Pilar Barrera Escobero: “Mi vida cambió cuando supe de qué lado tenía que estar”
Pilar Barrera Escobero, trabajadora de Forjas Alavesas durante las huelgas de 1976 en Gasteiz, apela a la memoria “para que el 3 de Marzo no se vuelva a repetir y para saber contra quién tenemos que luchar”
Assassins!
Assassins de raons!
Assassins de vides!
Que mai no tingueu repòs
en cap dels vostres dies
i que a la mort us persegueixin
les nostres memòries.
Campanades a Morts (Lluís Llach)
En marzo de 1976, el movimiento obrero de Gasteiz llevaba en huelga más de dos meses. El día 3 estaba convocada una asamblea en la iglesia de San Francisco de Asís, del barrio de Zaramaga, que reunió a alrededor de 10.000 trabajadores y trabajadoras. Poco después de empezar, la policía armada asaltó el lugar, disparando y lanzando gases lacrimógenos, dentro y fuera del recinto religioso. Cientos de huelguistas resultaron heridos y cinco, asesinados: Pedro Martínez Ocio, Francisco Aznar, Romualdo Barroso, José Castillo y Bienvenido Pereda. Más de 40 años después, la Asociación 3 de Marzo sigue exigiendo justicia, verdad y reparación para las víctimas. Agotada la vía judicial española, considera llevar esta causa al Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.
Los actos del 3 de Marzo y del 8 de Marzo de 2018 rememoraron, por vez primera, la participación de las mujeres en las protestas. Un comunicado recogía: “Ellas no sólo pasearon las bolsas vacías por los mercados [plantándose ante el encarecimiento de los precios y la falta de ingresos en los hogares, debido a las huelgas]. También hicieron barricadas, quemaron ruedas, curaron heridos, participaron en las asambleas, cocinaron para muchos con pocos ingredientes, fueron parte de las comisiones representativas y sostuvieron el dolor de los hogares rotos por la masacre”. Pilar Barrera Escobero es una de aquellas mujeres. En 1976 tenía 21 años y trabajaba en Forjas Alavesas de auxiliar administrativa.
¿Qué reivindicabais en vuestra empresa?
Como los accidentes eran mortales pedíamos, para empezar, más medidas de seguridad. También, 5.000 pesetas de aumento lineal y que los obreros tuvieran las mismas condiciones laborales que los empleados.
¿Quiénes eran unos y otros?
Los empleados trabajábamos en las oficinas. Éramos administrativos, jefes de equipo, encargados… Cuando estábamos enfermos, desde el primer día nos pagaban el 100% del salario. Los obreros, en cambio, cobraban solo el 75%. Eran los que trabajaban en la fábrica.
Y los que se exponían a esos accidentes mortales.
Las mejoras en seguridad eran urgentes. Una vez, una barra le atravesó el estómago a uno y ahí se quedó. A otro le cayó una pesa encima y a otro, el acero líquido de una cuchara, a mil y pico grados de temperatura. También fallecieron. El bajo sueldo empeoraba la situación, porque había cantidad de obreros que enlazaban turnos. Cuando iba a trabajar a la oficina veía a mujeres pasándoles la comida por las vallas para que siguieran trabajando de tarde. Claro que también entraba en juego la mentalidad de cada cual… Yo sabía de gente de Forjas que tenía su piso y se había comprado otro. No sé cómo decirte; era la cosa de no haber tenido y querer tener.
¿Cómo era un día tuyo cualquiera de huelga?
Llevaba a mi niña a casa de mis padres e iba a donde hubiéramos quedado. Convivía con los obreros desde las seis de la mañana y hacía lo que tocara: jugar a las cartas, reunirnos en casas, salir a las manifestaciones, poner barricadas… Quemábamos ruedas o nos plantábamos en la puerta de la fábrica para evitar que los camiones metieran material o cargaran el que estaban produciendo los esquiroles. La policía salía poco al principio, pero empezó a dar golpes cuando invadíamos las calles. Se ve que ellos eran más conscientes que nosotros de la fuerza tan grande que teníamos. Nunca más volvió a haber tanta conciencia obrera.
