Atención primara y medio rural, el caso de La Rioja
La comunidad ha sido uno de los focos de España donde el coronavirus ha actuado con más virulencia y también la que mejor lo ha contenido. La baja densidad de población en este entorno rural y las redes de apoyo tejen la historia de control de la pandemia. Pero la clave también ha estado en su sanidad, que ha combinado diagnóstico telefónico, rapidez de respuesta y realización de PCRs.
Es martes 12 de mayo a media mañana. Segundo día de desescalada en La Rioja. En Haro, algunas personas hacen cola en pequeños comercios. En una terraza del parque de los Pintores Tubía y Santamaría, tres señoras se sientan a tomar un café. Las mascarillas puestas hasta que se sientan en la mesa. “Ya teníamos ganas de terraza”, dice una de ellas. Los columpios están vacíos. Se ven pocos niños por la calle. En las principales arterias de la ciudad tampoco hay casi gente, y se nota menos tráfico del habitual. Del habitual antes, cuando el coronavirus aún no había estallado en esta ciudad de 11.776 habitantes, convirtiéndola en uno de los primeros focos de España. Hay pocas terrazas abiertas, en zonas amplias como plazas o parques. El día anterior, primer día de la primera fase, Logroño, capital de la comunidad, tenía un ritmo similar. Aunque en la calle Mayor sí había movimiento, la mayoría de los bares del centro permanecían cerrados y no había terrazas siquiera en la Plaza del Mercado, espaciosa, donde se encuentra la catedral. Tampoco en el Paseo del Espolón y toda la zona peatonal adyacente. A penas dos o tres bares abiertos. En el Café Moderno, la cola de espera era algo más larga.
La Rioja ha sido una de las comunidades del Estado español más afectadas por la pandemia. En concreto, la zona de La Rioja Alta que queda en la margen derecha del río Ebro. Haro y Santo Domingo de la Calzada han sido dos de las poblaciones que más casos han acumulado. El 10 de marzo y según cifras oficiales, había 102 casos confirmados en la comunidad, el 95% de ellos en la ciudad de Haro. Según las cifras del Ministerio de Sanidad a día 19 de mayo, este territorio es el segundo en número de casos confirmados, 1271 por cada cien mil habitantes. Solo le supera la Comunidad de Madrid, con algo más de 1000 diagnosticados por cada 100000 personas. También es la segunda comunidad en número de muertes por la pandemia, de nuevo por detrás de la comunidad madrileña, con 111 muertes por cada 100000 habitantes, frente a las 133 de Madrid. Sin embargo, si miramos la evolución, a día 19 de mayo, según los datos desagregados del Gobierno de La Rioja, tan solo se había registrado una muerte más desde el día anterior. Poco si se compara con las cifras de otras comunidades y en especial con el repunte de muertes del mismo día en la Comunidad de Madrid, donde fallecieron 31 personas.
A pesar de las buenas cifras, en los primeros días de la desescalada la población sigue siendo discreta, sin atreverse a salir demasiado, sin formar aglomeraciones en ningún sitio. En algunas tiendas siguen colgados los carteles para pedir cita previa, a pesar de que la fase 1 permite abrir, siempre que se controle el número de personas que haya dentro de cada local, dependiendo de su tamaño. Hay pocas zonas de terrazas por el centro y son tranquilas y espaciosas. En algunos recovecos de la ciudad se puede ver una mesa aislada, con algún parroquiano nada más. En la plaza central, la de la Paz, una decena de personas toma el aperitivo en la terraza amplia del Café Suizo, la única abierta de entre los muchos establecimientos que se apilan a los cuatro lados de la explanada. Ana espera con su hijo de diez años en la fila para entrar a la mercería, tras otras dos señoras. Tiene 37 años, es administrativa en un taller mecánico y está en ERTE. Es el primer día que pisa el centro con la intención de hacer los últimos recados antes de volver al trabajo, que será dentro de poco: “Luego ya no tengo tiempo de nada. Cuidarán al niño mis padres”. Cuenta también que hay madres de clase de su hijo que no tienen con quién dejar a las criaturas porque no hay abuelos o son población de riesgo. Como vive a las afueras, durante el confinamiento ha hecho las compras en los supermercados que están en la periferia del pueblo, a pie de carretera, para evitar cualquier contacto innecesario. “Haro no se confinó antes que el resto –recuerda– La gente salía de casa, iba a trabajar, hacíamos vida normal. Piensas que no te va a pasar a ti, hasta que pasó lo de que aquella familia y ves que sí, que el virus está aquí. Cerraron los bares, eso sí fue importante porque son los sitiosdonde más se junta la gente, pero eso ya fue el mismo día que el resto del país. Aquí tampoco hay aglomeraciones y no cogemos el metro, igual por eso ha remitido mejor”.
