“No busco caricias sino verdad”
La artista Sara Batuecas usa la fotografía y la ilustración feminista para sacar la rabia ante las agresiones y la censura de las redes sociales.
El proyecto fotográfico #SiTocasaUnaTocasaTodas comenzó hace dos años a raíz del sentimiento que le provocó a su autora, la artista Sara Batuecas, la sentencia de La Manada. Como había estudiado teatro en La Cuarta pared, una escuela de Madrid en la que la crítica social tiene mucho peso, pensó en juntar la fotografía con alguna acción performática. De su frustración y su rabia han salido más de 70 retratos de mujeres pellizcadas, agarradas y acosadas que miran a cámara, que nos miran.
A pesar de que es posible ver su trabajo en galerías o en la misma calle, puesto que ha empapelado varias paredes con su obra, es sobre todo en Instagram donde podemos encontrarlo. Sin embargo, la censura de las redes sociales le ha llevado a crear de otro modo, sin cortapisas, y como Tetabú hace ilustraciones feministas ácidas, con una buena dosis de humor, que nunca sobra.
¿Cómo empezó #SiTocasaUnaTocasaTodas?
Me junté con tres amigas para hacerles fotos. Trabajo mucho con el desnudo artístico femenino, mostrando la naturalidad del cuerpo, huyendo de los estereotipos y la hipersexualización. Sin embargo, en esta sesión, y sin buscarlo, fue derivando en otra cosa. Nació poco después de la sentencia de La Manada, la rabia estaba instaurada en nosotras y mi necesidad de denunciar lo que nos ocurre a las mujeres me fue llevando a recrear una agresión. Empecé a fotografiarlas semidesnudas de cintura para arriba. Mi intención era simular un abuso sobre el cuerpo, de modo que mientras retrataba a una, las otras dos le agarraban por diferentes partes continuamente. Cuando subí las fotos a Instagram y a Facebook provocaron mucho revuelo, hasta que la red censuró las imágenes y eso que había tapado los pezones. Enseguida me di cuenta de que esos retratos escocían lo que provocó que quisiera continuar. Hacía quedadas con mujeres, al principio, las conocía, luego ya no. De repente, tenía retratos de 30 mujeres.
¿Cómo son esas sesiones?
Quiero que la foto impacte, así que no busco caricias sino verdad. A la compañera que posa le pido que elija una canción y que mire directamente al objetivo de la cámara, entre tanto, de dos a tres cuerpos la tocan, lo que serían cuatro o seis manos agarrándola. En ese lapso de tiempo existe una estructura: hay una presentación, un nudo y un desenlace. El antes es un semblante firme antes de ser tocado. A continuación, le llega el turno a unas manos que se aproximan y entran en contacto con el cuerpo, como un saludo brusco, no esperado ni deseado. Después, viene el agarre, que se vuelve lascivo y violento abarcando todo el cuerpo y la cara. Al final, como en una despedida, la música cesa, las manos se alejan y la persona se queda mirando a cámara, sola.
¿Y a quiénes pertenecen esas manos?
A otras mujeres que después posan. Prefiero que sean mujeres, porque estamos más cómodas y es más íntimo. Hay quien dice que si son mujeres se está confundiendo el mensaje, yo creo que no es necesario, la sesión ya es bastante fuerte y violenta de por sí. Hice una sesión con hombres, lo hice de manera consensuada con las mujeres que participaban, ya que la mayoría de ellas decía que no les sería tan fácil participar si hubiese hombres. En esa sesión, y aún siendo todes amigues, resultó demasiado agónico, había una sensación de traspaso entre ficción y realidad.
¿Cómo se quedan esas mujeres después?
Muy afectadas. Es como un trance para todas y difícil, no solo para las que son tocadas sino también para las que tocan. Eso no se ve en las fotografías, pero buena parte de las que tocan lo hacen sin poder mirar al cuerpo que están agrediendo, incluso, más de una vez, les resulta inevitable llorar. Yo también he participado, siendo agarrada y, aun sabiendo cómo es la sesión, es imposible no empatizar. Es interesante porque cada mujer reacciona de una forma. Las hay que no muestran tristeza sino bloqueo y eso también lo reivindico: ¿por qué, una vez más, tenemos que reaccionar como se espera? Me recuerda a los comentarios del tipo “estaba sonriendo”, “no decía nada”, “no se quejaba”. ¡Basta de juzgarnos a nosotras! Reaccionamos ante el peligro de maneras distintas.
¿Y cómo te sientes tú provocando desazón a esas mujeres?
