El Orden de la cisheteronorma
"La cisheteronorma no es una cosa natural que se implante sola sino que necesita de un aparato de propaganda permanente, y, llegado el caso, de represión, para que perviva sin ser cuestionada".
El miedo es libre, dicen. Y será libre, pero nos aleja del ejercicio de la libertad. El miedo es la herramienta del poder para abaratar los costes de la imposición de su voluntad. El patriarcado asegura al capitalismo que la reproducción de la fuerza de trabajo y el mantenimiento del ejército de reserva de mano de obra barata va a seguir siendo gratis. Porque funciona a base de miedo y sumisión. Hace 20 años mi madre me decía “mira a esas mujeres jóvenes en las puertas de las oficinas y las dependencias gubernamentales, con sus sueldos de funcionarias no tienen que responder ante nadie, se preocupan de seguir luciendo jóvenes, felices y atractivas en su propio beneficio exclusivamente. Los hombres no van a tolerar esto demasiado tiempo más, van a sentir la necesidad de imponerse, de demostrarles que son ellos los encargados de ejercer el control sobre sus vidas”. Mi madre había leído El cuento de la criada y yo no, también es verdad, pero la actualización de la distopía de Atwood llega en un momento en el que no resulta tan descabellada.
Creo, aunque no estoy del todo segura, que los tiempos de crecimiento económico, los tiempos en los que más y más personas salen de la pobreza y acceden a un trozo más grande del pastel de la riqueza común, o de sus migajas, que es en realidad de lo que estamos hablando, la tolerancia y la inclusión se abren paso, las mentes están más dispuestas a manejarse con ideas más complejas y hay un mayor gusto por el matiz. Entonces florecen movimientos artísticos alternativos, llegan el descreimiento y la impugnación de los dogmas heredados que sustentaban el sentido común del mundo que se quiere dejar atrás. Y se aplauden la transgresión y el cuestionamiento, y se disfruta genuinamente de propuestas que te vuelan la cabeza.
Pero el capitalismo es ciclotímico, el cabrón, y, lo mismo que te lo cruzas eufórico en un parqué a las dos de la tarde comprándolo todo, te lo encuentras a las dos de la mañana en un garito que está cerrando, ahogado en whisky y fumando con la persiana bajada. Así que, sujetas como estamos a su montaña rusa emocional, vemos sucederse los afanes del ánimo global. Y ahora vienen mal dadas. Cuando crecen el desempleo, la incertidumbre y la inflación, no apetece trabajar con matices y el blanco y negro se vuelve tendencia.
Unos energúmenos golpearon hasta la muerte a un muchacho joven en A Coruña. El muchacho era gay. Pero el ambiente está tan enrarecido por la ponzoña parda que se intenta evitar hablar de crimen homófobo “para no politizar su muerte”. Ahora de repente la orientación sexual de la víctima mortal de una paliza es política. Por supuesto que lo es, pero cuando en las redes sociales, preferentemente en Twitter, se tilda a algo de político, lo que se quiere decir en realidad es que es “partidario”. Porque si se demostrara que el muchacho fue asesinado por su orientación sexual se fortalecería el relato, por lo demás cierto, de que el discurso de odio que fuerza los límites de lo que la gente estaba dispuesta a aceptar resulta ser letal. Pero la ponzoña parda no se va a quedar esperando a que los hechos establezcan el relato, sino que ya se están movilizando para colocar en las conciencias de quienes lo necesiten la especie de que los asesinos son una manada de migrantes o lo que haga falta.
En los últimos pocos días, mientras escribo esto, se han recrudecido los ataques a personas LGTBQ+ en varias ciudades, como obedeciendo a un plan establecido, como si conviniera ir sembrando el terror e ir empezando a educar a la gente que no encaja en lo que se espera de ellas en el miedo a un eventual ataque, a un castigo aleatorio. Y si de paso se va instilando en la sociedad la idea de que esa penalización es legítima y merecida, pues eso que van ganando.
¿Las personas que transgredimos las convenciones en torno a quién es qué y cómo debe expresarse y con quién debe tener sexo somos una amenaza para un capitalismo en crisis? ¿En qué sentido lo somos?
