Beirut, un refugio para la comunidad LGBT en el mundo árabe

Beirut, un refugio para la comunidad LGBT en el mundo árabe

Líbano, uno de los países más liberales del mundo árabe, ha vivido importantes avances para el colectivo LGBT en la última década y la capital, Beirut, se ha convertido -con matices- en su pequeño refugio. Pero la lucha está lejos de acabar: activistas y comunidad queer siguen trabajando para lograr una mayor visibilización y reconocimiento de sus derechos.

Texto: Andrea Olea
27/03/2019
Sarah A. muestra su alianza tapándose la cara

Sarah A. muestra su alianza. / Foto: Teresa Suárez

“Vengo de una familia muy religiosa, así que lo hice porque les quiero y no quería defraudarlos. Sobre todo, porque no quería provocarle un ataque al corazón a mi padre”, se ríe Sarah A., libanesa de 28 años. Tras un intento fallido de salir del armario cuando era adolescente, Sarah, lesbiana, renunció a hacer comprender su identidad sexual a sus seres queridos y hace un año se casó con el mejor amigo gay de su hermano. Se sirvió de este “apaño” (con el que a ratos se resigna, a ratos se desespera) para resolver de la manera “lo más políticamente correcta” que supo su dilema existencial: cómo vivir de forma libre e independiente sin decepcionar a los suyos.

En su día a día, conjuga con asombrosa naturalidad su doble vida: ingeniera de formación y dueña de su propio negocio, vive aún en casa de su padre y de su madre, supuestamente a la espera de mudarse con su esposo cuando reúnan el dinero para comprarse una casa en algún lugar por determinar. “A mi marido, que ahora reside en Nueva York, no lo conozco demasiado… es un chico majo, pero no somos amigos ni nada”, explica. Cuando le toca visitar a su suegra, “él y yo nos hacemos un resumen rápido por WhatsApp para ponernos al corriente de nuestras vidas, y cada vez que nos vemos, nos hacemos algunos selfies para enviar a la familia”. Mientras en casa mantiene el secreto, fuera vive su identidad de forma relativamente abierta, compartiendo su vida amorosa y afectiva con amistades y gente de confianza, asistiendo a los cada vez más numerosos bares de ambiente y locales seguros para la comunidad LGBT o acudiendo a los eventos relacionados con el colectivo queer que se celebran con regularidad en la capital.

La historia de Sarah es paradigmática: aunque Líbano presume de ser el país más abierto y tolerante del mundo árabe, las personas LGBT deben aprender a hacer malabarismos para encontrar un equilibrio entre vida personal y familiar, entre sus decisiones privadas y una sociedad en muchas ocasiones contradictoria que se debate entre deseos, apariencias y realidad.

Imad, joven veinteañero que se define como queer, también vive esa dicotomía. Cuando su padre descubrió que se había acostado con un hombre, montó en cólera. “Me hizo jurar sobre el Corán que no ocurriría nunca más y como resultado de la pelea, tuve que volver al armario”, lamenta. Fuera de casa, sin embargo, “tengo unas amigas que me apoyan muchísimo. En la época de la universidad, íbamos en grupo a Bardo (bar gay en el barrio beirutí de Hamra) después de las clases. Eso me permitió conocer a gente como yo”. Mientras en el espacio público habla y vive sin tapujos su identidad no heteronormativa, en casa debe seguir ocultándola: cada vez que su padre pregunta, le promete que se ha mantenido en “el buen camino”, dice con un guiño. Y da gracias por vivir en Beirut, ciudad con una actividad vibrante donde “todos los días pasan cosas interesantes para nuestra comunidad”.

Desde que en 2008 ondeara la bandera arcoíris en la primera manifestación LGBT de su historia, el pequeño país medio-oriental ha vivido un progreso notable en la aceptación y visibilidad de esta comunidad. Si hace una década su presencia estaba proscrita del espacio público, actualmente en la capital libanesa abundan las tiendas, librerías, cafés, bares que apoyan la causa; las asociaciones que luchan por los derechos LGBT ganan presencia, los medios de comunicación y la academia debaten de forma periódica la situación de este colectivo y las nuevas generaciones cada vez más tolerantes e más inclusivas.

Imad posa en un conocido bar gay-friendly del centro de Beirut.

Imad posa en un conocido bar gay-friendly del centro de Beirut. / Foto: Teresa Suárez

“Hasta hace cinco años había una gran demanda por parte de la comunidad de lugares donde reunirse”, recuerda Sandra Melhem. Activista queer y propietaria de la macrodiscoteca Projekt, Melhem lanzó en 2013 junto a cuatro amigas -Sarah entre ellas-, una fiesta semanal dirigida a este colectivo, Ego, que fue rotando por distintos locales hasta asentarse en el establecimiento actual, un edificio de dos plantas junto a la carretera costera en el norte de Beirut. Convertido en punto de encuentro indiscutible de la fiesta arcoíris en la capital libanesa, unas 2.000 personas llenan cada fin de semana su pista de baile. Allí también se celebran con frecuencia shows de drag queens, una cultura en expansión en Líbano (de la que Melhem una de sus principales promotoras). Fuertemente involucrada en asociaciones que defienden los derechos LGBT, Melhem considera que, más allá de la fiesta, Projekt y los eventos que alberga sirven para visibilizar al colectivo, ofrecerle un espacio seguro y avanzar hacia la normalización. “Estamos en Oriente Medio, así tenemos que ir pasito a pasito”, advierte. “Aún nos queda un largo camino que recorrer, pero en los últimos años nuestro colectivo se ha hecho mucho más visible y aceptado en Líbano”.

