Diario de una pandemia VII. Ovnis y/o pesadillas

Diario de una pandemia VII. Ovnis y/o pesadillas

Recopilación de sesiones nocturnas, una excursión a la playa, sueños secos y conexión con la verdad en directo.

17/04/2020

Diario de una pandemia

Todas las fases anteriores y, si el insomnio cuenta como fase, esa también.

Todavía jueves, 9 de abril

Termino de trabajar y S. aparece con chanclas, camiseta y pantalón corto. Le digo que va playera. Hace buen tiempo. Me dice que sí, que va a montar una playa. Me parece bien. Nadie cuestiona el asunto. Cojo un vestido de flores, sandalias, gafas de sol y pañuelo. Me dedico a poner música mientras ella dibuja olas en una cartulina, las recorta y las va pegando sobre un mar de papel azul. Nos lo tomamos en serio. Extendemos toallas en el suelo de la habitación de S., junto al balcón más soleado. Colocamos unas sillas plegables para ver el atardecer en el salón, desde donde más se disfruta. En frente hay unos almacenes bajos y, después, las vías del tren. Se ve al fondo el perfil de esta parte de la ciudad: tejados clásicos de dos aguas amontonados, algún edificio ochentero, alto y aislado, que asoma entre ellos, y la silueta de dos torres de una iglesia gótica sobresaliendo, anacrónicas y esbeltas, recortadas contra el cielo, morado, azul y rosa, que se filtra entre sus arcos. Nos servimos un par de copas de vino blanco y luego otras más y nos tiramos así lo que queda de día, hasta la noche. Escuchando música y hablando. Aunque parezca improbable, escucho cerca el ronroneo de las olas.

Viernes, 10 de abril

Tengo que dejar el vino blanco. Lo que escribí ayer me quedó muy cursi. En fin. Estamos tiradas en el sofá cuando oímos gritos en la calle a la que da mi habitación. Hay seis agentes preguntando a un chaval -migrante- qué hace ahí. Por fin veo a casi todos mis vecinos a la vez. Frente a mi balcón, unos graban y piden respeto. Los que dieron el concierto de violín solo observan. En mi bloque, otras, a las que conozco, a grito pelado diciendo a los de enfrente que dejen a los agentes hacer su trabajo, que si ellas están en casa, todo el mundo a casa. Ea.

Los agentes miran hacia arriba y en un despiste el chaval que está en la calle se pira. El que grababa se mete en su casa y los policías le llaman al telefonillo. Nadie abre. Las conocidas: “¡Llama a la señora de tal piso, que esa te abre la puerta!”. Y la señora en cuestión, que sí, que lo hace, y que si es que están de alquiler esos de arriba, sí, sí, ya se sabe, que llevan aquí un tiempo. Y nosotras, por favor, ya vale, y el agente, estamos en una actuación, señora. Y yo, espero que no sea una performans porque hay apagón cultural y esquiroles en mi calle, no. Me escribe mi prima. Su madre se ha enterado de que no tengo mascarillas y me va a enviar unas pocas que tiene, quirúrgicas.

Por la tarde se oyen golpes y gritos que vienen del balcón de otro vecino. Toca la batería a toda leche. No es música, solo ruido. Y grita. Agita las baquetas cuando grita a la gente de la calle y las veo desde mi balcón. No se entiende bien lo que dice. Un señor que camina por la acera le hace algún comentario y el chaval grita más fuerte: “¡Es usted un maniático! ¡Un oligofrénico!”. Le dura una hora o así. Me dan ganas de invitarle a la nuestra playa, pero ya solo quedan los restos. Recogemos toallas, copas y sobras festivaleras varias.

Sábado, 11 de abril

Bajo a hacer compras a la tiendita de abajo. No queda casi nada de aperitivo, la gente ha arrasado con todo. Pillo lo que puedo y subo en diez minutos. Cada vez me cuesta más salir de casa. Comemos todo el día y nos prometemos hacer ejercicio el domingo. Escribe un amigo: “Un vecino con obras en la fachada se ha escapado y está dando un paseo por el andamio”. Otra responde: “Ayer D. salió con el perro a las 3.30 y había un señor sentado en las escaleras del Ayuntamiento. Se acercó la policía y oyó que les decía, ‘por favor, no me peguéis, he movido algunos muebles, la vecina ha subido gritando, he salido de casa y he empezado a andar. He aparecido aquí’ ”.

