Si me das a elegir, prefiero ser puta

Si me das a elegir, prefiero ser puta

Clodia no cumplía con el código de honor y respeto de las madres de familia prototípicas y alabadas por el discurso patriarcal romano, pero además invertía todos los valores tradicionales, poniendo en peligro con sus actos transgresores y su libertad sexual instituciones como la familia y el estado

15/04/2020

Edward John (1836-1919).

“Si me das a elegir, prefiero ser puta”. Esa frase la pongo en boca de Clodia Metelli, aunque nunca sepamos qué dijo realmente Clodia Metelli. De Clodia se habla mucho, pero en realidad se sabe poco, pues toda la información que nos llega de ella es a través de otros autores, principalmente de Catulo, el poeta, y Cicerón, el padre del derecho.

Clodia fue una mujer que existió en el S. I a. n. e. en Roma. Tenía muchísimo dinero, pues había heredado su propia fortuna una vez que murió su marido: Quinto Metelo Céler. Y digo su propia fortuna porque en la antigua Roma, cuando la mujer era casada -nótese la voz pasiva-, pasaba de estar bajo la tutela de su padre a la tutela del marido. ¿Eso qué significa? Significa que todo el dinero siempre les pertenecía a los hombres. Las mujeres solo heredaban si todos esos señores morían: el padre, el marido, el tutor.

El caso es que el marido de Clodia había muerto, su padre había muerto y esta patricia romana pasó, según se cree, a estar bajo la tutela de su hermanastro Clodio. Gestionaba sus riquezas y llevaba su vida más libremente. Fue por esta época que conoció a Catulo, quien se obsesionó con ella y escribió un montón de poemas dedicados a una tal Lesbia (el apodo que le dio a Clodia). Lesbia, que por tal apodo deducimos que quizás escribiera poesía (por la referencia a Lesbos, de donde era la poeta griega Safo), lo abandonó de la noche a la mañana, y Catulo compuso un sinfín de poemas de despecho y odio. Ya sabemos qué dicen los machos cuando sienten despecho y odio.

Clodio no debía de ser un tutor muy rígido, ya que a él también le gustaba la jarana, la libertad y pasaba de ser un oligarca más. De hecho, era tribuno de la plebe y representaba a la clase popular, para lo que tuvo que renunciar a su rango patricio y a su nombre original “Claudio” adoptando la variante plebeya: “Clodio”. Evidentemente, Clodia apoyaba la causa política de su hermano, puesto que ella también optó por cambiarse el nombre. Y ahí empezó todo. Quiero decir, que en aquella época una mujer se entremezclara en asuntos políticos estaba muy mal visto. Sobre todo, cuando la mujer en cuestión no apoyaba la causa política de su propio marido y, más aún, cuando el marido había muerto en circunstancias sospechosas.

Se celebró un juicio contra Marco Celio Rufo, otro supuesto amante de Clodia, a quien Clodia acusaba de intentar envenenarla y a quien defendió Cicerón con uno de sus discursos más interesantes: “En defensa de Celio”. Leedlo si queréis rabiar, pues para defender a Celio, el abogado arremetió contra la única persona que no podía interceder ni defenderse: Clodia Metelli. En efecto, para la mujer romana estaba prohibido participar en los juicios, así que Clodia (calladita) escuchó todo lo que Cicerón tenía que decir sobre ella: que había envenenado a su marido Metelo, que se acostaba con su hermanastro, que se acostaba con toda la clase senatorial romana (Catulo también tiene un poema donde dice exactamente lo mismo), pero también con esclavos (el colmo de los colmos), que se pasaba la vida yéndose de fiesta, que se vestía con telas transparentes de la isla de Cos… En definitiva, que era una puta (meretrix en latín). Creo que “puta” es la palabra que más se repite a lo largo del discurso. Algo sorprendente es que poco después del juicio, en unas cartas que Cicerón escribe a un amigo suyo, la llama “ojitos de ternera”. Al parecer esto era un piropo en aquella época y, al parecer también, a Cicerón le gustaba la mirada ardiente de Clodia Metelli.

