La insurrección gitana sucede cada día
Este texto forma parte de una iniciativa conjunta de medios aliados de Rromani Pativ, El Salto, Pikara Magazine y CTXT, y la colaboración de La Directa, en ocasión del día internacional de la resistencia rromani.
Así es como empezó la conversación y la idea de este artículo: en la cocina, fumando, esperando que se secara el suelo recién fregado con lejía y mistol. Después de pasar la bayeta con lejía por todos los productos de la compra y haber echado alcohol en spray en los pomos de las puertas y las llaves de la luz. Cuando pienso en este ritual de limpieza y que hay quienes esto les parezca nueva normalidad me río y recuerdo a mi abuela enseñándome y legándome un principio básico de la cultura gitana que no solo tiene que ver con la no contaminación física sino con el evitar la contaminación mental. También pienso en los miles de gitanas que compramos la lejía de 5 litros y no nos dura una semana siquiera.
En fin, lo que decía. Que estaba pensando qué escribir en este 16 de mayo —cuando ya le había dicho a mi querida MA que pensaba escribir un cuento sobre gitanas y su resistencia—, pero no estaba tan segura:
– Es que ya se han escrito un montón de artículos sobre lo que pasó ese 16 de mayo.
– Ya, pero no con rigor, porque no hay pruebas de lo que pasó ni testimonios.
– Casi que nos hemos ido inventando y haciendo nuestro lo que pasó aquel día.
Y así es. Para las que somos feministas se nos llena la boca y el corazón de rebeldía cuando soñamos en aquel día, 16 de mayo de 1944 en el Zigeunerlager, el campo para familias gitanas de Auschwitz. Soñamos viendo a las gitanas cuchichear, enterándose por boca de Tadeusz Joachimowski, un payico güeno, de que los malditos demonios nazis iban a asesinarlos a todas y a todos al día siguiente: el campo para familias gitanas quedaría exterminado. Soñamos con los soldados gitanos de la Wehrmacht (ejército nazi alemán) que habían luchado junto a los nazis y que hacía pocas semanas que habían sido enviados desde el frente al matadero, directamente a Auschwitz, por ser gitanos. Fueron ellos los que trataron de organizar a nuestra gente para que aprovecharan cualquier herramienta, cualquier palo que sirviera para dar batalla. Seguro que perderían. Pero no se lo pondrían fácil. Así, Mano Höllenreiner, que entonces tenía sólo 10 años, recordaba a su padrecico, cuadrado en la puerta del barranco y gritando a los malditos SS “no saldremos. Venid si os atrevéis”.
Las mujeres —soldados improvisados— con sus niños a cuestas, hambrientas y débiles, no eran una visión esperanzadora, cuando sus contrincantes asesinos estaban bien alimentados, armados hasta los dientes y seguros de que los gitanos y gitanas que allí estaban eran como cucarachas que había que exterminar. “La Plaga Gitana”, nos llamaban.
Pero verdaderamente no hay pruebas de que eso pasara así. Nos copiamos unas activistas a otras repitiendo una y otra vez el hecho histórico del que no sabemos apenas lo que sucedió, ni tan siquiera lo que sucedió a lo largo del Holocausto con las personas gitanas, porque no ha habido una investigación de esos hechos, como debería de haberse hecho.
Los únicos que pudieron contar algo eran entonces niños y niñas gitanas como Ceija Stoika, que en gloria esté, y habían sufrido un trauma atroz del que apenas querían recordar siendo adultos.
