Mujeres con voz: nuestro feminismo en el centro

Mujeres con voz: nuestro feminismo en el centro

El colectivo Mujeres con Voz, parte del proyecto de feminismos contrahegemónicos, explica cómo es su feminismo y cómo se sienten en los espacios feministas blancos.

Imagen: Emma Gascó
16/10/2019

Ilustración para la portadilla de la sección Planeta del número 6 de #PikaraEnPapel.

 

Cuando nos pidieron hacer este artículo, sabíamos que no iba a ser fácil.

Si bien las preguntas que teníamos que hacernos no parecían “complicadas”, el trabajo de reflejar nuestra subjetividad e intentar hacer entender cómo nos sentíamos sin que nadie se ofendiese es difícil. Y esto es en parte por nuestro condicionamiento como mujeres, porque no queremos “dañar” a nadie, porque hay gente que tiene la piel muy fina y en parte porque sabemos que muchas personas que están con nosotras pueden sentirse directamente interpeladas con las cuestiones que pasaremos a comentar —la llamada “fragilidad blanca” que se dispara cuando se señalan actitudes y comportamientos racistas—.

Tal como solemos hacer muchas veces, decidimos alejarnos de una aproximación muy académica para hablar de estos temas y lo hacemos desde lo personal, sí, porque también para nosotras “lo personal es político”.

Para poder dar respuesta a preguntas relacionadas con el feminismo y el racismo empezamos, como siempre, con un ejercicio que nos gusta mucho en nuestra colectiva: cuestionar y cuestionarnos.

¿Qué representa para nosotras poder estar organizadas en un lugar que no es nuestra tierra de origen? La respuesta es “depende”. Depende porque muchas ya habíamos vivido experiencias en organizaciones, estábamos acostumbradas a espacios de consulta populares, participábamos en experiencias colectivas, etc. Muchas ya éramos vistas como las rebeldes, las que no querían seguir las reglas, las ovejas descarriadas (y si no estábamos organizadas, siempre contábamos con otras cómplices dispuestas a embarcarse en algunas “locuras” con nosotras).

Para otras, la necesidad de organizarse, sentir que formaban parte de algo y que no estaban solas, llegó estando ya acá.

A veces motivada por la soledad, por las ganas de sentirse en un entorno acogedor cuando todo lo que nos rodea se siente hostil, ganas de entender cosas que antes no podíamos detenernos a analizar porque estábamos sobrepasadas con miles de obligaciones (y al migrar resulta ser que hay tiempo para estar solas y pensar), porque simplemente un día nos levantamos y decimos “Hasta acá llegó el soportar. Hoy empiezo a cambiar las cosas”, etc.

Y una vez que estamos organizadas, algunas (las que no lo traíamos claro) nos preguntamos “entonces, ¿somos feministas?”. En nuestro caso la respuesta es un rotundo sí. ¿Y por qué? Porque queremos, porque nos empezamos a poner en el centro, porque no podríamos NO serlo. Y hasta aquí, a pesar del camino interno, todo va relativamente bien. Pero el problema viene cuando la definición que hacen otras feministas sobre nosotras dice que no lo somos.

Inicialmente, sabemos, porque así nos lo hacen sentir en diversos espacios, que aparentemente nosotras siempre estamos en un estadio “sin terminar” o en una “versión de prueba”. Parece que somos mujeres oprimidas, que debemos ser rescatadas por otras que saben MEJOR que nosotras lo que necesitamos, somos las pobres, las tontas, las incultas, las que sufren violencia de género, las que nos dejamos hacer un montón de hijos/as, etc…

Rara vez se nos pregunta cuáles son nuestras luchas y aspiraciones, se nos incluye en una enorme bolsa homogénea (donde las mujeres migradas somos todas iguales) y se nos hace llegar un mensaje que dice “Vamos a luchar por vosotras” y si nos atrevemos a disentir en algo se nos llama “desagradecidas”. La verdad es que nos gustaría que nos crean cuando decimos que sabemos de lo que hablamos.

Cuando comentamos que hay otras cuestiones que DEBEN estar sobre la mesa (tal como el racismo o las condiciones del trabajo del hogar y el porqué “casualmente” somos las que lo realizan en su mayoría) se nos dice que esas cuestiones no son prioritarias o que no corresponde al feminismo ocuparse de las mismas.