Mal. Sé que es una sesión muy cruda y violenta, pero creo que es necesario hacerla así. A mí, mientras hago las fotos, me entran escalofríos y más de una vez se me saltan las lágrimas, sobre todo porque soy consciente de que esto es una realidad. Es imposible que no te afecte, que te distancies.
¿Cómo son los momentos previos y post sesión fotográfica?
En el previo nos conocemos. Quiero que estemos cómodas, se crea unión, ya que es algo que nos concierne a todas. Se dan coloquios en los que cuentan cómo se sienten, salen casos de experiencias que han vivido, de acosos en las calles, incluso de violaciones. Es terrible, pero lo vivimos como un gran desahogo. Al terminar, nos abrazábamos; quienes querían.
¿Quiénes son las mujeres a las que has fotografiado?
Empecé con gente de mi entorno, pero el boca a boca hizo su trabajo. Mi idea es que vaya quien quiera, de hecho, aprovecho para invitar a quienes deseen unirse al proyecto. Hay demasiadas mujeres jóvenes y blancas en los murales y me parece fundamental que haya más presencia de mujeres diversas: mayores o de más edad, racializadas, trans, no binaries… Ya llevo 70 retratadas, pero no quiero cerrar el proyecto.
¿Por qué hay pocas no blancas?
Porque tristemente no tengo un gran entorno no blanco en mi vida. He retratado a personas negras, pero quiero más fotos que visibilicen un espectro de mayor amplitud. Pese a tener amigas latinoamericanas, en las fotos en blanco y negro, no se nota tanto su tono de piel. Tras entonar el mea culpa, me gustaría no solo nutrir el proyecto de más teces sino a mí misma con más historias. Quiero que sea verdad lo de “si tocas a una nos tocas a todas”.
Es muy potente que decidieras sacar las fotos de Instagram y las llevaras a la calle…
Sí, pero lo he hecho en solitario y también con más gente e incluyendo el hashtag #sitocasaunanostocasatodas. Una noche, tras una quedada convocada por Instagram, varias se juntaron para pegar fotos y forrar Madrid. Comenzamos con el barrio de Malasaña, luego le llegó al turno a Lavapiés. Todo lo sufragué yo por el maldito amor al arte que nace del amor, sí, pero fundamentalmente de la falta de ayudas.
¿Cuánto duran esos murales?
Al día siguiente de hacer unos cuatro murales en Malasaña, me los encontré todos arrancados. He pensado, de hecho, en hacer un proyecto secuela fotografiando esas imágenes rajadas, que son producto de la violencia, justo de la que ejercen sobre nosotras.
Eso es, ¿qué significa que arranquen las fotos?
Que son necesarios esos murales porque provocan, molestan y, una vez más, demuestran que queda mucho por hacer. Que moleste que digamos que no nos violen, que no nos acosen o que nos dejen en paz en las calles es significativo.
Al principio las fotos eran hasta la cintura y se veía el pecho, ya no, ¿por qué?
Si mostrando solo las caras duran tan poco los murales, imagínate cuando salía también el pecho… Había demasiada alarma. Es más sencillo así, incluso, de cara a las salas de exposición, optar por mostrar solo el rostro es más inteligente. Por otro lado, Me he dado cuenta de lo mucho que puede transmitir una cara, de cómo puede evidenciar todo lo que le sucede al cuerpo sin verlo. Por último, no me apetecía que la gente se quedara con una visión erotizada de mis imágenes, nunca ha sido mi intención.
Sin embargo, eso no te ha frenado, el proyecto no ha dejado de crecer.
Exacto, ya he llegado a las 70 mujeres, así que el tamaño de los murales es mayor, hice uno en el centro Conde Duque [en Madrid] de tres por tres metros.
¿Qué has aprendido en este tiempo?
Mucho, este proyecto me ha dado momentos mágicos, historias, personas… Me siento más valiente, más tajante, más empoderada en el día a día a la hora de denunciar lo que nos ocurre. Por otro lado, al ver que me arrancan los murales pienso en lo mucho que queda por hacer. Ojalá, algún día, este arte no sea necesario.
¿Qué has perdido en este tiempo?
Dinero. Todo lo demás es positivo.
¿Mejor la calle o las salas?
Me encantan las exposiciones, agradezco que me den un espacio para que la gente vea mi trabajo, pero las personas que van a verlas generalmente ya están concienciadas; lo que yo quiero es que quienes no piensan en estas cosas se topen de frente con aquello que no esperan.
¿Y qué tipo de ayuntamientos o centros culturales te llaman para presentar el proyecto?
