El gurú descontextualizado
María Unanue fue a un seminario de meditación de seis horas, y esto es lo que pasó....
Ayer fui a un seminario de meditación de seis horas. Hoy tocaban otras cuatro, pero va a ir Rita. Mi masajista me lo recomendó porque ya estaba “preparada” para aprender las enseñanzas de su maestro sobre centrarse en vivir en el ahora y en el yo. Madre mía. ¿Por dónde empiezo?
Llegué al salón aquel totalmente a la defensiva, como voy a todos los lugares nuevos. Por lo visto, vivo con miedo permanente y un análisis desmedido de los contextos en los que me muevo que no debe ser ni medio normal. Doy fe de que esto solo me pasa de unos años a esta parte, pero puedo admitir y admito que mi cabeza no deja de crear pensamientos y fantasías, muchos de ellos fatalistas, de alarma, de defensa ante cualquier posible situación dañina (añado que esta cabeza mía debe funcionar como el culo, porque cuando en realidad me encuentro situaciones genuinamente dañinas reales, me abandona y me deja sola con mi diarrea verbal y mis torpes conductas peculiares incomprensibles hasta para mí.) Este lugar no era una excepción. Según entré por la puerta un señor que sonreía más de lo socialmente aceptado me dio dos besos. Yo le dije que no me gustaba que me dieran dos besos sin conocerme, y señalé al hombre de delante al que nadie le había dado dos besos. ¿Por qué coño tenían que dármelos a mí? Me cago en las convenciones sociales clasificadas para endiñarte contacto físico según los genitales que piensen que tienes. Me senté en la silla más lejana a la entrada (craso error) y me puse a escribir en mi cuaderno mientras miraba a mi alrededor. ¡Vaya fauna, señoras y señores! Y yo entre toda ella, of course. Sin desentonar. Una más. Allí, discretamente sentada como si nada.
Había alrededor de 25 sillas, mirando a una pared. Contra esa pared una silla mayor y más cómoda que las nuestras, con un cojín. Después de unos minutos de espera llegó un hombre de unos muy vividos 60 años que cojeaba. Se sentó en ella. Llevaba un micrófono y se le oía respirar con dificultad. Estaba resfriado. Por si esto de oír sorberse los mocos a alguien que no conoces no fuera suficientemente perturbador, su forma de comunicarse era absolutamente paternalista. El sabio gurú hablaba terriblemente despacio, no terminaba las frases, sino que esperaba en silencio a que su abnegado público las acabara por él. Por ejemplo: “Ustedes saben que hay que vivir en el aquí y en el…”. Y los asistentes entonaban un “ahoraaa” a una sola voz. Yo miraba a mi alrededor y no daba crédito.
El tema central para tratar fue la concentración. Habló de fantasía, de sueño, de reflexión, de estados de percepción y de la atención. Diferenció las habilidades y los hábitos. Se explayó sobre la grupalidad en el aquí y en el ahora, subrayando muy mucho y asegurándose a toda costa de que repitiéramos su mantra favorito: “Si se está en el aquí y en el ahora todo el grupo vive la experiencia de forma similar”. La gente asentía cual autómata a absolutamente todo lo que decía y se reía de sus previsibles bromas tipo kaka-culo-pedo-pis. Nunca he oído a nadie hablar tan despacio. Repetía lo mismo hasta la saciedad, con palabras exactamente iguales que a los diez minutos ya reconocías. La gente respondía entusiasmada, porque cada vez las respuestas eran menos difíciles: “Ahora, concentración, perceptor, el Yo, externo, interno”. Media hora. Y dale Perico al torno, y vuelta la burra al trigo. Segundo round reformulando todo exactamente igual pero en hipérbaton. Vamos, que para cuando llevaba una hora yo ya me quería arrancar la piel a tiras. Estuve de tres a nueve menos veinte (salí antes a comer patatas fritas porque aquello sin fritanga era insufrible) y a partir de la primera hora no dijo nada nuevo. Contaba historias sobre su (¿fascinante?) vida, hacía ver lo listo, único y especial que era. Se hacía propaganda positiva a sí mismo. Subrayaba sus virtudes, su curiosidad, su inteligencia. Yo miraba la cara de mis compañeros y estaban sonrientes y obnubilados mirándole. “¿Será que quieren ser como él?”, me preguntaba. ¿Desde cuándo es novedoso que un señor de 60 años se eche flores a sí mismo y te dirija sobre cómo vivir tu vida sin conocerte? ¡Si esto es más antiguo que la tos! Para más inri, cuando (supongo) al buen hombre se le secaba la boca y se quedaba sin nada que decir, apagaban las luces y dejaban tiempos “de meditación”. La primera, la de quince minutos, la hice, y fue una especie de viaje mental y corporal como si estuviera hasta el culo de mariguana viendo el Sálvame Deluxe con Rappel. Pero la segunda, la de media hora haciendo el canelo, ya me pareció excesiva. Nadie se movía. Silencio sepulcral. Sólo se le oía a él respirar por ese micrófono suyo. Dark Vader. Inspirar, expirar. Inspirar, expirar. Yo intenté mantener los ojos cerrados la primera parte, pero luego los abrí y fantaseé sobre temas que no concernían al aquí y al ahora como buena mente caótica. Que Siddharta Gautama me perdone. Mea culpa. A la hora de poner en común este encuentro en la segunda fase, todo el mundo que habló, menos un hípster con una barba gigante y tatuajes, admitió haberse pasado los 30 minutos esperando a que encendieran la luz. Quise reírme a carcajadas, pero me contuve. El gurú, al ver que éramos todos unos patanes, aplaudía al hípster llamándolo por su nombre de pila, y daba feedback bueno o malo según le salía de los cojones.