Cuando se nos invita a participar en los espacios, sentimos que estamos llenando una cuota o dando “color” al mismo. Solemos escuchar la frase que dice que se nos está “dando la voz”, cuando en realidad voz siempre hemos tenido. Así, aun participando en espacios feministas sentimos una barrera, nos sentimos invisibles.

Muchas dirán “el espacio está ahí ¡hablad!”, pero la verdad es que muchas NO estamos ni nos sentimos en un plano de igualdad en relación con esto.

Algunas dirán que es a causa de nuestra timidez, pero nosotras no somos esencialistas ni simplificaremos con la situación de esta manera.

Para empezar, es verdad que tenemos cierto temor a generar conflicto y no queremos confrontar. Muchas veces no hablamos porque no queremos pasar un mal rato o que se nos conteste mal. Es una estrategia de autoprotección, lo que hacemos es CUIDARNOS.

“Hablar de racismo levanta ampollas. Nadie quiere verse catalogada como racista”

No queremos gastar energías en confrontaciones o en que cuando aportemos nuestra perspectiva se nos intente “ayudar” queriendo que veamos lo equivocadas que estamos al tener nuestra propia vivencia, opinión o visión de las cosas. Hablar de racismo levanta ampollas. Nadie quiere verse catalogada como racista y a quien se le señale una actitud racista hará todo lo posible para hacernos ver qué no es así…

Otras veces no hablamos porque previamente no hemos tenido la oportunidad de ejercitar esa prerrogativa ¿cómo vamos a poder comparar el desarrollo de esta habilidad con mujeres que han tenido la posibilidad de ejercitarla desde pequeñas? Esto no es algo que llegue espontáneamente.

Muchas veces se nos pide que hablemos de un modo determinado, que nos “integremos”, que sigamos sus reglas. Nos cansa tener que cambiar nuestra manera de hablar cuando nadie más lo hace. Curiosamente parece que solo nosotras contamos con la apertura y los códigos que nos permiten entender a mujeres que hablan español vengan de donde vengan (y acá incluimos también a mujeres de África y Asia, por ejemplo). Adicionalmente, también entendemos sin problemas a las mujeres autóctonas. ¿Será que tenemos mayores habilidades o que entendemos porque QUEREMOS ENTENDER? ¿Será qué la empatía es unidireccional? ¿Será posible que algún día se devuelva esta consideración?

Es difícil hablar cuando, desde el maternalismo y las “buenas intenciones”, no te dejan utilizar tus propias palabas para expresarte.

Invitamos a alguna persona a que haga el ejercicio de posicionarse delante de un montón de personas que provienen de un entorno que le sea hostil, que representan a un grupo que históricamente la hayan oprimido, que en su imaginario sean quienes siempre tienen la razón porque están por encima de ella en todos los ámbitos (porque tenemos siglos de adoctrinamiento a nuestras espaldas diciéndonos que lo correcto, lo adecuado, lo bueno es lo blanco), que NO reconocen sus actitudes racistas ni sus privilegios y que con toda esta carga y ante ese grupo se atreva a tomar la palabra y disentir. No estamos diciendo que nunca nos animemos, decimos que es muy difícil.

Y cuando sí nos atrevemos a hablar viene el siguiente problema, descubrimos que nuestros discursos son vaciados de contenido o, en ejercicio de una práctica colonial, sufren apropiación. Este extractivismo intelectual nos agota e inflama.

Ha tomado mucho tiempo, energía y pensadoras/es para desarrollar toda una teoría, un movimiento, una filosofía con su propia producción intelectual intentando explicar qué ha ocurrido en Abya Yala y en otras tierras que no son Europa (pero que han sufrido y sufren su colonización, expoliación y abusos y el impacto que ha causado y que repercute en la actualidad en las personas que allí habitan o que allí se han criado), para que ahora sean las personas europeas las que utilicen dicho material en SUS discursos y lo tergiversen para poder adaptarlo a su propia conveniencia.
Eso sí, aun apropiándose del discurso, el género seguirá siendo la base de la opresión y las demás categorías que pedimos incorporar al análisis se irán sumando al mismo (ya se sabe, lo nuestro es “accesorio”).