Se te nota orgullosa.
Se puede ser muy digno siendo un obrero. A mí no me vale una joya de un millón de euros, sino la tranquilidad de que mis hijas tengan un techo, su título universitario y puedan vivir y desarrollarse fenomenal y en libertad. Yo estaba muy orgullosa porque en la mayoría de las fábricas de Vitoria trabajaba un porcentaje muy alto de gente inmigrante, unida por una lucha a la que no estaba acostumbrada. ¡Si piensas de dónde veníamos…! ¡De Extremadura y de Andalucía, como mi familia, con una maleta de cartón, de haber estado debajo de los señoritos toda la puñetera vida! Fue maravilloso escuchar a Soubies, de Forjas o a Naves, de Mevosa, cómo convencían de la necesidad de la lucha anticapitalista. A mí se me quedaba la boca abierta, porque ellos decían lo que yo pensaba pero no sabía poner en palabras… Era gente que había leído y estaba mucho más preparada políticamente.
¿Cómo se tomaron en tu empresa la participación en las huelgas de las dos únicas mujeres que trabajabais en ella?
En las primeras asambleas me preguntaron por qué tomaba la palabra y me pidieron que me fuera a atender mi casa. A algunos les fastidiaba mucho que una mujer estuviera involucrada en estas cosas. Las mujeres de los obreros también se unieron a las huelgas, abucheando a los esquiroles en la puerta de las oficinas o haciendo pucheros, porque un obrero sin salario durante más de dos meses… Yo me arreglaba con mis padres.
¿Qué lograsteis con las huelgas?
Se doblaron los sueldos. Ganábamos alrededor de 5.000 pesetas al mes y, cuando volvimos a la empresa, fueron 11.000. También conseguimos que los obreros cobraran desde el primer día de baja, aunque siguió siendo el 75%. La gente se concienció y dejó de meter horas extra, que pasaron a constar en la nómina y en la seguridad social. Y se crearon los comités de seguridad e higiene, pero no se les dotó de muchos medios…
¿Se redujeron los accidentes?
Los más gordos, no. De hecho, los que te he contado ocurrieron bastante después del 76.
Y llegó el 3 de Marzo.
Era miércoles. Salí con dos amigas a dar vueltas por Vitoria y, a media mañana, fui a casa para estar con mi niña y comer pronto porque teníamos asamblea a las cinco de la tarde, en la iglesia de San Francisco. Estuve por Sancho el Sabio intentando que las tiendas cerraran. Algunas personas casi nos pegaron. Otras bajaban la persiana y la volvían a subir en cuanto nos dábamos media vuelta… Los objetivos eran El Corte Inglés y los talleres pequeños, porque las empresas grandes estaban en la calle. A las cinco menos cuarto ya no se cabía en la iglesia. Cuando la gente que estaba fuera vio que llegaba tantísima carga, trató de que la policía no alcanzara la iglesia para que pudiéramos salir.
Pero no hubo forma.
La asamblea dio solo para dos palabras. Yolanda dijo que no nos preocupáramos, que el Obispado no permitía cargas en las iglesias por ser lugares de recogimiento. ¡Joder qué no! ¡Mentira y gorda! Escuché al pobre cura, don Esteban, llamar al obispo para contarle lo que estaba pasando y cómo el obispo le mandó a tomar viento.
La iglesia había tomado partido…
Efectivamente; y la policía entró. Tiró botes de humo y balas dentro, igual que si fuera la calle. Mi marido había conseguido escapar, a palo limpio. Las últimas mujeres que quedábamos nos refugiamos en la sacristía. Al salir, yo tenía un tío a quince metros, de rodillas, apuntándome. Estaba aterrorizada. “Tengo una niña pequeña. No me mates, por favor”, le dije. ¡La madre de dios, qué fue aquello! Hablan mucho de terrorismo. El que yo tengo interiorizado es el de la policía.
