No hay inseminación para gordas

No hay inseminación para gordas

La Sanidad pública no insemina a mujeres gordas, solo a las jóvenes y delgadas. La inseminación cuando tienes sobrepeso o más de 40 años solo está al alcance de quien puede pagarla.

14/04/2021

Ilustración: Señora Milton

Hoy voy a ir directa al grano sin introducciones: desconozco si esto pasa en el resto del Reino de España, pero necesito que tú que me lees sepas que en la Comunidad Autónoma Vasca la sanidad pública, Osakidetza, no insemina a gordas. ¡¿Cómo te quedas?! Yo estoy flipando.

Creo que todo el mundo conoce el límite de edad a la hora de practicar inseminaciones en la Sanidad pública. Lo de poner reglas del tipo: con 39 años y 10 meses te inseminaremos, pero con 40 años recién cumplidos no, porque ya eres vieja, es cuando menos peculiar. Pero como dicen las autoridades por el bien de la ciudadanía, de manera superjusta, razonable y absolutamente objetiva, “en algún lugar hay que poner el corte”. Ojos en blanco. Suspiro. Suspiro por segunda y tercera vez. Bien.  Me recompongo.

O estoy yo poco puesta en el tema, porque no asomo mucho la cabeza por estos lares, o no es tan vox populi eso de que debes tener un índice de masa corporal como muchísimo de 30 para que te inseminen. Es bastante llamativo que lo del peso sea algo que se pase tan por alto, como para ¡ATENTAS! poder ir a tu ginecóloga en octubre de 2020 a decirle que te quieres inseminar este 2021, y te diga, “Claro, estupendamente”, mientras presuntamente lo escribe en el ordenador y te da cita para enero sin objeción alguna, cuando en realidad estás vetada por gorda.  ¿Será que ella tampoco lo sabía?

Llega enero, vas a la cita en la que te dan el volante y, como la temporalidad es una constante en los servicios públicos (¿de calidad?), te toca una ginecóloga diferente cada vez. Entras, saludos de rigor, instrucciones, obedientemente te quitas la parte de abajo de la ropa dejándote los zapatos, te abres de piernas y te hacen esas cosas que hacen ellas. Si tienes suerte, te explican lo que está pasando en tu entrepierna. Si no, piensas en la lista de la compra y esperas a que acaben mientras ignoras cualquier sensación, totalmente disociada. Todo genial. Antes de irte le pides el volante que te prometió la anterior doctora, y esta segunda ginecóloga te dice que no le consta nada en la ficha. “Ah, muy bien”, murmuras. Te sorprendes, pero tienes experiencias rocambolescas en el gremio, así que tus expectativas son bajas. Vuelves a explicar la retahíla con pelos y señales. La nueva ginecóloga te mira fijamente y antes de que hayas terminado de hablar, te dice que te subas a la báscula. Mientras estás allí postrada, te pregunta cuánto mides. Usa la calculadora del móvil y te dice: “Tienes que perder 20 kilos”. Tú sueltas una risotada con sorna y te sale un “¡No me digas!”, porque llevas toda la vida yendo al médico y da igual que sea por otitis, por una mordedura de perro en el dedo, por alergia a los gatos o porque te toca reconocimiento médico del curro, el caso es que siempre te sueltan el: “¿Has pensado adelgazar?”. Lo rarísimo es que nadie te lo dice de buenas a primeras según entras. Eres una persona ilegible. Pero como eres sospechosa de ser lo que piensan que eres, te mandan subir a la báscula aunque no venga a cuento de nada. Y ahí sí, ahí se atreven a hacerte la pregunta del millón: “¿Has pensado adelgazar?”. Este es el privilegio de las gordas con passing: que tienen una gordura relativamente amable para las personas gordófobas y, según el día, lo mismo libras si la báscula dice un número que gusta (porque llevas una mala racha agotada muy estresada sin apenas comer), como te tiran a los leones cuando es más de lo que han previsto (véase Navidad, reuniones familiares y hambre emocional).

