Marga y el sexo
A la autora de la reseña, el libro 'Lectura Fácil', de Cristina Morales, le ha hecho que le explote la cabeza, porque "llega a rincones de nuestra cotidianeidad que estamos continuamente viendo y tercamente evitando mirar".
Este texto ha sido publicado originalmente en ‘Confundides’.
Por Victoria César Velázquez
Marga es una de las cuatro protagonistas del libro Lectura fácil, de Cristina Morales. Tiene un 66 por ciento de discapacidad intelectual y 438 euros de pensión. Vive con tres primas, las tres diagnosticadas discapacitadas intelectuales, en un piso tutelado de la Barceloneta. Marga tiene depresión porque un día “se dio nítidamente cuenta de que era retrasada mental y de que las tres mujeres con las que vivía también lo eran”.
Lo que me parece interesante de este personaje para hablar de sexualidad es que Marga mantiene una conducta sexual libre de todo complejo y prejuicio. Se acuesta con quien le apetece, cuando y donde surge, ya sean hombres o mujeres; y el resto del tiempo lo pasa masturbándose y limpiando la casa. También tiene “episodios exhibicionistas, de los que la gente o se ríe o sale despavorida o llama a la guardia urbana, y que en contadísimas ocasiones acaban en encuentro sexual, que es el objetivo masivo de Marga”. A tal punto llega su promiscuidad, que la Generalitat de Catalunya, tutora legal de las cuatro chicas, pone en marcha un proceso judicial para esterilizarla.
El libro recoge las visiones de las cuatro parientas alrededor del proceso y contiene joyas como ésta:”¿Les da miedo follar? Por ahí van los tiros, por ahí van las pelotas de goma de los antidisturbios sexuales. Han entendido liberación sexual como mera y simple asunción y visibilización de la personalidad no heteronormativa de gays, lesbianas, bisexuales y transexuales. Han acuñado el bello concepto de “disidencia sexual” para referirse a lo más superficial del sexo: a la identidad y a las pintas, a precisamente todo aquello que follando debería disolverse. Disidente sexual es una mujer que se deja bigote. Disidente sexual es un tío que empieza a hablar de sí mismo en femenino. Disidente sexual es el que toma estrógenos o la que toma testosterona. Vale que todos ellos son disidentes sexuales del heteropatriarcado. Sin embargo, ¿es disidente sexual una tía supermaquillada y vestida como Beyoncé, una tía incluso con tetas de silicona y una liposucción practicada, que quiere que la miren y que se le acerquen y que la toquen porque esa mujer, simple y llanamente, tiene ganas de follar, no de conseguir dinero, no de conseguir un favor laboral, no de darle celos a otra persona, sino que quiere follar porque para ella lo mejor del mundo es follar, porque no idealiza ni categoriza ni clasifica el acto sexual y los cuerpos que sexualmente actúan, sino que concibe el follar como algo más alejado de lo simbólico y más próximo a la fornicación, es decir, a la tarea de poner todas nuestras potencias al servicio del placer?”
Huelga decir que este libro ha hecho que me explote la cabeza, porque yo, que me creo muy abierta en mi forma de pensar y practicar el sexo, tengo resquicios puritanos-reaccionarios-autoritarios y me choca y me cuesta aceptar que una persona (especialmente una mujer) pueda dedicarse a follar compulsivamente por la razón de experimentar excitación y orgasmos sin que exista ningún desorden mental, trauma o complejo subyacente. Como si mi opinión sobre la conducta sexual ajena importara una mierda, como si tuviera un manual secreto en el que se cuenta el sentido de la vida y eso me permitiera hacer juicios y explayarme en sermones sobre lo que es o no aceptable sexualmente.
Y aun así lo hago. Me parecen intolerables la pederastia y la zoofilia; rechazo ingenuamente (tanto que hasta yo misma me doy cuenta) la violencia en el sexo, como si la violencia -en diferentes niveles- no estuviera presente en todos y cada uno de los ámbitos de nuestra vida; entro a valorar situaciones sexuales que ocurren a otras personas y pienso “esto está mal hecho”, “esto está bien”; relaciono inconscientemente el sexo con el compromiso y me blindo ante las consecuencias que puede llegar a tener echar un polvo, aunque no sea igual de precavida en otros aspectos y aunque la realidad sea que, por mucho que intente prever, nunca sabré la dimensión de las consecuencias hasta que no sean agua pasada; me abandero en un orgullo patético con respecto a la castidad autoimpuesta como si la castidad no fuera la negligencia de una necesidad biológica y de una fuente de placer individual y social.
