Llega el final, ¿nos tocamos?
En cuarentena, en un hospital, expuesta al coronavirus, los límites morales comienzan a difuminarse y estos se transforman en fotos y en orgasmos exagerados en el baño.
A mediados de los años 50 se dio el inicio de una revolución entre los escombros de una guerra mundial. Fue una época saturada de conflictos a los que ahora llamamos historia. También estaban los Beatles, los hippies y el all you need is love que cimentaron una revolución sexual en una sociedad en crisis. A los jóvenes estadounidenses les tocó escoger entre hacer el amor o la guerra. Para algunos coger era lo más rebelde que alguien podía hacer cuando los rodeaba la muerte.
No estamos en guerra –por más que el presidente de El Salvador diga lo contrario– pero sí en cuarentena. Las calles, revestidas de militares y policías listos para llevarse a quien salga. Llevo 17 días encerrada y mi recreación más primaria es la masturbación. Ya los dedos no me hacen efecto, creo que ya me borré las huellas dactilares. De haberlo sabido antes habría invertido en un satisfyer cuando tuve la oportunidad.
Ayer chateaba con un tipo. Él se va a masturbar, como lo ha venido haciendo los últimos 15 días. Siento en su voz un tono muy MUY invitador. No sé si es real o yo me lo imagino. Hace una semana, X, otro amigo, me propuso que al terminar la cuarentena no fuéramos a un motel y no hemos parado de hacer planes con la misma emoción con la que iríamos a Disneyland. Con los días, el motel ha evolucionado a un trío que culminará en unos días en la playa. En 10 días será una orgía en una casa parroquial. En 15, la convocatoria será abierta.
Después de un intercambio de vídeos con X comenzamos a discutir el encierro y cómo nuestra libido regresó a la adolescencia: estamos excitados todo el tiempo. Me comenta que ha recibido más propuestas de lo usual para hacer sexting. Su bandeja de Whatsapp parece el de una hot line. Muchos números de ligues pasados que lo consideran lo suficientemente accesible para quitarse las ganas y la verdad es que lo es. En este momento, la “sana distancia” es la norma y las relaciones sexuales se van adaptando con pantallas de por medio.
Hay un mensaje que nos llama la atención. El de una mujer a la que solo conoce por Twitter y con la que sólo había intercambiado algunos likes y una que otra respuesta. Ahora ella hace cuarentena obligatoria en un hospital con casos positivos y parece estar asustada. Me cuenta que los likes se transformaron en mensajes coquetos, que pasaron a ser fotos; después llamadas en las que se habla poco, pero se hace mucho. Ahora son planes y propuestas para el futuro que solo él sabe que no se van a cumplir.
La sexualidad es eso que usualmente practicamos en secreto y que exploramos buscando adónde se siente rico. Usualmente, el sexo y todo a su alrededor, funciona a través de contratos no hablados –o sí–, que la mayoría de veces giran en torno a la privacidad: nos masturbamos en secreto, normalmente cogemos en la privacidad de nuestros cuartos, los prostíbulos incluso están sellados con un pacto de ver, oír y callar.
Sacar el sexo de la comodidad del silencio puede implicar consecuencias que trascienden de lo individual para llegar a lo colectivo. Si se enteran que mandaste un video metiéndote un dedo por el culo no solo minimizas las posibilidades de que “te tomen enserio”, sino que también te arriesgas a asumir el escarmiento social de ser, cuando menos, una “puta”, con todo lo negativo que conlleva esa palabra.
El filósofo en economía Philip Mirowski escribió en 2013 el libro Nunca hay que dejar que una crisis seria se desperdicie y, como si supiera del coronavirus, parece una guía para la industria de los guantes, mascarillas, jabones y la pornográfica en tiempos de pandemia.
Pornhub, el sitio web porno más grande del mundo, habilitó su servicio premium de manera gratuita. Primero para Italia, una de los primeros grandes afectados por la Covid-19 y luego, a medida que el virus se expandió por el mundo, también lo hizo la oferta. Desde el 10 de marzo la curva de crecimiento de usuarios ha ido en aumento. En Italia los usuarios subieron, en su mejor momento, en un 57%. En España en un 61%. El registro de usuarios nuevos por género aumentó de manera casi equitativa registrando 20.5% más hombres y 20.1% más mujeres. ¿Qué ven? Por el momento aun sigue siendo parte de su intimidad.
Pero la pornografía no llena. La gente quiere quiere interacción, una respuesta, aún si es a través de una pantalla y conscientes de que las posibilidades de que este material termine regado por internet son altas. Ejemplos de estos sobran. Por lo general, subido por hombres y que terminan en páginas como Pornhub y Xvideos.
Pero la gente quiere coger y está dispuesta a hacerlo con un teléfono de por medio. Escribir sobre esto no es nada nuevo, durante este cuarentena las campañas de “sexting seguro” dentro de los medios de comunicación también han sido parte de la agenda. Si se busca “Sexting cuarentena” en Google, al buscador le toma 0.39 segundos recoger 270.000 resultados de notas que como estas: “Irlanda recomienda el «sexting» y la masturbación para combatir el coronavirus” o “Sexo y cuarentena: todo lo que tenés que saber sobre el placer virtual”. ¿Quién habrían pensando que no aguantamos 30 días sin tocarnos?
No conozco a la mujer que le escribe a X, pero me comenta que recibir los mensajes le sorprendió, dice que siempre le pareció alguien a quien etiquetamos como “una niña bien” y que más de alguna vez le ha confirmado que todo lo que hace es algo nuevo para ella. Algo del confinamiento le ha hecho querer dejar esa pureza en pausa y masturbarse de todas las formas y posiciones posibles y enviárselo a un completo desconocido. Al final, ante la posibilidad de que todo termine con un ahogo desesperado, ¿qué más dan un par de fotos y de videos?
A todo eso que haríamos si supiéramos que morimos mañana Freud le llamó el “ello”. Este son los instintos con los que todos nacemos, pero que se van modelando a medida vamos creciendo y socializamos. Freud los divide en: Ello, yo y superyo.
El “superyo” es eso que reprimimos porque debemos de actuar a través de normas y estímulos para cumplir metas a medio o largo plazo. Por ejemplo, generalmente no le mandamos videos explícitos a quien no conocemos por algo tan ambiguo como el “pudor” o porque queremos ver si las cosas pueden dar al menos para una cena o algo más “formal”. Pero en cuarentena, en un hospital, expuesta al coronavirus, los límites morales comienzan a difuminarse y estos se transforman en fotos y en orgasmos exagerados en el baño de la habitación.
El sexo es y será un tabú por mucho tiempo, aún cuando el virus ya nos haya abandonado, pero ciertos contextos como guerras y epidemias nos obligan a cambiar o desaparecer. En este caso te adaptas o te masturbas viendo el techo de un hospital por al menos 30 días más.
Esto es más sencillo que pronombres y psicoanálisis. Es más sencillo que guerras y hippies. Es la diferencia entre el “queremos” y “podemos”, que en la cotidianidad nos limitan los mandamientos morales pero que, ante la posibilidad del fin las convenciones sociales, se van deteriorando. El frenesí colectivo ya no es por hacer lo que creemos sino por lo que queremos y generalmente, lo queremos es coger.