En tierra de nadie: de la división del feminismo
El feminismo tendría que buscar ese diálogo que no son capaces de tener las instituciones. Los debates encendidos entre distintas corrientes dificultan el lenguaje y alejan a muchas compañeras del activismo.
Hace unos meses, después de que un hombre rociara con sosa caústica a su mujer y a su hija, estuve junto a mis compañeras de Acción Feminista Linares en el juicio a un maltratador que ha dejado en silla de ruedas a una vecina de Linares, madre de dos criaturas. Después de aquel juicio, algunas nos reunimos y contamos historias comunes de mujeres: el miedo a ir solas de noche, ser piropeadas a gritos, ser increpadas, sufrir acoso, un intento de violación, un caso de violencia obstétrica, otro de violencia machista… Y esto en un grupo de unas pocas mujeres, así, al azar. Quien todavía siga pensando que no es estructural y que son casos aislados, se ha olvidado tomar testimonio a la mitad de la humanidad.
Por eso, cuando veo que el frente de batalla ahora se encuentra dentro del feminismo, algo se me remueve dentro. La cuestión de la prostitución empezó a dividir a parte del movimiento. El feminismo abolicionista lucha por la abolición de toda práctica patriarcal sobre el cuerpo de las mujeres, por lo tanto persigue a quienes ejercen esa opresión. Sin embargo, en la práctica, esto no debería ser incompatible con dejar hablar a las prostitutas, ni a que se organicen o exijan sus derechos. Tampoco podemos ver a los proxenetas detrás de cada una de ellas. Es importante que desde los feminismos respetemos que las mujeres que viven una determinada realidad sean quienes debatan su realidad, y nosotras, aunque tengamos grandes teorías detrás, escuchemos con atención y aprendamos, con sororidad, identificando nuestros privilegios pero también la opresión patriarcal que compartimos. Los vientres de alquiler son un asunto totalmente diferente. Porque no existe un colectivo de mujeres que desean embarazarse para otras personas y que exijan sus derechos (no sirven los colectivos a favor de la subrogada, a quienes no les basta alquilar vientres de mujeres que encima se permiten hablar por ellas). Y aunque existiera un colectivo de “gestantes altruistas”, aquí entra en juego una tercera persona, el o la bebé, que es un ser humano y por lo tanto no se puede vender, ni donar, ni regalar, ni romper el vínculo primal a propósito. A algunas personas que defienden (muy acertadamente) que las mujeres no somos vasijas, a veces se les olvida también este argumento, la parte del bebé, que pasa a ser un objeto de intercambio.
Pero por si no teníamos suficiente, se produce una lucha de poder entre los dos partidos situados más a la izquierda por el área de igualdad y por el feminismo. Y no pasaría nada si no fuera porque la calle, en lugar de dejar a las instituciones con sus cosas, siempre ajenas a la realidad social, entre a saco en este debate, incluso tomando como grandes referentes a feministas tan institucionales que apenas recuerdan lo que es el activismo. El feminismo debe ser autónomo, recoger todos los feminismos y buscar ese diálogo que no son capaces de tener las instituciones, porque no nos preguntan, se reparten el sillón y hacen sus leyes, de las que no formamos parte aunque nos afecten. Me extrañó que nadie, excepto PETRA Maternidades Feministas, se levantase contra una ley que otorga más derechos a los hombres, ningunea a las madres y encima se viste de igualdad. Y que justo después haya tantas personas afectadas (para bien o para mal) por una supuesta ley trans que, ni es ley, ni llegará a serlo, porque las luchas de poder institucional al final son las que dirigen las políticas. Me preocupa que en lugar de debatir ciertos aspectos de la ley se acabe sacando del feminismo a un colectivo que siempre estuvo dentro y ver cómo algunas mujeres que no sabían ni que existían las personas trans, de repente se hayan convertido en su mayor obsesión -y no precisamente para conocerlas-. Es muy preocupante que en este orgullo algunas personas les quitasen siglas a LGBTI dejando solo LGB o que culpasen a todo el colectivo de la práctica de los vientres de alquiler. Pero es que tampoco es sostenible que no se permita debatir ciertos aspectos de la ley que son absolutamente cuestionables, porque las leyes no son una declaración de intenciones, no son algo puramente ideológico, las leyes legislan, y no se puede legislar en abstracto por muy postmo que se quiera ser. Así que sí, el debate es necesario, pero no desde el odio y el rechazo, sino desde la cercanía. Y la cercanía está en la calle, no en las instituciones (que tienen sus propios intereses). En un colectivo feminista de barrio puedes tener a tu lado a una madre, a una mujer trans, a una mujer gitana, a mujeres con características o realidades muy diversas, y es posible aprender de ellas y de su experiencia. Una mezcla fantástica cuando en la manifestación del 8M de mi localidad sonaba “mujeres trans, mujeres de verdad”, “fuera los rosarios de nuestros ovarios”, “criar con precariedad, artimaña patriarcal”, se alzaba la bandera gitana y el grupo de apoyo a la lactancia materna leía su manifiesto con las tetas fuera, lactando a peques de dos años ante la mirada atónita de feministas de mayor edad. Y no la liamos con el lenguaje, porque cuando hablaron las madres de Mamateta no éramos “progenitores gestantes”, éramos madres (reivindicando una maternidad hasta ahora invisible) y no por ello dejamos de ser inclusivas. Porque en lo local se une lo que la abstracción de las redes y de las políticas separa.