Y aun así también reniego de todo esto. Mi sexualidad parte de la premisa de que nadie tiene derecho a decirme con quién debo acostarme, ni cuándo ni cómo. Creo firmemente que mi coño es mío y con él haré lo que del coño me salga hacer, ni más ni menos. Defiendo que la monogamia es una trampa instituida por la cual unx se apodera los genitales de su pareja al tiempo que aliena los propios. Estoy hasta los ovarios de tener que escuchar que, porque me gusten las mujeres y los hombres y no me dé la gana elegir uno de los sexos y rechazar el otro, debo de ser una viciosa, una ninfómana, una aberración o tener un problema de personalidad, y encima tener que poner yo una expresión neutral para no ofender a quien está ofendiendo sin tener, además, ni puta idea de lo que habla.
Pero volviendo a Marga, ella está decidida a emanciparse y vivir sola, así que acude a un ateneo anarquista para que la orienten sobre okupar. En las asambleas conoce a un chico con el que empieza a mantener relaciones sexuales. Dos semanas más tarde, la gente del ateneo lo expulsa acusándolo de ser un secreta. Cuando Marga le cuenta esto a su prima Nati (otra de las habitantes del piso tutelado, 70 por ciento de discapacidad y mi personaje favorito), Nati se rebela contra la postura de lxs anarquistas y suelta un discurso del que reproduzco la última parte: “Se nos acusa de anarcoindividualistas porque, dicen, pensamos que no hay nada por encima del individuo. Se nos dice que no nos sentimos vinculados por lo decidido en la anarquista asamblea. Se nos acusa de no defender lo común y la colectividad, se nos tacha de egoístas, dicen que también nosotros tenemos una ley, la ley del deseo, ley a todas luces más tiránica que las leyes de los anarcosociales porque no ha sido adoptada en la asamblea, y en virtud de esa egoísta ley nos pasamos a la comunidad por el forro. ¡Qué ironía, Marga! ¡A quienes proclamamos el sexo indiscriminado, a quienes queremos extender la promiscuidad de puerta en puerta, a quienes queremos acabar con la noción de pareja sexual y extender el sexo colectivo nos llaman individualistas! ¡Y ellos, los premeditadores negadores del placer, los que ya con los huevos y el coño negros bajan tímidamente la mirada ante la invitación sexual de cualquiera o directamente lo tachan de invasor o invasora del soberano espacio personal, o sea, del soberano espacio del statu quo, del soberano espacio que asegura que volverás a tu casa igual de sola que saliste, en fin, del soberano espacio del aburrimiento, esos mismos que, para qué darle más vueltas, follan de uno en uno y en habitaciones con la puerta cerrada, esos mismos, digo, se atribuyen la denominación de “anarcosociales”! ¿Has visto esa otra consigna que dice SI TOCAN A UNA, NOS TOCAN A TODAS? ¡Ojalá!, digo yo. ¡Ojalá esa consigna no fuera metafórica, ojalá a ese verbo “tocar” le dieran su significado común y literal en vez de hacer de él un eufemismo de “agredir”! ¡Eso sí que sería solidaridad entre compañeros: quien estuviera siendo tocado, tocaría al resto! ¡SI FOLLAN CON UNA, FOLLAN CON TODAS! Pero nada, prima. Los anarquistas estos follan muy poco, no entienden que tú folles mucho y no quieren que folles tanto, y por eso te han quitado al ligue con la excusa de que tu ligue es un secreta. Mira si son fachas los anarquistas, carajo”.
Lectura fácil me parece una obra de arte político, radical y visceral. Como la propia sexualidad, se centra en el sexo y va mucho más allá de él. Llega a rincones de nuestra cotidianeidad que estamos continuamente viendo y tercamente evitando mirar, porque el hacerlo supondría una sacudida a nuestro querido letargo en el que tan cómodxs nos sentimos. Y es justo lo que consigue Cristina Morales, sacudirte por dentro y hacer que, al menos durante un ratito, no puedas ignorar las cuestiones molestas. Te las planta frente a los ojos para que te percates de que lo que te provoca desazón no es que exista opresión en el mundo, sino tu contribución a la opresión (de lxs demás y de ti mismx). Como decía Kafka, “pienso que solo debemos leer libros que muerden y pinchan. Si el libro que estamos leyendo no nos obliga a despertarnos como un puñetazo en la cara, ¿para qué molestarnos en leerlo? ¿Para que nos haga felices, como dice tu carta? Cielo santo, ¡seríamos igualmente felices si no tuviéramos ningún libro! Los libros que nos hagan felices podríamos escribirlos nosotros mismos, si no nos quedara otro remedio. Lo que necesitamos son libros que nos golpeen como una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien a quien queríamos más que a nosotros mismos, libros que nos hagan sentirnos desterrados a los bosques más remotos, lejos de toda presencia humana, algo semejante al suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el mar helado dentro de nosotros”.
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