Cuando se pican es porque duele
El discurso sobre decolonialidad, en las V Jornadas Feministas de Euskal Herria, fue un baño de realidad para algunas feministas blancas que reaccionaron con una clara demostración de 'white tears'.
Antes de que te pongas a leer creo que debes saber quién soy porque este texto está escrito con los dedos de una mujer negra y racializada, por lo que de objetivo tiene poco. En él plasmo lo que viví, sentí y reflexioné sobre todo lo que ocurrió antes, durante y después de la mesa sobre decolonialidad en las V Jornadas Feministas de Euskal Herria, que se celebraron en Durango entre el 1 y el 3 de noviembre de 2019.
Viernes 1 de noviembre, son las 16:30 de la tarde en Durango. La sala está abarrotada. Hay muchas personas que esperan atentamente el comienzo de la mesa central. Algunas, nada más terminar su plato de dilistak (alubias) han corrido a tomar asiento. Hay ganas de escuchar. Parecía que el tema a tratar había despertado cierto interés y curiosidad, pero faltaba por ver hasta qué punto las asistentes estaban preparadas para escuchar todo lo que se les venía. Llegó el momento de hablar sobre decolonialidad. Es la primera vez que se llevaba a la mesa un tema como este a las Jornadas Feministas de Euskal Herria, que se celebraron por primera vez en 1977.
La mesa estuvo compuesta por representantes de seis colectivos diferentes: AMAR, GARAIPEN, Ahizpatasuna, Mujeres del Mundo, Red de Mujeres Racializadas y Raízes. Todas ellas, desde sus experiencias, aportaron nuevas estrategias para introducir el antirracismo y la perspectiva decolonial a la lucha feminista.
“No nos sentimos identificadas con el feminismo hegemónico que impera en nuestra sociedad”, fue una de las primeras frases del colectivo mixto AMAR (Alianza de Mujeres Atravesadas por el Racismo) que marcaría el objetivo de la mesa: la interpelación directa a las feministas blancas en contra de su discurso único. Alegó que tanto las experiencias como los cuerpos y saberes de las mujeres migradas y racializadas son silenciados dentro de la lucha feminista.
Todas las participantes recalcaron lo mismo: la estrecha relación existente entre el patriarcado, el capitalismo y el racismo afecta de forma directa a las mujeres racializadas. Desgraciadamente, muchas veces nos vemos forzadas a elegir si sumarnos a la causa antirracista o feminista. Esto se debe, y doy fe de ello, a que el movimiento feminista blanco se niega a reconocer el impacto que tiene la raza sobre los otros* cuerpos, al colocar el género y el patriarcado como los dos únicos centros de lucha. El asterisco hace alusión a aquellas corporalidades que se salen de los rasgos de la mujer blanca y europea, y que se ven desestimados dentro de las prácticas feministas hegemónicas.
Quedó claro que el feminismo debe iniciar un proceso de deconstrucción. Desde GARAIPEN se señaló la necesidad de “erigirse a partir de narrativas diferentes”, para que de este modo las realidades de las otras* se vean reflejadas en el relato feminista. Sin embargo, y según la Red de Mujeres Racializadas, este proceso va más allá de la narrativa: consiste en un cuestionamiento interno de las formas en las que nos relacionamos y trabajamos con aquellas que se salen de la llamada normatividad. Es decir, “no se trata de generar alianzas sino de construir puentes de intercambio de conocimientos sin privilegios y en igualdad, ya que cuestionando esos privilegios se construyen puentes”, subrayaron las compañeras de la Red de Mujeres Racializadas.
¿Qué es la decolonialidad?
Para que la lucha feminista sea totalmente efectiva es necesario realizar previamente “un total desmontaje, un cuestionamiento de las relaciones de poder, de concepciones de saber que fomentan la reproducción de jerarquías sexuales, raciales, geopolíticas y otros privilegios”, explicó el colectivo GARAIPEN. Es imprescindible despojarse de aquellos privilegios que pisan a otras mujeres o, como manifestó el colectivo AMAR, “poner los privilegios al servicio de la lucha antirracista de forma no existencialista”.
