No renunciar a ningún color

No renunciar a ningún color

En nuestra familia, dudar de si va a ser cis o trans, de género binario o no, no es una tontería. Tiene un padre trans y una madre cis. Un hermano cis y un hermano trans. Estamos al cincuenta/cincuenta.

Texto: Bel Olid
Imagen: Emma Gascó

Pasamos mucho tiempo preparando el momento. La decisión de que sí, de que queríamos. Los dos, juntos. Pensar en las cosas prácticas, cosas que mucha gente no se plantea, como de dónde vamos a sacar esperma, cómo lo vamos a meter en su útero, qué derechos legales voy a tener yo sobre la criatura. Nos informamos, hicimos el papeleo, conseguimos el esperma. Y tras dos largos años de ir preparando el proceso ahí está, latiendo con fuerza. Vamos a tener un hijo.

Pero bueno, un momento. ¿Cómo que vamos a tener un hijo? ¿Un hijo? ¿Una hija? Vale, va a nacer una persona que criaremos con todo el amor del mundo. Sí, una persona está bien. Una persona es alguien que tiene agencia, que puede decidir sobre su vida. Que puede decir cuál es su género, no hace falta imponerle nada. Una persona crece y habla y siente y juega, y le puedes preguntar qué ropa se quiere poner, y si prefiere ser guapa o guapo, porque seguro que será guapo o guapa. Bueno, a ver, seguro no. A lo mejor es guape. En casa no somos mucho del binarismo, a lo mejor esta personita que va a llegar va un paso más allá que nosotros y es guape. Nunca se sabe.

Y es exactamente eso. No sabemos. No solo no sabemos cómo será, es mucho más grave: no tenemos ni idea de cómo lo vamos a hacer para que pueda ser lo que sea libremente. Al principio parece fácil: no vamos a imponerle un género. Por supuesto tendrá sus genitales, sus cromosomas y sus cosas, pero no le vamos a asignar género al nacer. No vamos a contarle a la gente qué tiene entre las piernas, porque nos parece de mal gusto hablar de los genitales de los bebés, pero sobre todo porque no queremos que le caiga encima, como una losa, el peso del género. No queremos que se espere que sea bailarina cuando da patadas en el vientre de su padre, o que sea futbolista. Queremos que se reconozca que sí, que tiene piernas fuertes y que podrá usarlas como le apetezca.

Hay estudios, muchos, que explican cómo el hecho de nombrar el género de una personita cambia la forma en la que la gente interactúa con ella. Un bebé vestido de rosa es bonito, pequeño, delicado. El mismo bebé vestido de azul es fuerte, grande, espabilado. Entonces, ¿qué hacemos? ¿Lo vestimos de naranja? Sí, pero también de rosa. Y de azul. La intención no es robarle la experiencia del género, sino darle todas las experiencias del género. Que pueda experimentar con todas las expresiones, con cómo le hacen sentir, cómo reacciona el mundo. Mientras no pueda decirnos qué prefiere, queremos que experimente al máximo, para poder saber en algún momento lo que prefiere de verdad, más allá de lo que se espera que le guste según un género impuesto.

Puede parecer una tontería, porque la mayoría de personas son cisgénero y, si no lo fuera, siempre se está a tiempo de rectificar. Pero en nuestra familia dudar de si va a ser cis o trans, de género binario o no, no es una tontería. Tiene un padre trans y una madre cis. Un hermano cis y un hermano trans. Estamos al cincuenta/cincuenta. Y ni los trans ni los cis estamos taaan seguros de nuestro género. Vivimos en él porque nos es más fácil, no porque sintamos una identificación limpia y tajante con él. En el caso de esta nueva persona que nos va cambiar la vida, no nos atrevemos a hacer apuestas.

Estamos leyendo mucho sobre otras familias que ya han hecho ese camino de no imponer género a sus criaturas. La mayoría de testimonios que nos llegan son de Estados Unidos, Canadá y Reino Unido. Allí, por lo menos, la lengua sin desinencias de género ayuda. Lo que daría ahora mismo por hablar euskera en vez de catalán. Dicen que, una vez pasada la primera extrañeza del entorno, la cosa más o menos va. Algunas personas, al crecer, han contado que son niños o niñas. Otras siguen en la no binariedad. Algunas han sufrido violencia en el colegio. Otras, todavía no.

Tenemos muchas dudas. ¿Vamos a poder hablarle de forma coherente con la desinencia -e (en catalán, -i), o se nos va a hacer rarísimo? ¿Los abuelos, que le cambiarán los pañales y sabrán cuáles son sus genitales, respetarán nuestra decisión de no imponerle género y no revelar sus genitales, o les contarán a todos sus amigos que tienen, sin duda, una nieta, un nieto? ¿Y en el cole? ¿Qué pasará cuando la maestra diga que los niños tienen pene y las niñas tienen vulva? ¿Sentirá que le hemos estafado una certeza, con lo escasas que van las certezas en la vida?

De momento, solo tenemos una cosa clara: vamos a tener une hije. Más adelante, elle dirá.

 

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