Tinder en tiempos de pandemia
La falta de tiempo, los círculos cerrados de amistades y la mayor parte emparejada y con hijos hacen sentirse a una un bicho raro. Si ya antes de la pandemia era complicado echar un quiqui ahora tenemos que sumar la Covid-19 a la ecuación.
A ciertas edades se antoja arduo complicado encontrar pareja o relación erótica festiva. La falta de tiempo, los círculos cerrados de amistades y la mayor parte emparejada y con hijos hacen sentirse a una un bicho raro. Por suerte cada vez me rodeo de más amigas solteras, que son un bálsamo en el desierto parejil (gracias, chicas) y cada vez hay más referentes que buscan otro tipo de relaciones no basadas exclusivamente en el monopolio de la pareja. Si ya antes de la pandemia era complicado echar un quiqui ahora tenemos que sumar la Covid-19 a la ecuación.
Por todo ello, somos muchas las que nos hemos abierto una cuenta en Tinder. Cuando entras en la app te encuentras un escaparate con opciones para todos los gustos. Como si un catálogo de Ikea se tratase, te pones a buscar la estantería Billy que más pega con tu mesita de noche. Nole, nole, sile sile, empieza el intercambio de cromos en ese deslizamiento casi automático a izquierda o a derecha. Muy pocas veces encuentro alguien que me encaje para entablar una mínima conversación: entiendo que se quiera follar, pero un mínimo de cortesía, ¿no? Pesca de arrastre, lo llamo yo. A veces encuentras un Tinder Bueno y lo celebras como si hubieras ganado el premio gordo o el perrito peloto de la feria.
Sin embargo, esa cosificación de los cuerpos, con miles de fotos de hombres sin camiseta como seña de identidad, es un reflejo más del mundo superficial en que nos encontramos. El mercado de la carne, el McDonald’s de las emociones. Ya solo falta que alguien de Glovo te lo traiga a casa para hacer el modelo consumista capitalista de lo relacional más redondo y más de consumo rápido. No demos ideas…
Tinder es un poco una discoteca a las seis de la mañana en la que mejor habría sido una retirada a tiempo. Frases de monosílabos se suceden, qué tal, a qué te dedicas, dónde vives, cuánto mides (me llama mucho la atención esta obsesión por la altura)… un poquito de originalidad, por favor. Se suelen tener varias conversaciones con distintas personas al mismo tiempo y es agotador hacer y responder siempre las mismas preguntas de ascensor.
En ese catálogo de Billies se entremezclan biografías con frases motivacionales o perfiles en los que más bien parece que se estuviera buscando un trabajo o alguien que trabaje para ellos. Se suceden perfiles en los que se busca mujer cariñosa, amable, risueña, independiente… y así un sinfín de peticiones, por pedir que no quede.
Sigo deslizando con la esperanza de encontrar algo interesante en este mercadillo de segunda mano. Venga, no puede ser que no haya nadie que me interese, no seas tan exigente, baja un poco el listón, que tampoco eres Claudia Schiffer. Tener puesto en mi bio que soy feminista y antifascista tampoco creo que ayude mucho en la búsqueda. Por alguna extraña razón terminas hablando con un señor que dice hacer magia, con otro que te encaja pero tiene una relación abierta y con un tercero muy mono que resulta ser el exligue de una amiga tuya. Sigues insistiendo creyendo que en algún momento se alinearán los astros y habrá alguien para ti.
Me entero de que esto de creer que pronto llegará la victoria es lo que los psicólogos llaman “refuerzo intermitente”, cada “no” que recibes es interpretado por tu cerebro como un sí inminente. Como tu cerebro percibe que el match perfecto está a punto de aparecer, dedicas más tiempo de lo normal a seguir jugando a esta ruleta rusa del ligoteo.
La posibilidad de conseguir un Tinder bueno es de cero a menos mil y el dedo empieza a dolerme de tanto descartar. Finalmente dejo de tomarme esto en serio y decido usar la app para que me entre sueño antes de dormir o cuando voy al baño a hacer mis necesidades.
Bien, ¡tengo un match nuevo! Mierda, me ha saludado con un “ola guapa q tal”. Faltas de ortografía más piropo, empezamos mal. Por supuesto, esta app es igual de machista que la sociedad analógica: no es más que una herramienta más, pero quien se encuentra detrás puede ser el mismo machista de fuera, con el plus de que hay cierto anonimato para actuar.
También se dan situaciones violentas y de acoso en este tipo de aplicaciones. Recuerdo cuando le dije a un match que no iba a quedar con él porque habíamos hablado literalmente dos frases y me llamó puta estrecha. Parece que las fotopenes son algo muy generalizado, según me cuentan, así como la insistencia en una conversación en la que no hay respuesta. El “no es no” o el no consentimiento tácito sigue sin entenderse a veces, aquí, en el Tinder, y en la vida.
Como si se tratara de algo que pides por Aliexpress y luego te llega a casa algo que realmente no habías pedido, la imagen virtual que nos formamos a través de Tinder poco o nada tiene que ver a veces con la realidad. Otras veces te sorprende e incluso salen amistades interesantes, que no todo va a ser follar, como cantaría Javier Krahe.
En otras ocasiones me da más la sensación de estar en una entrevista de trabajo, que en un tonteo de Tinder. Qué aburrido y monótono se ha vuelto hablar con gente por estas aplicaciones. Como diría esa canción de Christina y Los Subterráneos, prefiero ver las series de la televisión antes que quedar contigo. Pues lo dicho, desinstalo Tinder y enciendo Netflix, no sin antes despedirme de mis matchs, que ante todo una es educada.