Vemos una miniserie basada en una novela de Stephen King -le llamamos Esteban Rey y nos entra la risa floja-, The outsider. Empieza muy bien, los primeros cinco capítulos son de suspense y tensión, le digo a S. que no he estado tan excitada en toda la pandemia. Necesito sexo. Los últimos cinco capítulos son desesperantes, no pasa nada, ya está todo el pastel vendido. Pero los engullimos.

Domingo, 12 de abril

No hacemos ejercicio. Recuerdo que hace días vi en alguna estori de Instagram un avistamiendo de ovnis y alguien comentó que se habían visto varios en distintas partes del mundo. Búsqueda rápida, “avistamientos ovnis pandemia” y el buscador me devuelve oro:

El Clarín de Argentina: Coronavirus en Bélgica: la epidemia dispara el avistaje de ovnis.

La Vanguardia: ‘Supervivientes 2020’: Los concursantes “avistan” un ovni

La Vanguardia: Alud de testimonios sobre la luz misteriosa: ¿Es el Proyecto Loon? ¿O tan solo la ISS? No entiendo nada de este titular. Pincho. Resulta que podría estar relacionado con el hecho de garantizar la cobertura de internet o con que ha coincidido con el paso de la Estación Espacial Internacional (ISS) cerca de Cataluña. Prometía mucho, pero me da respuestas plausibles. Yo quiero carnaza.

Siguiente resultado de búsqueda: Perfil -es un medio que no conozco-: Con el coronavirus se multiplican los “avistajes de ovnis” en el mundo.

Heraldo de México: ¿El fin del mundo está cerca? Terremetos, pandemia, tsunamis y ahora avistamientos de OVNIS: Vídeos. Lo que más me gusta de la palabra ovni es que es un objeto volante no identificado. Que podría ser mi vecina en un estallido de ira porque hay gente en la calle a saber con qué motivo, porque a ella nadie le explica nada y está en su casa, ciudadana ejemplar, y en una explosión de rabia sale volando por la ventana y todo el mundo mirando, ¿qué es eso que brilla rojo encendido en el cielo girando sobre sí mismo como una peonza y soltando espuma? Pues eso, que hay varios vídeos de cosas que brillan en el cielo y que, efectivamente, la gente que mira no identifica qué son.

elCorreo de Andalucía: Sonidos extraños en el cielo de Sevilla. ¡Vaya! Estos traen combo sonoro. Están produciendo “inquietud a miles de personas”. Ahí es nada.

El País: El comunismo que traerán los ovnis. ¡Tra trá! Este os lo enlazo porque la historia es maravilla. La revolución está hecha. Cancelad los sindicatos que nos van a abducir.

Siguiente titular: La Prensa -tampoco me suena este medio-: ¿Marzo apocalíptico? Pandemia, nuevo virus mortal, terremotos y avistamientos de ovnis. El subtítulo lo mejora: “Esta es una recopilación de hechos que han marcado el mes de marzo”. Mira, como este diario. Marcando el mes a todo trapo. La noticia se firma como Redacción porque a ver qué periodista tiene narices de poner su nombre a semejante ristra de hitos. Uno de ellos habla sobre un nuevo virus.

UNO NUEVO.

EL HATANAVIRUS.

Miro la fecha de la noticia, 25 de marzo, miércoles.     Ese mismo día “China reportó el deceso de una persona que dio postivo con el nuevo hatanavirus. Los hatanavirus son una familia de virus diseminados principalmente por roedores que pueden causar diversas enfermedades que si no se tratan a tiempo pueden provocar la muerte”.

Nueva búsqueda. Ni siquiera se llama hatanavirus, sino hantavirus. La noticia aparece replicada en varios medios, en la web de Telecinco, por ejemplo. Maldita.es destroza el bulo. No es un virus nuevo, no se transmite de persona a persona y en Europa suele causar una enfermedad que tiene menos del 0,5% de letalidad.

Reiner Werner Fassbinder: “El problema es simplemente que no tenemos censura. Si la tuviéramos, sabríamos qué podríamos y qué no podríamos hacer y también sabríamos contra quién luchar si las circunstancias lo requiriesen”. De una conversación con Renate Klett sobre la evolución política y el documental ‘Alemania en otoño’. Primavera de 1978.