Constaté algo que igual vosotras estáis acostumbradas a ver, pero a mí, que no socializo mucho, me sigue dejando patidifusa. Comprobé, no con poca sorpresa, que cuando hablaba, a los hombres se dirigía como si fueran camaradas, compañeros de fatigas y prácticamente pares o iguales que podían aspirar a ser él (si seguían sus pasos). En cambio, a las mujeres se refería como seres fallidos y errados que no sabíamos hacer la puñetera o con un canuto. Era descarado. A los chicos bueno, a las chicas malo.
El gurú todopoderoso miraba una lista con nombres que tenía y nos iba preguntando cosas. El testimonio podía ser calcado. Idéntico. El mismísimo. Bien, pues el chico tenía mucha fuerza de voluntad y mucho autocontrol, la chica era una controladora y no podía seguir así porque se hacía daño. De pasta de boniato me quedé yo al oír esto en la vida real en el siglo XXI con todos los memes que hay sobre el temita. Miraba a ver si alguien rebatía. Nadie. Sólo su desagradable respiración. Otra intervención. Prácticamente la misma descripción de lo vivido, sentido y percibido en los treinta minutos de estar a oscuras. El chico era una mente pensante y analítica que se centraba en lo ocular, muy bien, pero tocaba seguir trabajando. La chica que dijo lo PUTOMISMO, era una persona tensa que sufría y se veía a la legua por su cuerpo y sus gafas (¡cuidado!) y tenía que hacer deporte. Escalofriante. Jódete y baila. La gente asentía, se ruborizaba o se sentía lapollaconcebolla dependiendo de lo que le dijeran. Algunas de las asistentes intentaban captar la atención del maestro y ganar su aprobación diciendo frases genéricas en las que insertaban su nombre (¡oh gran gurú!) un par de veces. “Lo que yo he visto, Iván, es que al meditar, Iván…”. Él apoyaba lo escuchado o llevaba la contraria según consideraba oportuno. Yo miraba a mi alrededor en estado de shock perpetuo. Hacía muecas, suspiros, ruidos y esperaba que alguien me devolviera una mirada de complicidad. Nada. No sabía ni cómo canalizar tanta desfachatez.
