Claudia Ancapán: “Chile condena a la infancia trans a la marginalidad”

Claudia Ancapán: “Chile condena a la infancia trans a la marginalidad”

Esta mujer trans, mapuche, feminista y matrona denuncia que la nueva Ley de Identidad de Género aprobada en su país invisibiliza a los menores de 14 años.

27/03/2019
Claudia Ancapán en Bilbao. / Foto: Iñaki Makazaga

Claudia Ancapán en Bilbao. / Foto: Iñaki Makazaga

Chile acaba de aprobar una Ley de Identidad de Género que permitirá el cambio de nombre y sexo en el registro civil sin necesidad de pasar por quirófano a partir de los 18 años, 14 con autorización de los tutores. La activista trans, mapuche y matrona Claudia Ancapán (Santiago de Chile, 1976) ha seguido de cerca todo el proceso desde que en 2013 el Congreso aceptara su tramitación por iniciativa de la Fundación Iguales y OTD (Organizando Trans Diversidades). Por el camino ha sufrido “recortes, bloqueos y muchos ataques”, tantos que Ancapán ya no la siente como propia y aprovecha su visibilidad en las redes sociales para denunciar la necesidad de una nueva legislación. “Chile condena con esta ley a toda la infancia trans al sufrimiento y la marginalidad”, afirma.

Ancapán llegó a defender la Ley durante una sesión en el Congreso en 2014 como representante de la comunidad LGTBI. Allí explicó las consecuencias de ser trans hoy en un país con un elevado número de suicidios (un 56 por ciento de las personas trans lo ha intentado alguna vez en su vida) y una esperanza de vida que gira en torno a los 36 años, debido a los tratamientos aplicados para feminizar o masculinizar los cuerpos.

Aquel día, lejos de vivirlo como un triunfo, lo recuerda con pánico: “Tenía miedo a que me hicieran desaparecer, las mismas personas que han tenido bloqueada la ley y encarnan los planteamientos más extremos de la derecha en mi país”. Con ellas se ha cruzado en otras ocasiones de su vida. Y todavía hoy quedan secuelas de esos encuentros.

Los menores trans fuera de la ley

El 28 de noviembre de 2018 se aprobó por fin la ley con 96 votos a favor y 45 en contra. Para Ancapán su principal aportación va a ser dar respaldo legal a las “personas históricamente discriminadas”. A ella, ese respaldo le costó un proceso judicial contra el Estado tras someterse a una operación de reasignación de sexo. “Hasta ese momento no podía ni moverme de mi país, como le sucede a la gran mayoría”, recuerda.

Hoy ya cuenta con un DNI y pasaporte con su verdadero sexo y nombre. Con ellos viajó hasta Bilbao para participar en el Festival Internacional de Cine Invisible ‘Film Sozialak’ y presentar ‘Claudia tocada por la luna’, del director Francisco Aguilar. La película documenta su historia como “mujer trans, mapuche y matrona” y rinde homenaje a la lucha de los movimientos por la diversidad sexual y de género de su país.

“He vivido atrapada. Sin pasaporte en regla, no me permitían volar”, apunta. Por eso, aprovecha ahora la oportunidad de la película para contar por el mundo su historia y “conocer otras vidas en lucha”. Al igual que le ha pasado con la Ley, ha dejado de sentir Chile como propio: necesita conocer la situación de otras comunidades LGTBI y ofrecer sus conocimientos como matrona a personas necesitadas de otros lugares.

De cada viaje para presentar su documental en 22 festivales internacionales, regresa a Chile con pena. “Vivo de la esperanza de todas las cosas que me quedan por hacer”, asegura con la cabeza apoyada sobre sus manos. El documental ha despertado tanto interés en el público que lo compara con todo el rechazo acumulado en su país y duda a veces de los motivos por los que debe volver: “Por mi pareja y por mi trabajo”.