Al parecer en este momento está de moda hablar de “interseccionalidad”, “decolonialidad”, etc. y asistimos a diario a ver como TODOS los feminismos pueden anteponerse a un feminismo “opresor-malo” que ha hecho que TAMBIÉN las feministas blancas no puedan expresarse…

Esto no es una carrera ni una competencia de opresiones, pero si TODO es decolonial finalmente NADA es decolonial. Si seguimos negando los puntos de partida distintos, caeremos en el error homogeneizar las experiencias y volver a invisibilizar a las mismas de siempre.

En tercer lugar, dentro de este ejercicio de no vernos con autodeterminación y elegir por nosotras, se nos llama para hablar de aquellos temas que las demás consideran que será lo ÚNICO de lo que nos interesa hablar. No se nos deja entrar en las cuestiones de la agenda “dura” feminista.

Para las migradas y racializadas queda reservado el hablar de migración y trabajo de hogar, faltaría más, pero seamos realistas: se nos deja hablar de estos temas porque no se consideran importantes. Además, el ámbito en los que se nos “permite” hablar de estos tópicos también es relevante y muy diciente. Somos más que bienvenidas en “mesas de experiencias” y espacios gratuitos. Se nos recibe cuando NO hay que pagar por hacerlo, cuando no hay contraprestación, en lugares donde haya que llenar la cuota de la “diversidad” y en donde lo importante es la fotografía final (lo más “colorida” posible). Para lo nuestro no hay valoración monetaria ni política.

No entraremos a discutir diciendo que el resto de cuestiones feministas, o que impliquen una militancia, son altamente valoradas, sería una necedad, pero en nuestro caso la ausencia de retribución es la norma y no la excepción.

Dicho esto, muy difícilmente se nos abrirá un espacio académico, bien retribuido o donde realmente existan posibilidades de cambio o de ejercicio de poder político. En esos ámbitos las personas expertas, quienes serán finalmente convocadas, serán todas blancas.

Allí sí, ellas serán las que más conocen acerca de migración o de trabajo de hogar, aunque “sorprendentemente” su relación más cercana con las personas migradas o trabajadoras sea algo de material leído o la relación que tienen con la persona a la que probablemente estén mal pagando en casa para que se ocupe de lo doméstico.

A nosotras NO se nos invita a hablar de políticas de igualdad, de la brecha salarial, de maternidad, de violencia (excepto para reforzar el estereotipo de que somos víctimas de la misma y para que sigamos reproduciendo el estereotipo de las migradas pobrecitas que se juntan con migrantes violentos), de políticas laborales, de incidencia política, de sexualidad y DSDR, de coeducación, de nuestra experiencia como parte del colectivo LGTBI, etc.

Esos temas de “real interés” se reservan para las feministas “de verdad” que son las que cuentan.

En espacios feministas se nos deja tener un “eje/temática de cuidados” para tenernos “tranquilas”.

Se nos cede algo que las demás no quieren, no es prioritario, porque no les afecta ni impacta en sus vidas. Saben que mientras estemos “entretenidas” con ese tema seremos menos molestas, menos “ardidas”, tendremos menos tiempo y energía para participar en los espacios que consideran realmente transcendentales (además de que no tenemos el don de la ubicuidad para poder estar presentes en todos los espacios al mismo tiempo) y no seremos tan insistentes en decir que el racismo es algo que debe ser transversal en todos los temas que analiza el feminismo.
A todo esto, debemos sumar el tema de la falta de reconocimiento de los privilegios.

Más de una vez se nos ha comentado que los privilegios son algo que “no existe entre mujeres”. Las excusas son de lo más diversas, que el problema real es el capitalismo, que en nuestro pueblo “no existe el racismo ya que, si fuera así no las contrataríamos para trabajar en nuestras casas”, que “todas somos iguales” y otras lindezas similares.

Cuando queremos hablar de nuestra precariedad y NO para dar pena sino porque es nuestra realidad, se nos dice que TODAS estamos iguales, que todas sufrimos lo mismo. A las feministas también se les olvida muchas veces que para nosotras no tener trabajo puede equivaler a NO comer, dormir en un soportal o no tener medicación al estar enfermas, etc. porque NO tenemos una red de contención natural, no hemos nacido acá, no hay familia cercana o extensa, amigas o conocidas del colegio, etc. que nos puedan socorrer.

