Diario de una pandemia VI. Spears&Duras
Fases 11 y 12, resignación y evasión. Britney Spears y Marguerite Duras como ejemplos de ambas.
Fase 11: resignación
Viernes, 3 de abril
Ayer, después de terminar de escribir la anterior entrega de este diario decidí que estaba cansada del bicho y que el siguiente capítulo iba a ser de evasión y que iba a transcribir un artículo de Marguerite Duras. Y me tumbé a ver la tele en el salón. Después de varios anuncios de casas de apuestas en praim taim, uno de seguros en los que se alaba nuestra heroicidad y otro de microcréditos, la campaña de Mediaset con temática ‘El Bicho’. ¿Y qué melodía suena? Foreva yaun. Que no sé si es que no saben inglés o es el nuevo coronahimno gerontofobico o qué, pero es jebi que el tema sea ‘Siempre joven’ con la que está cayendo. Después de eso me tuve que ir a la cama.
Me levanto pronto, pongo los ejercicios de María, que me saluda con un “hola guapísimas” y me hace sentir parte de una comunidad de diosas atléticas, y entonces descubro que el canal se llama ‘Siéntete joven’. Vale, asumo mi condición de treintañeraymás y entiendo que yo podría ser una de las publicistas nostálgicas de Mediaset. Nos pasamos la tarde del viernes S. y yo intentando seguir las coreografías de Britney Spears. En especial, ‘Toxic’ en este concierto en Las Vegas en el que ella va, según S., rollo Hiedra Venenosa de Batman. La canción debería ser nuestro único y verdadero himno en tiempos de pandemia. Primero, por el título, muy bien traído; segundo, por la letra, que define mi relación con el bicho, no sé la vuestra: me siento bien cuando me levanto activa, trabajo, recojo la casa. Soy la presa perfecta, la que hace virtud de su condición de mierda. Me recuerdo un poco a Rick Deckard en ‘¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?’, trabajando sin parar para comprarse un animal de verdad mientras finge que da la talla con su androide bovino. Cumpliendo con las expectativas, funcionando según el supremo bien común aunque le amargue la existencia. Pero, al mismo tiempo, en el videoclip original, Britney somete al chaval, le envenena y le da puerta. Y Deckard acaba amando a quien tiene que matar. No tiene sentido del todo esta reflexión, pero son las cosas que me vienen a la cabeza.
Como bisagra entre la fase de resignación y la de evasión os dejo por aquí la publicación que Spears hizo hace algunos días en su instagram. La traducción es mía (no es muy complicada tampoco, pero para que lo sepáis):
“Durante este tiempo de aislamiento, necesitamos conectar ahora más que nunca. Llama a tus seres queridos, escribe cartas de amor virtuales. Las tecnologías, como la comunicación virtual, el streaming o el directo son parte de nuestra colaboración en comunidad. Aprenderemos a besar y sostener a otras a través de las ondas de la web. Nos alimentaremos las unas a las otras, redistribuiremos la riqueza, huelga. Entenderemos nuestra propia importancia desde los lugares donde tengamos que estar. La comunión se mueve más allá de los muros. Todavía podemos estar juntas”.
Cibermarx spearsiana. Tampoco pongo grandes expectativas en la princesa del pop, pero soy fan desde pequeña. No hay nada que hacer contra eso.
También ha publicado un dibujo de ella con coletas en plan ‘Baby one more time’ adaptando la frase de su canción. Tiene gracia. Me cae bien.
