Tan seria como una verbena
La broma, la guasa, el sentido del humor… forman parte de los códigos expresivos de Andalucía, de nuestra cosmovisión. Son memoria y llevan inserta nuestra propia historia.
La diferencia entre lo que puede considerarse culto (que se puede tomar en serio) o no está –como todo- plagada de imperialismos que imponen un discurso único. La “alta cultura” no parece alcanzar nunca a territorios empobrecidos económicamente y a sus manifestaciones volcadas en lo popular a no ser que quienes la interpreten sean otras. En el Estado español, se imponen como correctas las miradas, formas e intereses de identidades y territorios concretos a causa de su acumulación histórica, económica, cultural y social. A esto se une un cuarto activo que suele pasar más desapercibido en nuestras reivindicaciones de justicia social, pero que tienen más repercusiones de las que podemos llegar a imaginar: el capital erótico. Un término propuesto por la socióloga británica Catherine Hakim [1] para explicar que el atractivo social o poder de seducción que una persona atesora a la hora de ser reconocida, escuchada, considerada, forma parte de las jerarquías imperantes. ¿Por qué unas formas de hablar, mostrarnos y actuar resultan más atractivas que otras? La autora también afirma que a través de este capital es más fácil acumular los otros. Es innegable que, si las manifestaciones de un territorio son las que se imponen y las que se convierten en deseables (a quién admiramos, queremos parecernos o incluso consideramos referentes), la huella de ese territorio en las personas generará el mismo efecto. Intervienen demasiados factores físicos y culturales entre los que también encontramos el origen como elemento a tener en cuenta. La antropóloga argentina Dolores Juliano afirma que, aunque Hakim no extiende la aplicación de este concepto a grupos sociales, es innegable que la forma de vestir, de hablar y de actuar de los sectores más poderosos se transforman en modelo deseable para el resto de la sociedad. El uso del capital erótico es algo que está menos presente cuando hablamos de privilegios, como si aquí costara más la autocrítica. Por lo general, en el Estado español una persona que habla desde su niñez los acentos más reconocidos no es consciente (o no quiere serlo) de las puertas que esto le puede abrir. Por ejemplo, en una entrevista de trabajo. Como dice Ana Rosado, investigadora y trabajadora social chiclanera, estos acentos impregnan a la persona que lo lleva un sello de calidad innegable que nada que tiene que ver con un esfuerzo o trabajo previo. La escritora cordobesa Remedios Zafra lo explica de la siguiente manera: “Hay personas que sin hacer, solo con ser, ya se les espera”. Traducido a lo cotidiano y volviendo a traer las palabras de Rosado, en el caso del Estado español, “eres más tonta si eres del sur”. No te digo ya si ceceas. En esta latitud, un acento castellano parlante no pasa desapercibido como rasgo de poder.Escuchen el discurso de la compañía Las Niñas de Cádiz tras ganar un premio Max de teatro: “Vivan los acentos, sean de donde sean. El acento es cultura. Viva la cultura popular”. #23PremiosMax pic.twitter.com/Ox39tneGOt
— PabloMM (@pablom_m) September 7, 2020
Andaluzas que hacen humor
La relación entre humor, mujeres y territorio es muy compleja. El humor históricamente se ha considerado, desde la cosmovisión machista, un rasgo masculino. Las mujeres que toman las riendas del chiste o que se ríen libremente y a carcajadas siempre han sido ridiculizadas en cualquier estereotipo que abogue por la normatividad. No son mujeres deseables. Yendo más allá, también podemos cuestionar cuál es la visión social que se tiene del humor que se hace en territorios como el andaluz, donde a la gente se la considera “graciosa” por el simple hecho de habitar su acento. ¿Valoramos menos la capacidad de hacer humor de las mujeres andaluzas por considerar que lo hacen sin esfuerzo? Mi sensación es que sí y que su proyección es menor. Por otra parte, a muchas andaluzas con iniciativas centradas en la comunicación y el activismo o los contenidos de carácter reivindicativo y social, nos pasa algo muy curioso. Cuando usamos a