La violencia es violencia, pero no siempre es de género

La violencia es violencia, pero no siempre es de género

«La violencia contra las mujeres es una piedra angular que ilustra los conceptos limitados de los derechos humanos y pone de relieve la política de abuso contra las mujeres.

No es una violencia fortuita. El factor de riesgo es ser mujer.

El mensaje es la dominación: o te mantienes en […]

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30/11/2018

«La violencia contra las mujeres es una piedra angular que ilustra los conceptos limitados de los derechos humanos y pone de relieve la política de abuso contra las mujeres.

No es una violencia fortuita. El factor de riesgo es ser mujer.

El mensaje es la dominación: o te mantienes en tu lugar o tendrás que temer»

 

«La violencia contra las mujeres es primordial para mantener esas relaciones políticas en el hogar, en el trabajo, y en todas las esferas públicas»

Lori Heise

Macarena Neva Delgado. Asamblea Feminista «Las Tres Rosas» (El Puerto de Santa María)

 

Una de las afirmaciones más frecuente que se utiliza para invisibilizar el problema de la violencia que sufren las mujeres es la de que tal problema, como tal, no existe, y puesto que «las mujeres también maltratan a los hombres, a eso también se le debería llamar violencia de género», «¿Por qué no denuncian las feministas también estos crímenes?» y  «¿Por qué los hombres no pueden acogerse a la Ley Contra la Violencia de Género?». A continuación, algunas claves para poder responder a estas preguntas.

Aunque esta afirmación bien podría considerarse cierta, es necesario conocer quién o qué genera violencia para poder entender las motivaciones que la provoca. Así, por ejemplo, las medidas del gobierno que desahucian a las personas y las condena con reformas laborales injustas a condiciones de precariedad y explotación laboral, las medidas de represión legisladas y perpetuadas a cargo de los cuerpos de seguridad del estado, ES VIOLENCIA, y se llama estructural. La persecución y  expoliación que han sufrido y sufren hoy día los pueblos indígenas de América, África, Asia y Oceanía ES VIOLENCIA,  y se llama racial. Las actuaciones llevada a cabo por las grandes potencias económicas y militares en su afán de dominio y monopolio del poder ES VIOLENCIA, y se llama imperialista. Existe violencia que se aplica sobre las poblaciones más vulnerables: población infantil, población anciana y dependiente, población discapacitada… y se llama familiar (si mantienen lazos familiares) o doméstica (si conviven juntas). Existe violencia en el patio de un colegio, en el atraco a un banco, en las reuniones de los vecindarios, contra los animales y las plantas… todo eso es violencia, sí, pero no es machista (o de género).

Hablamos de que la violencia es machista cuando es ejercida por el hombre sobre la mujer, por ser mujer. Esta violencia no es puntual, de un hombre, o dos, o varios, sino que obedece a una ideología resultado de haber sido socializados en la creencia de que mujeres y hombres son distintos y les corresponde por tanto roles y papeles distintos en la sociedad. Un proceso de socialización en el que el hombre sale mejor parado al acaparar mayores privilegios frente a las mujeres y que genera una relación de superioridad-subordinación que hace a los hombres pensar que pueden dominar y someter a sus mujeres y a éstas pensar que deben someterse a la voluntad de los hombres. Esta relación de dominio y tiranía donde las mujeres son discriminadas, sometidas y esclavizadas hasta sus últimas consecuencias, es una práctica que se ejerce en el ámbito del espacio privado, pero también en el ámbito del espacio público, porque se materializa en todo un sistema político, social, jurídico y cultural que lo naturaliza y ampara. Si no, por qué iba un juez a preguntar a una mujer violada si «cerró las piernas lo suficiente para evitarlo», o por qué las autoridades competentes no velan por la seguridad de las trabajadoras en sus lugares de trabajo, consintiendo que se produzcan violaciones y agresiones sexuales en sus propios puestos laborales, por qué las mujeres no podemos andar seguras por las calles…