Fase 12: Evasión
Sábado, 4 de abril; domingo, 5 de abril; lunes, 6 de abril; martes, 7 de abril; y miércoles, 8 de abril; jueves, 9 de abril
Cedo el espacio de estos días a Duras, tras una breve introducción:
Cuatro yonkis hablan en corrillo en la calle. Pasa un coche de la policía local. Yo espero en la cola de la tienda de ultramarinos. Solo se puede pasar de una en una. Estoy en la acera, hace sol. El agente les pide que se dispersen y les advierte de que no guardan la distancia de seguridad. Dicen que sí, pero siguen a lo suyo y yo sigo en la cola. Vuelven los agentes. Esta vez son cuatro. Los yonkis contra la pared: tres hombres y una mujer. Les registran. La señora que está detrás de mí en la cola, “qué gente”, y yo, “pues no sé qué gente ni qué gente”. El grupo es, al parecer, sospechoso de haber dado el palo en varios garajes. Según un agente llevan un martillo con el que habrían roto la puerta para entrar o algo así. La mujer asegura que las gafas de sol son suyas, que si van a la Comisión Antisida se lo pueden decir, que vienen de allí. Supongo que a esto es a lo que se refiere este informe de la Guardia Civil cuando diseña un plan para aumentar la seguridad en “barrios deprimidos”, “barrios y comunidades con menor tradición al respeto a la ley y al bien común”. Preparando la historia para ponerse más duros. Uno de los retenidos, el más joven, sobrio, me mira retándome. Le miro con cara de señora con mala leche, un respeto. Uno de los agentes me amenaza con ponerme una multa si no me alejo, por mucho que esté ahí la excusa de hacer mi trabajo -quiero escuchar, claro-. Si supieran que “mi trabajo” es un diario en el que lo mismo hablo de Spears que de Ferst deits o K. Dick, me mandaban a la mierda. Pero no lo saben. Y ahora que Almodóvar también publica el diario de su encierro, pienso que, al menos, si no me da seriedad, me dará caché. Pedro habla de sus ansiedades (obvio), de sus historias con el famoseo, de sus recomendaciones culturales. La Razón también tiene uno, Diario de una cuarentena con niños, con sus listas de quehaceres, juegos, deberes y tareas de crianza. Creo que los tres diarios juntos son la triada perfecta de la pandemia: el cultureta famoso, la familia y la feminazi. CFF.
Los agentes dejan irse a los cuatro retenidos y yo vuelvo a la cola y pienso que sí, que ya tengo claro el artículo de Duras que voy a transcribir. Es una entrevista larga, pero merece la pena. Me permito algunas correcciones de erratas del libro y omito algunas partes para abreviar.
Entrevista con un ‘golfo’ no arrepentido
Marguerite Duras
Para recordar este mundo del que nunca se habla, o del que se habla de un modo legendario, este mundo que no cesa, el mundo penitenciario, sombra que lleva nuestro mundo, me ha parecido que no podía permitir que se ignorasen algunas de las frases, y algunas de las contestaciones que me dio un ex detenido de derecho común, sobre su detención.
Incluso aunque estas frases, estas contestaciones hieran a ciertos lectores en sus creencias o convicciones morales, políticas y religiosas, he pensado que este tipo de herida era de una naturaleza pasajera y soportable en relación con otras heridas, que, en un nombre de estas creencias y convicciones, se infligen a ciertos hombres.
Tras haber releído la entrevista que le hice, X… el tal ex detenido, me pidió que no revelara su identidad porque no consideraba “sus frases suficientemente irreverentes”. “En un tema de este calibre -dijo-, me hubiera gustado un giro más agresivo”.
He preguntado a Jean-Marc Théolleyre lo que pensaba de este hombre, cuyo proceso en la audiencia de lo criminal había seguido en 1955.
Reproduzco fielmente sus palabras:
“¡Por primera vez, durante este proceso, nos encontrábamos en presencia, en una sala, de un acusado que aceptaba su pape y que, en lugar de borrarse e inclinarse aante todas las rutinas del juego judicial, trataba de hacerle frente y de probar que tenía su lugar en la sociedad con el mismo derecho que los que le juzgaban. En general, las personas que llegan a las audiencias judiciales, están ya rotas, sea porque intentan minimizar su papel, sea porque intentan negar su culpabilidad. En tal caso, nos hallamos ante un hombre que cargaba con sus responsabilidades, y que pretendía hacer comprender que no era sólo él quien debia cargar con ellas, sino que la Justicia y la Sociedad debían igualmente cargar con las suyas”.
– ¿Cuánto tiempo ha pasado en la cárcel?
– Esta vez once años y siete meses, de noviembre de 1950 a enero de 1962. La primera vez, tres años, de 1946 a 1949.
– Usted tiene treinta y cinco años. ¿Entre qué edad y qué edad estuvo usted libre?
– Entre los veintitrés y los veinticuatro años. Durante dieciocho meses.
– Y, ¿cómo empezó todo?
