Clic de una enferma autocensurada

Clic de una enferma autocensurada

La fotógrafa británica Jo Spence combinó la medicina tradicional china con el desarrollo de la fototerapia para abordar, de una manera holística y respetuosa con su cuerpo, el cáncer de mama que padecía. Quererse mejor era tomar el control de su propia autorrepresentación.

08/07/2020
Un retrato de Jo Spence ilustra el texto 'Clic de una enferma autocensurada'. | Fotografía: Jo Spence

Retrato de Jo Spence.

Esta mujer tiene un pecho con un tumor y se lo mira a través del espejo. Clic, se hace una foto: otra imagen que aparecerá manchada de vergüenza en el álbum familiar. A esta británica llamada Jo Spence la fotografía de su mama tullida le ha costado un largo proceso de terapia. Un día se lo mira y se ve como un monstruo, otro día reivindica que es de su propiedad y de nadie más, ni siquiera de un hombre que quiere mercantilizarlo. Jo Spence, como todas, no tiene una única identidad, pero la más conocida de ellas es la de fotógrafa, aunque también fue feminista de la ola de los setenta y enferma de cáncer a tiempo completo.

Nunca se consideró “enferma”, pero siempre lo estuvo, ya fuese por asma o bronquitis o por un cáncer que le duró años. Renunció al tratamiento convencional del tumor cuando se dio cuenta de que tenía derechos acerca de su propio cuerpo y su salud: se negó a hacerse una mastectomía y descubrió que el cuidado hacia una misma pasaba por rechazar las mentiras y los abusos del sistema sanitario convencional, y empezaba por adentrarse en un tratamiento alternativo acompañado de una fototerapia creada junto a su compañera Rosy Martin. A través de la cámara, estas terapias grupales abordaban temores o preocupaciones de una misma, contemplaban la salud emocional como parte fundamental de una visión holística del individuo y de su bienestar. Estas sesiones, en las que las participantes se alternaban haciendo de terapeutas y de pacientes, no eran jerárquicas ni se terminaban con un “serán veinte libras, por favor”.

Fragmentada en representaciones de ella misma que a veces reconocía y otras veces encontraba contradictorias, en las sesiones de fototerapia Spence se fotografió en lo que ella llamaría “un proceso de desbloqueo para contarme a mí misma”, para descubrir quién era y cómo se había construido. Cuando su cuerpo decía no, ella decía sí, cuando su mente le decía que no mirara a su pecho mutilado, ella lo miraba. Y clic, cambio de mentalidad para entender que lo que estaba en el espejo no eran pedazos de músculo y huesos enganchados de cualquier manera, sino un ente que los dirigía y que tenía control sobre su cuidado. “Ahora tengo un sorprendente mapa visual de mi historia psíquica y social, tal vez estas imágenes sean ficticias o fantásticas, pero son la encarnación visual de las estructuras y las relaciones que impiden que mi vida se haga pedazos”, escribía.

De víctima dependiente autocompasiva a superviviente positiva, hasta heroína de la guerra contra el cáncer, las imágenes de una misma podían ser lo que ella quisiera: la cámara se convirtió en la herramienta perfecta para reescribir su nueva identidad, la que le diera la gana dibujar. Jo Spence escogió la de mujer, enferma y de clase obrera en lucha contra la autocensura. “Estamos tan cargados de vergüenza, deseo, temor y trauma que casi no podemos decir nada sobre nosotros mismos, aunque como fotógrafos parezcamos tener mucho que decir sobre los demás”, proclamó en la intervención del primer Congreso Nacional de Fotografía organizado por el Arts Council británico en Salford en abril de 1987.

No se trataba solo de una decisión personal, sino de una cuestión política. Cuando la británica quiso captar su paso por el hospital abrió el álbum familiar y no encontró ni rastro de batas blancas: las enfermas habían sido relegadas a la ausencia, a la desaparición de la institución familiar. De niñas aprendimos a autocensurarnos bajo el dominio de la escuela, el grupo de amigos, la familia y hasta en los anuncios de publicidad, y darse cuenta de ello supone descubrir de qué modo nos vigilamos y bloqueamos a nosotras mismas para no mostrar lo que en realidad sí que queremos mostrar. Del mismo modo que Spence se responsabilizó de sanarse, hecho que implicaba un cambio radical de estilo de vida mediante técnicas de la medicina tradicional china, también cogió las riendas de su propia autorrepresentación y se estudió para crear un álbum familiar propio donde la enfermedad y el desnudo no fueran vergüenzas a esconder. Sí lo son en un sistema sanitario que aboga por fragmentar nuestro cuerpo en especialidades, relataba la artista, y que no nos considera personas en conjunto, con necesidades afectivas y emocionales que escapan del puro dolor físico. “Mi cuerpo no puede soportar eternamente una relación completamente falta de armonía entre las condiciones psíquicas, espirituales, sociales, económicas y emotivas”, se quejaba Spence. Por eso, además de cambiar el modo como comía y hasta cómo respiraba, también hacía ejercicio. El tratamiento alternativo que seguía significó también aprender a quererse mejor y a replantear su lucha feminista: ¿Cómo estar en armonía con tu cuerpo si estás en rebelión con el mundo?

Definiendo tu cuerpo, también si tienes cáncer. Definiendo tu sexualidad después de una mastectomía o histerectomía, decía, aunque las cicatrices no desaparezcan de la piel. Desarrollando una “filosofía diferente sobre las necesidades de nuestro cuerpo en relación a las terapias de cáncer”, que tengan en cuenta una mejor calidad de vida y el derecho a la muerte legal o eutanasia, exigía cuando hablaba de su experiencia. Spence pedía romper con las imágenes idealizadas que proyectan los medios de comunicación y los grupos dominantes a través de una práctica fotográfica que, desde la subjetividad, reconstruyera y trabajara la identidad de la propia clase social y condición, normalmente impuesta desde fuera.

La autora contaba en el Congreso de 1987: “Cuando estaba enferma en el hospital y hacía fotografías de las visitas que el médico realizaba por la sala, podía mostrar la interacción entre diferentes clases, razas o géneros de personas en su lugar de trabajo y entre el médico y el paciente, pero me era imposible mostrar mi situación en esa estructura en mi calidad de paciente impotente, o mi forma de interiorizar —al saber poco sobre mi cuerpo— mi subyugación a la clase médica, o el poder que la clase médica llega a tener sobre la vida y la muerte, y que muy pocas veces se cuestiona”. Clic, salió y buscó maneras de representar el poder de los médicos sobre ella, fotografió para reclamar sus derechos. El conocimiento de una misma y la conciencia política, sentenciaba, difuminan la idea de ‘la imagen perfecta’ y resignifican la autorrepresentación a medida. Clic, esta soy yo.


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