Este proceso socializador que refuerza este orden establecido y que coloca a hombres y mujeres en lugares distintos, dentro del ámbito de la pareja lleva a mantener relaciones desiguales donde los roles de dominio, poder y control recaen en el hombre en tanto que la sumisión y la obediencia recaen sobre la mujer. Estos son los resultados de algunos estudios que lo confirman:

  • El informe elaborado por la socióloga Carmen Ruiz Repullo a partir de entrevistas a 22 víctimas adolescentes y a seis chicos condenados por violencia en el ámbito familiar concluye que las chicas han sido socializadas en un «modelo de amor-sufrimiento» con el que ellas se identifican «ante una película, un libro o una canción», mientras que ellos valoran el modelo de «líderes de grupos, chulos y malotes».
  • El estudio realizado en el año 2015 por el Ministerio de Sanidad y coordinado por la socióloga Verónica de Miguel afirmaba que: «El 33% de los jóvenes españoles de entre 15 y 29 años, es decir, uno de cada tres, considera inevitable o aceptable en algunas circunstancias controlar los horarios de sus parejas, impedir que vean a sus familias o amistades, no permitirles que trabajen o estudien o decirles lo que pueden o no pueden hacer», o que «el 60% de las chicas recibe insultos machistas de sus parejas en el móvil».
  • Según el informe: «Jóvenes y género, el estado de la cuestión» (2015) que presenta el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud, las y los jóvenes mantienen estereotipos sexistas que alimentan la violencia de género. Así, por ejemplo, a la hora de señalar las cualidades que más se aprecian en los chicos y las chicas, el gran caldo de cultivo de la desigualdad y la violencia, la cualidad más valorada en las mujeres por los hombres es el atractivo físico seguida de la simpatía. Mientras que las masculinas están relacionadas con el poder, la fuerza y la valentía. Casi un tercio de las mujeres (el 28%) señala que el hombre agresivo es más atractivo.

Los datos estadísticos que se publican anualmente tanto a nivel nacional como internacional, permiten confirmar que las mujeres sufren una violencia real y objetiva por parte de los hombres por el mero y único hecho de ser mujeres:

  • La «Primera Encuesta a escala de la UE sobre violencia de género contra las mujeres», efectuada en 2014 por la Agencia Europea de Derechos Fundamentales, arrojaba resultados clarificadores de la gravedad y universalidad de esta violencia. De ella se deducía que 13 millones de mujeres en la UE habían experimentado violencia física y 3,7 millones violencia sexual por su pareja.
  • El Informe del Parlamento Europeo de 31 de enero de 2014, exponía que entre el 20 y el 25% de la población femenina en general habían sufrido actos de violencia física al menos una vez durante la vida adulta, y que más de un 10% habían sufrido violencia sexual.
  • Según las fuentes del Ministerio, 43 son las mujeres asesinadas a fecha de noviembre de 2018, y casi un millar, 971 desde enero de 2003, fecha en que se empezaron a contar dichos asesinatos.

Por tanto y para concluir: Podemos afirmar, sin miedo a equivocarnos, que la situación de violencia que padecen las mujeres a nivel mundial hacen pensar que se trata, por su gravedad, cantidad y frecuencia, de una problemática, con entidad propia que requiere el abordaje de medidas concretas para su erradicación. Esa especificidad que hace que la violencia se catalogue «machista» o «de género» está amparada en la creencia de que, el hombre que la ejerce y por extensión todos los hombres en su totalidad, tienen autoridad sobre las mujeres. Esta particularidad no ocurre a la inversa, es decir las mujeres que ejercen maltrato sobre sus parejas no lo hacen al amparo de una idea que les lleve a pensar en la superioridad de las mujeres en su totalidad. No existe ningún lugar en el planeta organizado social, política y/o jurídicamente en torno a la superioridad de las mujeres. No hay ningún lugar en el mundo diseñado para oprimir y discriminar a los hombres como colectivo humano. Por tanto, cuando una mujer agreda, maltrate o asesine a un hombre, será violencia, sí, reprobable y condenable también, pero no de género, puesto que no ocurre ni con la cantidad ni frecuencia suficiente, ni hay sistema económico, social o ideológico alguno que lo ampare.

 

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