‘Stone Butch Blues’, solidaridad y duelos compartidos
La obra, traducida y publicada por Antipersona, habla del horror, pero no se recrea en los detalles. Es un alegato al "acompañamiento entre mujeres rotas, dislocadas por el patriarcado y la misoginia, del amor entre ellas, de las imposibles alianzas"
Recuperar la memoria colectiva es, en sí mismo, un acto de lucha
Leslie Feinberg
Recuerdo la primera vez que leí Stone Butch Blues. Tenía unos 25 años y había decidido, sí decidido, que quería ser una butch. Yo no fui una niña chicazo, “chonguitas” les llama val flores, quien tiene un precioso proyecto sobre masculinidades en niñas. No, yo fui una niña femenina, una adolescente con una feminidad explosiva muy cercana a lo femme y salí huyendo de ese espacio que para mí era un lugar de violencia machista constante para intentar parecerme a los objetos de mi deseo: cuerpos butch, marimachos, camioneras. Recuerdo que hacia los 20 años las miraba con asombro, deseo y admiración, para mi en ese entonces las butch, las bolleras con mucha pluma, eran la primera fila de la resistencia de las disidencias.
Ahora sé, que cuando leí la primera edición en inglés publicada en 1993, porque hasta este 2021, no se había traducido al castellano, me perdí la mayor parte. No me atravesó, ni puso en marcha una serie de engranajes en mi cuerpo y mi cabeza que, a día de hoy han logrado reconciliarme con esa parte femme que todavía vive en mí y reconectarme más si cabe con la butch en la que me he convertido. Stone Butch Blues, es un libro que hay que leer, es un viaje iniciático al mundo butch-femme de mediados del siglo XX, así como a la historia de las disidencias sexuales y de género, sus luchas, la represión, la violencia policial y la discriminación de una sociedad lesbófoba y misógina. Es también una novela épica, un texto fundacional del imaginario bollero con una butch de protagonista; es, como dice su autora con ocasión del vigésimo aniversario de la primera publicación, “sumamente política y polémica”, y está escrita por una comunista, sindicalista, antirracista, activista trans: Leslie Feinberg (1949 -2014)
La clase está presente desde las primeras páginas, Jess, el personaje principal al igual que Feinberg es una marimacho judía de clase obrera, que deja la escuela a los 14 años para entrar en el mundo laboral. Con ella descubrimos el mundo fabril de los años 50, lo códigos de resistencia de las trabajadoras, las huelgas, la organización sindical y continúa por la historia de la recesión en Estados Unidos de América, el cierre de las fábricas, el aumento del paro y cómo eso afectó a toda una colectividad, la de las butches, muchas de las cuales encontraron, o pensaron haber encontrado en el uso de testosterona una salida a la discriminación y la exclusión en un mundo laboral masculinizado, utilizando como forma de sobrevivir el passing masculino: “Llevo toda la vida luchando por defender lo que soy. Estoy cansada. Ya no sé cómo seguir adelante. Creo que esta es la única forma que consigo imaginarme de seguir siendo yo y sobrevivir.”
Stone Butch Blues habla de cuerpos que no tienen cabida en un mundo regido por el binarismo de género, habla de personas que tienen miedo a ir a los baños públicos porque son lugares en los que se concentra la violencia, de la ansiedad que produce el solo hecho de pensar que cualquiera puede echarte de un lugar por tu expresión de género, esta escena se repite una y otra vez incluso en nuestros días:
“-Este es el baño de señoras- me informó.
-Lo sé- dije. Al entrar, cerré con pestillo la puerta del retrete. Sus carcajadas me llegaron al tuétano.”
Mientras leía el libro me preguntaba, ¿cuántas veces nos hemos detenido a pensar en nuestras compañeras butch, en nuestras compañeres trans, que pasan horas sin poder ir al baño porque el miedo les paraliza? ¿Cómo es un viaje en carretera de varias horas sabiendo que tendrás que soportar el dolor de vejiga?
Muchas veces he dicho que yo no me identifico como mujer, sino como bollera, apelando a la famosa frase de Monique Wittig, “las lesbianas no somos mujeres”; después de leer Stone Butch Blues, creo que me identifico plenamente como marimacho, incluyendo esa tensión que exise entre las identidades disidentes y el feminismo hegemónico, y pensando en las identidades como políticamente estratégicas. Así Jess dice: “-No soy una mujer. Soy un marimacho. Es distinto […] Es algo que nos hace diferentes. No es que seamos simplemente lesbianas.”
También habla de la solidaridad de las invertidas, de las redes afectivas como sostén de la vida, de los hogares, de la cultura de los bares, lugares por momentos seguros en tanto ocultos de la mirada fiscalizadora de la sociedad, pero en donde también corrían peligro: “Estaban las ocasiones en que entraban por la puerta nuestros verdaderos enemigos: grupos de marineros borrachos, matones que parecían del KuKuxKlan, sociópatas y policías.” Escribe el horror sin edulcorar, pero no se recrea en los detalles escabrosos de la violencia policial que sufrían y enfrentaban todas juntas, sosteniéndose las unas a las otras, las butch, las drag queens y las femmes, muchas de ellas trabajadoras sexuales. Habla de las palizas: “cada paliza te cambia”, de las violaciones a las butch y las drags en las comisarías, de suicidios, de internamientos en hospitales psiquiátricos, del sida. Habla del dolor de toda una comunidad, y ese dolor atraviesa cada página y se convierte en lágrimas, porque este libro va de las nuestras y es imposible no sentir la fragilidad en nuestro propio cuerpo. Habla de duelos largos y colectivos. Duelo y trauma, en palabras de Ann Cvetkovich, que hasta hoy seguimos trabajando al interior de la comunidad cuir.
Y también habla del amor, habla del acompañamiento entre mujeres rotas, dislocadas por el patriarcado y la misoginia, del amor entre ellas, de las imposibles alianzas, como diría María Galindo: “Para sobrevivir en aquél mundo, una stone butch y una puta tenían que ser duras. Ambas éramos lo que parecíamos, y eso era lo que nos gustaba de la otra”. Habla de los intrincados caminos del amor y las separaciones, de la ausencia, la añoranza, la pérdida. De corazas emocionales construidas a base de sufrimiento difíciles de ablandar, de mecanismos de protección, de guerras libradas contra una misma y sus propias incapacidades. Habla de caricias, de ternura y desmonta el mito de la reproducción de la pareja heterosexual en el binomio femme-butch.
Stone Butch Blues, como ya he dicho antes es una novela que debe ser leída, escrita por alguien que “cree en la libertad” y que pasó toda su vida luchando con valentía por ganar todas las batallas, porque la valentía es eso, “no es solo sobrevivir a la pesadilla sino hacer algo con ella. Hablar de ello al resto de gente. Intentar organizarse para cambiar las cosas”.
Stone Butch Blues ha sido traducida y publicada por Antipersona, editorial independiente nacida en el 2014, que se define a sí misma como “especializada en ensayo y narrativa, centrada en la crítica del poder y el análisis de las diferentes formas de dominación. Nos interesan los episodios desconocidos de la historia, las luchas populares y las formas de resistencia colectivas.”
Valga un agradecimiento a la editorial por el esfuerzo de traducción y edición, y sobre todo la accesibilidad del precio. Porque no podemos olvidar que la gran mayoría de las bolleras, somos precarias.
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