La sororidad será feminista o no será

La sororidad será feminista o no será

Sororidad es una de esas palabras que hay que añadir de manera urgente a la lista de los conceptos a ser repolitizados, reapropiados y revindicados desde las prácticas feministas.

Texto: Obliqües
31/03/2021

Sororidad es una de esas palabras que hay que añadir de manera urgente a la lista de los conceptos a ser repolitizados, reapropiados y revindicados desde las prácticas feministas. En el artículo La sororidad no se paga, Elisabet Puigdollers reflexionaba sobre cómo en la era del capitalismo lila, las reivindicaciones feministas han perdido carga política y en muchos casos se han convertido en reclamos publicitarios. Ante esta realidad, pensamos que hay que atender de manera urgente la necesidad de reivindicar la sororidad desde los feminismos para devolverle su potencial de transformación.

Sororidad a veces se entiende como sinónimo de amistad entre mujeres pero, en muchos casos, se obvia que esta amistad nace de la alianza que tejemos cuando nos damos cuenta de las opresiones que vivimos, los derechos que se nos vulneran y de la necesidad de unirnos para reivindicarlos. Y es en esta segunda parte de la definición donde encontramos toda la significación del concepto y potencialidad transformadora. Si no reivindicamos la palabra en su totalidad, estamos aceptando que se elimine la carga política y que simplemente se mantenga una pátina reivindicativa de la feminidad, no del feminismo, que no es nada peligrosa para el machismo estructural. Y, ¿qué operación hay detrás de esto? Muy sencillo, desde la economía de mercado y el sistema cultural hegemónico se copta la palabra, se vacía de su contenido político transformador y se devuelve empaquetada de rosa y lista para ser utilizada en todo reclamo publicitario dirigido a las mujeres. De este modo, se asegura que no quede ninguna posibilidad de hacer peligrar los privilegios forjados durante siglos de patriarcado.

Pero, ¿qué es exactamente la sororidad? Seguramente habréis visto en muchas películas y series americanas las famosas hermandades o “sororidades” universitarias donde grupos grandes de chicas conviven en una casa preciosa mientras cursan sus estudios. En muchos casos tienen que pasar una prueba para acceder a este club selecto, a menudo con nombres griegos, las “alpha”, las “pi beta”, etc. Sería un error confundir la sororidad con este tipo de alianzas entre mujeres, por varios motivos. A pesar de que en sus anuncios para captar nuevas miembros del grupo se anuncien como espacios donde encontrar amistades femeninas de por vida, donde empoderarse y darse apoyo para ascender socialmente, en ningún caso son espacios feministas. En realidad, son grupos extremadamente jerárquicos con roles clarísimos de poder que quedan lejos de la horizontalidad propuesta por los feminismos. Además, son espacios muy poco diversos, donde conviven mayoritariamente chicas blancas, de clase media alta y con un ideal de belleza muy específico y concreto. Toda la diversidad que se encuentra es entre las que son de letras y las de ciencias. En sus anuncios, la diversidad se camufla en estos pequeños gustos divergentes. Esto invisibiliza las desigualdades de poder entre las mismas mujeres por motivos de clase, perfil étnico, orientación sexual u origen y cómo esto impacta en las opciones de futuro y de vida de cada una de ellas.

Así pues, cuando hablamos de sororidad no hacemos referencia a estos clubes yanquis. Tampoco a cualquier estructura o grupo que pueda ser equivalente aquí como pueden ser grupos de costura, de crianza o de amigas del instituto. Porque la sororidad no sólo es alianza de mujeres sino, como dice Marcela Lagarde, un pacto de mujeres desde la propia diversidad para empoderarse como individuos y a la vez crear redes de apoyo para revertir las injusticias que padecemos de forma colectiva. Y eso, efectivamente, puede pasar en un grupo de costura, de crianza o de amigas del instituto, pero también puede no darse.

Para ponerlo fácil, para hablar de sororidad (feminista) sería importante que se cumplieran los siguientes puntos. En primer lugar, es necesario que exista apoyo entre mujeres, incorporando todas las diversidades del término, dejando atrás el falso imaginario de competición para ganarnos el favor de los hombres y que las películas han reforzado a lo largo del tiempo. Sororidad significa que construimos una alianza y amistad profunda entre nosotras dando paso a la cooperación como forma de relacionarnos. La sororidad son relaciones positivas entre las mujeres, aunque no estemos de acuerdo en muchos aspectos.

En segundo lugar, esta alianza nace de la toma de conciencia individual y colectiva de que padecemos una opresión común e histórica. Es el entendimiento desde el reconocimiento de que vivimos la misma discriminación diaria por el solo hecho de ser mujeres. Asimismo, también debe nacer de la certeza de que esta misma discriminación la sufrimos de forma diferente según nuestro origen, clase social, color de piel, religión, orientación sexual, diversidad de nuestros cuerpos, etc ..; y, que esta vivencia diferente no nos aleja sino que nos alía para apoyarnos entre nosotras y salir adelante juntas. No solo tomamos conciencia de las discriminaciones, sino que trabajamos juntas para revertirlas, y eso pasa por la reivindicación de nuestros derechos, que no es otra cosa que la lucha feminista.

De este modo, si luchamos para transformar las relaciones de poder injustas es evidente que la sororidad solo sucederá en espacios horizontales, sin cuotas de entrada ni jerarquías, donde todas tengamos el mismo poder.

Sin embargo, en debates y formaciones feministas nos damos cuenta de que la definición teórica es fácil de comprender, pero que la dificultad surge al pensar espacios reales donde se dé esta sororidad. El sentimiento de no saber por dónde empezar puede responder a varios factores. Por un lado, la atomización de nuestras sociedades y la gradual pérdida de vida comunitaria y vecinal que dificultan que tejamos estas alianzas, que deberían ser bastante naturales, en nuestro entorno inmediato. Por otra parte, la creencia demasiado generalizada que no podemos cambiar las cosas limita nuestra capacidad de acción feminista. La apatía y desafección nos impiden pensar que somos capaces de actuar para cambiar aquello que no nos funciona y convencernos de que la fuerza la tenemos cuando nos aliamos. La sororidad puede nacer entre un grupo de madres a la salida de la escuela, de compañeras del instituto o el trabajo, o abuelas del centro cívico. Basta encontrarse, cuidarse, hablar, descubrir aquellas situaciones que nos hacen vivir la discriminación desde lo cotidiano y atrevernos a actuar para remediarlo. Quizá este último punto es el más difícil pero se puede empezar por acciones sencillas como escribir una carta para enviar al ayuntamiento, haciendo una acción en la plaza o colgando unos vídeos en las redes sociales.

En otro momento podemos hablar de cómo llevar a cabo acciones reivindicativas más creativas que las anteriores, que tengan impacto y que se enfoquen de forma estratégica en la garantía de derechos. Pero para empezar, sería suficiente encontrarnos, unirnos, cuidarnos y actuar conjuntamente con el objetivo de que todas podamos vivir mejor.

Este artículo forma parte de una colaboración con el diario Catalunya Plural.

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