El bastón como performance

El bastón como performance

¿Cómo demuestras a alguien que no te conoce que de verdad necesitas los apoyos? ¿Le enseñas el certificado de discapacidad? ¿Y si no lo tienes reconocido legalmente? ¿Vas en el metro con los informes médicos y los enseñas cada vez que alguien te tuerce la cara porque le has pedido que te ceda el asiento?

Texto: Costa Badia
Imagen: Vane Julián
07/04/2021

Ilustradora: Vane Julián

A veces pienso que debería parecer más que tengo diversidad funcional. En ocasiones son arduos los debates que mantengo cuando la gente me pregunta por qué nos hacemos notables si queremos igualdad, por qué queremos sobresalir. Lo queremos porque necesitamos un impulso, como cuando en el Tour de Francia cambian la bicicleta en plena carrera y les dan un empujón.

Para normalizar, primero hay que visibilizar.

Me imagino un mundo en el que la gente comprenda que hay mil millones de diversidades y estemos acostumbrades a no juzgar lo que vemos en la superficie. Me llama la atención cómo nos obligan a cumplir unos estándares para que la sociedad nos valide como personas lisiadas. Con el carnet de “Minusvalía permanente del 65 por ciento” tengo que acreditar lo distinto para que la sociedad sea equitativa conmigo.

No me convence.

Dentro de la comunidad tullida existen muchas reivindicaciones porque somos personas diversas. El otro día me enteré de que puedo saltarme la cola en Correos, Mercadona, Día…, pero me da vergüenza. Me da vergüenza no parecer lo suficientemente tullida y que me cuestione una persona que no conozco de nada, una persona probablemente normativa. Me imagino que llaman a la policía y se monta un número, y que la gente mira extrañada. Y yo solo quiero pasar desapercibida.

De la vergüenza me parece importante hablar, es algo intangible. Porque, claro, ¿cómo demuestras a alguien que no te conoce que de verdad necesitas los apoyos? ¿Le enseñas el certificado de discapacidad? ¿Y si no lo tienes reconocido legalmente? ¿Vas en el metro con los informes médicos y los enseñas cada vez que alguien te tuerce la cara porque le has pedido que te ceda el asiento?

He pensado en performar mi diferencia con un bastón. A veces fantaseo si sería el de mi abuelo: un bastón de “señor mayor”, marrón, con una empuñadura ergonómica negra o, tal vez, me compraría uno de colores.  Confieso que utilizo como apoyo el paraguas los días de lluvia y nublados porque me sirve de bastón. El suelo de la calle en estos días está mojado y brilla, con lo cual es bastante difícil predecir, si no conoces el lugar, si hay escalones, rampas, desniveles… No está adaptado.

Parece que es necesario, no solo serlo, sino parecerlo también. Deberíamos explorar más a fondo la performance como respuesta a un mundo normativo que solo entiende lo obvio. Tengo amigas con resto visual que me cuentan cómo cambia la cosa cuando llevan el bastón blanco. Difiere la perspectiva de la gente. Conocemos unos códigos a los que nos aferramos y así entendemos la vida: “Si alguien lleva bastón blanco, es que es ciega, si no lo lleva, entonces no lo es”; “Si alguien va en silla de ruedas, no puede caminar, y si camina, es que nos toma el pelo”. Y así miles de ejemplos que podría poner que a menudo son absolutos.

Más de una persona con diversidad funcional navega, vamos, navegamos, entre aguas: Somos sordos, pero no totalmente; somos ciegos, pero solo un poco. La incertidumbre, tan en la boca de muchos, asusta. Se busca una seguridad que en realidad no existe. La duda, el no saber qué pasará mañana, es el modo de vida de algunas personas como nosotras. Tener la sensibilidad de poder captar que la otra persona es diferente a ti, aunque no lo parezca, es algo que se puede educar.

Entiendo que hay que conocer que posibilidades existen, pero hay que ampliar los códigos. Y no aferrarse a lo que conocemos como verdad absoluta porque nuestra realidad es muy pequeña. Ahora, con las mascarillas, si una persona te pregunta cuatro veces lo mismo, a lo mejor hay que pensar que es sorda y no juzgarlo por que no ves si lleva o no audífonos. Tampoco hay que asustarse: “¡Madre mía! ¿Y ahora cómo me comunico con ella?”. Hay muchas maneras de hacerlo y no siempre la clave es la lengua de signos.

Me maravilla ver como se performa la normatividad en programas de televisión para “encontrar el amor” donde “lo lógico” es ser cis, hetero, delgado, blanco, musculoso… y las mujeres son un adorno. Deduzco que no conscientemente. Pero me encanta la gente que es coherente con su normatividad y la utiliza a su favor ejecutando el arte de acción.

Abogo por un mundo que entienda que en realidad todas las personas somos igual de diferentes.

Creemos puentes.


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