A mí, ¡cómo no! fue a la primera que le leyó la cartilla. En una dinámica con una pelota, que tiraba a dar con toda la mala fe (para ir de guay e intentar hacernos estar atentos; recordemos que es un señor de 60 años que va de experimentado pedagogo con métodos de cuando Franco era corneta), a mí se me ocurrió decir mientras se la devolvía “es que yo estoy acojonada” entre risas. Paró en seco y se puso a hacer una disertación sobre mi persona. Me había visto veinte minutos de reloj y esa era la primera frase que Yo había articulado. Hablando con una pasmosa seguridad que sólo te da el ser un inconsciente de tres pares de huevos (no era su caso) o saberte en una mayoría aplastante con un poder incalculable, me dijo que yo vivía con miedo y que era una neurótica porque no sabía concentrarme en la pelota, en el aquí y en el ahora. (Spoiler alert: obvio que soy una neurótica). Sin negar lo que él había dicho, que en parte podía ser cierto, le dije que mi aquí y mi ahora eran mis circunstancias y que yo a aquel seminario iba a aprender sobre mí, a ver cómo me sentía, y no a jugar a la pelota. Lo que me hacía estar atenta en ese juego no era el interés, o las ganas de complacerle, era el miedo a que me diera un pelotazo. El hombre que se había pasado un rato hablando sobre cómo el sistema educativo actual en Occidente es un bodrio (ahí estamos de acuerdo), debió ver su ego herido y me dijo que yo no lo estaba haciendo bien porque LO NORMAL era ir allí a aprender de un tercero (ÉL), no de una misma. Incapaz de callarme ante tal estupidez en la que reducía las motivaciones de todos los allí reunidos a una sola, (me apuesto el cuello a que la mitad de las asistentes no querían aprender, sino su atención y recibir feedback positivo de un gurú de sus características). (Y digo de paso que también me apuesto el cuello a que ha tenido contacto carnal con muchas de las allí presentes y con las que no, estarán al caer). Algo debí balbucear con un final de frase del estilo: “Esa es tu opinión y tu percepción, yo tengo otra”. Me miró fijamente y me dijo que yo era rebelde por naturaleza. Por supuesto añadí un: “Eso es lo que dices tú, yo podría decir más, pero me voy a callar que hay más gente y también querrán hablar”. No. Estaba equivocada. Nadie quería hablar. Siguió con la pelota. No hubo más contacto visual conmigo y pasé a ser invisible. ¡Gracias! Justo lo que quería. Su majestad siguió contando batallitas, haciendo preguntas antipedagógicas de una sola respuesta (la que él daba por buena) y cortando a quien hablaba más de lo que él consideraba oportuno, con el infalible método de hablar por encima con voz muy grave (llevando micro).
Rumiante y neurótica como soy, me quedé con el gusanillo de no haberle dicho que hay quien no es rebelde por naturaleza y habilidad sino por supervivencia, hábito y costumbre. Que si no fuera tan simplista de reducir todo al aquí y al ahora y pudiera contextualizar y razonar hechos y situaciones, lo entendería. También le diría que la gente no es de ninguna manera, que la gente actúa de x forma. Las relaciones de poder son las que son, las opresiones son las que son y por mucho que él pintara todo como si esto fuera un templo budista donde todos llevamos el mismo corte de pelo y vamos vestidos del mismo color, no lo es. Me hubiera gustado decirle también que no centrarte en el ego y pasarte sin pensar en ti misma años (qué digo años, ¡la vida entera!), no tiene nada de novedoso si no estás echando una mano al bien común vía justicia social, porque eso se llama estar anulada por el bien del grupo y lo lleva haciendo mi abuela desde que nació comiéndose la tostada quemada. No lo hacía en el nombre de la meditación o la falta de pensamiento protagónico, lo hacía en el nombre primero del sacrosanto género y sus roles, del amor romántico después y para terminar de la familia nuclear. Pero lo más espeluznante que me retumba en la cabeza aún fue cuando habló de la sincronía de grupo. El gurú señalaba cómo un grupo humano en el aquí y en el ahora podía dejarse llevar sin tener sentimiento yoístico y de crear un grupo en sincronía, podría incluso asimilar y fagocitar a otros grupos que no lo estaban tanto. Me imaginaba a todas esas personas en los márgenes en busca de pertenencia (yo misma), maravillada por el inicial subidón que da el sentimiento de grupo, el sentirse parte de algo, el por fin dejarte llevar sin pensar. Me pareció preocupante que subrayara taaaanto que debíamos apartar a toda costa el análisis y la reflexión, porque no llevaba a nada bueno. La clave era fluir. Al salir de allí me venían a la cabeza grupos neonazis, la película La Ola, que las seis horas el muy hipócrita se las pasó hablando de su puñetero ombligo en modo yo-mí-me-conmigo y sobre todo lo que MÁS me venía a la cabeza era mi sobre con 165 euros que dejé allí en una mesa, que espero que este señor haya usado para comprarse Frenadol y dejar de sorberse los mocos. Se me ocurren tantas utilidades mejores que podía haberle dado a una cifra que bien podía dar solución a una factura de calefacción de alguien que lo necesita aquí y ahora en plena ola de frío.
Sí, queridas amigas, creo que ayer estuve en una especie de secta legal. Me pasé las seis horas escandalizada. También aprendí muchísimo sobre concentración (las cosas como son), sobre mí, sobre el rechazo que me dan los liderazgos, sobre las reacciones de grupo y sobre cómo no tratar al alumnado cuando tienes el poder que te da tu estatus superior. Sé que la meditación está de moda. Espero que este fantoche maestro sea la excepción y no la norma, porque si no me cago por las patas.