Una de las preguntas que se plantearon desde la mesa fue cómo construir un feminismo decolonial, cuestión que la Red de Mujeres racializadas supo resumir en dos líneas: “Cuestionando los privilegios porque sobre la base de estos se levantan las opresiones que padecemos nosotras”. Y añadieron: “Si de verdad te interesa la lucha decolonial, que no sea porque eres mi amiga sino porque utilizas tus privilegios y nos ayudas a darle la vuelta al sistema racista en el que vivimos. Hablamos de derechos que no son comunes para todas, y si no son para todas no son derechos”.
Todo estas declaraciones comenzaron a rebotar sobre las mentes de las más 3000 asistentes. Las cámaras que recogieron las jornadas lo mostraron: en la pantalla principal se podían ver muchas caras largas.
Desde la mesa insistieron en la violencia que estas ventajas, que solo están al alcance y disfrute de una parte de la sociedad, ejercen sobre otras*. Sobre nosotras. Lo cual hace que se normalice la violencia sobre los cuerpos no blancos. “En el momento que estemos en igualdad de condiciones y reconozcamos nuestros privilegios estaremos hablando de igual a igual. Pero hasta entonces yo no puedo ir contigo a hacer un taller de compresas cuando tengo unas preocupaciones mayores de un sistema todavía más mayor que el patriarcado. A mí también se me atraganta el patriarcado pero es que tengo un monstruo más grande que se llama colonialismo y tú también estás ejerciendo violencia sobre mí”, apuntó la Red de Mujeres Racializadas.
Las interrupciones que provocaban los aplausos de las presentes fueron disminuyendo. No se sabe realmente si fue porque se hizo largo el debate o porque el discurso comenzó a incomodar. Pero lo cierto es que, al menos por zona de las primeras filas donde yo estaba , el ambiente se volvía más tirante. Algo empezó a picar, algo empezó a escocer.
Nadie dijo que fuese un trabajo fácil, ya lo recalcó Raizes es su intervención: “La decolonialidad es un trabajo doloroso. La autorreflexión, el mirarse los privilegios es muy molesto e incómodo. Puede romper y hacer mucho daño pero es necesario. Requiere mucho esfuerzo darse cuenta de que podemos oprimir estando en un movimiento que se supone que nos estamos defendiendo del gran opresor, el cisheteropatriarcado”. Desde el público solo se oía el suave murmullo de las concurrentes. Y es que escuchar que el movimiento feminista hegemónico, al que muchas defienden con fervor sin revisarse, es racista no es fácil. Porque, ¿a quién le gusta que le peguen un tirón de orejas cuando vive acomodada en sus privilegios?
Necesidad de espacios no mixtos
La defensa de los espacios compuestos solo por personas atravesadas por el racismo y colonialismo se convirtió en una de las grandes reivindicaciones de la tarde por parte de todas las ponentes. Lugares libres de subyugación donde poder “hablar desde nosotras en y cuidarnos unas a otras”, como reivindicó la Red de Mujeres Racializadas.
Muchas veces, las que habitan dentro de las fronteras del feminismo blanco critican fervientemente la existencia de los espacios no mixtos argumentando que solo sirven para dividir. Afirmación errónea ya que la presencia de estos lugares no impide que se pueda batallar contra el enemigo común. Esa tarde se dijo alto y claro: “No vamos a romper relaciones con otros colectivos pero ese espacio es nuestro, y lo queremos así, no mixto. Sin tutelajes”.
Con esta idea la Red de Mujeres Racializadas comentó “la necesidad de organizarnos para ser visibles así como la urgente recuperación y validación de nuestras identidades para poner en la mesa el impostergable debate acerca de la reparación ineludible por los siglos de ignominia, avasallamiento, exacción y genocidio. Y por las prácticas coloniales que persisten en la modernidad”. Esa reparación que pueblos de Abya Yala y África, entre otros, llevan tiempo exigiendo pero se niega desde el prisma de la blanquitud.
