Ángela Ponce: la transgresión de ser la más guapa
Por primera vez, una mujer trans competirá en la final del concurso de belleza más importante del mundo y lo hará respondiendo a la transfobia imperante. Activistas transfeministas analizan las luces y las sombras del reconocimiento social en espacios patriarcales y normativos.
El pasado 2 de julio, Ángela Ponce se coronaba como Miss Universo España, consiguiendo así el pase directo al certamen de belleza más famoso del mundo en su versión internacional. Los titulares de la prensa de gran tirada daban la noticia: por primera vez una mujer trans nos representará en Miss Universo. Y tiene sentido que así lo hicieran, pues se trata de un concurso que en 2012 expulsó a una de las candidatas por no cumplir, según la organización, la norma explícita de “haber nacido naturalmente mujer”. Ángela Ponce, a pesar de cumplir con todos los requisitos de feminidad normativa, encarna hoy un caso único. Es la excepción.
Sin embargo, esta narración de los hechos solo corresponde a una de las muchas interpretaciones posibles. Su nombramiento ha generado un gran debate dentro y fuera de los entornos feministas y activistas que tiene distintas escalas y protagonistas. Una de ellas es Valeria Morales, representante de Colombia en el concurso, quien se refirió con estas palabras a la Miss española: “Creo que un reinado de belleza, como es Miss Universo, es para mujeres que nacimos mujeres. Y creo que para ella también sería una desventaja, así que hay que respetarla pero no compartirlo”. Implícita o explícitamente, las redes sociales y los medios de comunicación han cuestionado la participación de Ángela Ponce en Miss Universo y, en consecuencia, su condición de mujer. La concursante ha sido objeto de discursos de odio -desde encuestas sobre si debería o no participar en el certamen hasta entrevistas en las que se le muestran sus fotos de “cuando era un niño”- que no pueden ser calificados simplemente como “polémicos”, sino como sintomáticos de la transfobia imperante.
En palabras de la poeta y activista transfeminista Alana Portero, lo que ha vivido Ponce “ha servido para hacer visible un discurso de odio que sigue ahí y que ante un evento público semejante se ha sentido legitimado”. Precisamente por ello, Gracia Trujillo, socióloga y activista queer, entiende que la mejor forma de analizar lo ocurrido es partiendo de esta base: “Puede ser interesante aprovechar las reacciones adversas para ponerlas en evidencia y para ver qué cosas están ahí sobre la mesa, qué elementos se están cuestionando y por qué”.
¿Es posible luchar contra el patriarcado desde un espacio patriarcal?
La opinión es unánime dentro de los feminismos: los concursos de belleza como Miss Universo son escenarios de misoginia. Pero lo son no solo porque se basen en medir la belleza de las mujeres, sino porque construyen una serie de espacios físicos -que se traducen en imaginarios culturales- acotados para un tipo muy específico de mujer: la banda de “más bella” se otorga a la que más se aproxima a las medidas, andares y respuestas de la definición de feminidad dictada por el patriarcado y por las reglas del mercado. Muestra de ello son tanto las normas de entrada en Miss Universo –las participantes deben ser “legal y morfolóficamente mujeres”, menores de 27 años y solteras-, así como el hecho de que en 65 años hayan ganado 58 mujeres blancas.
Ángela Ponce puede ser vista como un nuevo ejemplo de esta estandarización sexista ya que, como afirma la sexóloga y activista trans Aitzole Araneta, desde esta perspectiva, “no rompe con el discurso hegemónico”. Sin embargo, incluso desde su normatividad, el nombramiento ha servido para dar visibilidad a la comunidad trans y abrir conversaciones necesarias que podrían ser útiles para acabar con muchos prejuicios: “Ella puede romper con el mito de lo abyecto y lo feo, del quiero y no puedo físicamente asociado a lo trans”. Además, añade que su presencia es importante porque niega los argumentos de los discursos biomédicos y esencialistas: “La respuesta a ser quien soy no se responde con cromosomas, gónadas o genitales, y la participación de esta mujer en el concurso viene a decir que ella es igual que las demás mujeres”. Para Trujillo, la Miss está demostrando la idea de que la feminidad es una performance: “Si una mujer trans puede ganar este concurso, puede ser incluso la más guapa y la más femenina, lo que estamos cuestionando es que haya un feminidad natural que sea propiedad de las mujeres cis”. En esta línea estratégica, cree que Ponce podría servir incluso como ejemplo ilustrativo en el debate sobre el sujeto político del feminismo.