– A los diecisiete años y medio, durante la liberación de París. Fue entonces cuando conocí a los primeros golfos. Y luego, a la salida de mi primera pena, vi otros. Así fue.
– ¿Esta vez…?
– Esta vez, no. Me digo esto: después de catorce años de chirona, tengo ganas de vivir un poco. Lo intento. Trabajo. He trabajado a los quince días de mi salida gracias a unos amigos del instituto. Gano 120.000 grancos al mes. La habitación del hotel m ecuesta ya treinta y tres mil al mes.
– ¿Es difícil?
– Sí. La experiencia en la cárcel no aporta nada bueno. Puede volver malvado a uno. Se está atado. Se ve la mierda por todas partes, lo absurdo por todas partes. A veces me pregunto si voy a resistir. Pero sé que la próxima vez que caiga, estaré acabado para siempre. Mis mejores amigos están ‘dentro’. De los que están fuera, por iniciativa propia, no he visto a ninguno después de mi salida.
Con frecuencia, al trabajar, tengo la impresión de hacer una estupidez. Si supiera que esto tenía que seguir para mí como en este momento, volvería a empezar.
– ¿Llega a echar de menos la cárcel, cuando se aburre?
– ¿Qué idea se hace usted de la cárcel para hacerme una pregunta semejante?
Solo me aburre la clase de gente que he podido encontrar y que, por algún motivo, no quiero volver a ver.
– ¿Es irremediable tener detrás de sí, a los treinta y cinco años, catorce años de cárcel?
– Sí. Me considero como jodido porque no veo qué podría hacer para ser feliz. Se cree que la experiencia de la chirona aporta algo. La experiencia de la chirona no te aporta nada. No hace más que quitarte la facultad de gozar de la vida.
– Quizá nosotros nos aburrimos también de este modo que dice usted: “Si esto tuviera que continuar así… “, pero nosotros tenemos una costumbre que ustedes no tienen.
– Desde el momento en que hemos corrido un riesgo, es que ya, desde un principio, estamos menos resignados a la vida que se nos ha creado, que la mayoría de los demás, que usted, por ejemplo.
– ¿Considera usted que hay una equivalencia entre la pena que acaba de sufrir y la muerte?
– No. Lo que yo acabo de sufrir es más grave que la muerte. En setiembre de 1955, después de la audiencia de lo criminal, me habían caído veinte años; tras la denegación de una petición de indulto, quería matar al psiquiatra Gouriou, lo que equivalía, para mí, a un suicidio. Gouriou había declarado contra mí en la audiencia, y su declaración tenía el aspecto de una acusación. Fue él el que más daño me hizo en la audiencia. Con un tono bonachón y bajo la cobertura de la ciencia, hizo el trabajo de un representante del ministerio público. Declaró que yo era malo, insolente, agresivo, indomable. El redactor de L’Aurore sacó esta conclusión: un animal salvaje y perjudicial.
– ¿Considera usted que su proceso fue llevado a cabo justamente o no?
– No. No fui juzgado en razón de los hechos que se me reprocharon. En la audiencia, si se te reconoce como un golfo, no te juzgan según los hechos, sino según la reputación que te dan. Por otra parte, de los hechos, yo era el único en hablar. Y sólo por atreverse a hablar de los hechos, un acusado, provoca escándalo. Defenderse en la audiencia y en el sumario supone una maldita dosis de juicio. Hacer frente al magistrado, incluso al propio abogado -que recomienda siempre a su cliente un silencio prudente-, supone una obstinación poco común. Yo mismo protagonicé mi propia defensa. Théolleyre titulaba su artículo sobre mí: ‘X… transforma el papel del acusado’.
– ¿Interrogó usted mismo a sus testigos?
– Sí. Eran numerosos, y entre ellos ocho polis. Me acusaban de “violencias y vías de hecho sobre agentes de la fuerza pública con intención de dar muerte”. Era la intención de homicidio lo que me hacía incurrir en la pena de muerte (por lo demás, tres jurados votaron mi cabeza). Ahora bien, esta intención de homicidio, yo la negaba y nada, en las declaraciones contradictorias de los policías, la establecía. Esto no les impidió cascarme veinte años.