Debemos luchar contra las opresiones y la abolición del género es un reto a conseguir, pero no podemos apelar a nuestro papel de hembras humanas sin género mientras todavía nos sentimos cómodas haciendo uso de demasiadas cosas que nos identifican con lo femenino, que va más allá de los roles asignados o algunos estereotipos más evidentes. Incluso podríamos querer asumir algún rol históricamente asignado a las mujeres, siempre que sea libremente elegido y no se ejerza desde la opresión, como la crianza. Separar la naturaleza de la cultura es prácticamente imposible. Por ello no podemos partir de una tábula rasa, más bien podemos ir deconstruyendo elementos culturales para volver a definirlos eliminando opresiones, eliminar la desigualdad aunque no la diferencia. Pero lo principal en este debate es que no podemos pedir a las personas trans lo que nosotras no somos capaces de conseguir. Desde el abolicionismo se reconoce la existencia del género y, por lo tanto, a pesar de ser usado para la opresión, hay que reconocer su importancia para la identificación de las personas a la hora de ser aceptadas socialmente en nuestra cultura. Y ser disidentes no es tan sencillo. Sin embargo, entiendo que si el objetivo último es la abolición, muchas mujeres no estén de acuerdo con usar el término cis, porque es una especie de validación de las características de género que se quieren abolir. Esto no debería ser un problema ni es incompatible con que haya personas trans. El diálogo del feminismo por la abolición del género con las personas declaradas agénero (que sería el único que no reconocería el binarismo) podría ser interesante. Aunque existe una diferencia importante: el primero es un movimiento social para erradicar roles y estereotipos de género que nos oprimen y el segundo sería una cuestión identitaria que no necesariamente lleva asociada una motivación activista ni objetivo de transformación social. Así llegamos a otra cuestión que nos llega desde el RadFem: ¿se deben legislar las identidades?, ¿tendría repercusiones negativas esta legislación? Pero, ¿cómo conseguiríamos evitar la discriminación de la diversidad sin una ley? Este es un debate interesante que podríamos mantener sin enfrentamientos. En demasiadas ocasiones las teorías están a un nivel diferente respecto a lo cotidiano y pueden ser una meta a conseguir mientras sobrevivimos como podemos, en función de nuestra cultura y momento histórico. Por ejemplo, una compañera activista comentaba que ella es abolicionista del trabajo asalariado. Esto, desde luego, sería el fin muchas opresiones y, sin embargo, hemos visto cómo muchas feministas se aferraron al empleo como única vía para la igualdad, aunque estuviese dentro de un modelo neoliberal y patriarcal del que acabaron siendo cómplices y hasta legislaron al respecto. Y no por ello fueron menos feministas. Era la única forma de liberación que encontraron.
Y hasta aquí la importancia de la cultura. Pero existe otro sector que se está olvidando de la biología, y en este aspecto ha hecho especial daño la teoría queer, pero también el feminismo de la igualdad, por mucho que algunas se hayan vuelto ahora biologicistas. Las madres hemos sufrido con ellas ese igualitarismo que nos borraba del mapa feminista. Hubo un tiempo, cuando era estudiante de antropología, que me dejé llevar por un determinismo cultural que obviaba –o infravaloraba– los procesos biológicos. Hasta que parí y me volví completamente mamífera y me sentí conectada con cualquier mujer de cualquier lugar del mundo en proceso de parto. A partir de ese momento, no solo fui consciente de nuestros procesos sexuales, sino que comencé a escuchar mi cuerpo, mis ciclos, mis hormonas, creé vínculos con otras mujeres a un nivel más profundo de comprensión y no solo por las vivencias compartidas a través de la cultura. Comprendí la menstruación, el embarazo, el parto, la lactancia, el puerperio, la menopausia, tuve una mirada más amplia de la sexualidad, y me di cuenta de que la sociedad está diseñada para que estos procesos sean invisibles e individuales, a pesar de ser compartidos (muchos de ellos) por la mitad de la humanidad. No deberíamos ser nosotras quienes nos adaptemos al mundo, sino al revés. Además, hay que llamar a estos procesos por su nombre, ya que nunca antes se llamaron. Sin llegar a un reduccionismo biologicista, esta perspectiva biocultural no es, como a menudo se ha criticado, esencialista. Debemos tejer puentes de una vez entre naturaleza y cultura. La antropología hoy nos saca ventaja en la disolución de estas dicotomías.