Desde posiciones transfeministas, lo que se sostiene no es tanto una crítica al mensaje mediático que se está lanzando, como un cuestionamiento del escenario y el momento en el que se lanza. Como afirma Araneta, “no es casualidad que nos encontremos este referente en el terreno de la belleza y sin embargo no encontremos referentes trans en otros espacios, de pensamiento intelectual, cultural, de movimientos sociales, filosóficos o políticos”. La contradicción que estaría planteando el caso de Ponce es aunar lo positivo que supone que una mujer trans haya llegado a programas de gran audiencia, con el hecho de que lo haya conseguido por ser hegemónicamente bella.
Por esto último, Elizabeth Duval, escritora y activista, cree que la excepcionalidad de su caso debería verse como una cuestión anecdótica que en ningún caso puede eclipsar la crítica a las estructuras patriarcales que hay detrás de los concursos de belleza: “Ángela Ponce puede servir para transmitir una imagen de lo que es ser trans y para visibilizar que más gente conozca lo que es ser trans, sí. Pero va a dar una imagen muy pequeña, muy parcial, y va a ser una cosa contingente. Porque Ángela Ponce no es, primero, una activista trans y luego, una participante en un concurso de belleza. Es primero una participante en un concurso de belleza y después, una mujer trans”. Para Duval, se trata de superar esta victoria a corto plazo -que solo puede verse como tal desde un análisis superficial- y centrarse en la crítica a lo “realmente importante”: un escenario cuya estructura se sustenta en todo lo que el feminismo quiere destruir difícilmente puede servir como herramienta de transgresión.
A pesar de los claros y oscuros que enmarcan este debate, todas las voces consultadas coinciden en que la responsabilidad nunca deberían recaer sobre la figura de la Miss española, porque como señala Portero, las mujeres que participan en este tipo de eventos no sostienen el sistema que los reproduce; y aún menos lo hacen las mujeres trans: “Cargar sobre Ángela Ponce, y ya de paso sobre el resto de mujeres trans, la responsabilidad de perpetuar roles de género y el binarismo es un ejercicio de cinismo que se desmonta solo. Compartimos esa responsabilidad con el resto de la humanidad, de hecho, aunque llevamos ahí toda la vida, somos un sujeto político reciente y el 0,3% de la población mundial, así que poca capacidad de influencia sobre temas universales tenemos”.
Como cuenta Julia Serrano en ‘Cazadores de faldas’, que algunas mujeres trans -como podría ser Ponce- se adapten a la feminidad normativa es solo una demostración más de que la belleza es un imperativo para nuestro reconocimientno social como mujeres: “Cuando el público ve imágenes de mujeres trans maquillándose y vistiéndose, no están necesariamente viendo un reflejo de los valores de esas mujeres trans; están siendo testigos de la obsesión de los productores de televisión, cine y noticias con todos los objetivos comúnmente asociados a la sexualidad femenina. En otras palabras: la fascinación del público y de los medios de comunicación con la feminización de las mujeres trans es un subproducto de de la sexualización de todas las mujeres”.
Los otros concursos de belleza: el caso de Miss Trans International
En realidad, esta es la segunda vez que Ángela Ponce gana la corona de miss: ya lo había hecho en 2015, pero en esa ocasión no pudo representarnos en la gala de Miss Mundo –un concurso paralelo a Miss Universo- porque solo se permitía la participación de mujeres cisgénero. Años antes, como respuesta a esta exclusión, había nacido Miss Trans Star International, anunciado como “el concurso de belleza transexual más importante de toda Europa”, institucionalizado en 2010. Aunque a gran distancia de lo que supuso la escena ballroom en los 80, donde se rompieron todo los esquemas sobre cuerpos masculinos y femeninos, este concurso es entendido para muchas como un espacio de empoderamiento y reafirmación.