¿Cómo fueron las horas siguientes?
Se empezó a oír que la gente de las Comisiones Representativas estaba siendo buscada. Algunos compañeros durmieron en mi casa esa noche y, a la mañana siguiente, se desperdigaron. Unos estuvieron huidos durante meses y otros fueron detenidos pocas semanas después. Las fiestas de La Blanca se suspendieron para pedir su libertad. Pasaron seis meses en la cárcel de Carabanchel. Aún tuvimos que leer que los policías habían cargado en defensa propia. ¡Piedras de una obra fue lo que les tiramos y después de saber que habían asesinado a los compañeros!
Pasadas las huelgas, retomasteis vuestro puesto de trabajo.
Al principio fue duro convivir con los esquiroles, pero había que hacerlo. El Sindicato Vertical había sido derrocado y vi cómo nacieron los sindicatos y cómo los vendieron. Fue terrible porque en Forjas, hasta entonces, había habido un movimiento asambleario, donde la asamblea de obreros decidía y el comité le decía al jefe lo que estos habían pedido.
Deduzco que los nuevos sindicatos no mantuvieron esa forma de organización…
Comisiones Obreras salió de unos a los que no se les había visto el pelo en las huelgas. Y ELA, de otros que habían entrado a trabajar escondidos en capós de coches. De lo más derechoso, de los que tenían mando. Yo siempre he exigido mis derechos, pero también he cumplido con mis deberes, por la responsabilidad que me han inculcado. Y veíamos que la gente más vaga, la que tenía casa en el pueblo, se metía a los sindicatos para juntar horas y librar toda una semana. Nos enteramos también de que, durante las huelgas, gente de Comisiones había estado de chivateo con los jefes de Forjas. Terrible. Entonces supe de qué lado tenía que estar y mi vida cambió. Porque algunos podían equivocarse en la forma, pero peleaban por lo que creían justo. Lo que pasa es que la justicia nunca está por igual del lado de los dos bandos. Los sindicatos han hecho tan mal su trabajo que en Forjas se llegó a aceptar el quinto turno, algo antes inimaginable.
¿Cómo era revivir cada 3 de Marzo en la empresa?
Yo juré que nunca trabajaría ese día en Forjas. Empezamos faltando ciento y pico y terminamos ventitantos. Quedábamos y nos tomábamos un cafecillo… Nunca nos descontaron el día ni de las vacaciones ni del salario. Nos habría gustado que el 3 de Marzo significara en el País Vasco lo que el 1 de Mayo, que ahora es poco más que un día de puente, pero bueno.
¿Para ti es importante la memoria?
Hay que tenerla presente para que esta historia no se vuelva a repetir, porque a costa de vidas humanas a mí no me gusta. También sirve para saber contra quién tenemos que luchar, que el enemigo siempre está ahí. El tiempo diluye las cosas, pero no podemos olvidar. Con el 3 de Marzo pasó lo mismo que cuando se muere alguien muy querido; lo vives con mucho dolor, pero poco a poco lo vas sobrellevando. Te acuerdas y dices “madre mía lo que fue”, pero ya no sientes el terror de cuando lo vivimos. Me da mucha tristeza que ningún partido se vuelque en buscar justicia ni en que desaparezcan los salarios de miseria o los desahucios. Sin embargo, estoy encantada con que el movimiento feminista nos hiciera un lugarcito y rememorara que, entre los trabajadores, también hubo trabajadoras en lucha. ¡Verme yo en la plaza de la Virgen Blanca, con un micrófono hablando ante una multitud de manifestantes…! Después de aquello, ¿qué más me queda?
Agradezco a Zuriñe Rodríguez el soporte para esta entrevista y a la asociación Martxoak 3 elkartea – Asociación de Víctimas del 3 de Marzo.