De feminismos y gaztetxes
Itziar Bardaji Goikoetxea
El segundo intento de desalojar el céntrico gaztetxe Maravillas de Iruña, el pasado 8 de enero, desembocó en dos intensas semanas de reacciones, culminadas por una numerosa manifestación, la reokupación del espacio y un tercer y quizás definitivo desalojo, […]
Itziar Bardaji Goikoetxea
El segundo intento de desalojar el céntrico gaztetxe Maravillas de Iruña, el pasado 8 de enero, desembocó en dos intensas semanas de reacciones, culminadas por una numerosa manifestación, la reokupación del espacio y un tercer y quizás definitivo desalojo, todo en menos de 24 horas. Más acá de la actividad de políticos institucionales y medios de comunicación en precampaña protegiendo unos y atacando otros el cambio, esos días se caracterizaron por la a veces presencia y otras veces violencia policial y por la abundancia y variedad de movilizaciones y acciones de protesta en la calle. Tuvimos manifestaciones, concentraciones, pancartas de todos los tamaños, ruedas de prensa, caldiko y chocolatada. También vimos desde el clásico disturbio de botella volando y veinte pelotas de goma de vuelta, hasta el tapiado del batzoki de Altsasu, pasando por cortes de carretera, pintadas en los autobuses y huevos en la fachada de Geroa Bai.
No fuera que el imaginario colectivo inevitablemente machista prejuzgara que en su mayor parte eran ellos los encapuchados, ellos la acción directa, ellos la asamblea… No fuera que el ciudadano medio piense que poner en cuestión bases del sistema como la propiedad privada, la legalidad y la apariencia de paz social no tiene nada que ver con el feminismo (eso tan amable con lo que todo el mundo esta de acuerdo)… Por si acaso, en medio de esas dos semanas, dos mujeres se colgaron a los dos lados de un puente para dejarlo cortado al tráfico con una cuerda durante tres horas en una acción no mixta reclamada como feminista, en respuesta al desalojo y la militarización del barrio.
Y es que, por ahora, no queda otra que salir de vez en cuando a recordar que no, que las feministas no somos sumisas, ni inocentes, ni ingenuas. Que lo que somos es combativas, rebeldes e indomables. Que, a ver si se enteran, señoras y señores, el feminismo es incómodo. Y si desalojas un gaztetxe, te corta una carretera. Hay que salir a recordar también, que lo que estamos defendiendo es lo nuestro, porque los espacios en proceso de liberación siempre han sido nuestro lugar para organizarnos y desarrollarnos.
Al mismo tiempo, percibimos a menudo los gaztetxes como espacios de militancia clásica, con regusto machirulo, de militante champiñón y palmadita en la espalda. Espacios en que une o una tiene que pelearse el uso de la herramienta sin que alguien intente explicarle cómo debería usarla en realidad, o decir y hacer el doble para que le valoren la mitad, total para que en la asamblea el de al lado repita algo que acaba de decir una compañera y todas estas cosas que nos sabemos ya.
Se puede partir de una obviedad: que no hay espacio ni proyecto liberado del heteropatriarcado, que todo lo atraviesa; y salir a poner en valor lo que nos hace fuertes: que en todos los gaztetxes de Euskal Herria están las mujeres, bolleras y trans que se curran, pico y pala, el día a día de la militancia mixta que, a veces, se siente muy solitaria.
Estamos en un momento en Euskal Herria tan complicado como interesante. Por un lado un novedoso capitalismo morado amenaza con llevarnos por delante como un alud, sepultando todo lo profundo de nuestra radicalidad y dejando una suave capa lisa de supuesto feminismo fácil de digerir, remodelado como producto apto para todos los públicos en forma de Barbie ejecutiva vestida con una camiseta “I am feminist” y en caja morada.
Por otro lado, un sector de las feministas más jóvenas hace suya una terminología que puede sonar a trabajador hombre de fábrica, en blanco y negro, con olor a alcanfor. Sujeto al que históricamente no parece que tengamos mucho que agradecer, empezando por su colaboración, por no decir alianza interclasista, en la subordinación de las mujeres a través de y a cambio del salario. La complicación viene cuando se presenta una falsa dicotomía entre feminismo de clase y feminismo burgués. Muches nos negamos a colgarnos del brazo de este señor estándar cabeza de familia de hace cien años y menos del brazo de los hombres que hoy en Euskal Herria se ocupan del auge del feminismo solo para escribirlo estrictamente por debajo de clase, no vaya a ser que nos despendolemos.
Recelemos de estos señores o no, es falsa la idea flotante de que quien no se cuelga la pegatina de feminista de clase es aliade del feminismo burgués, y por eso es falso el fantasma de la división dentro del feminismo antikapitalista. Aquí todes tenemos claro que estamos en contra de la propiedad privada y de la violencia de estado inherente al sistema capitalista. Nos encontramos frente al cordón policial igual que nos encontramos en los gaztetxes. Estamos todes alerta frente al feminismo mainstream, escribimos feminismo con o de okupa y sabemos que Uxue Barkos no es feminista, no porque resulta que no lo es, sino por definición: llamémosla enemiga de clase o como queramos.
Esta acción nos sirve para resituar. Nos sirve para seguir hablando de que el capitalismo no se puede comprender ni sostener sin la dominación machista. De que la división sexual del trabajo es fruto de la devaluación de las mujeres y su confinamiento al espacio doméstico y de la imposición de un modelo familiar y de sexualidad estrecho y represivo. El capitalismo se sostiene sobre todo un sistema simbólico que premia socialmente el trabajo asalariado, es decir, la producción de mercado. A la vez, feminiza y desprecia los trabajos de cuidados y la responsabilidad sobre la sostenibilidad de la vida. La sociedad capitalista es aquella en que el capital vale más que la vida. Esta jerarquía simbólica ES el patriarcado.
Por eso, el supuesto feminismo de traje de falda y chaqueta, de las mujeres emprendedoras y de las apasionadas del desarrollo no nos sirve. Pasarse al equipo de los poderosos en nombre del feminismo es, en el mejor de los casos, incompleto y políticamente miope y en el peor de los casos, cínico. La ilusión de la igualdad basada en la incorporación de las mujeres al trabajo asalariado y medida exclusivamente en términos de brecha salarial sólo funciona acotando la mirada a la clase acomodada blanca. Si no se tocan los cimientos del capitalismo, la dominación de género se mueve a los márgenes, se le oscurece la piel, pero no se hace más pequeña. Beneficia a las migrantes que trabajan internas en las casas europeas tan poco como reduce los privilegios de los BBVAH (blanco burgués varón adulto hetero).
Heteropatriarcado y capitalismo forman una sociedad indisoluble, una sola cosa: bautizarlo como heteropatriarcado productor de mercancías o como capitalismo heteropatriarcal es lo de menos. Aterrizada en nuestro terreno, en la calle, en los colectivos y en nuestros espacios, esta idea nos lleva a concebir la resistencia integrando todas las dimensiones. Una acción directa feminista en defensa de un gaztetxe sale a reafirmar esta dirección que hace tiempo venimos transitando en buena compañía.