Erica Dorado asistió el año pasado a la gala final como candidata española: “Me presenté porque yo me veía con la estética para poder ganarlo, pero para mí no era una forma de luchar por los derechos de las mujeres trans”. A pesar de que sigue sintiendo mucha simpatía por los concursos de belleza, mirándolo desde la distancia, se da cuenta de las contradicciones que tuvo que enfrentar. Porque a pesar de que allí se encontró con una diversidad de mujeres mucho más amplia que la que va a Miss Universo -”ni mucho menos todas son blancas, las podías encontrar de más de 40 años y con estéticas muy diferentes”- lo cierto es que la ganadora acabó siendo la chica que más se acercaba a la feminidad normativa. “Yo creo que buscan una ganadora y otras mujeres de relleno, y eso se ve, a pesar de que es cierto que de entrada no tienen ninguna norma, también la ganadora de este año entraría dentro de esa categoría de cis passing (personas trans que se ajustan físicamente a los roles cisgénero normativos)” afirma Dorado. Que el premio que se concedía en Miss Trans 2017 fuera una “feminización facial” es también revelador de que el certamen fomenta la adaptación a los binarismos de género.
Erica no pretende hacer una enmienda a la totalidad, pero reconoce que el concurso no cuadraba con su forma de vindicarse: “Estoy de acuerdo con ese tipo de certámenes porque puede ser un paso, pero te estás metiendo en una isleta solo para trans, con concursantes trans y público trans, es todo muy etiqueta”. En consecuencia, lo que ha conseguido Ponce sería para ella una victoria, una demostración de que las mujeres trans pueden participar en cualquier tipo de certamen. Asimismo, Paola Media, ganadora del mismo concurso en su versión argentina, aunque con una experiencia mucho más positiva, también cree que se debería aspirar a que mujeres trans y cis compitieran siempre juntas: “Recuerdo que en mi niñez me encantaban este tipo de concursos y soñaba con presentarme, después de todo el proceso de transformación creí que era la oportunidad de mostrarle a todo el mundo que me sentía realizada”.
En el libro ‘A la conquista del cuerpo equivocado’, Miquel Missé, sociólogo y activista trans, cuenta que fue invitado a la gala de Miss Trans Star Internacional pero rechazó ir. “No estoy en contra de la promoción de la belleza trans, pero sí estoy en contra de promover una belleza trans que pasa sí o sí por un quirófano. No me interesa la belleza que ahonda en las desigualdades sociales o fomenta normas corporales excluyentes”, argumenta Missé. Partiendo de esta idea, el texto trata de explicar por qué depositar toda la expectativa de la comunidad trans en la transformación corporal es un fracaso rotundo: “Del global de personas trans: hay muchísimas que jamás pasarían desapercibidas, pues no hay cirugía en el mundo que las pueda ayudar. No va a pasar. Pero lo peor es que hay muchísimas otras personas trans que quizá pasan desapercibidas pero se sienten profundamente infelices, inseguras, deprimidas, y el mundo les contesta que no tienen razones dado que han logrado su objetivo. Así que solo una pequeña parte de la gente trans que nos cruzamos logra aunar passing y bienestar”. Erica se identifica con estas palabras: después de su experiencia en Miss Universo entendió que aunque físicamente ya tiene “todo lo que siempre ha querido”, aún le “inunda la inseguridad”. Si la fuerza de Ángela Ponce es para ella un ejemplo de valentía por todo lo que está teniendo que aguantar, Erica, a su manera, es otro ejemplo de que lo supone un día a día para una mujer trans: “Yo solo quiero pasar desapercibida y lucho por estar bien, por sentirme bien conmigo misma”.
“La comunidad trans no tiene representatividad, no tiene referentes, no llega a lanzar mensajes en los grandes medios. No nos dejan hablar ni nos han dejado nunca. Bastante tenemos con la discriminación que tenemos como para ahora echar mierda sobre alguien porque es hegemónicamente guapa”, reclama Araneta. Pase lo que pase en el concurso de Miss Universo, es posible que Ángela Ponce se convierta en un referente para muchas mujeres trans, mientras que tantas otras seguirán rechazando el ideal normativo de belleza y feminidad que su corona encarna; quizá su éxito servirá para abrir las puertas a todas las que vengan después o quizá no, y se quede en una simple anécdota; pero lo cierto es que ha conquistado un espacio al que hace pocos años se le negaba la entrada, y lo ha hecho respondiendo a una transfobia repugnante. Dos motivos por los que buena parte del activismo trans permanecerá a su lado en la final que se celebra el 17 de diciembre. Como concluye Alana Portero: “¿Me gustan los concursos de belleza? No. ¿Me parecen una plataforma para denunciar misoginia? No la ideal, pero todas son pocas. ¿Le deseo suerte a Ángela Ponce? Toda la del mundo: por reina, por guapa y por faraona”.