La epidemia del fitness y la comida “sana”: cuando lo saludable afecta la salud

La epidemia del fitness y la comida “sana”: cuando lo saludable afecta la salud

La obsesión por el deporte y el control milimétrico de la dieta, promovidas en muchos casos a través de las redes sociales, pueden provocar trastornos como la ortorexia o el Síndrome de Deficiencia Energética Relativa.

02/02/2021

Una amiga me pasó el pdf. Era un plan de ejercicios de doce semanas de duración diseñado por una entrenadora certificada. Nunca me había comprometido realmente con una rutina de ejercicio ni me atraía la idea de ir al gimnasio y pagar por una membresía que probablemente terminaría desperdiciando. Pero el plan de ese pdf parecía bastante sencillo de seguir: entrenamientos de 30 minutos solo tres días a la semana.

Como buscaba bajar de peso (porque ilusamente creí que eso me haría sentir mejor), fui con una nutrióloga y acompañé mi entrenamiento con un plan de alimentación. Todo parecía perfectamente inofensivo. De hecho, parecía bueno, saludable. ¿Quién iba a decir que este nuevo “estilo de vida” me haría perder, entre otras cosas, mi periodo menstrual durante cinco años?

La avalancha del fitness y lo “saludable”

Muchas veces comienza por una imagen. Estoy segura de que la has visto aparecer eventualmente en tu pantalla. Un fondo claro, casi blanco. Al centro, una mujer sonríe con el torso descubierto. Se le puede ver el abdomen plano, incluso lo tiene ligeramente marcado. En la descripción de la fotografía, la mujer comparte su “proceso”: cuenta cómo su búsqueda por quitarse unos kilos se convirtió en un camino hacia la salud. Pero también puedes haber visto la imagen de un platillo repleto de vegetales y que, además de verse riquísimo, es “saludable”. Es como si la misma imagen te invitara a repensar qué tipo de alimento le estás dando a tu organismo y si no deberías “mejorar” tu dieta.

Y estoy segura de que las has visto porque la industria del “bienestar” y de lo “saludable” no ha dejado de crecer hasta el punto de que esta, según el portal de la firma de consultoría de comunicación Llorente y Cuenca, hoy representa más del 5,3 por ciento de la economía mundial. De acuerdo con el reporte del Mercado Europeo de la Salud y el Fitness (EHFMR), el mercado de la actividad física creció un 3,8 por ciento en 2019, lo que significó que ese año en Europa el 8,1 por ciento de la población del continente fuera “miembro” de este mercado. Datos curiosos si pensamos que las campañas publicitarias supuestamente optaron en los últimos años por “normalizar” la diversidad corporal. Pero eso da para otro tema.

Los personajes, las caras, que mantienen este sector “de la salud” en las redes sociales y los massmedia son varias. Están las entrenadoras, quienes, hoy en día, son igual de grandes de lo que alguna vez fueron las estrellas de rock: hacen giras por las ciudades, reúnen a miles de personas que quieren entrenar con ellas y son recibidas con gritos, vítores y hasta lágrimas. También están las nutriólogas que comparan las calorías de alimentos, te dan consejos de cómo desintoxicar tu cuerpo y te “enseñan a comer”. Y, claro, las influencers que, sin estudios profesionales en el tema, “inocentemente” te comparten sus rutinas de ejercicios y lo que comen en el día.

El material es infinito y descubres que comer “saludable” no es necesariamente más costoso y que los entrenamientos los puedes hacer en tu habitación. Es fácil comenzar a dejarse influir por esa narrativa que asegura que es la mejor decisión para nuestro futuro. Pero siempre ha existido el deporte, ¿no? ¿Qué es lo que ha cambiado en los últimos años?

La dietista especialista en deportes y trastornos alimentarios Renee McGregor piensa que antes de las redes sociales la industria fitness no tenía tanta visibilidad: “Creo que realmente ha crecido y que la manera en la que hacemos deporte ha cambiado. Cuando yo estaba en mis veintes, hace 20 años, había videos de ejercicios que podías hacer desde casa. O simplemente salías a correr. Luego aparecieron los gimnasios, pero no eran tan accesibles como ahora y no todo el mundo podía pagarlos. En los últimos 20 años he visto un cambio masivo en las maneras en las que el fitness está disponible y cómo se está promocionando”.

Para ella, una de las grandes razones por las cuales ha tenido tanto éxito esta industria es porque responde a la importancia que le damos a la imagen y en la tendencia a la comparación con las ficciones de las redes sociales que tomamos como realidad: “Hay mucho énfasis en el aspecto visual y en la imagen. Esto definitivamente instala una sensación de no valer, de no ser suficiente, causada por el fácil acceso a plataformas donde te puedes comparar a todo el mundo. Además, hay una presión constante que configura a la obesidad y a sus potenciales consecuencias como una amenaza”.

Así, las estructuras sociales fácilmente relativizan, a través de ejercicios de comparación, nuestra identidad y autoestima, basándolas es nuestro aspecto físico y nuestros hábitos. ¿Quién no desea sentirse mejor? ¿Y si cambiando nuestro cuerpo y nuestra alimentación realmente encontramos “paz emocional”?

