Mis paredes, tus paredes
María, desde su encierro, escribe a la otra María, encerrada en una cárcel de Nicaragua. "¡Que las liberen!", clama.
Me llamo María. Estoy confinada en apenas 60 metros cuadrados, con mi compañero y mi hija de cinco años. No tengo patio, mi terraza, ni balcón… Pero mi familia está sana, tengo un salario, agua caliente, calefacción, internet y televisión. Salgo a la calle cada tres días a comprar comida y cada dos a sacar basura. Saludo a mis vecinas por la ventana, hablo con mi familia y mis amigos y amigas por teléfono… y mi psicóloga me atiende cuando siento que el encierro puede conmigo.
En estos días trato de trabajar, jugar con mi hija y escucharla, cocinar con amor, ver buenas películas, ordenar los armarios, hacer limpieza… Trato de hacer todo lo que normalmente no puedo porque no tengo tiempo, y lo hago con la calma que me permite contar con un sistema de salud que aún responde, y con una cuenta bancaria que hace posible comprar lo que mi familia y yo necesitamos.
No puedo evitar sentir el encierro, la tristeza, la ansiedad, el miedo, … el nudo en el estómago que aparece nada más despertar. Me duele mi vida en pausa… pero también me duele lo que hay más allá de mi realidad y mis privilegios europeos. Me duelen quienes no comen si no trabajan, quienes no pueden dormir porque no saben si sus ahorros les sostendrán todo el tiempo que dure esta situación, o si sus trabajos y sus pequeños negocios podrán continuar cuando salgan de casa, y me duele pensar que las que más sufren y van a sufrir esto, serán como siempre, las mujeres.
La otra María
En esta tristeza e indignación me duele otra María, una que está a miles de kilómetros de distancia: María Esperanza Sánchez, quien como yo está encerrada. Pero su encierro es muy distinto al mío. En su país, Nicaragua, el sistema de salud no tiene la más mínima capacidad para hacer frente a esta crisis, o el Gobierno ninguna intención de afrontarla.
Para ella, lavarse las manos a cada rato, o aislarse de quien la puede contagiar del virus que nos ha cambiado la vida no es una posibilidad, como tampoco lo es hablar con su gente querida. El encierro la encontró además tratando de superar una bronquitis, una crisis de asma y otra de hipertensión y los impactos que en ella están teniendo los malos tratos y la tortura a la que es sometida.
A esa otra María, como a otras personas personas que defienden derechos humanos y que se oponen al Régimen de Ortega [Daniel Ortega es el presidente de Nicaragua], pretenden imputarle cargos por tráfico de drogas. Cargos que ella niega y que forman parte de la violencia que sufren quienes se oponen al Gobierno.
Nunca debió conocer la cárcel, ni la tortura, ni la negación de atención médica o medicinas, menos aún debe conocer el riesgo de perder su vida. Para ella estar en prisión en estas condiciones puede suponer la pena de muerte.
Es inevitable verse en un espejo. Y ver en él a la otra María, junto con las compañeras que son constante e injustamente detenidas en Nicaragua, junto a aquellas otras que tras ser excarceladas viven su casa como una prisión, pues afuera están expuestas a los policías y paramilitares, que de manera más violenta que el virus las roba la libertad.
Mis paredes y sus paredes, mis encierros y sus encierros son muy distintos: quiero a la otra María y a las otras compañeras, libres, sanas y en sus casas, sin asedio ni persecución. ¡Que las liberen!
realizado con el apoyo de Calala Fondo de Mujeres y financiado por el Ayuntamiento de Barcelona.
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