Al rescatar esta frase no busco hacer un alegato nostálgico de políticas censoras. Es solo que estos días estoy revisando notas de libros que he apuntado por algún motivo. Esta apareció justo después de leer sobre ovnis. Fassbinder está hablando en esa entrevista sobre la autocensura de los artistas y, al mismo tiempo que dice esta frase tan rotunda, que da un arranque dinámico a la entrevista, reconoce en la siguiente respuesta que él sí ha trabajado lo que quiere, que él no necesariamente se ha autocensurado. Coño, Fassbi, entonces lo de no tener censura no es un problema, es una maravilla. Que entiendo por dónde vas y el contexto en que lo dices, pero después de los ovnis yo estoy más en que se publica mierda sin ningún pudor.

Otra frase que me he encontrado en mis revisiones estos días. “Querido Moravia: hace ya varios años que me contengo antes de llamar fascista a alguien (aunque a veces la tentación es fuerte); y, en segunda instancia, me contengo antes de llamar a alguien católico. En todos los italianos algunos rasgos son fascistas o católicos. Pero llamarnos mutuamente fascistas o católicos -destacando esos rasgos, a menudo irrelevantes- sería un juego desagradable y obsesivo”. Pier Paolo Pasolini (ilustre antiabortista de izquierdas), 30 de enero de 1975, ‘Sacer’*-

*En Corriere della Sera con el título ‘Pasolini replica sull’aborto’.

Este párrafo también me gusta. Tachar a cualquiera de fascista hace que la palabra pierda vigor. Luego, cuando hay que usarla de verdad, está desgastada.

Al vecino de las baquetas dicen que lo han internado, no sabemos dónde. El aporreo, dicen, fue un brote. Al parecer, vino la policía. Vivía solo.

Lunes, 13 de abril

En la pantalla se ordenan cientos de pantallas más pequeñas con gente haciendo todo tipo de cosas. Cambian continuamente, aparecen otras personas. Gente hablando, gente limpiando. Imágenes planas y paralelas de vidas y acciones. Sé que en cualquier momento puede conectar conmigo y todo el mundo verá lo que estoy haciendo. Miro la pantalla fijamente. El movimiento es frenético, me mantiene paralizada, esperando a que llegue mi turno, que puede ser ya o nunca. Cualquiera, en cualquier lugar del mundo, puede ser conectado a la pantalla. Y todas veremos qué está haciendo. Panóptico. Supongo que la pesadilla dura unos segundos, pero en mi cabeza parecen horas y me despierto más agotada de lo que me acosté.

La casa es nueva, de reciente construcción, flamante. Hay dos habitaciones. Una de ellas tiene un estudio en el piso de arriba y se la dejo a mi hermana, porque pienso que ella, que toca la batería, necesita ese espacio. Al entrar en mi cuarto, con mis amigas T. y O., vemos el ventanal. Ocupa toda la pared. Está frente de la cama y se ve una montaña enorme, de piedra rocosa gris y blanca, con hilos de agua negra que parece petróleo. T. y O. se sientan en la cama y ya no es una cama. Es otra montaña, una réplica más pequeña de la que se ve por la ventana. Se resbalan un poco, pero están encantadas con el paisaje. “Igual no te has quedado con la peor habitación, igual es la mejor”. Caen algunas piedritas rodando hasta el suelo, se resbalan, pero ellas ni se inmutan. El ventanal no es un ventanal, no hay cristal, es un enorme hueco. La montaña, aunque no se ven yo lo sé, está llena de cadáveres.

Hay una presencia en la casa. Es una casa vacía y vieja, oscura, solo está mi cama en una habitación inmensa, todo negro alrededor. Trato de dormir, pero la presencia me acompaña. No la veo. Hay un pacto tácito de no agresión, pero sé que el equilibrio es precario. En cualquier momento puede cambiar y la presencia atacará.

