VII Congreso de Economía Feminista, de los cuerpos a los presupuestos

VII Congreso de Economía Feminista, de los cuerpos a los presupuestos

El VII Congreso de Economía Feminista ha vuelto a Bilbao, esta vez bajo el título de Bizitzaren saregileak: Redes feministas para agitar las bases de la economía, y en él aprendo que la economía es mucho más que complejas transacciones, números y tecnicismos.

07/07/2021
una mesa de un acto público con dos mujeres y al fondo una pantalla en la que se ve a otra

Un momento de la conversación entre Mari Luz Esteban (izda.) y Cristina Carrasco (en la pantalla), moderadas por Amaia Pérez Orozco (dcha.). / Foto: M.A.F.

Lo primero que veo al cruzar las puertas de la Facultad de Economía y Empresa de la Euskal Herriko Unibertsitatea/Universidad del País Vasco es a una mujer mayor, vestida de rosa, cubierta de canas y que requiere de la ayuda de, al menos, una persona para andar. “Hago las cosas con lentitud, con mucha lentitud”, le dice a su acompañante mientras bebe un vaso de agua. Esta le contesta: “Pero las acabas haciendo, que es lo que cuenta”. Esa mujer de canas es Antonella Picchio, economista italiana que, entre otras muchas cosas, fue la primera profesora en la Facultad de Economía de Trento y que ahora, a sus 80 años y en plena pandemia mundial, ha volado hasta Bilbao para abrir el VII Congreso de Economía Feminista. No es la primera vez que la facultad acoge este congreso, de hecho, lo vio nacer hace ya 16 años. Esta vez, bajo el título de Bizitzaren saregileak: Redes feministas para agitar las bases de la economía y de forma semi presencial debido al coronavirus, ha vuelto a reunir los días 1, 2 y 3 de julio las voces de siete ponentes, cada una de un ámbito distinto, y más de cincuenta comunicaciones en las distintas sesiones que se celebran en paralelo. Además de organizar una veintena de actividades, entre las que se incluyen talleres, debates, presentaciones de libros y cuatro pósters y mesas redondas. Estructurado en cuatro ejes temáticos distintos –Entre el presente y el futuro, Cuidado con los cuidados, Políticas públicas en tiempos inciertos y La vida en el centro, ¿qué vida y qué centro?- el congreso aborda las problemáticas que conlleva aplicar la perspectiva de género en un modelo hegemónico como la economía. En total, asisten 307 oyentes -aunque por razones sanitarias, la mayoría ha tenido que acudir por streaming- que, como yo misma, esperan comprender un poco más las bases que conforman el sistema socioeconómico actual en el que vivimos.

Con un párkinson que se ha convertido en su “agresivo compañero de la tercera edad”, según cuenta la propia Picchio en la entrevista que Mª Ángeles Fernández le hizo para el monográfico de Economía feminista editado por Pikara Magazine, sube cuidadosamente las escaleras hasta sentarse delante del micrófono ayudada por la misma mujer, la socióloga Silvia Piris. “La economía es un hecho político, por lo tanto, estamos hablando de economía política feminista porque enfrentarse al poder es siempre un acto político”, comienza su ponencia con la poca voz que todavía no le ha arrebatado la enfermedad. Y menuda voz. La economista insiste en los cuerpos, concretamente, en los de las mujeres, pues son ellas quienes sustentan “el sistema capitalista financiero depredador” que las obliga a estar siempre en la base, debajo. “Las mujeres son ese sujeto político siempre basado en el cuerpo, que debe protegerse de la explotación y de otros cuerpos”. Y añade: “Es por eso que el movimiento feminista pone el foco en ellos, en su vulnerabilidad y complejidad. Es ahí donde reside su fuerza”. Como bien recuerda la economista, fue en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer celebrada en Beijing en 1995 donde se habló por primera vez de la existencia de un trabajo total, del pagado y del no pagado, siendo este último mucho mayor. Los cuidados, ejemplo paradigmático de trabajo no remunerado, están a menudo reñidos con las mujeres y sus cuerpos, lo que para Picchio muestra que “las relaciones entre ambos tipos de trabajo son siempre verticales y no de sustitución u horizontales”. “Los hombres ¾continúa¾ nunca ponen su cuerpo en el espacio político, sino que siempre lo hacen en privado, en la intimidad. Esa es la culpa masculina”.

