Un hogar para las vaginas
El primer museo dedicado a la anatomía ginecológica abre en Londres con vocación de celebrar la vulva y erradicar peligrosos tabúes sobre esta parte del cuerpo esencial para la vida.
Consta de una sala, pequeña. Y desde fuera solo un discreto letrero con el mismo marco negro y fondo blanco que el resto de tiendas independientes de la calle indica la existencia de este lugar único en el mundo. Aquí, en una antigua caballeriza de ladrillo, The Stables, cuidadosamente restaurada y dividida en locales comerciales en uno de los mercados más turísticas de Londres, Camden Market, se encuentra el modesto pero ambicioso Museo de la Vagina.
Concebido por la comunicadora científica y humorista Florence Schechter tras descubrir que hay un museo del pene en Islandia -una colección de 300 órganos de mamíferos, principalmente de ballenas-, pero ninguna galería dedicada a la vagina, la directora tardó dos años en alumbrar el proyecto, que nació en noviembre de 2019. “Los pop-ups que hemos hecho en los últimos años han demostrado que la gente está deseosa de involucrarse en estos temas pero puede resultar difícil encontrar lugares seguros e inclusivos en los que tener estas conversaciones”, asegura la directora. El museo surge con la intención de educar sobre anatomía y salud ginecológica y ser un espacio de empoderamiento interseccional, inclusivo y feminista.
Aparte de los habituales trolls en redes sociales y algún vecino que vaticinó que el lugar acabaría siendo un prostíbulo, la propuesta ha tenido muy buena acogida. A las dos de la tarde de un sábado el flujo de visitantes es incesante y por momentos hay que esperar para entrar. Con 30.000 visitas en apenas dos meses el éxito de público es indudable. Cuento unas sesenta personas, suficientes para no tener que leer por encima del hombro de otros visitantes los paneles informativos. Porque se trata fundamentalmente de eso, leer estadísticas inquietantes y explicaciones didácticas carentes de prejuicios. Quienes vengan pensando en explorar la anatomía ginecológica con reproducciones en 3D y presentaciones interactivas se van a encontrar con una desagradable sorpresa.
La muestra inaugural, ‘Mitos de la vagina y cómo combatirlos’, apuesta por aclarar términos y derribar tabúes que nos han creado “expectativas imposibles”, reza la introducción, sobre la apariencia de nuestro cuerpo y nuestra relación con él. Una propuesta a primera vista muy básica pero necesaria a la luz de unas cifras alarmantes. Más de la mitad del público británico no puede describir la función o identificar la vagina (52%), los labios menores (47%) o la uretra (58%), según la encuesta de marzo de 2019 sobre este tema realizada por YouGov. La única parte identificada correctamente por la mayoría de participantes en este sondeo fue el clítoris (71% de mujeres y 69% de hombres). “Si no entendemos nuestros cuerpos y lo que es normal para nosotros como individuos, ¿cómo vamos a saber cuando algo va mal?”, apunta la comisaria de la exposición Sarah Creed. “Los mitos han perpetuado una ‘norma’ sobre la apariencia, el olor de nuestro cuerpo y de cómo deberíamos sentir y relacionarnos con nuestra anatomía que, unido a una falta de información básica, deja a las personas con vaginas y vulvas en la preocupante situación de no saber cómo actuar con sus propios cuerpos”, explica.
El recorrido empieza con las definiciones de sexo y género y el recordatorio de que no todas las mujeres tienen vagina ni todas las personas con vagina se identifican como mujeres. Pero por una vagina hemos llegado muchas personas al mundo y la lista de leyendas que han circulado durante generaciones para prevenir el embarazo es larga: evitar el orgasmo femenino durante el coito (muy usado por los médicos victorianos), tener relaciones de pie, orinar o ducharse inmediatamente después de tener sexo con penetración… Mención aparte recibe la creencia que circulaba en Estados Unidos en los años 50 y 60, cuando los anticonceptivos eran difíciles de obtener, de que la Coca-Cola era espermicida y por lo tanto lavarse la vagina con el refresco después de tener sexo prevenía embarazos no deseados. Incrédulas, dos mujeres de mediana edad y marcado acento americano coinciden en no haber escuchado jamás esta afirmación.