Martes, 14 de abril

S. ha traído cosas del taller. Es luthier, hace violines. Ella trabaja en un lado de la casa y yo en otro. Nos pasamos así el día, de vez en cuando nos saludamos, quedamos para comer y cenar y tomar algo a mediodía. Somos como una pareja de muchos años. Nos hemos acoplado bien. Nunca he terminado un diario. De pequeña empecé muchos, escribía unas cinco o diez páginas y lo dejaba. Cuando el impulso de volver a escribir llegaba, había pasado tanto tiempo que ya no me sentía nada identificada con lo que había puesto en el anterior y empezaba uno nuevo. Así acumulé unos seis o siete diarios, medio centenar de páginas desde que aprendí a escribir hasta los 13 años en que desistí, como una colección de identidades distintas para mí. El día que me obligué a limpiar y tirar cosas de mi habitación adolescente, con veintipico años, los releí. Tenían mucho más que ver entre sí de lo que me parecía en el momento en que los escribía y descartaba. Creo que escribir un diario es un acto de egocentrismo impúdico y que voy a dejar éste. Podría añadirlo a la lista de cosas sin terminar. Pero sigo con él. Y, además, se publica. Parece que con los años mi egocentrismo se ha ido afianzando. Y hay que sumarle cierto regodeo exhibicionista.

“Acaban de echar un pregón en mi pueblo que dice bla bla bla para que las personas eviten tener conversación con los vecinos… vamos, que nos han prohibido hablar”, escribe mi amiga, la del pueblito extremeño. Hay una iniciativa de las señoras para coser mascarillas y repartirlas. El pregón quiere evitar que en el reparto la gente se exceda siendo gente. Hablando, sonriendo, preguntándose qué tal y esas cosas. En el pueblo no ha habido ni un enfermo con síntomas del bicho. Me llaman por teléfono, es de la farmacia. Les han llegado las mascarillas y estoy en la lista. Me pueden dar dos como mucho. El modelo es FFP2, de las que impiden que contagies y contagiarte. Reservo las dos. Mi abuela escribe al grupo familiar para decir que a ella también le han avisado de la farmacia de que han recibido las suyas.

Un vecino viene a pedirnos la batidora. Nos tomamos un vino. Hablamos de política, de registro de datos, de lo que se nos viene encima o tenemos encima ya, aplastándonos. De que los recursos se pongan al servicio de que la gente vuelva al trabajo. De la nostalgia general pero, sobre todo, de la de izquierdas. De inventarnos formas nuevas. De lo inservible que es el concepto de patria desde hace tanto. Un rollo, pero pasamos el rato. Acabamos hablando de la peli de Carlos Saura, ‘Taxi’.

–  Yo antes hablaba más de otras cosas, ahora solo hablo de política – le digo a S.

–  Ahora todo el mundo habla de política, porque es lo que hay.

–  Me refiero a antes, mucho antes. A que llevo mucho tiempo solo hablando de esto, estoy cansada. Qué más da.

–  Pues hablamos de otras cosas, nos vamos a ver buenas pelis.

Pasaría diez pandemias con S.

Miércoles, 15 de abril

Alguien me mandó ayer una canción por el Día de la República y, de una a otra, me encuentro esta de Chicho Sánchez Ferlosio, versión de María José Llergo de ‘Canción de soldados’. La escucho en bucle toda la mañana mientras trabajo. Dejo que me envuelva la melancolía por un tiempo que no he vivido. Eso está bien para entretenerte un rato. Para nada más. En seguida hay que sacar la basura y poner otra cosa, yo qué sé, War pigs de Black Sabbath o así. Nuestra basura de hoy son como 20 botellas de vino y cerveza. “No creáis que soy una borracha, puedo parar de beber cuando quiera. Es solo que no quiero hacerlo”, dice Marilyn Monroe en ‘Con faldas y a lo loco’.

Ya nunca encendemos a luz alógena rota de la cocina. Nos hemos acostumbrado, pero se nos hace pesado cocinar solo con las bombillitas de encima de la vitrocerámica y con la lámpara del comedor, que llega a medias. Una amiga que tenía que hacer unas compras por internet nos ofreció pillar también un cebador y le dijimos que sí. Llama al timbre justo cuando estamos disfrazadas de gimnastas a punto de empezar una sesión de Kick boxing, así que se ahorra el espectáculo dejándolo en el buzón. Estamos felices. Lo cogemos, lo probamos y le damos al interruptor. ¡Luz! Otra vez parpadea y zumba sin llegar a encenderse nunca. Pruebo yo, prueba S. Lo quitamos, lo ponemos, nos vemos un vídeotutorial. Estamos haciendo todo bien, pero seguimos sin ver la luz.