Si fluctúas mucho de peso, querida amiga, ya sabrás que es muy caprichoso este submundo del índice de masa corporal: ya no solo porque no sirve para nada, sino porque no se sabe cuánto de ese número que te asignan es músculo, cuánto es fofez, cuánto es una racha ansiosa por preparar oposiciones o una racha depresiva porque se ha muerto tu abuela, cuánto es un trastorno de la conducta alimenticia que arrastras desde los 12, cuánto es sedentarismo, cuánto es no saber comer bien y necesitar pautas desde la educación nutritiva, cuánto es genética o si llevas perdidos 50 kilos en el último año con esfuerzo y dedicación, porque antes pesabas el doble, pero no figura en ninguna parte. Al maldito Índice de Masa Corporal (IMC) le da igual todo y, sobre todo, le das igual tú. El índice de masa corporal es un número que está ahí para salvarte o joderte viva, sin notas al pie y sin comentarios añadibles. Está ahí, como lo de tener 40 años y que te digan que eres demasiado vieja para inseminarte gratis. Maricarmen, insistimos desde la profesionalidad, por tu bienestar y por tu salud que es lo único que nos mueve: “En algún lugar hay que poner el corte”. Esto traducido al cristiano es algo así como: “Querida, no me rayes, que tu vida nos la suda”.

Pero sigamos con el relato. Como lo gorda no te quita lo reactiva, aun estando atónita allí sentadita en aquella silla, puede que te atrevas a preguntar a la ginecóloga número dos entre balbuceos un: “¿Pero eso del índice corporal, por qué lo usáis todavía?”. Y puede que la doctora, con todo su papo, te responda, por una vez en tu vida, la verdad: “Porque estos tratamientos son muy caros y no se los vamos a hacer a cualquiera. Y los estudios que hacemos dicen que las mujeres con sobrepeso se quedan menos embarazadas que las que no lo tienen”. La miras ojiplática y te preguntas para tus adentros si las rubias también se quedan menos embarazadas que las morenas por poner un criterio aleatorio más, o si a la gente que fuma no le dan inhaladores cuando tiene asma, porque no son baratos. Una vez leíste que la gente que fuma tiene más asma que la que no fuma, según un renombrado estudio de la Universidad de mi sobaco peludo. ¿O igual es un prejuicio y te lo has inventado? ¡Da igual! El imaginario colectivo, bien sea portador de un título universitario post estudiar tropecientos años, o bien sea la vecina del quinto, piensa que las gordas somos insalubres y las delgadas saludables. No importa todo lo demás. Nadie hace un seguimiento de los hábitos de las delgadas. La fiscalización se le hace a las gordas y punto. Las delgadas pueden ser sedentarias desde que nacen hasta que se mueren, o beber Coca Cola para desayunar, comer, merendar y cenar, pero como no son gordas, que es el pecado capital por antonomasia, su índice de masa corporal las libera de cualquier sospecha. Suspiras. Suspiras de nuevo ocho veces más. Aunque lo eres, y mucho, no quieres resultar impertinente y solo espetas un: “Pero es que en mi caso tienes ahí escrito que interrumpí un embarazado hace algunos años, por lo tanto sabes que soy fértil, además de gorda”. Y te responde: “Ya, pero no”. Y añade un (OJO CUIDAO):  “Tú lo que tienes que hacer es perder esos 20 kilos. Chica, te pones a tope con la dieta ¡y tienes seis meses!”.

Miras alrededor, buscas la cámara oculta. No das crédito. La miras patidifusa, pensando, no sabes NADA sobre mí. No sabes si toda mi ingesta de hoy ha sido una manzana o si tengo problemas psicológicos. No sabes ni qué resultados he tenido en mis últimos análisis de sangre. Evidentemente, insisto, tampoco sabes si la persona con índice de masa corporal dentro de tu planning y menor de 40 años come real food o solo barritas energéticas y caramelos laxantes. Es que es demencial. La señora que ha estudiado tropecientos años para trabajar en el Sistema Público de SALUD te dice, sin conocerte de nada, que PIERDAS 20 KILOS EN SEIS MESES sin pensar en ti o en tu salud, solo para que cumplas con las medidas estandarizadoras que alguien ha puesto. Y dirás: “¡Demagoga! ¡¡A la hoguera!! Lo dice la Sacrosanta Organización Mundial de la Salud”. Y yo te diré: “Según la OMS hasta 1990 la homosexualidad era una enfermedad. ¿Te acuerdas? Según la OMS, la transexualidad era trastorno mental hasta 2018. O sea, antes de ayer”. ¿Me explico? La Organización Mundial de la Salud, puede decir misa en latín, porque para mí es algo así como la Real Academia de la Lengua.