Ana hace referencia al bulo que se extendió a principios de marzo sobre que la ciudad estaba en cuarentena, extendiéndose antes de que se cerraran los colegios, el 10 de marzo, el Ayuntamiento y, finalmente, los establecimientos. “Los periodistas sacaron imágenes de una calle en obras para decir que estábamos confinados, pero era mentira y lo sabían porque estuvieron aquí. Salió en todas partes”, cuenta Arantxa Carrero, concejala de Igualdad. La alcaldesa de Haro llamó al ministro de Sanidad para desmentir la noticia del cierre de la ciudad y este lo hizo público en los medios. A pesar de ello, el presidente del PP, Pablo Casado repitió el bulo para justificar por qué no había que prolongar la cuarentena la primera vez, cuando todavía no se conocía la evolución tan positiva de la ciudad. Haro se confinó antes y aun así ha sido uno de los sitios con más personas enfermas, así que el encierro no es efectivo, vino a decir el popular. Ahora que los datos muestran que la pandemia ha sido controlada, hay quien alude al confinamiento en general, a las medidas rápidas de los consistorios en particular, y quien señala que es por ser una zona rural con menos densidad de población. La Rioja cuenta con 62 habitantes por kilómetro cuadrado frente a los 93 de media del Estado y muy lejos de los 833 habitantes por kilómetro cuadrado de la Comunidad de Madrid. Aun así, el epidemiólogo Fernando Simón apuntó a lo que tanto personal sanitario como políticos señalan como la clave, aunque no sea la única razón: la atención primaria. “A diferencia de en otros sitios, aquí en seguida se hizo un protocolo de atención telefónica. Hubo voluntarios médicos jubilados para el triage. Te decían por teléfono si tenían que llevarte al hospital o te atendían en casa. En otros sitios se acudía directamente al hospital. Mucha gente fue derivada, pudo pasar la cuarentena en casa, aunque hubo saturaciones”, explica Carrero. “Los datos de La Rioja son espectaculares”, dijo Simón el pasado 14 de mayo, al tiempo que reconocía que los sistemas de detección de la comunidad habían “funcionado muy bien”. La población riojana tiene menos anticuerpos que otros lugares donde el virus ha tenido una incidencia menor, solo el 3,3 frente a la media del 5% en el Estado, lo cual señalaría que el esfuerzo por el diagnóstico ha sido clave en el control de la epidemia. “Hubo escasez de material, como en todos los sitios. El mundo parecía un bazar. Así que hubo riesgos, contagios entre médicos y policías, pero, en general, el triage y la atención primaria fueron esenciales”, recalca la concejala. A mediados de abril la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) ya subrayaba que la comunidad riojana lideraba, además, la realización de test PCR y de anticuerpos. Según su informe, mientras en el Estado se hacían 28,6 test por cada 1.000 habitantes, La Rioja realizaba una media de 80,3.
Raquel, tiene 83 años, vive sola y ha pasado toda la cuarentena sin salir de casa ni para tirar la basura. El martes 12 de mayo era el primer día que se acercaba a la terraza de un bar. “El mismo domingo antes del estado de alarma estábamos en la puerta de misa y vino la tele. Ya se había oído lo de la familia que había estado en un funeral de Vitoria y que había vuelto contagiada. Y que eran gitanos, qué más dará, ni que estuvieran contagiados por serlo. Si aquí se ha contagiado mucha gente y nadie sabía nada al principio”, cuenta. Suenan las campanadas de la Basílica de La Virgen de La Vega que llaman a misa a las 12.30 y Raquel sonríe: “Qué ilusión ayer cuando las escuché después de tanto tiempo. En el confinamiento solo las tocaban a la hora de los aplausos”.