A esta mayor visibilización contribuyen figuras públicas como el líder del famoso grupo de rock alternativo Masrouh Leyla, Hamed Sino, artista gay oficialmente salido del armario. Sus canciones, en particular “Shim el Jasmin” (Huele el jazmín), se han convertido en himno para todo una generación de jóvenes LGBT en Líbano y el resto del mundo árabe. Durante una actuación del grupo en Egipto en 2017, una bandera multicolor ondeada por un grupo de asistentes condujo a la detención y encarcelación de decenas de personas. La represión sufrida por el colectivo es similar en buena parte de la zona MENA (siglas en inglés de Oriente Medio y Norte de África, es decir el Magreb), donde muchos países penan la homosexualidad con la cárcel e incluso la muerte, y el activismo sobrevive de forma totalmente clandestina.

“En Líbano la situación no es ideal ni mucho menos, pero al menos aquí tenemos el espacio para gritar”, considera Charbel Maydaa, director de la asociación Mosaïc. Para este activista, cuya organización ofrece apoyo y formaciones también en otros países de la zona, Líbano se ha convertido en “un referente” en la batalla por los derechos LGBT dentro del hostil contexto regional.

“En los últimos diez años nos hemos organizado, tenemos mejores abogados, estamos más unidos y somos más fuertes”, asegura el activista. La sociedad civil y las asociaciones de derechos humanos libanesas han logrado hitos como que en las elecciones de la pasada primavera un centenar de candidatos se posicionaron a favor de eliminar el artículo 534 del Código Penal (que condena con hasta un año de prisión las relaciones sexuales “contra-natura” y en la práctica se aplica para criminalizar al colectivo queer). Asimismo, resoluciones judiciales recientes apuntan hacia la despenalización de las relaciones entre personas del mismo sexo. “Cada vez tenemos más aliados en la clase política, la justicia y la sociedad”, alega Maydaa.

La dragqueen libanesa Hanna actúa en una de las fiestas Ego de la discoteca Projekt.

La dragqueen libanesa Hanna actúa en una de las fiestas Ego de la discoteca Projekt. / Foto: Teresa Suárez

‘Burbuja Beirut’

Acodado en la barra de Moon Republic, un afterhours en la zona industrial de Karantina, al oeste de Beirut, Ahmad parece inusualmente fresco para ser un sábado a las seis de la mañana. Mientras apura su cerveza, este joven explica que viene de Trípoli, conservadora ciudad de mayoría suní en el norte del país.

“Tengo que bajar a la capital para encontrar a gente como yo. Beirut es otro planeta comparado con Trípoli”, asegura. Cada fin de semana conduce hasta la capital, generalmente solo (“porque no tengo a nadie que quiera acompañarme”) a disfrutar del ambiente y sentirse libre por unas horas. Ahmad pasa de viernes a domingo de fiesta en fiesta: la noche beirutí representa para muchas personas no heteronormativas una suerte de refugio, especialmente quienes no tienen otras oportunidades de ver a personas iguales en su vida diaria.

“Beirut es una burbuja. Fuera la sociedad sigue siendo muy intolerante, por eso ahora nuestro reto es salir a hacer pedagogía en otras ciudades”, admite Charbel Maydaa de Mosaïc. Es la percepción de todas las personas entrevistadas: la capital es un microcosmos que no refleja la realidad del país y muchas personas LGBT como Ahmad, provenientes de zonas más humildes y conservadoras que la cosmopolita Beirut, se ven aisladas de esos avances. “Lo que muchas veces cuenta es la clase socioeconómica. Si tienes una situación holgada, has cursado estudios superiores, hablas inglés y tienes acceso a sitios gay-friendly todo es muchísimo más fácil. Si eres pobre o no vives en Beirut… lo tienes complicado”, valora Maydaa.

Un público mayoritariamente masculino baila al ritmo de electrónica en el after Moon Republic.

Un público mayoritariamente masculino baila al ritmo de electrónica en el after Moon Republic. / Foto: Teresa Suárez

Tarek Zeydan, director de la veterana ONG Helem, comparte esa visión, incluyendo en esa última categoría a la población refugiad LGBT. Cada año, decenas de personas llegan a Líbano huyendo de la persecución en sus países y en busca de una realidad más amable, pero las autoridades y la sociedad no se lo ponen fácil, recuerda. Asociaciones como Mosaïc y Helem tratan de ayudarlas en su tránsito hacia terceros países y durante su estancia en el país. Esta última tiene desde 2016 un centro comunitario donde se celebran proyecciones, debates, talleres y otras actividades, y este año abrirá un albergue para quienes son más vulnerables dentro del colectivo: “principalmente, personas refugiadas y transexuales” apunta Zeydan.