La (entonces) vicepresidenta Carmen Calvo, en una de sus amables diatribas contra la ley trans, dijo algo así como que la autodeterminación del género cuestiona la identidad de quienes están conformes con el sexo que se les asignó al nacer. Seguro que no lo dijo con esas palabras pero estoy en un tren volviendo de Cádiz (lo pasé muy bien, gracias) y no tengo acceso a internet ni ganas de buscar las palabras exactas de nuestra tránsfoba de cabecera. Pero nos sirve con esto porque lo que está diciendo es verdad. Y es una verdad maravillosa. Cuando decimos que no hace falta ser trans para tener una identidad de género, que todas las personas que viven en sociedad la tienen y que la construyen y la transforman en una estructura permanentemente inacabada a lo largo de sus vidas en función de parámetros que abarcan desde, sí, la biología hasta la clase social, estamos revelando que la identidad de las personas cis también es un constructo, y nuestra realidad es transgresora y es incómoda precisamente porque les pone frente a un espejo y les obliga a preguntarse “¿por qué soy yo quien soy?”.
La reacción a este planteamiento es el desasosiego y hay un sector de la población que reacciona violentamente al desasosiego: “¿Por qué me has desasosegado, con lo bien sosegadito que estaba yo?, a ver ahora cómo me ‘desdesasosiego’, voy a tener que romperte la cabeza”.
El plan declarado de la ultraderecha europea, que no difiere del de otras ultraderechas, es transformar el sentido común de las sociedades: que lo que hoy nos parece normal y aceptable mañana nos parezca una aberración y un anatema. Según una encuesta que no sé quién hizo y que he visto por ahí (ese es mi nivel de precisión cuando no tengo acceso a internet), el Estado español es uno de los tres de Europa que menos resistencia opone a que parejas homosexuales adopten. Solo un 7 por ciento se opone, por detrás de otro, que no me acuerdo cuál es, en el que se opone un 6 y otro, que puede que sea Suecia, en el que se opone un 5 por ciento. La ultraderecha aquí sabe que sus 52 escaños en el Parlamento son posibles porque la gente que les ha votado desconoce el alcance y la naturaleza de su agenda ultracatólica, o directamente no se cree que vayan a ser capaces de implementar una escalada reaccionaria que nos lleve a las puertas de reinstaurar la Inquisición, del mismo modo que no se creen que su propósito recentralizador vaya a pasar nunca por la derogación del estado de las autonomías. Pero sí, van en serio y basta con echar un vistazo a los países miembros de la Unión Europea en los que su agenda está más avanzadita, o en los estados extracomunitarios en los que se fijan, como Rusia, Turquía, India o Filipinas. Como son conscientes de que quienes les votan no saben qué cosa están votando, se ven en una carrera contrarreloj para alterar el sentido común de un país en el que a casi nadie le importa que una niña tenga dos mamás y convertirlo en una especie de secta ultracatólica con 40 millones de acólitos. Parece difícil a priori, pero cuentan con los medios económicos, la complicidad de poderes del Estado como la judicatura, los medios, y una quinta columna en las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado y los cazadores, que parece que no tiene nada que ver una cosa con la otra, pero nueve de cada diez personas con acceso a armas de fuego están dispuestos a respaldarlos. Y además tienen otras dos cosas muy importantes a su favor: una agenda clara y la determinación para llevarla a cabo.