A grandes rasgos, se me acusaba de haber disparado en el momento de mi arresto, cuando se sospechaba que tenía en mi poder joyas robadas. Rl asunto que motivó mi arresto se saldó con un no ha lugar. Es, pues, sólo el altercado algo agitado que tuve con la policía -aunque no hubo ningún herido, ningún muerto- lo que me valió veinte años de trabajos forzados (de los que restaron ocho años y diez meses por gracia administrativa y por gracia individual, esta última obtenida mediante apoyos familiares). Yo había disparado al suelo, pero el abogado general pretendió inteligentemente que era para alcanzarlos como por carambola.
– Si no hubiera sido con la policía, ¿con quién habría tenido este altercado?, ¿cuál habría sido su pena?
– En el peor de los casos, habría pasado a un correccional. Y, por un delito de este tipo, el máimo según la ley son dos años.
– ¿Cuánto duró su prisión preventiva?
– Por aquel entonces, una preventiva normal duraba tres o cuatro años. La mía duró cinco años. Yo vi tipos que tenían ocho años de preventiva.
Durante estos cinco años, adquirí serios conocimientos en derecho criminal. Estudié a fondo el código de instrucción criminal empollando principalmente la obra del consejero Brouchot: ‘Práctica criminal de las cortes y los tribunales’. Y me tomé la libertad de aconsejar su lectura al sustituto del procurador de la República, un tal llamado Barc, tras haber comparecido ante el tribunal correccional por ultraje al magistrado. (…) Pude darme cuenta de que muchos magistrados y muchos abogados conocen mal el derecho criminal. (…)
– ¿Hay alguna diferencia de una cárcel a otra?
– Enormes diferencias. (…) Así, en Fresnes, las ventanas de las celdas se abren a la altura del hombre, al contrario que las de la Santé. (…) Pero, desgraciadamente, las nuevas divisiones construidas en Fresnes se harán según el modelo de las de la Santé.
– ¿Por qué?
– Porque son canallas. No busque más.
– ¿No cree usted que hay personas comprensivas dentro de la administración penitenciaria?
– No lo creo. Si existieran, cambiarían de oficio. Sin embargo, me acuerdo de un cabo comunista -mal visto- que siempre tuvo la reputación de ser un buen hombre.
– ¿Qué es lo que para usted domina en estos catorce años? ¿La ira? ¿El dolor? ¿El aburrimiento?
– El miedo a reventar en la cárcel. (…) Las penas largas enloquecen a la menor enfermedad. (…) Un tipo reventó en Poissy por un simple abceso en la garganta.
– ¿Qué otro miedo?
– El miedo de un incidente irremediable, que te retiraría todas las oportunidades de salir. (…)
– ¿Por qué fue usted trasladado, a título disciplinario, de la prisión de Evreux a la Casa central de Poissy?
– Por haber comido endivias entradas clandestinamente, y haberme negado a confesar la procedencia. (…)
– ¿Cómo nos ve usted en relación a sí mismo, a mí y a los demás?
– Un poco como a perversos atraídos por el gusto de lo pintoresco.
– ¿Hay, a su juicio, alguna relación entre los actos de los que le han acusado y la pena que ha sufrido?
– No. Toda forma de justicia es repugnante. (…) En la cárcel hay inocentes, dígalo. Yo los he conocido. (…) No hay justicia sin deshonestidad. Es imposible entenderse con los tipos que juzgan, que les toca porque es su profesión, y que solo tiene una explicación: el orden. Me preguntaba qué había aprendido en la cárcel. Pues bien, si algo he aprendido, es la porquería de este tipo de gente. Sin duda, he hecho daño a la sociedad, como dicen, pero me importa un rábano, y la gente que me ha condenado, no me es simpática por esto. Las personas que utilizan la moral como una coartada son siempre bastante repugnantes. (…) No he conocido más que a un magistrado soportable, el que presidía mi proceso. Sin duda porque tenía fortuna personal y era un vividor. Un vividor nunca es alguien que tenga escrúpulos. (…)
– ¿Pensó usted mucho en las sesiones del juicio?
– (…) Fue una obsesión.
– ¿En qué sentido?
– Me reprochaba siempre no haber sido suficientemente violento.
