

Mientras, Sonia vio que existían irregularidades económicas en la institución. Y ahí fue cuando se juntaron el tema laboral con la presión sexual. Según consta en informes de la Agencia de Salud Pública, se identificó una falta de apoyo entre sus superiores y su propia secretaria. Según numerosos informes de salud, se dieron hacia ella conductas hostiles y sistemáticas como no proporcionar información necesaria para hacer que fallase, manipular su correspondencia y la agenda personal, divulgar fotos de falsos rumores, gestos de menosprecios, burlas, insultos y críticas, portazos y amenazas físicas. Cuenta que le quitaban las llaves del despacho, la silla y le hacían quedar en ridículo: “Por quitarme, me quitaron mi nombre del cartel de la entrada y cambiaron la cerradura. Aquel día fue muy impactante, me di cuenta de que me querían borrar e invisibilizar”.

Al mismo tiempo, Sonia empezó una relación con un informático y tuvo “la mala suerte” de que ellos se enteraron: “Hasta el punto de que mi vida privada se convirtió en un asunto de burla. Como si el hecho de haberlos rechazado les diera derecho a que mi vida privada pasase a ser un escaparate y motivo de mofa. De hecho, uno de los directores me persiguió por la calle para saber dónde vivía”.

“Me sentía culpable por tener una relación y la dejé por la situación en la que estaba envuelta. La que era entonces mi pareja también sufrió. De hecho, él ya no trabaja en la universidad. El acoso se lleva por delante mucha gente y quien se pone a tu favor también es visto como que está en contra del sistema”, relata.

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Y ahí fue cuando comenzó a enfermar: “No sabía de dónde venían las enfermedades. Solo sabía que iba a trabajar y, de repente, me picaba todo el cuerpo. Tuve que ir a dermatólogos privados. Me empezaban a salir erupciones en la cara, en las manos, en todo el cuerpo… Parecía que me había quemado las manos y, en realidad, era una reacción por el estrés”. Cuenta que la dermatóloga no sabía qué recetarlee. “Si te enseñara una fotografía de mi cara en aquella época estaba llena de heridas. Es como si hubieran apagado cigarrillos por todo mi rostro. Un médico me llegó a decir que tenía el sarampión”.

Todo siguió hasta que un día el director le gritó en su propio despacho y la secretaria académica fue testigo y denunció la situación ante la presidenta del sindicato. “A la presidenta le dije que había escrito cartas a las instituciones, que nadie me ayudaba, y que sentía que iba a perder mi puesto de trabajo. Me dijo que abriría un expediente informativo pero que no podrían ir en contra de los directores porque los servicios jurídicos estaban para ellos”, recuerda. También le dijo que le cambiaban de puesto de trabajo y le rebajan el sueldo y la categoría: “Y yo lo acepté porque tenía que sobrevivir. Llegué a un punto en el que tuve que ir a un psiquiatra porque quería suicidarme”.

“En aquel periodo, no me visitó nadie de prevención de riesgos laborales. No se hizo nada. Solo se me decían ‘busca otro trabajo que eres muy joven’, ‘tu no puedes luchar contra esto’”, declara.

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“Pasan los años y me siguen acosando y veo que no tengo ninguna tarea asignada; tengo que coger bajas laborales de manera continuada. Ahora tengo una discapacidad por una enfermedad autoinmune. Se supone que la enfermedad sale por un proceso de estrés continuado pero no se puede relacionar, según mi abogado, con el episodio traumático de mobbing… Lo que sí que hemos pedido es que todo lo que he padecido desde el punto de vista psicológico y psiquiátrico se declare como enfermedad laboral”, narra.

Hay una línea muy fina entre el acoso sexual y laboral. Pasan de “te lo doy todo”, “dejo mi vida por ti” y de enviarte cartas a “te odio”, hasta el punto de quitarte el nombre del despacho.

“Ahora me he tenido que reincorporar a la Universidad y el tema está judicializado. No he conseguido superarlo del todo. Sigo tomando medicación para no ponerme nerviosa. Parece que tengo una oportunidad en el nuevo puesto, pero la Universidad y sus cargos no asumen nada de lo que pasó. Soy yo la que tienen que cargar con la pena y no con la restitución. Antes pensaba que yo era una estructura dentro de la Universidad y que habría una investigación. Ahora veo que era yo la que sobraba. Y si, aun así, aguantas, la gente no se espera que tu sigas en pie trabajando. Esto dice mucho de lo que espera el sistema de ti: que acabes derruida y te marches”, finaliza.

Aquí te explicamos la metodología de esta investigación.

 

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