Ya llegué a casa, hace unos días, y vuelvo sobre este texto que escribí en el tren volviendo de Cádiz. Y creo que debo añadir algunas cosas. Hace diez años, cuando la acampada de Sol del 15M decidió abandonar la plaza, el plan era atomizar la actividad, llevar las asambleas a los pueblos y a los barrios. Asistí a alguna de aquellas primeras asambleas en mi barrio, Carabanchel, en la plaza de Oporto, y, aunque no me integré en ninguna comisión ni me comprometí activamente con nada, me gustaba mucho el nuevo ambiente, o la percepción que yo tenía, de confianza entre las vecinas. Todo el mundo era a priori cómplice de algo que nos involucraba a toda la población, era un momento constituyente. Vale que luego no se materializó en nada, que el régimen reaccionó y mutó para absorber y desactivar esa energía ciudadana y desbaratar las montañas de ilusión que nos habían puesto en pie, pero en el momento esa fuerza popular era palpable. Durante los últimos diez años la Asamblea Popular de Carabanchel ha seguido reuniéndose en la plaza de Oporto ininterrumpidamente, a la vista de todo el mundo. Pues bien, el sábado se convocó una asamblea a la que se invitó a las compañeras del Bloque Bollero y a les compas del Orgullo Vallekano. Y a mí. Esperaban que hablara de la ley trans. Pero lo importante era poner en común experiencias diferentes de otros barrios, preocupaciones y luchas de colectivos concretos, qué sé yo, debatir, que la gente tome la palabra en las plazas y debata libremente, lo que ha sido el 15M desde el principio. Hacía mucho calor. En General Ricardos había una lechera de antidisturbios más abajo de Oporto y otra más arriba, la de arriba con sus luces azules parpadeando. Junto a la plaza había otras dos lecheras con su dotación equipada con chalecos antibalas desplegada junto a los vehículos y otros tres coches de policía local. Parece ser que el Ayuntamiento de Madrid, gobernado por PP, VOX y Ciudadanos, había avisado a la Delegación del Gobierno para que enviara a casi un treintena de efectivos policiales a impedir aquel acto. La gente de la Asamblea Popular de Carabanchel fue a parlamentar con los antidisturbios y a explicarles que aquello no era una concentración ni una manifestación que hiciera falta comunicar a la Delegación del Gobierno sino una asamblea rutinaria como las otras dos que habían celebrado aquella misma semana y los centenares de otras que llevaban diez años celebrando en aquel espacio de uso público. Al final la policía decidió autorizar la asamblea, como si fuera potestad suya, aunque el tema de la convocatoria “generaba alarma social”, y permitió usar la megafonía, pero no las sillas, que la gente permaneciera de pie en plena ola de calor en aquella plaza, y solicitó la identificación de unas cuantas personas, renunciando a proceder a identificar a todas las que estábamos allí, que seríamos unas 50. Me tocó hablar la segunda, después del Orgullo Vallekano, y tenía miedo. Medía todo lo que decía y buscaba la forma más amable de expresarlo. Porque a diez metros había unos señores armados escuchando mi discurso con mucha atención.
No creo que esto sea legal, pero estoy segura de que habría un ejército de jueces dispuestos a avalarlo, porque las fuerzas del orden son las fuerzas del Orden y están ahí para defender un Orden que no es exactamente el que disponen las leyes en un estado de derecho, o no necesariamente, sino el Orden, el Orden de las Cosas, que lo de Arriba esté arriba y lo de Abajo abajo, el Orden de Maat, del antiquísimo Egipto, el Orden que hace que el Cielo y la Tierra no se mezclen, el Orden que se mantiene porque el faraón sale a cazar y consolida así la superioridad de la especie humana sobre las demás. Los reyes cazan. Sargón de Acad, Assurbanipal, Tutmosis, Salomón, Alejandro, César, Carlomagno, Felipe II, Carlos III y el Emérito. Los reyes cazan. Y así, mediante ese ritual de sangre y violencia aseguran que el Orden se perpetúe, el Orden Patriarcal, Cisheteronormativo: el Orden, coño. Me he ido un poco por los juncos, pero ese es el Orden de las fuerzas del orden, la Ley de los agentes de la ley. La Constitución y eso ya tal.
Hace unos meses estuve en Vallehermoso, en La Gomera, en una exposición del doctor Abel Díaz sobre la represión específica a la disidencia sexual y de género durante el franquismo. Una de las tesis que defendía era que el franquismo no reprimía tanto la disidencia sexual como la de género, no se reprimía tanto la homosexualidad como la desviación de la norma pública de comportamiento asociada a la identidad sexual de las personas. Cuando se descubría a una pareja homosexual masculina se cargaba con todo el peso de la ley contra lo que consideraban el “lado femenino” de la transgresión. Al hombre que era padre y cabeza de familia se le dejaba ir con una leve amonestación, pero el hombre que vivía sin respetar el mandato de su género era el que sufría cárcel, escarnio y reproche penal y social. El doctor Díaz puso además el ejemplo de una mujer trans que había avanzado tanto en su proceso de hormonación que era, a juicio de la policía franquista, “irrecuperable” como hombre. En este caso la medida adoptada fue facilitar su inclusión en la sociedad como mujer a efectos legales. Este caso, que ha llegado a ser esgrimido como una supuesta tolerancia del régimen hacia las disidencias de género, para Díaz viene a ratificar que la represión durante la dictadura perseguía sobre todo las apariencias. Porque la cisheteronorma no es una cosa natural que se implante sola, o al menos esa es mi conclusión, sino que necesita de un aparato de propaganda permanente, y, llegado el caso, de represión, para que perviva sin ser cuestionada. La cisheteronorma es una decisión política.