 

Hace la primera pausa para refrescarse la garganta. La voz, dice, se le ha desgastado más de lo debido por no haber podido asistir al coro durante los meses de confinamiento. Teme no ser clara, opinión que dudo que alguien en la sala comparta. Una vez recompuesta, vuelve a arremeter: “El sistema en el que vivimos es insostenible para la vida humana”. Sin forzar, ni elevar la voz admite con rotundidad que es necesario que las mujeres sean más radicales a la hora de reclamar lo que es suyo porque, mientras el debate se pierde “en juegos de palabras”, se desatienden los problemas que hay en las políticas públicas, “que pueden parecer minoritarios, pero son estructurales”. A punto de acabar su ponencia, lanza una última consigna, prácticamente un consejo urgente: “Es importante que el movimiento feminista tome la resolución de cambiar el sentido de este sistema, tanto del dinero como de los cuidados, y los Estados tiene que pagar lo que les deben a las mujeres. Están en deuda con ellas”.

(De)Construyendo políticas públicas

Los problemas estructurales dentro de las políticas públicas que mencionaba Picchio, se hacen aún más patentes en las sesiones paralelas que tienen lugar a continuación. Camino hacia el edificio de al lado, me siento una alumna desubicada en su primer día de universidad. Todo es nuevo, todo es laberíntico. Encuentro el aula de informática y me conecto al streaming. Sé que llego un poco tarde cuando veo, más bien oigo, a Yolanda Jubeto Ruiz, doctora en Economía en la UPV/EHU y una de las organizadoras del congreso, avisando de que cada ponente tendrá un máximo de quince minutos. No hay tiempo que perder.

La primera en tomar la palabra es Francisca Guisado, de la Plataforma Impacto de Género Ya, que desde 2008 llevan defendiendo la aplicación del feminismo en los Presupuestos Generales del Estado. Es firme desde el principio: “No se puede hablar de reconstrucción social sin perspectiva de género y economía feminista”. Los cuidados, cuyas insuficiencias y mala gestión por parte de las instituciones han quedado expuestos durante la pandemia, han vuelto a recaer en las familias y, por ende, en las mujeres. Guisado argumenta que esto se debe, principalmente, a que “pese al aumento de la concienciación social en torno a los cuidados, todavía no se sabe muy bien qué son, cuántos son, ni cómo hacerlos”. Y termina apelando a la responsabilidad del Estado para “responder con políticas públicas adecuadas y acordes para que el derecho a los cuidados no vulnere otros derechos”.

La aplicación de la perspectiva de género en lo económico puede empezar desde las políticas municipales de cada Ayuntamiento. Así lo llevan haciendo desde hace cinco años en Barcelona, aunque admiten que es todavía “un trabajo en proceso”. Blai Martí Plademunt, miembro del Departamento de Transversalidad de Género del Consistorio, explica que desde el principio emprendieron la tarea de averiguar “qué impacto real de género tienen los presupuestos pactados y cuánto dinero se destina a la igualdad”. Para ello, desarrollaron un sistema de cálculo basado en los conceptos de redistribución, reconocimiento y representación de la filósofa estadounidense, Nancy Fraser, a los que adjudicaron porcentajes del 25 por ciento al 100 por ciento. Al analizar qué apartados y subapartados de los tres anteriores cumple el presupuesto acordado, se logra el porcentaje real del gasto en igualdad.

A estas alturas me siento algo mareada, los auriculares me martillean los oídos y he roto al escribir varias páginas del cuaderno que traigo porque el ritmo es frenético. Alcanzo a escuchar, por último, a Mila Domínguez y Sonia González de la Coordinadora de ONG para el Desarrollo de Euskadi. Ellas también empezaron a analizar sus propios presupuestos en 2012. Crearon entonces una especie de test con el que, como dice González, “no se trata de buscar aprobados, sino que más bien nos dé unas pautas para mejorar”.

Más allá de lo económico

Para cuando salgo a comer, me doy cuenta de que debo hacer trizas mi concepción de la economía. El amor es economía, la familia, la tierra, los cuerpos, incluso la comida. Mientras abro la caja de cáterin que nos ha dado la organización, sé que en realidad el plato fuerte viene después, a las cuatro de la tarde, con el diálogo entre Cristina Carrasco y Mari Luz Esteban. La primera es economista feminista y antigua profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona la primera; la segunda, profesora de antropología de la UPV/EHU y autora de Andrezaharraren manifestua (Manifiesto de la mujer vieja). Mientras se termina de afinar la conexión ¾Carrasco comparece desde Barcelona¾, la pandemia y sus últimas novedades ocupan la conversación entre ambas mujeres y Amaia Pérez Orozco, moderadora del diálogo. Dicen no saber ya ni dónde ponerse la mascarilla en la calle, ahora que en España solo es obligatoria en interiores.