“Entendemos la urgente necesidad de crear espacios no mixtos del mismo modo que la secretaría ejecutiva de un sindicato no puede ser al mismo tiempo la patrona, o que en el feminismo no pueden ser los hombres quienes lo lideren por muy aliados que sean. Por ello, las personas que estamos atravesadas por la interseccionalidad de las opresiones coloniales somos quienes debemos ocupar estos espacios. Como dijo Malcom X: ‘sospecho de los blancos que se unen a los negros. Siempre quieren liderar, siempre quieren estar a la cabeza de las organizaciones de los negros. Los blancos a los que realmente les importen los negros deben aconsejar y mantenerse al margen. No unirse a una organización y liderarla ni hacerse pasar por amigos de los negros’”. Esta afirmación de Red de Mujeres Racializadas evidencia por qué las feministas blancas deben adoptar un segundo plano dentro de los colectivos racializados. Repito, vuestro lugar está detrás, apoyando y no dirigiendo.
Dentro de los espacios mixtos, en muchas ocasiones las blancas adoptan el papel de tutoras e incluso se vuelven portavoces de un discurso que no les corresponden. Por ello GARAIPEN denunció que “las mujeres racializadas no necesitan el aval de otras mujeres para poder construir sus caminos. Ya somos políticamente maduras”. En la misma línea desde la Red se añadió: “No queremos que nos representen quienes no son racializadas, migradas y/o refugiadas. Nos representamos nosotras mismas”.
Leyes racistas
Que los cuerpos no blancos albergan otras necesidades y opresiones debería ser fácilmente reconocible por cualquiera, pero no es así. El racismo ha logrado tal extenderse de tal manera que es una problemática con raíz estructural. “El racismo institucional es el conjunto de leyes que merman el acceso a los derechos tanto civiles como sociales de las personas por su origen, color, etnia o raza. Como por ejemplo la Ley de Extranjería, que contribuye a la vulnerabilidad de las mujeres”, tal y como explicó GARAIPEN.
Durante la ponencia, los distintos colectivos manifestaron su indignación al considerar que el feminismo no ha llevado a cabo los esfuerzos necesarios para luchar contra la abolición de dicha ley. “No es una excusa válida que la modificación de la Ley de Extranjería sea competencia del Gobierno central, porque al mismo tiempo que existe esta ley hay otras en la Comunidad Autónoma Vasca que también fomentan la exclusión de las mujeres migrantes”, puntualizó GARAIPEN.
La mesa dio para mucho, inspiró e invitó a reflexionar. Exigió revisarse y construir un discurso que no sea uniforme, ya que “universalizar y homogeneizar es colonizar”, como señaló Raízes. Muchas de las reacciones no fueron muy positivas, por describirlas de alguna manera. Pero, tristemente, las pocas migrantes y racializadas del lugar (os puedo recordar las pocas manos levantadas cuando se quiso evidenciar la escasa presencia de mujeres no blancas) ya estamos acostumbradas a que se ponga en tela de juicio nuestras experiencias y se cuestione todo lo que salga del discurso white.
Ciertas feministas blancas se picaron y no lo supieron disimular. Es más, podríamos hablar de white tears. Las intervenciones y comentarios que se vertieron tras finalizar la mesa evidenciaron las relaciones de poder que se siguen reproduciendo que dentro del movimiento feminista. Se tiende a decidir por otras, a juzgar opresiones que se desconocen porque no les atraviesan. La palabra sororidad queda muy bien en los manifiestos y en los carteles, pero de poco sirve si las feministas blancas siguen haciendo uso de su poder de clase o de raza para dominar a otras*. “No nos invadan, dennos trabajo, valoren lo político de la cotidianidad, salgan de los discursos académicos que se alejan de las realidades donde late el pulso colectivo. La decolonización se practica a través de la cuerpa y eso no se dice, se hace”, manifestó Raízes.
Aunque sé que no es fácil reconocer y cuestionarse los privilegios cuando te los señala otra mujer, no es excusa para permanecer en el hermetismo y negarse al cambio frente a cualquier señalamiento, venga de dentro o de fuera del feminismo. Hay que escuchar, oír y callar. Callar para poder reflexionar. Reflexionar para reparar. Y, finalmente, reparar para construir una lucha que incluya las diferentes realidades y opresiones que nos atraviesan.
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