El eco silenciado de los pantanos
Extracto de la investigación 'Memorias Ahogadas. Una inmersión en las vidas desplazadas por las grandes represas hidroeléctricas del Estado español'.
“Convertido en despojos como el pueblo, quiere volver a donde nació y donde fue feliz hasta que nos fuimos obligados”
Julio Llamazares, Distintas formas de mirar el agua
¿Cuántos pueblos han sido inundados por pantanos?, ¿cuánta gente perdió sus casas, sus pueblos, sus tierras y su vida por la anegación de un territorio?, ¿se ha hecho justicia de este desarraigo?, ¿existe si quiera un relato sobre la construcción de pantanos, más allá de contarlos como casos aislados?, ¿cómo viven esas personas?, ¿han logrado enraizar nuevamente? Su sacrificio esconde decenas de matices, intereses y procedimientos opacos. Preguntas como estas son las que han impulsado esta investigación junto con el intento de cuantificar el número de víctimas desplazadas. Cuestiones en algunos casos todavía sin respuesta, pero de las que estos párrafos extraen un hilo conductor del que seguir tirando. Porque unir las piezas esparcidas por todo el territorio y destapar una maraña de lógicas, hechos, beneficios e impactos es un cometido que apenas empieza a construirse. A las historias de las memorias ahogadas, al “dolor oculto de los pantanos”, que diría Javier Martínez Gil [uno de los fundadores de la Fundación Nueva Cultura del Agua], aún le restan muchas líneas por escribir.
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Apenas la Confederación Hidrográfica del Ebro (CHE) y la del Segura ofrecen datos del número de personas desplazadas y de los pueblos anegados. En concreto, desde la Confederación Hidrográfica del Segura afirman que no se ha inundado ningún pueblo, “solo pequeñas edificaciones”, si bien no disponen de datos concretos de personas. En la CHE cifran en 13.000 las desplazadas por todos los embalses que afectan a la cuenca del río más caudaloso. Coagret, en un análisis de datos propio, estima que solo en Aragón las afectadas directamente son unas 12.000. Ante la imposibilidad de acceder a los expedientes de expropiación, la fragilidad de las cifras es evidente.
Los únicos datos globales que se manejan en la actualidad son los de la estimación realizada por Ecologistas en Acción. Santiago Martín Barajas, uno de los expertos de esta organización, explica que bajo las aguas han desaparecido, al menos, 500 pueblos: “Es una estimación a la baja, menos seguro que no hay”. Esta cifra los lleva a determinar que el número de personas desplazadas ronda los 50.000: “Hay webs de la Administración que dicen que ha habido unos 26.000 desplazados, aunque creemos que son más, dado que estos procesos llevan una serie de años en los que la zona en concreto deja de desarrollarse y la gente deja de invertir y se va antes. De ahí que, solo en el siglo XX, hablemos de 50.000 desplazamientos, cuando la población española no era la de ahora, sino mucho menor”, añade.
Martín Barajas confirma lo opaco del tema en el Estado español: “No hay datos reales; solo los nuestros y son muy parciales, pues están basados en estimaciones con medias. Hicimos un barrido de bastantes casos viendo la media de pueblos que había debajo. También hicimos conteo real, pero es muy complicado, y eso que lo hicimos con los embalses relativamente modernos. Sorprende la ausencia de datos, pero es así. Ni tesis, ni informes; ni el Ministerio lo tiene”.
La falta de estadísticas y la vaguedad de las cifras no es únicamente un problema local. La Comisión Mundial de Presas (WCD, por sus siglas en inglés) ha concluido que es imposible determinar el número de desplazamientos provocados por las casi 50.000 grandes presas construidas a lo largo del siglo XX en todo el mundo. La estimación que más se maneja a la hora de cuantificar a quienes perdieron sus casas y sus pueblos por inundación directa oscila entre los 40 y los 80 millones de personas. Una cantidad o el doble. Es decir, ni idea. Pedro Arrojo, quien incluso lo califica de “holocausto hidrológico”, habla de “desconocimiento e invisibilidad del dolor humano, bajo la mordaza del tradicional consenso que ha existido en torno a estas políticas, en nombre del progreso” .
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Para Cristóbal Gómez [profesor de Sociología de la UNED], la explotación energética de los cursos fluviales en el Estado español es algo absolutamente necesario, aunque con matices: “El problema es que, si una población se tiene que sacrificar en beneficio de la colectividad nacional, deben ser personas muy bien indemnizadas. Y las indemnizaciones han sido siempre muy cicateras: solo pagaban por el valor de las casas y a veces eran tierras muy marginales. Y si una persona tiene que cambiar su vida, no solamente se le puede valorar el valor de sus tierras y casas, hay unos bienes inmateriales que hay que valorar y eso no se ha hecho nunca. Se pagaba mal y tarde”.