Comer sano, excesivamente sano

Para ver cambios, hay que comprometerse. Entonces comienzas a controlar lo que comes, la calidad, la cantidad, las calorías… y llega la ansiedad. No por comer en sí. Sino por qué comer. ¿Cómo está cocinado esto? ¿Con qué aceite? ¿Cuántos ingredientes tiene? ¿Es procesado?

Las cuentas de Instagram abundan con recetas como “sándwich saludable: abrir un pimiento a la mitad; quitar las semillas y usar cada parte como si fuera el pan; rellenarlo con una rebanada de jamón de pechuga de pavo, hojas de lechuga y pepinos”. Lo peor es que lo incorporas a tu dieta. No, lo peor es cuando llegan los atracones, esos “ataques” en los que no te puedes controlar y te acabas una caja entera de cereal a escondidas, sentada en el piso, llorando y sin dejar de engullir. Aparecen cada vez más y te preguntas por qué eres un fracaso, cómo es que las personas que sigues en redes sí pueden ser rigurosas y tú no.

La ortorexia es un desorden alimenticio que se define por la obsesión por comer “correctamente”, de la manera más “pura” posible. Es probable que sea un trastorno que se haya incrementado bastante en los últimos años, de la mano con el crecimiento de la industria fitness, pero es imposible saberlo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ni siquiera la reconoce aún como una enfermedad.

Renee McGregor, autora de un libro específicamente sobre este trastorno, comenta que la ortorexia es “una enfermedad de las sociedades occidentales. No está reconocida por la OMS porque, hasta el momento, es muy difícil de identificar. No hay un criterio que nos pueda indicar que alguien padezca ortorexia. No es tan sencillo como sucede con la anorexia, donde puedes ver actitudes, cambios corporales y hábitos que puedes identificar como dañinos. El problema con la ortorexia es que es fácil de esconder detrás de las tendencias saludables. Pero ¿cómo definir lo que es comer “correctamente”? ¿Solo porque alguien decide comer o ejercitarse de una determinada manera significa que es ortoréxica? No. Pero si es algo obsesivo que empieza a afectar la salud mental, entonces eso sí encaja con el criterio que estamos desarrollando”.

McGregor forma parte de un equipo de investigación internacional que desde hace tres años trabaja para elaborar el criterio para diagnosticar la ortorexia. Uno de los indicios que han brindado para diagnosticarla es cuando las reglas estrictas sobre lo que se puede o no puede comer y cómo están preparados los alimentos comienzan a crear ansiedad sobre de la comida y el acto de comer (hasta el punto, por ejemplo, de afectar la vida social).

Es decir, que la ortorexia no está siempre relacionada con la pérdida de peso, sino con la búsqueda de la salud. La doctora McGregor explica que “mucha gente con ortorexia al inicio la desarrolla en la búsqueda de ser más saludable. A veces puede haber miedo: si, por ejemplo, un ser querido murió prematuramente de alguna enfermedad, se puede crear esa ansiedad. Hay una necesidad de control que se traduce en comer de una determinada manera para no contraer tal enfermedad. La ortorexia se relaciona con la necesidad de ser supersaludables, superpuros y eliminar cualquier clase de toxinas. Pero esto te puede dañar potencialmente”.

Tal fue el caso de una influencer con millones de seguidores en varias plataformas que difundió y siguió una estricta dieta crudivegana sin el debido cuidado. Seis años después, tuvo que abandonar dicha dieta y comprometer su audiencia porque, como se supo después de que se difundiera un video suyo comiendo pescado, sufría anemia, había perdido el periodo menstrual y su intestino contaba con una cantidad anormal de bacterias.

Sin regla y sin diagnóstico

Cuando comencé a hacer ejercicio, seguí muchas cuentas de Instagram de mujeres que también hacían el mismo plan de entrenamiento. Siempre las veía más adelantadas que yo, más rápidas y delgadas. Decían que perder peso había dejado de ser su propósito y que se sentían más fuertes que nunca. Yo quería sentir lo mismo y me esforzaba el doble. Eso sí: llena de vergüenza por autodenominarme feminista y, a la vez, desear acoplarme a los estándares de belleza blancos. Pasó el tiempo. Una a una, las mujeres fueron dejando su perfil. Yo perdí mi regla, pero nunca lo relacioné con mi “saludable” estilo de vida, porque ¿cómo podría ser posible?, ¿cómo enfermarme si comía mejor, si tenía mejor condición física?

Pero, así como se habían ido, una a una, las influencers que seguía, volvieron a su plataforma y revelaron los problemas de salud que tuvieron por comer lo justo y sobreentrenar: amenorrea, problemas de tiroides y otras deficiencias hormonales eran las principales consecuencias. Ninguna había encontrado la paz estando más delgadas. Al contrario, comentaban que su “proceso” fue una cárcel mental.