Antigitanismo estructural
La Rioja es uno de los territorios españoles con mayor porcentaje de población gitana. Del total que habita en la comunidad, dos tercios se concentran en tres ciudades: Logroño, Haro y Calahorra. El primer bulo que saltó a los medios fue que la propagación del virus se debía a la irresponsabilidad de una familia gitana de Haro que no quería hacer cuarentena y estaba siendo controlada por la Guardia Civil. Carrero desmiente esta idea: “Ninguna persona contagiada se saltó el confinamiento. Sí había gente que no se sabía aún si tenía el virus y que salió de casa. En ese momento si no tenías positivo no te confinabas. Fue una ola de racismo porque esto ha pasado en todos los sitios y con familias de todo tipo”. “Desde los medios de comunicación de La Rioja, sobre todo rioja2.com, han incitado al odio. Los primeros contagios fueron unas tres semanas antes del estado de alarma y publicaron el nombre de los afectados, dónde vivían, la calle. Todo, como si nosotros quisiéramos contagiar y no estuvieran muriendo muchos de los nuestros. Se hicieron eco hasta medios generalistas como el ABC”, cuenta la activista gitana Silvia Agüero. Hace unos cuatro meses que vive en un pueblito de La Rioja. Antes estaba en la Comunidad valenciana donde no sentía un antigitanismo “institucional y social tan brutal”. Incluso cuenta que ya en el año 1559 hubo una epidemia de peste en Logroño de la que acusaron a los gitanos: “Se decía que habían envenenado las fuentes”. A raíz de que saltara la noticia, Agüero explica cómo a algunas adolescentes se les insultó por redes como Instagram. “Lo que yo digo es que los gitanos no viajamos, y el virus viene de gente blanca que viaja, con dinero y con pasaporte. Es más, gracias a que los contagios fueron en el pueblo gitano, que es un pueblo endogámico, no se extendieron tanto en La Rioja”, asegura. Los datos oficiales no permiten ver qué población gitana ha sido afectada por la pandemia, pero Silvia asegura que les ha golpeado con dureza y ha habido muchas muertes. “El estado de salud del pueblo gitano también era peor ya antes del coronavirus, y por eso afecta más. Y este estado no es por genética, sino porque el antigitanismo estatal lo provoca”. La principal forma de sustento de esta población son los mercadillos y “los cerraron antes que los centros comerciales cuando tenían que haberlo cerrado todo. Eso es antigitanismo institucional”, dice Agüero. En la fase 1 los han abierto antes por estar al aire libre, pero ella recuerda que los pagos que se hacen para poder colocar un puesto en un mercado privado no están cubiertos por las ayudas de emergencia decretadas por el Gobierno. “Esto –explica–, ahonda en nuestra situación de precariedad, que ya era mayor antes de esta crisis. Tienes que estar en la miseria para cobrar 600 euros, y con eso no se vive”. Para paliar esta situación organizaron una caja de resistencia interna y desde la Plataforma Rosa Cortés de mujeres gitanas, que forma parte del comité de emergencia antirracista, se ha lanzado una caja de resistencia abierta, a escala nacional, de la que se reparte el dinero para alojamientos por todo el Estado. “En La Rioja estamos mejor que en otras comunidades porque se ha aprobado una ayuda de emergencia. Y hay que decir que las instituciones se han portado relativamente bien. Cuando confinaron a estas dos familias, había tantos infectados gitanos que no podían salir a comprar ni a tirar la basura. Nos organizamos para comprar alimentos, pero a la vez estábamos metiendo presión a la institución desde la Federación de Asociaciones Gitanas Ezor Rroma y la Plataforma Rosa Cortés. La institución reaccionó, llevó comida a los afectados, estuvo pendiente de que la familia de quienes estaban hospitalizados tuvieran algún tipo de información”, cuenta Agüero.