Allí sentada en aquella silla, mientras la señora profesional dice cosas inconexas tras su mascarilla quirúrgica y la distancia social establecida, en tu cabeza te acuerdas de una amiga que cuando tenía bodas-bautizos-comuniones comía pechuga a la plancha y piña durante semanas hasta caber en vestidos. Ella sí sería una buena inseminada. A ella le darían la enhorabuena porque perdería los 20 kilos en un santiamén.  También se te ocurre, igual suena a perogrullada, que si decides que quieres perder 20 kilos, digo yo que lo suyo es hacerlo sin plazos, sin presión y sin imposiciones de X cantidad de meses. ¿No? No deja de ser raro-raro-raro que la única pregunta que te han hecho es “cuánto mides” después de pesarte, y que NADIE se haya interesado por si tú, que planeas traer vida a este mundo, tienes casa, te metes cocaína cada fin de semana, eres votante de VOX, tienes antecedentes penales por asesinato o si tu trabajo es ser torero. ¿No hay más preguntas, Señoría? Que no viene aquí una a poner más criterios aleatorios por los que haya que vetar a nadie de inseminarse, ojo, que la Sanidad pública y universal es para todo el mundo. Simplemente te preguntas si harán también estadísticas y estudios (pagados con impuestos de gente gorda no inseminable) con otras variantes no gordófobas y sin usar su mierda de prejuicios.

Pero como no tienes un día confrontativo y estás bastante en estado de shock, sales de la consulta como una autómata, vas a la ventanilla que te han dicho y pides cita para Reproducción Humana. Sí, sí: REPRODUCCIÓN HUMANA. Si el palabro te parece raro, prueba a ir al hospital de turno sola, cita en mano, y pasar por una puerta donde encima pone en letras gigantes ESTERILIDAD, sin ser tú nada de eso. Y aunque tuvieras dificultades para embarazarte, no sé si querrías leerlo y gritarlo a los cuatro vientos cada vez que tienes una cita. ¿En serio no hay otro acercamiento al tema? ¿En serio a nadie se le ha ocurrido un puñetero eufemismo menos lapidador? Y, ¡eh!, alucinando por volver a estar con una ginecóloga diferente por tercera vez en seis meses que te examina igual que las anteriores, sin saber tú lo que está pasando. Y esta vez con una aprendiz al lado a la que le explica las cosas en bajo, sin que las oigas tú que tienes un espéculo metido en la abertura vaginal durante diez minutos. Y tras subirte en la báscula y preguntarte cuánto mides y si fumas, a ella solo le parece que te sobran diez kilos. Tienes de tres a seis meses para bajarlos. Y tú allí, impertérrita, con el mismo peso de hace seis meses cuando todo era estupendo y de hace un mes cuando no dabas la talla y con un muy discreto cabreo del carajo que no puedes explicitar porque sientes que, por alguna enrevesada razón, te están haciendo un favor y no quieres ser ingrata.

Para terminar, añadamos que huelga decir que a quien paga unos cuantos miles de euros en las clínicas privadas claro que sí la inseminan siendo gorda y con más de 40 años. Y llamadme conspiranoica, pero la conclusión de este escrito es que me da la sensación de que la Reproducción Humana tiene planificada una especie de eugenesia perversa a dedocracia, donde solo pueden reproducirse vía inseminación (pública o privada) dos grupúsculos de personas VIP: las jóvenes y flacas, o las ricas.  Fíjate que no quisiera tener razón, pero me temo que algo de eso hay.


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