conciencia el sentido del humor, una parte del público tiende a enfadarse porque aprueba que estas formas de contar tengan que estar presentes en cuestiones sociales que deberían -según estas voces- tratarse desde otro tono. Subyace la idea de que hay formas de expresión más aceptables que otras para la denuncia. ¿Cuestionamos lo suficiente la proveniencia de determinadas formas de hacer activismo que se dan por sentadas? ¿Quién impone este tono? ¿Desde qué estatus y escuela? En el primero de los casos -que se molesten cuando eres tú quien toma las riendas del humor- tiendo a pensar que lo que duele es que las andaluzas de orígenes pobres nos sintamos legítimas ante el discurso. Duele vernos tan desacomplejadas, tan “osadas” incluso. Tantos años de estereotipos (“Para ser andaluza eres más educada que yo”) y no se acostumbran a asistir al ejercicio de nuestra libertad. No se acostumbran a que seamos las guionistas y creadoras de nuestros propios chistes. A que tengamos el control remoto para hacer reír y que no nos limitemos a ser sujetas pasivas del ridículo al que hemos sido sometidas históricamente. La diferencia entre reírte con Andalucía o reírte de Andalucía ha sido muy difusa en nuestro caso. De hecho, a veces siento que al hacer esta denuncia podemos caer en el error de poner puertas al campo intentando defendernos de una joya de nuestro patrimonio inmaterial como es nuestro carácter. La tendencia al chiste es algo muy presente en gran parte de Andalucía. No en toda y, por supuesto, esto es muy diverso. Pero no podemos negar que los territorios son herederos de dinámicas únicas y en Andalucía esto está muy presente como arma de supervivencia. Nos gusta jugar con ese factor. Hacer reír a alguien es una alegría innegable. El chiste es, además, todo un arte callejero con planteamiento, nudo y desenlance. Hay que saber de mantener su tensión y sus tempos. No es fácil hacer humor. No es fácil hacer un buen chiste, no es fácil ser graciosa. ¿Por qué despreciar esa parte de nuestra cultura solo porque las culturas hegemónicas sean otras? ¿No tendríamos más bien que generar valor en torno a este hecho y enorgullecernos –al igual que hacemos con otras artes- de la enorme cantera de humoristas que Andalucía ha dado, como las carnavaleras Niñas de Cádiz? Con las bombas que tiran los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones.Esencialismo para robar valor y mérito
Desde mi punto de vista, hay una tendencia a pensar que todo lo que ocurre en Andalucía parece que ocurre sin esfuerzo alguno. El arte andaluz se esencializa cuando se trata de reconocerlo. Se obvia el esfuerzo y la construcción constante que hay detrás de todo lo que generamos y, al ser nuestra cultura tan popular, se desvalorizan estas manifestaciones y los esfuerzos que se ponen detrás. Se niega el hacer y la escuela del humor y las asignaturas que habitamos. Afirmar, por ejemplo, que el pueblo andaluz está siempre de fiesta es una interpretación que podría cambiarse por la de “el pueblo andaluz está todo el tiempo generando cultura”. De hecho, es la cultura que se genera en este territorio la que es usada constantemente por la Marca España para su beneficio. Al decir que nacemos con arte o que lo llevamos en la sangre, no se reconoce trabajo alguno. Bajo este prisma, se cae en la injusticia social de valorar más la propia cultura cuando quien la interpreta es alguien que no la ha mamado. O de reconocer mucho más a quienes construyen humor desde otras tierras porque consideramos que hay un esfuerzo mayor en su arte o que, estas sí, son serias. Poner el foco en la construcción de nuestro humor es indispensable. Un Carnaval de Cádiz no se hace en un día. Hay muchísimo trabajo detrás. Quien rechaza una toma de un informativo de un grupo de personas gaditanas ensayando para su carnaval, tiene un serio problema de clasismo y de rechazo histórico a un pueblo empobrecido como el andaluz. Cuando vamos a las risas quizás no buscadas, el tema se complica. Hay personas que se ríen contigo sin necesidad de querer ofenderte. Entiendo que existe una gran diferencia cultural en nuestras formas de contar y ser y puede existir cierta confusión en una primera toma