A Campodarbe enviaron a la familia Garcés. En ese mismo lugar, Toni Garcés recuerda, 35 años después, cómo fue la llegada: “Nos dieron estas casas y las tierras para poder traer las cabras. Pero las tierras estaban arrendadas a otro cuando llegamos y la casa no tenía agua corriente; analizamos la del pozo y había el cadáver de una oveja dentro. Nos volvimos a Jánovas, pero ya nos habían tirado la casa”.
“¿Se acordará alguien de devolver a este pueblo una pequeña parte de lo que él dio?” , se pregunta José Aguilar Martí, nacido en Santolea.
El Informe de la Comisión Mundial de Represas recoge que muchas de las personas desplazadas no han recibido una compensación adecuada. O, sencillamente, que no han percibido indemnización alguna. Poco dinero, engaños, retrasos y promesas incumplidas son algunas de las situaciones recurrentes que narran las víctimas en el Estado español. El estudio de la Comisión Mundial de Presas, el más amplio que existe de ámbito mundial, reconoce que en muchos casos quienes son reubicadas pierden tanto sus viviendas como sus métodos de subsistencia.
— (Francisca) Estabas en Jánovas y tenías comida en el campo para todo. Vete a un piso: ¿qué comes?
— (Toni) En Jánovas éramos autosuficientes, teníamos de todo: vino, aceite, animales, tierras; te autoabastecías. Teníamos una central eléctrica y llevábamos luz a 17 pueblos del valle. Te dan cuatro perras y tienes que marchar para una ciudad. Al que más le dieron, que tenía un caserón, era para un piso de mierda y una licencia de taxi, y a trabajar toda la vida. Así fue la historia. En dos años, la gente de 70 años para arriba no aguantaron el cambio de vida tan brusco.
— (Francisca) Venga, os marcháis, que se va a hacer un pantano. Y tienes que dejarlo todo. Porque, ¿te vas a llevar a un piso las cosas del campo? Nada. Venga, a marchar. Y yo no me voy de Jánovas hasta que no nos saque el agua.
Sentada en una butaca, escuchando atenta la conversación de sus hijas e hijos en torno a la mesa familiar, Francisca Castillo [falleció en el verano de 2019] recuerda cómo era la vida en Jánovas. Toni, quien ha tomado el testigo combativo de su madre y de su padre, apuntala con fervor los recuerdos familiares.
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El libro Los ingenieros de Franco incluye una nueva perspectiva, la de los símbolos políticos: “Y para que triunfe la memoria democrática debe destruirse la memoria visible del franquismo (…). El efecto más visible de la ley [de memoria histórica] fue la retirada, tan lenta que aún prosigue, de “símbolos” del franquismo (…) como (…) la presa de Canelles, la central de Vandellós II o los arrozales del Guadalquivir”. El autor [del libro] añade que “habría que reflexionar por qué solo entendemos por símbolos algunas cosas cuyo impacto en la sociedad es grande, pero a lo mejor no tanto como los temas gordos; de dónde viene la energía, quién la paga, de dónde viene el dinero…”.
La ausencia de lugares de memoria o de memoria en sí es otra de las páginas opacas de esta historia de ‘desarrollo’ y de desarraigo. “Cuantas menos huellas de lo que supone la construcción de un embalse queden a la vista, mejor. Y por eso es una de las páginas más desconocidas de la postguerra, del franquismo y de la democracia”, reflexiona Julio Llamazares. “No hay una voluntad de recordar, ni por lo menos de guardar la memoria histórica de esos lugares”, añade el escritor, quien considera que a mucha gente le valdría con que se hable de ello y se reconozca el dolor y la pena que pasaron, “pero ni siquiera pueden aspirar a ello”.
— ¿Hasta qué punto sanaría la herida que alguien pidiera disculpas?
— (Toni Garcés) Es lo que llevo reclamando hace años, más que nada para que no se vuelva a repetir. Cuando alguien te pide perdón reconoce que se ha equivocado.
— ¿Os serviría un perdón público?
— (Antonio Buisán) De alguna manera es ganar la batalla después de perdida. Por lo menos habrían reconocido el hecho. Con eso te quedarías”, responde Antonio Buisán mientras recorre las calles de Jánovas, un lugar que rezuma un pasado doloroso, un presente incierto y un futuro por escribir.
— (Inma Muro) Ni me lo había planteado. Estaría bien, pero si solo fuese ese testimonio de perdón y no hacen nada tampoco serviría de mucho”, responde a pocos kilómetros de allí, en Sabiñánigo, Inma Muro, hija de una habitante de Lacort, otro de los pueblos afectados por el embalse que nunca se construyó en Jánovas.
El relato de esta historia, a medio camino entre la memoria, la dignidad y la justicia, está sin terminar.
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