¿Solo dos?

¿Solo dos?

Prólogo del libro '¿Solo dos? La medicina ante la ficción política del binarismo sexo-género', Daniel G. Abiétar (Cambalache, 2019).

12/02/2020

¿Solo dos? La medicina ante la ficción política del binarismo sexo-género, de Daniel G. Abiétar  (Cambalache, 2019).

 

Portada ‘¿Sólo dos?’.

Hablemos de diversidad. Robótica, electrónica, caminos, minas, aeronáutica… ¿Cuántas carreras de ingeniería serías capaz de nombrar? Tantas como imagines. Y aún más que quedan por inventar. Es “natural”. A medida que un saber crece, se compartimenta.

Pero, medicina, no. Medicina, Una, Grande y Libre.

Siendo el saber biomédico la rama de conocimiento que ha experimentado una mayor expansión en el último siglo, ¿por qué no ha seguido la carrera de medicina ese mismo curso de segmentación? ¿Es una cuestión de economía o de simbolismo?

Hay una suerte de mística en decir que eres “médico”. La sociedad te sube a un pequeño pedestal. Siempre he pensado que, en gran parte, estudiamos seis años sólo para eso. Por el valor performativo, por el poder. A fin de cuentas, nuestras decisiones afectan a esferas muy importantes de pacientes y, en esa relación tan jerárquica que se establece con elles, necesitamos que la asimetría quede bien definida. Que quede claro que somos semidioses.

Tode profesional de la medicina ha sido estudiante de medicina, y lo ha sido, además, durante muchos años. Los suficientes como para asimilar no sólo conocimientos, sino una cosmovisión. No deberíamos pasar esto por alto a la hora de analizar los discursos que emanan de la institución médica. Que estamos moldeades por una disciplina axiomática que no admite grises. Que reduce la diversidad humana a un tipo test en el que sólo hay una opción correcta.

Y quizá estés pensando: “Ya, pero yo no quiero que quien me opere se pueda equivocar”. O, lo que es lo mismo: “Entiendo que en medicina exijan más que en el resto de carreras”. Pero, amiga, eso tiene su precio. Entrenarnos en la memorística, en la asimilación sin dudas y el estoicismo trae consecuencias. Es así como creo que se forja una predisposición al juicio, a la norma. Si algo no es un acierto, es un error. Si algo no es “lo sano” es “lo enfermo”.

Una amiga me preguntaba hace poco por qué consideraba patriarcal esa forma de categorizar. Quizás porque me recuerda un poco a Dios, a ese juez cuyo saber es “Verdad”. Quizás porque su contrapartida femenina, la medicina del acompañamiento, me parece más interesante. Pero no quiero abrir ese melón, daría para otro libro.

La historia de la medicina contemporánea es la historia de la supresión de saberes y figuras que la precedieron. Existen, por ejemplo, numerosas investigaciones antropológicas que vinculan el chamanismo a las identidades no binarias, los ritos paganos de sanación al travestismoLas brujas, sin ir más lejos, son en parte las “aborteras” medievales villanizadas a lo largo de los siglos. El ciclo menstrual y su regulación, el parto, las plantas medicinales, la alimentación… todas esas esferas de la protomedicina —por llamarla de algún modo—, a menudo ejercidas por mujeres, exentas de titulación o reconocimiento, y difundidas oralmente, a través de las tradiciones, fueron sustituidas por el saber patriarcal y científico que se imparte aún hoy en las facultades, ahora repletas de estudiantes femeninas.

Recuperar esos saberes y reivindicar su validez debería ser una tarea tan urgente como promover la diversidad de género en las instituciones médicas. Es decir, hemos de feminizar las instituciones, pero también los saberes que emanan de ellas. 

Confieso haber aprendido más sobre género y medicina con este texto que con toda la carrera. Tampoco es que le hayan prestado mucha atención, para ser sinceras. De hecho, las realidades trans ni siquiera estuvieron presentes en mi asignatura de endocrinología. Supongo que no lo consideraron lo suficientemente importante. ¿O quizá tenga que ver con que nunca he conocido a ningune médique o estudiante trans?

Así que, a mi parecer, si te atreves con ¿Solo dos? La medicina ante la ficción política del binarismo sexo-género, de Daniel G. Abiétar, sabrás más de género y medicina que buena parte de los equipos profesionales. Y, además, desde una mirada honesta —algo que a menudo se nos olvida a les científiques—, puesto que el autor sí es consciente del poder que le confiere haber terminado la carrera de medicina y tener acceso y conocimientos para descifrar las fuentes médicas, algo que utiliza con el fin de hacer un poco más comprensible el lenguaje engorroso y las gráficas ininteligibles.

La medicina ha encriptado constantemente el conocimiento. No sé si para mantener unos privilegios de clase y limitar los cuerpos que pueden ejercerla o como forma de blindarse ante las prácticas no científicas y el intrusismo. Como respuesta, han surgido las tecnologías de biohackeo, xenofeminismo y cyborgización de los cuerpos. El que haya personas que tomen hormonas fuera del círculo hospitalario no escandaliza al personal sanitario sólo porque se preocupen del bienestar del “paciente”. Tiene mucho que ver con que las personas que libremente deciden hormonarse están accediendo a unas herramientas de producción de subjetividad capturadas, que no les son propias. Están jugando a ser dioses. O quizá, están “jugando a los médicos”.

Y, en ese sentido, creo que este texto tiene el potencial de ser un contrapoder, porque atomiza un conocimiento de difícil acceso. Hablemos de hormonas. Hablemos de genotipos. Hablemos de diversidad. De esa diversidad a la que se le contrapone una “normalidad” que a menudo llamamos “realidad biológica”. Por eso me parece tan acertado recalcar la “ficción del binarismo”. Porque la ficción se contrapone a la realidad, disfrazada de naturaleza.

Existen apreciaciones, valoraciones, observaciones y, sobre todo, generalizaciones sobre los fenómenos biológicos. En base a ellos definimos ese cajón desastre que hemos venido a llamar patología. Pero no existe tal cosa como una realidad biológica.

O, bueno, existe en tanto que es poder, el poder de dictar una ficción como realidad. El poder de Dios.

La medicina se reserva esa capacidad de observar y clasificar, construyendo patología, pero siempre en el marco de su propio contexto social. Hace menos de cien años, la medicina planteaba la superioridad de la denominada raza blanca como una “realidad biológica”. Y lo hacía con la misma vehemencia con la que cincuenta años más tarde proclamaría la patología del homosexualismo.

A medida que los movimientos sociales avanzan, la vertiente opresiva de la medicina recula, pero nunca reconociendo la falsedad de la realidad que construyó, ni asumiendo la responsabilidad consiguiente. Es como un ejercicio de amnesia autoindulgente. Un aquí no ha pasado nada. A la medicina se le hace raro desdecirse. No puede dejar de sonar aleatorio que algo sea una enfermedad hoy, pero mañana no lo sea. Porque eso evidenciaría que, en esencia, toda sociedad construye sus patologías en base a convencionalismos.

Por eso es importante desarticular la “realidad biológica” en la que tanto nos excusamos para negar la existencia de la diversidad. Destapa lo incómodo de haber asumido como naturales construcciones y categorías aleatorias.

A veces me imagino a las generaciones del futuro intentando explicarse cómo, en un momento concreto de la historia, la medicina nos hizo creer que sólo existían dos géneros. Y ya lo sé. Que con el desastre ecológico no hay futuro para eso tampoco. Pero me pone sabernos así de absurdes. Qué le voy a hacer.

 


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