“Esto no es La La Land”

Youmna Makhlouf, profesora de Derecho en la Universidad Saint Joseph de Beirut y abogada de la asociación Legal Agenda, que defiende casos de personas LGBT desde hace más de una década, destaca la difícil situación a la que se enfrentan las personas transexuales en Líbano. En este país, el proceso de reafirmación de género es legal, pero terriblemente caro: alrededor de 20.000 dólares, un precio que la mayoría no puede asumir. La necesidad de reunir el dinero para la transición y la falta de oportunidades laborales debido a la discriminación que sufren abocan a muchas mujeres trans al trabajo sexual, lo que a su vez lleva aparejado un nuevo estigma ligado a la prostitución, incluso dentro de la propia comunidad queer. En ese prejuicio se basa la policía para detener a las personas trans: una simple foto íntima en el móvil o la presencia de aplicaciones como Grindr sirven de ‘prueba de cargo’. Según denuncia el colectivo, los casos de maltrato y humillaciones en las comisarías, especialmente a estas personas y en general a la comunidad LGBT, son habituales.

“Seamos claras: esto no es La La Land”, ironiza Sasha Elijah. Esta joven de 22 años de presencia arrolladora se ha convertido en una de las primeras modelos transexuales de Oriente Medio, pero su historia de éxito esconde sudor y lágrimas. “Al principio intenté hacer trabajos normales, como cajera o dependienta, pero cuando los empleadores veían que era trans no me querían contratar por el qué dirán”, recuerda. Así que decidió que “si no podía ser normal, sería especial”. Tras innumerables sesiones y trabajos como modelo sin ver ni un céntimo, empezó a hacerse un nombre en el mundillo, y hace pocos meses firmó su primer contrato con una agencia.

Atrás quedan los años de peleas con su familia para que la aceptara, las humillaciones en la calle (“me han tirado huevos, insultado, maldecido”) o sus dos estancias en prisión acusada de prostitución. “Cuando vas a mis redes sociales te dices, ‘oh, qué fácil es ser Sasha’ y no ves que tuve que ir al infierno y volver para ser lo que soy ahora”, destaca. Hoy la etiqueta ‘trans’ aparece bien visible en su cuenta de Instagram: porque no quiere olvidar todo lo que ha pasado para llegar donde está, pero también para lanzar un mensaje positivo: “Quiero que otra gente, jóvenes LGBT, mujeres… se digan: si ella puede, yo también”.

Sasha Elijah, militante y una de las primeras modelos transexuales de Oriente Medio.

Sasha Elijah, militante y una de las primeras modelos transexuales de Oriente Medio. / Foto: Teresa Suárez

Las batallas del colectivo se libran en varios frentes, pero en el judicial se empieza a ver luz al final del túnel. Diversos tribunales han dictaminado en los últimos años que el artículo 534, en su concepción del sexo “contra-natura”, no es aplicable a las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo biológico, mientras se produzcan entre adultos y de mutuo acuerdo, explica Mahlouf de Legal Agenda. Desde 2015, varias sentencias han apuntado asimismo que la identidad sexual y de género pertenecen a la esfera privada de la vida de las personas y forman parte de las libertades individuales garantizadas por la Constitución libanesa, lo que va en beneficio de todo el colectivo, ya sean personas gays, lesbianas, bisexuales o transexuales. “En general se está dando un avance positivo, una evolución hacia la despenalización de las relaciones homosexuales”, considera la experta.

No obstante, para quienes luchan activamente por el avance de los derechos LGBT, la religión sigue siendo el principal obstáculo. En Líbano rige un sistema confesional en el que 18 sectas se reparten el poder político, al tiempo que ejercen una enorme influencia en sus respectivas comunidades. La contra-reacción por parte de grupos religiosos, “tanto cristianos como musulmanes”, recuerda Tarek Zeidan de la asociación Helem, se ha manifestado en recientes episodios como la cancelación de una conferencia regional sobre los derechos LGBT que debía celebrarse en Beirut o la detención temporal del organizador de la Gay Pride el año pasado por la presión de lobbies religiosos. En mayor medida, son estos grupos los que impiden un debate político serio sobre la derogación del artículo 534 y también se cuelan en el debate doméstico. “La homofobia y la transfobia existen en todas partes, da igual que seas suní, druso, o chií. Al final, lo que cuenta es cómo de tolerante sea tu familia y quienes te rodean”, recuerda Imad.

Líbano es un país complejo con una realidad de múltiples aristas, creencias y valores, en el que conviven tradiciones y modernidad, leyes retrógradas y espacios de libertad. Aunque el camino por recorrer aún es largo, la comunidad LGBT tiene como aliados a una generación joven cada vez más abierta a la diversidad y un activismo en plena forma que no se conforma con los avances logrados y aspira a conseguir la plena igualdad.

 


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