Y así me enteré de que era súbdita
Es muy europeo esto de tener reyes. Llegar al Estado español significa para muchas personas migrantes convertirse en súbditas de unos reyes que nadie ha elegido
Empecé las clases un día de marzo y repitiendo curso. Llegaba después de recorrer más de 10.000 kilómetros y no tenía ni idea de lo que me esperaba. Entrar en segundo de la ESO, en un cole con gente migrante, gitana y racializada, no me resultó difícil. El proceso de socialización en un país nuevo es una experiencia curiosa, que recuerdo con especial cariño a pesar de algunas dificultades. Siempre he sido lo que aquí llaman una “empollona” y estaba feliz con el comienzo de esta nueva etapa.
La mayoría de mis compañeros hombres me sexualizaron y exotizaron desde el primer día y, no conformes con ello, mi manera de hablar les hacía mucha gracia. Entre el che y alguna que otra chorrada más, les debía parecer muy graciosa cada palabra que pronunciaba. Así que neutralicé mi acento todo lo que pude y me fui mimetizando. Aún así, yo sabía de historia todo lo que se puede saber a los 13 años.
–¿Sabes quién es este?, me preguntaron señalando la foto de un señor vestido de militar.
–No, no tengo ni idea. ¿Quién es?
–¿Cómo no vas a saber? ¿Has venido en patera?
–No sé qué es una patera, pero vine en avión.
–Es el Rey de España, tía.
-Ah.
Y así me enteré de que era súbdita. Era la primera vez que veía al ¿jefe de Estado? Un señor vestido de verde con cara de buen hombre. Más adelante llegaría Txaro, la profesora de Lengua, para explicarme que en América no tenemos reyes y que, por ello, somos la costra del mundo. Parecía no gustarle su trabajo, cosa que no juzgo, pero sus palabras las recuerdo como si las hubiera escuchado antes de ayer.
–Allí en América, donde no tienen reyes ni tienen nada, tienen a Angelina y a Brad Pitt. Esos son sus reyes. Y las estrellas de Hollywood.
Con el tiempo me di cuenta de que, en general, las personas euroblancas se refieren a Estados Unidos cuando dicen América y esta señora europea, blanca y fascista, ni siquiera contempló la idea de referirse a América Latina. De todas formas, se lo conté a mis padres y fueron a hablar con las personas responsables del colegio. Ahora, entre risas, recuerdo esta anécdota con mi madre, que dice no acordarse de lo que le dirían en la escuela. También nos acordamos de cuando la misma profesora se inventó que la madre de una compañera era prostituta. No sabemos si lo inventaría porque es una mujer brasileña, quién sabe. De esto han pasado ya 17 años.
Como todas, en el instituto dábamos clases de historia. Mucho de lo que aprendí era nuevo para mí y disfruté gracias a profesoras maravillosas, y algún profesor, con las que me crucé. Tengo la suerte de vivir en Euskal Herria. Eso me ha permitido entender el papel de este señor en el Estado español y reconocer que no necesitamos, ni en América Latina ni aquí, reyes colonizadores que nos pretendan civilizar. Tampoco necesitamos reyes, muy a pesar de Txaro, para saber en qué consiste la justicia social. Yo aspiro a una sociedad sin jefes de ningún tipo, por supuesto; sin nadie que nos diga cómo debemos vivir y menos un señor, o una institución, prima hermana de una dictadura.
En mi lógica sudaka cuesta entender para qué sirve un rey. Por aquello, según Txaro, de no estar civilizadas o por haber venido en patera, como creía T. Lo que sí entiendo es que se trata de una de las herencias franquistas más rancias –y evidentes– de la historia de la democracia; que el emérito fue elegido a dedo por un dictador y que nadie votó a ese sujeto, ni a esa institución. Que no solo es un organismo obsoleto, también es machista y hermético. Es machista por su sistema de sucesiones y por la subordinación de sus relaciones. Hermético porque no contempla otros modelos de familia y obsoleto porque estamos en el siglo XXI. Que se lo digan a Letizia que, como mujer divorciada, para muchos no era digna de ser reina. Además, su sostenimiento cuesta millones de euros a la población y, en el caso del emérito, es cómplice y colega de empresarios que se lucran masacrando a la clase trabajadora, de ahí los intereses económicos en el momento de su abdicación.
En el caso de Juan Carlos I ser nieto de Alfonso XIII lo ha convertido en un sujeto inviolable y al que, a diferencia de otras, el hecho de haber nacido en un país extranjero no le ha supuesto ninguna carga. Tampoco a la reina emérita que, recordemos, es de nacionalidad griega. No importa si los reyes –y toda la familia real– no saben hablar; no importa si no entienden el idioma, esto solo es relevante si la persona a la que le acontece está empobrecida. Estos sujetos tampoco sabrán nunca lo que es un proceso migratorio. Es más, se mueven por todo el continente –y por el mundo– con impunidad y sin vergüenza, a pesar de los últimos escándalos. Mientras miles de personas se movilizan en todo el Estado español para pedir la regularización de quienes están en situación irregular, el visado de residencia por adquisición de bienes inmuebles en España “habilita a un extranjero a residir en España por la inversión en adquisición de bienes inmuebles por valor igual o superior a 500.000 euros”. Nuevamente, comprobamos que no es un problema ser una persona migrante, lo es sino posees un patrimonio determinado y, a su vez, inalcanzable. ¿Se imaginan preguntarle a Cayetana Álvarez de Toledo, originaria de Argentina, si ella ha venido en patera o decirle que está sin civilizar por no “tener reyes”?
Esto es lo que he aprendido sobre la monarquía y sobre los reyes durante los últimos 17 años. Estas personas son al Estado lo que una garrapata a un animal salvaje. Puede que yo esté sin civilizar todavía, que tantos años viviendo en territorio europeo no me hayan servido para entender cuáles son sus funciones porque no entiendo de relaciones internacionales. Sea cual sea el caso, si tengo que elegir un estado, que sea en forma de república. Quién sabe, igual toca debatir un nuevo Decreto Abolicionista o elegir a las miembras de una nueva Liga por la Reforma Sexual.
A propósito del 12 de octubre, quisiera reivindicar el Día de la Raza, que es lo que celebramos las personas que no tenemos reyes. De pequeñas, en el colegio, nos disfrazamos de indias y gritábamos alrededor de una falsa hoguera, vestidas con trajes hechos en casa con bolsas de arpillera. Reivindicábamos lo que somos, un pueblo colonizado por esos reyes que dicen estar civilizados. Dejen de celebrar el mayor genocidio de la historia avalado por instituciones desfasadas. El 12 de octubre, en el Estado español, no hay nada que celebrar.
Tendré que darle la razón a Txaro: ¡Es tan europeo eso de tener reyes!
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