“La alcaldesa iba casa por casa”
Santo Domingo de la Calzada tiene 6231 habitantes y está a veinte kilómetros de Haro. En esta población, la mecha del coronavirus empezó a prender a primeros de marzo, en su punto álgido, la gente cuenta que el pueblo estaba tan cerrado que solo entraba y salía personal sanitario. En la carretera que une ambos lugares, se alinean pueblitos pequeños, de varios centenares de habitantes, atravesados por la vía. De vez en cuando se ve a alguien en el arcén, casi siempre una persona anciana, con mascarilla, esperando para cruzar a que los pocos coches que circulan, pasen. “Una de las cosas que fue más complicada al principio fue hacer entender a los pacientes que no podían salir, que igual no podían ir al huerto. Que el virus de verdad estaba aquí”, comenta Laura Villaverde, médica y directora de zona de Santo Domingo de la Calzada. Parece, por lo que cuentan en las calles, que la sensación de periferia de las zonas rurales influía en ese no creer que la pandemia estaba ahí. Hasta que comenzaron a desbocarse los casos. El 9 de abril le dieron a Villaverde los resultados de su primer test. Estaba débil desde hacía días, pero tanto ella como su marido, población de riesgo, dieron negativo. Era el estrés, el agotamiento después de un mes de trabajo a destajo. Ángel García también es médico de atención primaria en esta zona y también tuvo síntomas, tos y fiebre. Le hicieron la prueba hasta cuatro veces. “Siempre daba negativo y al final di positivo en sangre –recuerda–. Sobre todo tienes miedo de contagiar a quien está a tu alrededor, tengo una hija pequeña y mi mujer está embarazada. Y esa sensación de que estás sucio, entrar en casa y quitarte la ropa directamente, de agobio. He estado dos meses sin ver a mis padres, hasta el pasado lunes –primero de la fase 1–, pero aun así estás en casa guardando las distancias”. Cuentan que los primeros días no había un protocolo, que se guiaban por el sentido común. “Es cuando caímos más trabajadores de hospitales y de residencias. En algunas residencias todavía trabajan en condiciones de vergüenza”, denuncia Ángel. “En esos momentos, también hay que decir que la industria periférica nos surtió con material a manos llenas al centro de salud y a las residencias”, apostilla Laura. Ambos explican que el drama de las residencias de personas mayores ha sido similar a otros sitios. En total, La Rioja cuenta con 32 residencias. De ellas, según datos del Ejecutivo riojano, 19 se han mantenido sin positivos. De las 352 personas fallecidas a 22 de mayo, 201 eran residentes.
El personal sanitario que atiende a esta zona de 16 municipios y alrededor de 13.000 habitantes lo compone un equipo de 12 profesionales, y han contado con seis más de refuerzo durante la pandemia. Laura empezó a ejercer en el 83 y lleva dos años trabajando en La Rioja. Antes, lo hacía en Madrid. “Por ser un entorno rural, lo que sí se ha notado ha sido el miedo, la desconfianza hacia el otro, la estigmatización a quien tenía el virus”, explica. Y Ángel añade: “Un paciente que dio positivo hace 2 meses tenía miedo de salir de casa por si alguien se contagiaba y luego hablaba la gente y le señalaba”. La riojana es una población envejecida. En 2018, según la última publicación del Gobierno, ‘Principales características demográficas de La Rioja’, la media de edad era de 44,3 años, uno más que en el resto del Estado. Algo más del 20% de la población tiene más de 65 años o más, más de un punto por encima de la media española, y, de estas, casi el 23% son mujeres, casi dos puntos por encima de la media estatal. Las estadísticas que facilita el Gobierno de La Rioja señalan que la Covid-19 ha infectado más a hombres mayores de 70 –38,2% frente al 36,6 de mujeres infectadas– y, sin embargo, la cifra de hospitalizaciones y fallecimientos entre las mujeres de esta edad ha sido mayor. “Mucha gente mayor vive sola –apunta Villaverde–, están al cuidado de servicios sociales que dejaron de venir”. “Tampoco venían las trabajadoras a domicilio, que tenían miedo. En el pueblo que yo atiendo, Tormantos, la alcaldesa iba casa por casa, porque nos conocemos todos, para ver que todos los mayores estaban bien. Por ejemplo, vio una casa en la que la barra de pan que se había repartido seguía colgada en la puerta. Avisó y el hombre estaba en el suelo. No era corona, pero lo llevaron a urgencias”, añade Ángel. Laura cuenta lo mismo de alcaldías de su zona.