de contacto. Sin embargo, las interacciones más mal intencionadas y las que han mermado históricamente nuestra autoestima han sido y son las mofas en torno a nuestros acentos y nuestras formas de hablar que han generado un profundo complejo de inferiorioridad entre quienes habitan este territorio. Cuesta calcular cuántos siglos de convivencia más se necesitan para que el centralismo nacional-católico del Reino de España se entere de que existen hablas y acentos diferentes al castellano mal auto determinado “neutro”. ¿Cuándo se enterarán las identidades que usan su territorialidad como rasgo de superioridad que el humor no es un plato que se pueda servir cuando a ellas se les antoje? Si quieren un show completo, pidan presupuesto y pasen por caja. Recuerdo con bastante claridad, siendo yo chica, ver a una Lola Flores en televisión con sus ojos vivos, abrirse en canal en entrevistas en las que contaba cuestiones que parecían dolorosas y no saber cómo encajar las risas del público. Esas folclóricas andaluzas que nunca renunciaron a sus formas de expresión y sus acentos eran el hazmerreír de todo el Estado español sin pretenderlo. Qué curioso que parte del feminismo hegemónico no entienda que es importante que ellas sean referentes para nosotras las andaluzas o que estén constantemente estableciendo dogmas sobre qué puede ser referente o qué no, negando sentires y malestares que nunca han vivido. No solo es necesario hacer una revisión de las formas activistas que se imponen desde las hegemonías, sino que también lo es dejar de adoptar formas en las que nos sentimos totalmente enajenadas. La broma, la guasa, el sentido del humor… forman parte de los códigos expresivos de Andalucía, de nuestra cosmovisión. Son memoria y llevan inserta nuestra propia historia. En nuestros acentos están las historias rotas de nuestras madres y abuelas. Que unos reconocidos premios se fijen en una obra de carácter popular protagonizada por mujeres andaluzas que además tienen su origen en la escuela del Carnaval de Cádiz es darle, un poco, la vuelta al maldito capital erótico. Por eso la importancia de este homenaje de Las niñas [2]. Cuando hacéis una crítica porque este uso, en determinados ámbitos, no os parece “serio” espero que entendáis que el sentido de lo que es serio y lo que no también arrastra diferencias culturales y desigualdades históricas que han hecho que unas formas estén por encima de otras. Por otra parte, vengo de una tierra donde la guasa, el doble sentido y la creatividad en torno al humor han sido fundamentales para su supervivencia. No sé dónde le ven el chiste pues no hay nada que sea más serio que un carnaval o una verbena [3].[1] Catherine Hakim (2012). Capital erótico. El poder de fascinar a los demás, Debate, Barcelona.
[2] En Andalucía nos seguimos llamando “niñas” con el paso del tiempo. No es algo que se reduzca a la edad. También lo hacemos con el masculino. Por supuesto, hay quien lo usa desde el poder. Por ejemplo, todas podemos notar el tonito de un jefe machista llamándonos “niña” cuando nuestro cuerpo nos lo dice. Pero que existan matices no quiere decir que el uso del “niña” en este sur tenga que ser eliminado simplemente porque desde otras cosmovisiones del mundo esto sea sinónimo a machismo. Nos llamamos así entre nosotras y desde el cariño.
[3] Últimamente pienso mucho en lo estratégico que es usar el sentido del humor para hacer activismo. Nos desgasta menos, es más inteligente porque le da la vuelta al lenguaje del opresor y además nos da fuerzas para seguir. Recupero aquí un extracto que escribí para el libro Como vaya yo y lo encuentre. Feminismo andaluz y otras prendas que tú no veías en el capítulo titulado ‘La venganza de la jerigonza‘: “La alegría es una venganza que rompe todos los esquemas vengativos de las masculinidades hegemónicas. Inexplicable para la lógica de los opresores, la presencia de este sentir les desarma. Por el contrario, la ausencia de alegría en las luchas me recuerda a esta cita de la obra Mesauda: «—¿Sabes, a la postre, lo que te reprocho? ¡No habernos enseñado a reír! […] No sabemos reír, por tanto no sabemos vivir»”.
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