Unas veinteañeras conversan animadamente al otro lado de la sala. Paso delante de la escultura de un tampón gigante flanqueado por dos enormes copas menstruales y me acerco al grupo. Comentan un cuadro que muestra tres bragas oscuras de algodón cuidadosamente extendidas para que se vea la decoloración causada por la secreción vaginal, un proceso natural de auto limpieza de la vagina. Pertenecen a Schechter y Creed. Alguien admite su total sorpresa ante la mancha blanca provocada por la acidez de la secreción. Otra resume el sentir generalizado: “Cuando la gente habla de la vagina o de la regla solo mencionan la sangre pero nunca la secreción vaginal. Y al final terminas por no hablarlo ni con tus amigas porque piensas que solo te pasa a ti y van a pensar que es asqueroso, cuando es algo totalmente normal”.
Junto a ellas hay una pequeña maleta llena de productos dedicados a la higiene personal femenina, una industria multimillonaria en alza que continúa alimentando mitos a costa de la salud de las consumidoras. Geles rejuvenecedores de vagina, cremas aclaradoras, desodorantes vaginales, toallitas refrescantes para la vulva… productos innecesarios que tienen el efecto contrario, alteran el equilibrio de la flora bacteriana y pueden provocar mal olor, irritación o infecciones. Y con el número de citologías vaginales practicadas en Gran Bretaña más bajo de los últimos veinte años hablar de la vagina se hace imperativo.
Otros mitos que caen en la exposición son el del vello púbico como algo antihigiénico, ignorando que cumple una función protectora, o el que describe la vulva “normal” como pequeña, limpia y lineal, cuando en realidad hay tanta diversidad de vulvas como de orejas o manos, solo que cubiertas de vello es menos evidente. Pero esa imagen infantilizada del pubis que no se corresponde ni con la variedad ni con la transformación que experimenta el cuerpo a lo largo de la vida se ha extendido a través de las redes sociales y de la industria pornográfica haciendo que las labioplastias, o recorte de los labios menores de la vulva, se haya convertido en el procedimiento de cirugía estética que más rápidamente está creciendo en todo el mundo. En Reino Unido, entre 2002 y 2012, estas operaciones crecieron un 500% solo en la sanidad pública.
Con estos datos en mente pasamos a la tienda, que ocupa casi la mitad del museo. Queda claro que el merchandising es esencial para la supervivencia de un proyecto que abrió sus puertas el pasado noviembre gracias a los más de 1.000 donantes que aportaron 50.000 libras (58.442 euros) a la campaña de crowdfunding. Entre las ideas para regalo destacan los pendientes y colgantes de vulvas, los aplicadores reciclables de tampones o unos clítoris de ganchillo rosas o azules, pero a 60 libras por unidad resultan más populares los patrones para hacérselos una misma en casa.
Ya en la calle, sondeamos la reacción del público. Hannah, relaciones públicas que ha venido acompañada de su novio Pedro, asegura “estar bastante en contacto” con su vagina, por lo que no le ha sorprendido la información que ha leído. Él, americano de padres mexicanos, no da crédito al mito de la Coca-Cola. Zuva, estudiante de medicina, y su hermano Pfimbi, estudiante de química, se han topado con el museo de casualidad y la idea de que haya un lugar tan accesible donde poder buscar este tipo de información les ha encantado. Tras insistir en la parte educativa, Pfimi reconoce que el diagrama tridimensional de la anatomía ginecológica le ha parecido muy ilustrativo. Ruth, que está terminando psicología, no esconde su decepción: “La biología es bastante básica, que puede ser bueno, pero echo de menos más información histórica, o sobre construcciones sociales… Lo encuentro bastante frívolo, poco estimulante intelectualmente.” “Esperábamos que fuera más interactivo”, añade su amiga Kate.
Puede que la exposición divida opiniones pero todos las personas entrevistadas coinciden en la necesidad de que haya un museo dedicado a la vagina. Rob, que hace marketing para una organización de lucha contra el cáncer, lo explica así: “Por supuesto que un museo de este tipo tiene un papel que desempeñar en la sociedad. Se supone que vivimos en la era de la información, el conocimiento está al alcance de los dedos y, sin embargo, es alucinante que los mitos y la información falsa en lugar de ser derribados adquieran importancia. Así que un museo como este es absolutamente necesario para combatir esto.”
El museo tiene casa temporal en Camden por dos años, aunque el sueño de Schechter es encontrar un hogar permanente. De momento han lanzado una nueva campaña de crowdfunding para recaudar otras 50.000 libras que ayuden a mantener el espacio y desarrollar futuras exposiciones. La siguiente muestra abrirá en marzo y hasta entonces han creado un programa de actividades que incluye un club del libro llamado Cliteratura, un bingo educativo, charlas y aperturas nocturnas. Sentido del humor para celebrar la vulva y erradicar los enraizados estigmas sociales.
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