Las administrativas del ambulatorio de Santo Domingo de la Calzada atienden tras las mamparas a un repartidor de Correos que acaba de llegar. Están en primera línea, cogiendo el teléfono y atendiendo a quienes llegan con síntomas. Ahora el protocolo impide que la gente vaya directamente a urgencias, primero tienen que pedir cita para evitar aglomeraciones. “Hemos sentido desolación –explica una de ellas–. Empezó a desbocarse a primeros de marzo. Si un viernes tuvimos un caso, el lunes fueron tres y el miércoles y jueves fueron cientos, casi 300 llamadas. El fin de semana ya se decretó el estado de alarma, pero antes de eso los bares del pueblo y comercios ya habían cerrado voluntariamente. Lo que hemos hecho bien es que desde el principio intentamos controlarlo por teléfono, decirles, ‘no venga, nos pondremos en contacto’. Pero notas el miedo de la gente. También se hizo bien atenderles en la puerta, sin dejarles entrar directamente. Lloraban al teléfono, te contaban ‘es que mi marido se ha muerto’ ”, relata. Los primeros días, la UME acudió al centro para desinfectar, pero luego dejaron de hacer y las limpiadoras tuvieron refuerzos: “Al principio tenía miedo, hasta que ves cómo funciona esto”, cuenta Lourdes, de 65 años, que trabaja limpiando el centro de salud por las mañanas. Le quedan solo tres meses para jubilarse. “¡Menuda despedida!”, exclama.
Víctor Manuel vive en un primer piso, en una calle empedrada cercana a la catedral de Santo Domingo de la Calzada. Asomado a una ventana, se siente casi como si estuviera fuera de casa. Charla con el carnicero que trabaja justo en frente o con la gente que hace cola para comprar en la tienda de ultramarinos que le queda debajo. Casi todo el mundo se conoce. Víctor Manuel tiene 53 años, tuvo un trasplante. Es población de riesgo frente a la Covid-19 y por eso sigue sin salir de casa a pesar de que es miércoles, 13 de mayo. Segundo día en la fase 1 de la desescalada en la comunidad riojana. Cuenta que durante el encierro lo más característico era la falta de movimiento y el silencio en general en el pueblo. “Pero al final parece que lo hemos controlado, sí”, sonríe. Por la calle sigue sin haber mucha gente. Han abierto una terraza, la del bar Titanic, en el paseo principal. Ahí unos seis hombres toman algo, casi uno por mesa. Es fácil cumplir las medidas de seguridad. La poca gente que hay por la calle hace recados, por lo demás, no hay aglomeraciones. El día anterior, 12 de mayo, había sido el día grande de las fiestas del pueblo. Una tarde lluviosa hizo que, unida a la prudencia o el miedo, las calles estuvieran vacías, aunque varias personas comentan con cierto enfado que los adolescentes estuvieron por ahí. Una mujer está parada con su carrito frente a un edificio alto de pisos:
– Que salga a que le dé un poco el aire– le dice a otra mujer que está asomada en una ventana.
– Que salga al balcón, –responde esta– que si le dices aquí y así, este es allá y asá.
En algunas verjas de alambre a pie de calle ondean pañuelos de las fiestas patronales que la gente ha ido colgando. Las casas también están decoradas. De los edificios cercanos al centro de salud cuelgan, cruzando la calle, además de los banderines de fiestas, muñecas con vestidos largos. “Son las doncellas, que como este año no se puede salir, las cuelgan de balcón a balcón”, comenta la dueña de la Mercería El Barato. Ella y su marido regentan el establecimiento y es el primer día que han abierto después del confinamiento. El matrimonio ha sobrevivido, según cuenta él, porque solo trabajan ellos y no han tenido que hacer un ERTE. “Nos ha llegado la ayuda por haber tenido que cerrar, pero nada más cobrarla, nos han pasado la Seguridad Social”, explica. La dueña de una pequeña tienda de alimentación situada en el casco antiguo de la ciudad dice que no ha cerrado ni un día, pero que abría con miedo: “Casi preferías que no viniera nadie. Luego te vas calmando. Nos enterábamos de las muertes por el grupo de Facebook de me gusta Santo Domingo y porque el cura las mandaba por Whatsapp. Aquí conoces a casi todo el mundo. En mi caso se han muerto mis vecinos, un matrimonio”. Su hija tiene 25 años y es enfermera. Al principio iba y venía de Logroño, luego se pudo quedar en un hotel habilitado en la capital: “Era eventual cuando la llamaron para ir allí. Ahora cuando pase esto, la mandarán al paro otra vez”. Es día de entrega de género e Israel repone la máquina de vending que gestiona, situada junto a su hostal, en el que habilitó cuatro habitaciones para personal sanitario de Haro destinado a Santo Domingo. Ha estado yendo a trabajar casi a diario: “La gente no salía y no podía ver las esquelas, por eso el cura contaba los fallecimientos por Whatsapp. Ahora podemos salir, pero la gente sigue con precaución y con miedo, porque aquí si alguien muere te mueve de forma diferente que si no sabes quién es. No es como en una gran ciudad”.
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