Esta noche Cuarto Milenio da un especial sobre ovnis. Ya, ya sé que habíamos dicho que íbamos a ver películas buenas. Pero son ovnis. Y es Iker. Y no es ni Cuarto Milenio, es Milenio Live en yutuf que es un programa que se ha marcado él por su cuenta para reinventarse después de que le cancelara la tele. Todo esto no lo sabía. Milenio Live convierte mi pesadilla en realidad. Conecto y hay un montón de gente conectándose a su vez y haciendo comentarios. Saludos desde León, desde Mallorca, desde A Coruña, bienvenidos a la verdad, dice otro. No da tiempo a leerlos todos, pasan y pasan y pasan y más y más y más. Entra Iker: “No podemos perder ni un solo minuto dada la cantidad de información y novedades que tenemos”. Entra un tipo del que Iker dice que su periodismo es del de verdad, del que informa sin complejos, un periodismo profético, dice. Quiero aprender a hacer de eso. Por ejemplo, nos cuenta que el consumo de porno infantil ha aumentado “enormemente”. “Es terrible”, dice. El tío es conciso, sabe lo que se hace. También hablan de un montón de cosas que ya sabemos y de otras que no saben ellos. Hablan de que no hay mascarillas cuando lo cierto es que empieza a haberlas desde hace unos días. Iker habla de Guayaquil, de las imágenes de gente colapsando en la calle. Su compañera, Carmen creo que se llama, también habla de gente que colapsa. Repiten la palabra colapsar muchas veces. No sabemos qué quieren decir con eso. Después de un rato hablando del tema, Carmen dice que colapsar es caer enfermos -literal, al suelo, en la calle- o morir -cayendo al suelo en la calle-. Colapsar es caer al suelo en la calle por culpa del bicho. Iker dice que las imágenes de esa gente que colapsaba eran un bulo, que eran imágenes de mendigos y de otro momento. Pero… -dice- ¿y si no era un bulo y había fotos reales pero luego se difundieron fotos falsas para decir que era un bulo y el bulo era que era un bulo? “¡Pi-pá!”, dice Iker. Literal. Dice “¡Pi-pá!”.

Aguantamos veinte minutos mientras hacemos la cena, no más. No llegamos ni al apartado de los ovnis y decidimos poner la temporada tres de True detective que nos tiene enganchaditas. Sueño que conozco a un rapero famoso y que le gusto, pero le rechazo. Me dice que estoy “pi-pá”. En el sueño quiere decir que soy un pivón. Lo siento Ricardo, estoy que ardo, pero va a ser que no. Tengo novio. Me levanto muy frustrada porque ser fiel en sueños me parece un nivel de heteronormatividad asqueroso.

Jueves, 16 de abril

Llegan las mascarillas quirúrgicas por correo. Llamo a mi prima para darle las gracias. Me dice que estos días ha descubierto que a su hija, mi sobrina de año y medio, le gusta muchísimo el sonido del violín. O eso le parece. No sabemos todavía, pero S. dice que va a restaurar un violín pequeño para ella. Llevo días diciendo que voy a salir de casa y no lo hago. Me basta con hacer un rato de ejercicio, trabajar, ver algo con S., recoger cosas, volverlas a sacar y volverlas a recoger. Me fuerzo y voy a la farmacia. Estreno mascarilla y guantes de látex. El azul-verdoso quirófano es tendencia. En la calle ya casi todo el mundo lleva mascarillas, mucha gente también lleva guantes. “Son 3,50 euros porque sacamos muy poco margen, no nos queremos lucrar con esto”, me dice la farmacéutica. También me explica cómo limpiarlas, que son desechables, pero ellas las reutilizan. Las rocían con alcohol y las meten en bolsas de plástico para congelar, cerradas y en la nevera para que no les entre oxígeno. Me dice que es porque ellas las llevan ocho horas al día y atienden a mucha gente, que yo igual no necesito tomar tantas medidas. En un chat familiar pasan un vídeo de la infanta Elena cantando Resistiré. Hacemos puja sobre quién lo habrá hecho viral. Yo voto por Froilán. Mi madre cree que ha sido la propia Infanta.

 

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