Niños aparte
Extracto del libro 'Niños aparte', de Julieta Valero, editado por Caballo de Troya.
Elena 2
Entre el deseo y la lujuria, no sé qué diferencia hay; creo que el primero sería apetencia por alguien, y recuerdo la definición de DRAE de lujuria porque la busqué: «Deseo y actividad sexual exacerbados». De modo que es una intensificación del deseo. Que todo va siempre de desear o no desear. Sentirse vivo. Ahora vendría, para la mayoría de la gente, para casi todos nosotros, la zancadilla ética: que si una busca instintivamente la realización de su deseo se entrega digamos que a una fiesta de lo superfluo que suele acabar en tragedia porque es necesariamente destructiva. El clásico: la pareja convencional que fracasa, que se interrumpe con violencia porque aparece un tercero. Pero es que los fantasmas no existen. El tercero no lleva sábana y bola, como no sea la de la lógica del desamor o de la sorpresa para el que no ha estado atento a los afectos. A la piel. A la piel y sus efectos. Vuelvo. A mí me parece que no hay nada más profundo que el deseo. Siempre me he imaginado esta tontería: que el deseo por alguien —claro que hablo de un deseo que insiste, que tiene nombre propio, no de una punzada genital que se resuelve con un encuentro o dos—, el Deseo trae en la mano una carta, un relato de su procedencia que jamás podremos abrir pero que existe. El deseo tiene sus razones, quiero decir, como a lo mejor también las tiene la muerte, el modo, el día en que nos vamos, pero son indiscernibles. Así es el ser humano, el pobrecillo. Y ya está.
Belén me trajo muchos libros. No eran misiones pedagógicas, soy buena lectora, y tampoco pedantería. Era su manera de darse y de dar; tenía su punto de seducción también. Muy al principio, uno me impresionó particularmente. Un latinoamericano raro, muy desconocido aquí, me dijo ella, pero autor de culto en su país. Un tipo inteligentísimo, por lo visto; desde luego lo que leí era de una intensidad tan creíble… Creo que estaba obsesionado con los cadáveres. Que podría parecer una cosa metafísica pero que una se daba cuenta leyéndolo en profundidad de que no, de que era muy carnal y concreto, muy de aquí: le fascinaban los cadáveres. Vivía con una tía mayor, muy cerca de la morgue de la ciudad, y en esos tiempos se podía entrar y mirar, el caso es que una sobrina suya, en una entrevista posterior a la muerte del tío, ya célebre poeta, con legión de acólitos, cuenta cómo su madre había pasado la infancia marcada por las locuras del hermano, a quien se adoraba enfermizamente en la casa; él era el mayor, único varón, de cuatro hermanos, y parece ser que se llevaba trozos de personas a casa, qué sé yo un brazo, lo ponía en la mesa del salón y había que cenar con eso ahí, hasta que se quedaba dormido de puro borracho en la mesa y entonces ellas, apenas niñas, iban con la tía a devolver el trozo a la morgue. Este hombre era muy vital, por otra parte; o una cosa por la otra. El libro que leí trataba de la noche. Y del cuerpo. El cuerpo como único lugar posible para la vida y a la vez contenedor del agujero por el que nos vamos a la muerte. Esa oscuridad. No lo sé expresar mejor pero me pareció ciertísimo, y que estaba leyendo algo que no sabía que sabía. Esa sensación de reconocimiento que solo he tenido con algunos poemas. Copié el final de ese libro en una servilleta una de esas mañanas en una mesa del bar de mi hospital, a la hora del café. Había devorado el libro la noche anterior en casa y quería devolvérselo porque sentía que era una prueba de lo que me estaba pasando, que si mi marido lo veía se enteraría de todo. Además, era el único ejemplar de Belén y estaba todo subrayado y con notitas y una especie de emoticonos a boli que aplaudían o cuestionaban ciertos versos. Este es el final:
Y yo me pregunto: ¿Qué es tu cuerpo?
Yo no sé si te has preguntado alguna vez qué es tu cuerpo.
Es un trance grave y difícil. Yo me he acercado una vez a mi cuerpo;
y habiendo comprendido que jamás lo había visto, aunque lo llevaba a cuestas,
le he preguntado quién era,
y una voz en silencio, me ha dicho:
Yo soy el cuerpo que te habita, y estoy aquí, en las
oscuridades, y te duelo, y te vivo, y te muero.
Pero no soy tu cuerpo. Yo soy la noche.
Como leer una ética propia. Sentí que era verdad que mi cuerpo traerá mi noche, que mi cuerpo es mi propia noche y hasta que eso suceda es el único lugar de la Vida, que siempre es una. Creo que esa semana dejé a Carmelo; lo dejé por dentro. Por fuera y con todas sus consecuencias, quince días después.