(…)
– ¿Cuáles son sus deseos??
– El primero es conservar mi independencia. Me gusta el dinero. (…) El dinero es la felicidad, estoy seguro.
– ¿Está usted seguro?
– Sí. (…)
(…) Los hay a los que el trabajo distrae. Y siempre he preferido no trabajar. Leía un libro por día.
(…) Pregunte a un confinado qué piensa del Ejército de Salvación. Explota a los confinados más que los negreros de concesionarios. Aprovechando que un confinado está obligado a trabajar un año en el exterior, volviendo todas las noches a la cárcel, si quiere conseguir la libertad condicional, el Ejército de Salvación ofrece generosamente sus servicios en un 90% de los casos,, dando un salario miserable e increíble al detenido, que no tiene elección ni puede rechazarlo. (…) Para publicidad, esta gente, en la época de Navidad, distribuye un pequeño paquete a todos los detenidos (a mí no, yo siempre me negué a aceptar nada de estas basuras) y, con tal pretexto, vienen a imponerles sus canturreos: trombón, cantos religiosos y otras tonterías, privándoles así de la sesión de cine a la que tendrían derecho normalmente. (…)
– ¿Por qué reivindicó siempre su condición de procesado de derecho común?
– Conocía los derechos que me confería esta condición. Era la mía, la que debía tener. No había motivo para que tuviera otra.
– ¿Se ha negado usted siempre a los exámenes psicotécnicos?
– Sí. A todos. Cuando estuve en el centro de orientación de Fresnes hice huelga de hambre, reivindicaba mi cualidad de procesado que la administración penitenciaria se negaba a concederme bajo el pretexto de que había hecho un recurso de casación con retraso. Pero tal recurso, lo sabía, había sido registrado. Este recurso me devolvía mi cualidad de procesado, hasta que la Corte de casación lo hubiera resuelto.
Prefiero diez años de trabajos forzados a tres años de confinamiento acomodado. El confinamiento es lo peor.
– ¿Escribió usted muchas cartas a los magistrados?
– Demasiadas, según dicen ellos. Como decía el psiquiatra Gouriou en mi proceso, yo no soy un diplomático. Con esta gente nunca he podido guardar silencio.
– ¿Qué es un golfo?
– Un tipo que tiene una formación de golfo. No se lo puedo definir. Habría que ilustrar la cosa con un centenar de ejemplos, para que llegara usted a comprenderlo, y para llegar a una conclusión general.
– ¿A qué medio pertenece usted? ¿A uno solo, a varios? ¿Es usted a la vez un intelectual y un golfo?
– Soy un hijo de burgués que salió bien.
– ¿Ve usted una diferencia esencial entre esa actitud suya, que se parece a cierto romanticismo, y otra actitud que se parece a otros romanticismos llamados de la revolución?
– En primer lugar, yo no soy un romántico, y me da horror que me cuelguen esta etiqueta, y como, por otra parte, no sé qué es lo que entiende usted por eso, por “otros romanticismos llamados de la revolución”, prefiero no comprometerme.
– ¿Cuáles son sus escritores preferidos? ?Sus héroes preferidos?
– Mi escritor preferido es Marcel Aymé. Mi héroe preferido es el Négus, de L’Espoir.
– Muchos lectores del France-Observateur han escrito para preguntar si sería posible que hablara usted más de su experiencia en la cárcel. ¿Le sorprende el interés que despiertan en la gente sus declaraciones?
– N tanto. Cuando uno ataca a la justicia y a las instituciones bienpensantes, está seguro de obtener un cierto éxito. Pues es curioso, pero a los burgueses les gusta. (…) Yo explico esta inconsecuencia diciendo: “Es nuestra mentalidad, hermanos, nos gusta de recibir gopes”.
(…) Soy y seguiré siendo siempre hostil a toda forma de encarcelamiento. Hacer una elección es asunto suyo, no mío. Pero, he oído a demasiados buenos predicadores hablar de este problema, para no aprovechar la ocasión y decirles lo que pienso de ello. Once años pasados en la cárcel me permiten tener una opinión sobre el tema, y la primera conclusión que he podido sacar es que sólo la presencia de los prisioneros políticos contribuirá a mejorar las condiciones de vida del detenido de derecho común.