Claudia Ancapán, tras la entrevista. / Foto: Iñaki Makazaga

Claudia Ancapán, tras la entrevista. / Foto: Iñaki Makazaga

En Chile vive marcada. En 2014, un año después de presentar ante el Congreso la situación de las personas trans en su país, defendió un doctorado en Salud Pública en la Universidad de Chile. Su objetivo: acceder a la docencia con un proyecto para evitar la transfobia desde las aulas. “Pasé todas las etapas y cuando me cita la comisión de expertos me hacen la pregunta del millón: ¿Quién financia este doctorado?”. Ella, sin comprender todavía hoy la pregunta, entendió que la puerta estaba cerrada.

Cerrada también está para ella la contratación en la sanidad pública chilena. Tras graduarse como matrona y obstetricia por la Universidad de Valdivia, Ancapán pasó a trabajar durante tres años en un restaurante de comida rápida a la espera de que alguno de los currículos que enviaba recibieran respuesta. “Con tan sólo ver las caras en las entrevistas, entendía que iba a seguir trabajando como camarera. Mi propio gremio me daba la espalda simplemente por ser y vivir mi identidad de género”.

Hasta que un día, una clínica privada necesitaba reforzar su plantilla ante una huelga del sector. Allí trabaja ahora “bajo el estricto control de los superiores”. Sabe que cualquier error le costará el despido: “Todo el mundo nos mira con lupa. En mi trabajo sé que no puedo fallar: estudian cómo llevo el pelo, cómo trato a los familiares de los pacientes, qué comparto en redes sociales durante mi tiempo libre… ”.

Aún así, su historia es la de una mujer trans privilegiada. “La universidad me salvó. Me refugié en los libros, en mi carrera y encontré todas las respuestas que necesitaba para mi identidad, mi cuerpo y me sexualidad”. Un 95 por ciento de las mujeres trans viven del trabajo sexual en su país, según la Red Lac Trans. De todos modos, también se encontró durante los años de universidad con los fundamentalistas de la derecha chilena. Un 5 de noviembre de 2005, de regreso a su casa, un grupo de neonazis la secuestró.

Despertó a las horas golpeada, violada y semidesnuda a las afueras de la ciudad. Todavía hoy se le humedece la mirada al recordarlo. “Las heridas del interior son las que no he conseguido curar. Nunca tuve justicia, siempre taparon a las tres personas que me agredieron. Necesitamos una ley que nos proteja desde la infancia, que normalice la diversidad, que nos saque de la marginalidad”, reclama. Y eso esperaba de la Ley que ha aprobado su país, tras estar retenida durante cinco años por los partidos más tradicionales y elevar la edad de reconocimiento legal. “Sentí el mismo pánico de aquel día cuando acudí al Congreso a explicar todo lo investigado sobre la realidad trans”, explica.

Claudia quiere evitar ese sentimiento de pánico a las personas más jóvenes. “La adolescencia trans se expone al no reconocimiento de sus padres, de la sociedad, de sus compañeros…”, afirma. A ella le salvó ser mapuche y feminista: “Como indígenas ya sufrimos un rechazo y entre nosotros nos apoyamos. Por ser mujer también comprendes tu posición contra el patriarcado”. Sin embargo, reconoce que su familia vive su realidad como un gran tabú.

Tampoco se quita de la cabeza que un 42,5 por ciento de la población trans tenga conciencia de serlo entre los 12 y los 18 años. Y que más de la mitad del total haya intentado suicidarse una vez en su vida, un 86 por ciento entre los 11 y 18 años, según la Encuesta T de la organización OTD de 2017.

Tal vez, Claudia haya encontrado ahora una nueva razón para regresar de sus viajes ilusionada a Chile: elaborar una nueva ley que reconozca la realidad de la infancia trans aunque tarde otros cinco años en verla aprobada y en el camino tenga que revivir heridas del pasado. “Vivo de la esperanza de todas las cosas que me quedan por hacer, también en mi país. Llegará un día en el que vivamos sin miedo nuestras identidades de género”, finaliza.

 

#Defensoras
Este texto forma parte del #PikaraLab de Defensoras,

realizado con el apoyo de Calala Fondo de Mujeres  y financiado por el Ayuntamiento de Barcelona.  

 

 

 


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