Hoy confluyen en la misma sala dos miradas dispares, chilena y vasca, pero no por ello menos compatibles, como se han encargado las dos en destacar. Preguntadas por su opinión acerca del momento presente en ambos lados del Atlántico, Carrasco incide en que “es importante entender que lo que pasa en Abya Yala en el siglo XXI tiene que ver con que el extractivismo está globalmente articulado, pero localmente determinado, y que ha supuesto un saqueo brutal de los territorios”. Es innegable que la mecha ha prendido en varios puntos del continente, pero lo destacable de las revueltas populares que comenzaron en Chile en 2019 es, como ella misma resalta desde una pantalla enorme, que “cada movimiento tenía una demanda específica, el movimiento feminista entre ellos, pero todos y todas apoyaban al resto”. Muestra de esas uniones sociales que tuvieron y tienen lugar en el país es el uso de las banderas mapuche como símbolo de comunidad.

En su turno, Mari Luz Esteban se acerca el micrófono para explicar con una voz muy suave que, en su opinión, la sociedad vasca es “muy conservadora, más de lo que pensamos, e incluso prepotente, porque se suele pensar que vivimos mejor que en otros lugares del mundo; pero con una capacidad reivindicativa notable, así como un desarrollo importante de las políticas igualitarias”. Lamenta, sin embargo, que tras el éxito rotundo de las manifestaciones del 8M tanto de 2018, como de 2019, dónde el movimiento feminista se fortaleció en las huelgas, ahora mismo vivamos un momento tensiones y ruptura dentro del mismo. “La pandemia ha provocado el momento idóneo para propiciar el debate dentro y fuera del movimiento. Lo que no podemos hacer es hablar de dos bandos, en todo caso, de múltiples polarizaciones dentro del mismo bando”, admite Esteban muy seria.

Cuando se nombran los cuidados, la economista asegura que “si tenemos que poner la vida en el centro, entonces debemos replantearnos la externalización de los cuidados. Las sociedades no pueden seguir importando mano de obra barata, tienen que encargarse ellas mismas”. En un silencio absoluto, de iglesia, Carrasco habla de cómo el pueblo chileno ha dejado de esperar ayuda por parte de las instituciones: “En Chile está muy presente la idea de lo común, de salvar a la comunidad, porque no hay confianza en las políticas públicas y lo que se intenta es colaborar con los poderes municipales para gestionar y vivir dicha comunidad”.

Las palabras de Esteban, por su parte, transmiten la urgencia de quien sabe que algo, bueno o malo, está por venir y para lo que hay que empezar a trabajar desde ya. Lo primero que destaca son las dos tendencias que, según ella, está tomando la sanidad pública en el País Vasco. Por un lado, hay “una fragmentación de la responsabilidad en cuanto a los cuidados” y, por el otro, “se está haciendo una inversión capitalista cada vez mayor de fondos de inversión extranjeros y empresas que han visto en los cuidados un ámbito de lucro”. Cada vez va siendo más común lo que Carrasco denomina “el cercamiento de la vida”, que no es otra cosa que la privatización de los cuidados. Es por ello que Esteban aboga por exigir “un sistema público comunitario de cuidados, acordar una agenda común a nivel global y local y, por supuesto, poner a la sociedad a debatir”. Y así acaba el primer día, quedan otros dos.

Al salir me encuentro con una de las tantas limpiadoras que hoy dejaban a punto la universidad para el día siguiente. Cuidando de todas nosotras y nosotros. La miro y me sonríe, o al menos eso creo porque con la mascarilla es difícil de saber. Mientras me alejo hacia el metro me viene la imagen de Atonella Picchio bebiendo agua esta mañana y advirtiendo de su lentitud a la hora de hacer las cosas. “Pero las acabas haciendo, que es lo que cuenta”, le contestaba Silvia Piris. Sí, pienso, al final nosotras también acabamos haciendo las cosas. Y eso es lo que cuenta.


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