Relaciones de tortura y terrorismo machista: renombrar para visibilizar
Es importante nombrar adecuadamente las experiencias de violencia machista que sufren tantísimas mujeres en el mundo, porque si generalizamos los conceptos adecuados podemos conseguir un cambio en el ideario colectivo de las brutalidades a las que nos enfrentamos.
Las personas que han vivido un episodio o episodios traumáticos necesitan encontrar las palabras adecuadas que doten de significado lo que les sucedió. Por este motivo es importante nombrar adecuadamente las experiencias de violencia machista que sufren tantísimas mujeres en el mundo. Pero, también, porque si generalizamos los conceptos adecuados podemos conseguir un cambio en el ideario colectivo de las brutalidades a las que nos enfrentamos.
Por ejemplo, la palabra “violación” evoca aún en la mayoría de personas un escenario muy concreto: un callejón oscuro, un hombre agresivo fuera de sí y una mujer tratando de zafarse por medio de gritos y aspavientos. Aunque desgraciadamente este tipo de incidentes también existen, son mucho más frecuentes las violaciones en el ámbito de la pareja; sin embargo, también son más difíciles de identificar, reconocer y denunciar. Esto provoca que rara vez pensemos en una violación de pareja o que, de hacerlo, se le dé menos importancia. De la misma manera que las agresiones sexuales quedan invisibilizadas en el ámbito privado de la relación, también lo hacen todas las conductas machistas de violencia e, igualmente, pierden intensidad cuando llamamos “malos tratos” a toda una serie de mecanismos de dominación y control que destrozan literalmente a la víctima y que en algunos casos acaban con su vida.
De acuerdo a la Macroencuesta de Violencia Contra la Mujer de 2019, la prevalencia de mujeres de más de 16 años que han sufrido violencia física por parte de su pareja o expareja es del 11,4 por ciento, ascendiendo al 24,2 por ciento si hablamos de violencia psicológica emocional y al 28 por ciento si hablamos de violencia psicológica de control. Si eres mujer heterosexual, tienes estas probabilidades de sufrir violencia física y psicológica por parte de quienes se supone que deben amarte. Los datos son escalofriantes, y más aún si tenemos en cuenta que estas cifras son mayores en la realidad de lo que se cuenta en las encuestas.
Por qué hablar de relaciones de tortura en lugar de malos tratos
La psicóloga feminista Phyllis Chesler afirma en su libro Mujeres y Locura que la violencia crónica en el contexto doméstico resulta más traumática que la violencia repentina a manos de un extraño, pocas veces es necesaria la violencia física para causar terror y generar una dependencia de la víctima por su captor, maltratador o, como deberíamos llamarlo, torturador.
Siempre que existe violencia física, sexual, económica o social, hay también una violencia psicológica que mina la integridad de la víctima. Esta última es la más devastadora para las mujeres supervivientes. Todo esto, sin embargo, va más allá de un trato no adecuado en un contexto amoroso que debería estar basado en los cuidados y el respeto. El término “malos tratos” supone una forma de blanqueamiento y desvalorización de la violencia contra las mujeres que responde a un mecanismo social de mantenimiento de la desigualdad.
El impacto psicológico del maltrato en mujeres supervivientes (y en las criaturas que estas puedan tener) es brutalmente dañino. Las psicopatologías más comunes son, entre otras, estrés crónico, trastorno de estrés post-traumático y depresión; son también muy frecuentes las tendencias suicidas, la baja autoestima y la culpa. Además, los síntomas más comunes son la apatía, la falta de concentración, el retardo motor y cognitivo, la ansiedad, el insomnio, las disfunciones sexuales, las despersonalización, el agotamiento cognitivo, la hipervigilancia, el pensamiento circular y un largo etcétera.