Y habrá caballos de troya, muchos, incendiando las redes. Habrá redes de proxenetas y compradores de bebés, personas LGTBI que no sean feministas, mujeres heterosexuales que tampoco lo sean, los machirulos de siempre aprovechándose de la situación, los de Vox, los de Hazte Oír. Pero luego hay muchas feministas, tan válidas y cada una dentro de un “bando” aparentemente irreconciliable. Me niego a pensar que no puede existir el diálogo entre nosotras. Se empieza a vetar a determinadas mujeres, determinados medios, determinados colectivos. Se abren listas de mujeres “que no son verdaderas feministas o incluso que son falsas mujeres” y, por otro lado, listas de “terf o tránsfobas”. Hay señalamiento público y un apoyo o acoso en redes según estés en un lado o en otro. Mujeres que han tenido que hacer privados sus perfiles. En los feminismos siempre ha habido diferencias, por ejemplo, las madres hemos tenido que soportar el antimaternalismo cruel y despectivo de ciertas feministas. Pero nuestra respuesta ha sido: “Escuchad a las madres si vais a hablar de nosotras”. Jamás hemos pensado que estas mujeres no eran feministas (aunque sí algunas de sus medidas, como los permisos iguales e intransferibles), pero estoy segura de que su lógica, aunque equivocada, pretendía tener el feminismo de base. Porque nuestra función es llevar la maternidad al feminismo, no sacar del feminismo a todas las antimaternalistas (tendrían que irse demasiadas). He compartido espacios radfem y también con feministas más afines al transactivismo (como respuesta a lo que consideran actitudes transexcluyentes). He podido comprobar cómo estas activistas tienen más similitudes que diferencias, pues hace unos años seguramente estaban luchando juntas. He conocido a feministas abolicionistas que han llegado a esa conclusión tras un trabajo directo con el mundo de la prostitución y también he visto prostitutas hablar de sus derechos, ambas hablando desde la experiencia. Una pena cómo en demasiadas ocasiones se silencian y boicotean a unas y a otras. En esta batalla volvemos a reproducir prácticas patriarcales, la sangre oculta todo resto de razón y muchas feministas prefieren no opinar, para no salir heridas. Y el debate se pierde.
No hay debate pero las redes arden, porque en redes se suelta toda la mierda que llevamos dentro, no nos preocupamos de conocer a la otra persona, ni siquiera investigamos si es alguien como nosotras o quizás algún troll que se aprovecha de este caos en el que se encuentra el feminismo. Insultamos sin pensar que las palabras escritas también hieren. Y, para colmo, no se habla de otra cosa. El feminismo ha estado muerto durante la pandemia, daba igual la situación de las mujeres, la sobrecarga, el maltrato, la violencia obstétrica, la soledad, la precariedad. Como activista, me apena profundamente el exceso de discurso y la falta de acción directa. Como antropóloga, no puedo compartir discursos tan encorsetados que no han dado opción al debate y, en ocasiones, sin tener toda la información, pues determinadas posturas de ambas partes parecen más cercanas a una fe ciega que a un ejercicio de comprensión de la realidad.
¿Y las posturas intermedias? No me refiero a aquellas que no se posicionan, sino a las que comparten opiniones en algunas cuestiones de ambos “bandos”. Esas, lejos de ser la opción más fácil, son quienes reciben críticas por todas partes y no obtienen ningún apoyo. Es mucho más fácil pertenecer a algo y tener un contrario al que atacar. En algunas posturas hay que ser, evidentemente, extremista. No se puede ser solo un poco antifascista o solo un poco feminista. Pero tras sentar las bases, el resto debería poder debatirse. Y no es justo apelar al “te falta información suficiente para poder definirte”, como si el camino ya estuviera marcado. La información es importante, pero también es importante que sea diversa (porque objetiva es imposible) y manejarla con extrañeza, es decir, leerla también desde fuera de nuestro espacio de confort.
Me dije que jamás escribiría públicamente sobre este tema. Solo espero no arrepentirme y que mi opinión se trate como lo que es, una opinión más, que se puede debatir pero no juzgar. De hecho, como activista, a parte de lecturas sobre estas cuestiones, la mayoría de mi relato es absolutamente experiencial. Estoy muy cansada de que todo nuestro activismo se centre en un solo foco y que este debate esté provocando divisiones y haciendo desaparecer grupos enteros (espero que no me lean aquellos que se contentarían con esto), por ello he querido hacer una reflexión sobre lo que muchas (incluso demasiadas) feministas activistas que conozco piensan y no dicen, porque se encuentran en tierra de nadie.