Algo que me sorprendió cuando estudiaba a Clodia es que los investigadores modernos -nótese el uso del masculino- no se distancian tanto de la imagen que dieron de ella los autores romanos, pues en general la tachan de femme fatale o de fatale monstrum, siguiendo el estereotipo misógino que bien conocemos, siguiendo el binomio madre-puta que ya conocemos. Como sabéis, la dicotomía madre-puta es tan antigua como el derecho romano y se origina hace mucho, mucho tiempo perpetuándose a través de discursos patriarcales en la cultura. Marilyn B. Skinner, investigadora de la universidad de Arizona, publicó en 2011 la biografía de Clodia Metelli, que quizás sea la más verídica hasta la fecha. Esta biografía busca justicia: busca desmontar todo lo que se venía diciendo de Clodia desde la época romana y exclama que “era una mujer ricachona normal. Evidentemente no era una madre de familia tradicional y ejemplar, pero tampoco una asesina de maridos”. Algo así. Para mí esta conclusión es agridulce.

Hace poco escribí un artículo académico sobre ella y una de las reglas es que no se podían escribir palabras ofensivas ni insultos. Así que me autocensuré y traduje “meretrix” por “prostituta”, pero lo que realmente quería decir era “puta”. Porque en nuestra cultura, cuando una mujer rompe con el canon normativo, se viste como quiere, y hace lo que le da la real gana, con quien le da la real gana, se la llama “puta” y  no “prostituta”, entendiendo por “prostituta” trabajadora del sexo. Y para que me entendáis, no estoy de acuerdo con ese insulto, pero no puedo evitar acordarme de la canción de Las Vulpes y pensar en cómo ser una zorra (que no ser llamada “zorra” por un macho colérico) es subversivo en una cultura patriarcal como la romana, donde tradicionalmente la mujer solo tenía la opción de ser madre de familia. Pero es que además de ser una zorra, Clodia era una Clitemnestra (asesina de su marido), una Medea (asesina de sus hijos), cometía incesto, etcétera, etcétera.

¿Qué hacer entonces con un arquetipo hiperbólico de mujer como este? Si desde el discurso patriarcal de Cicerón se la tacha de “puta”, deberíamos deconstruir dicho discurso, cierto. Pero, al deconstruir el discurso, se podría caer en la tendencia de normalizar y normativizar a la mujer, y convertirla en alguien incapaz de hacer todas esas cosas terribles y monstruosas de las que se le acusa. En una parte del discurso, Cicerón alega que todas las acusaciones que está haciendo contra ella no las hace en contra de su voluntad. Es decir, que a Clodia le importaba un comino lo que se dijera de ella en aquel juicio. Quizás sea preferible no saber quién era Clodia a ciencia cierta, tener la duda infinita antes que convertirla en una materfamilias ma non troppo. Claramente Clodia no cumplía con el código de honor y respeto de las madres de familia prototípicas y alabadas por el discurso patriarcal romano, pero además invertía todos los valores tradicionales, poniendo en peligro con sus actos transgresores y su libertad sexual instituciones como la familia y el estado.

A la hora de reescribir la historia, parece que seguimos teniendo reparos en hablar y reivindicar a una figura empoderada como Clodia Metelli, precisamente porque su personaje viene descrito desde el discurso patriarcal que la tacha de “puta” (eufemísticamente, de “mujer fatal”). Me gustaría una vez más reapropiarme del insulto (o del arquetipo que el insulto representa) y jugar con él para subvertir y trastocar los discursos hegemónicos. Esta mujer romana debe seguir siendo un icono transgresor e incómodo, pues de una forma u otra tuvo el poder de hacer tambalear el vasto núcleo moral que regía las vidas de los romanos..

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