Durante los cinco años que perdí mi periodo, fui con dos ginecólogas, un endocrinólogo, un homeópata, varios médicos generales y ¡hasta con una psicoanalista! Nadie me dio nunca un diagnóstico. Un día parecía que tenía síndrome de ovario poliquístico (PCOS). Otro, hipotiroidismo. Me mandaron tomar anticonceptivos por más de un año, yodo, pastillas para personas con diabetes… pero, en realidad, ningún diagnóstico fue certero. Y es que, además de la dieta, había otro factor al que nadie le dio importancia: la cantidad de ejercicio que hacía.

El Síndrome de Deficiencia Energética Relativa (RED-S, por sus siglas en inglés) es un padecimiento del que casi no se habla y que cada vez afecta a más personas. Básicamente, el RED-S aparece cuando no está entrando energía suficiente al cuerpo para que este sea capaz de moverse y para poder llevar a cabo todas las funciones biológicas de manera óptima. Como lo explica Renee McGregor, “el cuerpo usa mucha energía simplemente para estar vivo y, cuando no hay energía suficiente, lo que pasa es que el cuerpo prioriza el movimiento y empieza a apagar algunas de las funciones biológicas”.

Aunque las consecuencias son diferentes para todas, el RED-S se manifiesta con la caída del sistema inmunológico, desequilibrios hormonales que causan amenorrea hipotalámica o irregularidades en la menstruación, cambios de humor con tendencia a la depresión, mala digestión y problemas para dormir.

Pero, al igual que la ortorexia, el síndrome no es muy reconocido y, por lo tanto, muchas veces no se diagnostica como tal y se confunde con el síndrome de ovario poliquístico. “La manera en la que lo diagnosticamos en mi clínica es mirando los análisis de sangre. Es muy común que las doctoras asuman que alguien tiene PCOS cuando llega una paciente que perdió la regla. Especialmente si se ven bien físicamente”, comenta la dietista profesional McGregor. Y señala que, para ella, el tema de los diagnósticos errados es una situación muy “frustrante porque, aunque sé más que muchos doctores, no me escuchan porque no soy una doctora como tal”.

Despolitizar y tergiversar el autocuidado

Quizás lo más difícil de todo mi estilo de vida “saludable” fue dejarlo. Se sintió como un fracaso. Por más que racionalmente supiera que mi aspecto físico no definiría nunca qué tan buena persona era o si era querida o no, dejar el plan de alimentación y entrenamiento físico fue una lucha constante contra el terror a engordar –obesofobia o gordofobia– instalado en mi cabeza.
En redes sociales dejé de seguir las cuentas que me hacían sentir culpable de lo que comía o de pasar todo un día sin hacer ejercicio. Me di cuenta de que la cultura de la dieta y de la presión por trabajar por cierta imagen corporal estaba normalizada en todos lados y, aunque también los hombres son bastante susceptibles a padecer ortorexia o RED-S, las mujeres siempre hemos sido el objetivo de las campañas que le otorgan un valor moral a nuestras decisiones sobre nuestro aspecto. Para Renee McGregor los desórdenes alimenticios no son causados directamente por estos sistemas opresivos, sino por la dificultad de afrontar emociones difíciles o incómodas sobre nosotras mismas. Pero, a mi parecer, saber si lo causa, lo perpetúa o lo intensifica es como el dilema del huevo y la gallina.

Según la encuesta global de aptitud física realizada por la plataforma de entrenamiento Les Mills en 2019, la industria fitness reflejó un cambio generacional: el 80 por ciento del mercado total del mundo fitness hoy está abarcado por las llamadas generaciones Z y millenial (es decir, adolescentes y adultes jóvenes) y ya no por personas mayores de los 35 años, como marcaban las tendencias hace algunos años.

¿Esto sería señal de la expansión de la ortorexia o el RED-S? McGregor opina que sí: “Absolutamente. Sin duda son padecimientos que suceden en el mundo de atletas profesionales, pero ahora es más probable que pase en el público general porque, como dijimos, hay un empuje hacia lo fitness, hacia mirarse de determinada manera y por tratar de obtener nuestro valor a través de estos medios. Estamos intentando entrenar como atletas, pero entrenar es todo lo que ellos hacen, después solo duermen. Nosotras tenemos trabajo, nos ocupamos de nuestras relaciones, de otros cuidados y responsabilidades. Por eso tengo grandes preocupaciones por el público general, atletas jóvenes y personas que son muy serias con respecto a su deporte que no tienen el correcto sistema de soporte”.

A todo esto hay que dejar algo claro: el autocuidado no está relacionado ni con lo fitness ni con la industria que se lucra con lo “saludable”. Incluso a veces llegan a ser opuestos. Estos mercados han llegado a coaptar prácticas sumamente políticas, como podría ser el veganismo, y las han revertido al convertirlas en una moda y en una obsesión. Porque, si algo me quedó claro de esta experiencia, es que no hay nada más despolitizante que adentrarse tanto en la cultura fitness como en la de la de dieta: estar tan ocupada pensando en qué voy a comer y dedicando tanto tiempo a sobreentrenar no solo afectó mi salud física y mental durante cinco años, sino que ocupó el lugar de mis prioridades, haciendo que dejara de lado cuestiones mucho más importantes como atender mis relaciones afectivas o saber qué estaba pasando en el mundo y tratar de comprometerme con ello.

 

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