No sabemos y nos lo vamos inventando y ya todo suena como un rumor que corre como la pólvora. Tal y como ha sido la historia del Pueblo Gitano, residan donde residan. Llenas de falta de rigor, sin investigaciones científicas, sin historiadores con mentes críticas solo llenos de prejuicios antigitanos que vierten en sus investigaciones. Alguno hay con buena sombra, pero que, igualmente, imagina la historia desde sus verdades inamovibles payocéntricas. Ahora cualquiera dice y escribe sobre gitanos y gitanas, cualquiera romantiza y ama la gitanidad. Ahora y siempre ha pasado esto, la moda de la afición, el flamenquismo en España llenó de gitanismos nuestros idiomas, de vestidos de lunares Andalucía y nuestros oídos y nuestro corazón de cante gitano, para que ahora vengan los más “conservadores” y se empeñan en decir que eso es suyo y que siempre estuvo ahí. Como la más románticas de las escenas de payaliadas, quienes me cuentan que aman la gitanidad porque llevamos en la sangre el compás y el ímpetu, tal vez no se den cuenta de que eso es antigitanismo, no dar valor a lo aprendido, al esfuerzo, al tiempo, a ser autodidactas, pero en mi opinión es la más absoluta ignorancia e implica voluntad de no saber, de no conocer y de no querer hacerlo.
No sabemos lo que sucedió ese 16 de mayo, pero se ha convertido en un símbolo, en un día más que parece que las autoridades nos regalan o nos dejan conmemorar. Otro 8 de abril, otro día institucionalizado que nos ha robado el poder. Otra excusa para la foto o para twittear un #LoQueSea que se llena de aliados y aliadas.
Personalmente me he hartado de ello. Me he hartado como muchas activistas de ver títulos en romanó de proyectos sin sentido que subvenciona el gobierno; frases que nadie sabe lo que significa ¡Nos robaron nuestro idioma! Me he hartado de fechas, de reuniones que aspiran a cambiar el mundo y a luchar contra el antigitanismo o antirracismo moral, que tan bien explican mis primos y primas de Kale Amenge. Me he hartado de Soros, de las asambleas y de los ultraconservadores de nuestra gitanidad.
Me sobran rumores y me falta rigor, políticas verdaderas de investigación, verdaderos programas de formación de nuestra historia con rigor y respeto y una campaña política dotada económicamente de lucha contra el antigitanismo. Me sobran asambleas de gitanos de mediana edad que han olvidado lo que significa ser gitano y venden palabras por cuatro duros a partidos antidemocráticos. Me sobra hasta mi activismo y mi nombre y lo que me falta es trabajo de verdad, diario, con una nevera llena de vender en el mercao o la olla llena de un trabajo fuera de las garras de cualquier estructura antigitana. Me faltan ejemplos de vida como la del Tío Valeriu Nicolae.
Me sobran líderes gitanos y me faltan figuras de respeto como existieron antes de no sé qué moda de asociarnos para la inclusión del Pueblo Gitano, sea lo que sea lo que signifique eso de inclusión, que siempre me suena a “arreglarnos” y a lavarnos el cerebro para que nos comportemos como quieren. Y lo que quieren es que no rechistemos cuando haya que hacer lo que el sistema payo manda; trabajar 8 , 12 o 15 horas para que la empresa de turno y, sobre todo, el que manda, que siempre es payo, se enriquezca; llevar a las niñas pronto a la guardería que tomen biberón y comida pronto, que socialicen y aprendan a comportarse calladitas y sin dar quehacer; que no rechistemos cuando haya que pagar impuestos, vivir en casas-cárcel pequeñitas y, a fin de cuentas, vivir para dar nuestro trabajo a una sociedad que nos desprecia y a unos payos que mandan que se enriquecen a costa de unos cuantos millones de mercenarias.
La insurrección gitana sucede cada día sin que nadie la alabe y glorifique. Sucede cada día en los colegios, cuando tres gitanitas se juntan en el patio y deciden gritarle a sus profesores que son unos racistas antigitanos aunque apenas levanten tres palmos del suelo y no sumen entre las tres una treintena de años. La insurrección sucede cada día cuando te levantas a las seis de la mañana pa poner tu mercao y te vas a las 10 si está lloviendo y te comes unas gachas o un coscurro de pan. Que no es la vida romántica. Que es muy dura esa vida, pero es la insurreción gitana: la última resistencia al sistema establecido, mi alternativa a un mundo, a un sistema de pensamiento, económico y social que han establecido otros.
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