Vivir nuestra experiencia como feministas es dura porque además de tener el reconocido “estigma” de ser feministas se suma el lidiar con la negación de nuestras circunstancias y de nuestras necesidades y prioridades. Es sentir que se niegan y minimizan violencias que se nos infligen a diario y que no queremos soportar más.
En este contexto, para nosotras se hace más que patente que el feminismo, tal como se lo entiende en la mayor parte del mundo, es un movimiento político blanco-europeo. Nosotras somos “las otras”.

Incluso cuando nos llamamos feministas tenemos que hacerlo con etiquetas porque el feminismo que nos viene a la mente cuando lo mencionamos (tal como al mencionar a la figura de “el hombre”) es el blanco. Nosotras somos las “decoloniales”, “periféricas”, (y otra vez ponemos el centro en otra parte en lugar de en nosotras), las marginales, etc.

Al estar reflexionando sobre estos temas, una de nuestras compañeras expresó esto con una frase muy corta “Pero el feminismo blanco ¿qué busca? El bien de las mujeres blancas”. Entonces ¿de qué problemas hablamos cuando hablamos de los “problemas de las mujeres”? ¿quiénes son esas mujeres que los sufren?

Y así, nos surgen un montón de dudas. ¿Cómo podríamos sentirnos interpeladas por un movimiento que no busca que seamos sujetas-parte del mismo si no rebajamos nuestras demandas hasta adecuarlas solo a lo que conviene a un grupo puntual del mismo? Si somos mujeres feministas, ¿por qué no podemos tener injerencia en los temas feministas? ¿Por qué no podemos aspirar a que lo nuestro también importe? ¿Por qué se siguen reproduciendo dinámicas que siguen perpetuando nuestra sumisión en espacios que, en teoría, son seguros y libres de opresión?

¿De qué nos sirve enarbolar la bandera de un feminismo que habla de que las mujeres “sí, podemos” cuando las que se tienen que quedar cuidando y haciéndose cargo de “lo doméstico” —con salarios miserables o con condiciones espantosas de cuasi esclavitud— para que esas mujeres feministas blancas salgan a “comerse el mundo”, somos nosotras? ¿De que sirve un 8M donde al espacio público puedan permitirse salir las de siempre y nosotras nos quedemos en la casa limpiando (porque si nos echan no tendremos dónde ir y necesitamos el trabajo para sostenernos) y en compensación se nos diga “participa poniendo tu delantal en la ventana”?

Si bien a título personal hay muchas excepciones porque si no sería imposible trabajar de manera conjunta en ninguna causa, el feminismo en general es excluyente.

Nosotras, como conclusión, hacemos un llamado a ser capaces de ser disidentes sin ver ello como un fallo, a entender que en el feminismo hay muchas más diferencias que igualdades y que no hay nada malo en ello ya que de otro modo solo estamos haciendo invisible la gran cantidad de experiencias y realidades que tenemos las diversas mujeres que formamos parte del mismo.

Lo importante para nosotras es que se nos deje hablar, que si se nos invita no sea para que siempre seamos las oyentes o para que asintamos sin cuestionar. No pedimos más que lo que tiene todo el resto, el derecho a expresarnos y a disentir cuando algo no es adecuado, apto o correcto para nosotras sin que se nos castigue por ello. Queremos ser protagonistas y escuchadas tal como lo son las demás.

Nos gustaría capacidad y voluntad de cuestionamiento, apertura. Que se nos deje ser, que se nos deje llevar nuestro feminismo como queramos, como podamos y como estemos cómodas, con nuestros tiempos y a nuestro ritmo.

Necesitamos nuestros espacios NO mixtos (nosotras también nos merecemos y necesitamos espacios de cuidado mutuo, ventilación emocional y autocuidado) y que nuestras reivindicaciones VALGAN. Que no se nos excluya de espacios asumiendo que no tendrán interés para nosotras solo porque somos racializadas o migradas (asumiéndonos como seres con dimensiones planas y casi sin contenido). El racismo dentro del feminismo no puede tener cabida. Donde hay racismo no hay lugar para nosotras.

Aquí lo importante no es dividir sino sumar. Sumar nuestras necesidades, nuestras reivindicaciones y reconocernos parte del movimiento. Recordad: no somos enemigas, somos feministas.

Especial #PikaraLab
Este contenido se enmarca en ‘Feminismo desde mi piel’, una colaboración con Mujeres con Voz y Calala Fondo de Mujeres. Financiado por el Gobierno Vasco
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