El Manual de Investigación y Documentación Efectiva sobre Tortura, Castigos y Tratamientos Crueles, Inhumanos o Degradantes, más conocido como Protocolo de Estambul, señala, como consecuencias psicológicas de la tortura en el individuo, síntomas de trastorno de estrés post-traumático (TEPT), de depresión, de trastornos disociativos, de disfunciones sexuales, de trastornos psicóticos, abuso de sustancias y deterioro neuropsicológico.
Cuando las consecuencias en la salud mental de víctimas de tortura y víctimas de violencia de género son tan similares, debemos preguntarnos si las vivencias no podrían serlo también. En el último informe publicado por la Coordinadora para la Prevención y Denuncia de la Tortura (CPDT), el colectivo Jaiki Hadi indica que la tortura “representa una vivencia de extremo dolor psíquico y físico, que supone un ataque a su identidad e integridad, con el fin de desestructurarla en su ámbito individual, familiar y social”.
Marcelo Viñar, en uno de los capítulos del libro que escribió en colaboración con su esposa Maren Ulriksen Fracturas de Memoria, relata, bajo un pseudónimo y en tercera persona, su propio episodio de tortura y menciona lo siguiente: “Comenzó a hablarse a sí mismo como lo hacía el oficial; se decía cosas referentes a su autoestima, y algo se quebraba en el sostén y la adhesión a los ideales en los que había creído siempre”.
Esta misma sensación de pérdida de la identidad se da en supervivientes de violencia machista. Por ejemplo, Antonia, según el testimonio que encontramos en la página del Ministerio de Igualdad, explica que “queda totalmente fragmentada tu confianza, el concepto que tienes de ti misma, tu seguridad, ¿quién eres?, ese ser que eres en el mundo queda totalmente destruido”.
Por qué hablar de terrorismo machista
La violencia machista en el seno de la pareja no es un fin en sí misma, sino que tiene por objetivo la dominación y, como indica Miguel Lorente, es también una forma de hacer ver a las mujeres las consecuencias de romper con el orden patriarcal establecido. Esta forma de aleccionamiento a través del miedo y el terror no se da exclusivamente mediante la violencia en las relaciones afectivas, sino que estas manifestaciones machistas de los hombres hacia sus parejas son consecuencia de todo un macrosistema violento con las mujeres que trata de mantener la superioridad masculina. En la misma línea, Nerea Barjola, en su libro Microfísica sexista del poder, habla del terror sexual como mecanismo punitivo que la sociedad implementa a través de los relatos sobre el peligro sexual con la finalidad de limitar los derechos y libertades de las mujeres.
Tal y como los valores culturales y patriarcales son aprendidos por todos los individuos de nuestra sociedad, el ejercicio de la violencia en la pareja es también una consecuencia del sistema desigual que, de no desaprenderse, solo contribuye al mantenimiento de la dominación histórica de los hombres sobre las mujeres.
Por desgracia, el terror va más allá de la pareja en las experiencias de las mujeres. El acoso callejero, el abuso sexual, el bullying o el mobbing de género pueden ser detonantes de respuestas de pánico. Los peligros que enfrentamos las mujeres por el mero hecho de serlo son inevitables y, como es de esperar, vivir en un constante estado de alerta también trae graves consecuencias en la salud.
Por qué renombrar
Nombrar la violencia contra las mujeres en el contexto de las relaciones afectivas heterosexuales como violencia de género fue todo un logro feminista que consiguió una legislación especial al respecto, que los asesinatos de mujeres dejasen de ser sucesos aislados en las páginas de prensa o que se crease una conciencia social y apoyo colectivo sobre el fenómeno. De la misma manera, reivindicar que esta violencia no consiste en meros tratos inadecuados, sino en una tortura psicológica y en ocasiones también física que atenta sobre la vida de las afectadas, es todavía una tarea pendiente para poner en valor la gravedad del problema y la capacidad de superación de las supervivientes.
El lenguaje determina el pensamiento y denominar “malos tratos” a la devastación absoluta de la individualidad de una persona nos hace un flaco favor si pretendemos reivindicar la valentía y fortaleza de quienes logran sobrevivir.
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