He podido exponer en varios sitios en Madrid, también me han llevado a La Palma al festival La Voz de las mujeres, ver que alguien cree en ti y en tu arte es un gran impulso. Si alguien conoce algún lugar para poder trabajar, me encantaría acudir.
No tenías ni 26 años cuando comenzaste el proyecto, ahora tienes 28 y, aunque siga vivo, continúas creando y has empezado a hacer también ilustraciones, ¡cuéntanos!
La verdad es que estoy muy ilusionada, pese a que he de reconocer que esta nueva vertiente nace porque estoy harta de lo machista y pacato que es Instagram, ya que no me deja mostrar mi trabajo tal y como es. El cuerpo es cuerpo, bello y puede ser terapéutico verlo y enseñarlo, porque siempre hay algo que no nos gusta de nosotras y nos juzgamos muy duramente. Las ilustraciones, por tanto, nacen de la censura. Las descubrí haciéndome terapia a mí misma, sacando la mierda que llevaba dentro, ahí me di cuenta de cuán sarcástica podía llegar a ser. A través de ellas, puedo mostrar lo que Instagram censura en la fotografía, así que entre mis dibujos hay un montón de coños que hablan y dicen lo que tienen que decir. Digamos que me sirven para dejar claro que no tengo pelos en la lengua, pero sí en el coño. De verdad, me parece fantástico dejar de lado la normatividad imperante.
Y el nombre que has escogido, Tetabú, viene precisamente de esa censura…
Eso es, viene de ahí y del tabú que existe en torno a las tetas. Recoge mi reivindicación sobre el uso del cuerpo como lo que es, un cuerpo, sin erotizaciones, pero hermoso de cualquier manera, con mastectomía, sin ella, como sea. Han llegado a mandarme fotopollas por mensaje directo en Instagram por subir cuerpos desnudos, como si lo hiciera por provocar y no por reivindicar.
Hablando de los mensajes que envían, una vez hicieron una pintada bien desagradable debajo de uno de tus murales, ¿qué decía?
Tuve la suerte de hacer un mural pactado, con tiempo, bien pegado, en la isla de La Palma, en la casa de la cultura de Los Llanos. Aguantó bastante, pero lo arrancaron y pusieron una pintada que decía algo así como “a estas feas no las toca ni su puta madre”.
¡Qué poco originales! Siempre se acude a lo mismo, meterse con nuestro físico o comentar que nadie querría acostarse con nosotres.
Son muy básicos, el discurso es siempre el mismo: “Todas las feministas son feas, guarras y peludas”. Llega un punto en el que me hace hasta gracia, son argumentos tan infantiles y banales…
Dado que haces un poco de todo, ¿cuáles serán tus próximos proyectos y dónde?
Estoy bastante motivada con el tema de la ilustración, tristemente, en la fotografía llevo muchos años y es muy complicado ganar dinero de la fotografía artística. En cuanto a la ilustración, estoy contenta porque llevo un año y está teniendo una buena acogida. Hago camisetas, chaquetas, tote bags… están teniendo bastante éxito.
Es verdad, he visto que tienes hasta bragas…
¡Sí!, en una pone “stop, machirulos”. Trato de que tengan empoderamiento femenino.
En tu caricatura, hablas mucho de feminismo pero también abordas temas como la raza y las migraciones.
Sí, hay una parte política y social que me ruge internamente y me sale sola. Aún tengo que abordar más y continuar informándome. Hay que visibilizar muchos temas, es necesario.
Has hablado de ganar dinero con tu trabajo, ¿cómo es ser artista en el Estado español?
(Suspira) Desilusionante. Ahí sí te das cuenta de que debes tener algo intrínseco, que eres lo que te ha tocado ser, porque yo, la verdad, es que no me siento bien haciendo otra cosa, aunque tenga que tener trabajos que me den de comer. Cuando lo sientes, ganes o no dinero, lo tienes que hacer. Aquí queda mucho para que se valore el arte. No basta con poner un recuadro rojo en redes sociales, hay que apoyar la cultura de verdad.
¿Y cómo es ser artista aquí en plena pandemia?
A mí la pandemia me ha servido para sacar la mierda y para reflexionar acerca de que no quiero que todo lo que haga sea gratis. Por eso empecé a crear prendas con mis ilustraciones y así difundir más mis ideas.
¿Cómo te ves en cinco años?
Cada vez me veo menos en Madrid. Ya no es una ciudad de acogida ni que me arrope. Madrid está muy triste.
¿Algo más?
Sí, repito, si alguna feminidad quiere unirse a mi proyecto, estaré encantada de fotografiarla.