Cosas que pasaron en tu velatorio, Luci

Cosas que pasaron en tu velatorio, Luci

Nuestra compañera June Fernández apuesta por recordar a Lucía Martínez Odriozola "como una tortuga centenaria, sabia y cansada. Y como una chiquilla vital y traviesa. Al mismo tiempo". Así la definieron también sus amigas y amigos en el texto que un hombrecillo gris leyó en su funeral.

Lucía Martínez Odriozola en una visita a Motril

Lucía Martínez Odriozola en una visita a Motril

“Buenas tardes a todos. Bienvenidos. Estamos todos aquí reunidos…”. Te imagino levantando la mano con gesto airado y diciéndole al hombrecillo gris que oficia la ceremonia civil por tu muerte si podría tener el detalle de hacer un uso más inclusivo del lenguaje.

No te habría pasado desapercibido que en tu esquela pusiera “Asociación de Periodistas Vascos” en vez de “Asociación Vasca de Periodistas”, la denominación oficial desde que tú llegaste a la presidencia. Al fin y al cabo, fuiste tú la que nos enseñó buena parte de lo que sabemos sobre este tema, la que nos habló de Mercedes Bengoechea y Álvaro Meseguer, la que nos enseñó la historia del tenedor y de la cuchara, la que nos aportó la base que hoy enseñamos en cursos y talleres. Te imagino escribiendo un post a partir de otra perla que destaca en la esquela:  “Hermanos: Marta y Mónica”

*

Mónica, vestida de negro, nos abraza en la salita del tanatorio. “Era tan lista, mi hermana. Era extraordinaria, mi hermana”, repite. Nos impresiona hablar con ella, porque estás más viva en su voz, en su figura y en sus expresiones que en el cuerpo que descansa al otro lado de la sala.

Entra una señora mayor, menuda, y da conversación a Mónica: se presenta como una vecina y dice que te conocía de toda la vida, aunque luego pregunta: “Sólo tenía un hijo, ¿no?”. Se asoma a tu ataúd y repite ese lugar común perturbador de los velatorios: “Qué guapa la han dejado”. A mí me parece que te faltan el carmín rojo y los pendientes. La vecina se sienta con tu hermana, ignorando nuestra presencia, y le da palique mucho rato. Dudamos si debemos salvar a Mónica o si agradece el entretenimiento. Dudamos si a ti te habría irritado o te habría resultado desternillante.

De pronto, irrumpe como un torbellino una mujer de unos cincuenta años: es la hija de la mujer que yace en la sala contigua. Damos por hecho que también era tu vecina. Se asoma a tu ataúd, regresa de un salto y exclama histriónica: “Hombre, ¡pues claro que la conozco!” Después le habla a Mónica de un hermano que se mató en un accidente de tráfico: “Cayó como un mosquito estampado en un parabrisas”. Andrea y yo pasamos de la perplejidad y el cabreo a la carcajada contenida.

Se lo cuento a mi amiga Bri (podría decir “nuestra amiga Bri”, porque recapitulando, nos damos cuenta de que compartisteis muchos momentos) y me dice que parece una de esas escenas cotidianas y pintorescas que escribías en tu muro de Facebook con las etiquetas #CosasQueMePasan y #Paisanajes.

No es la única que se acuerda estos días de esa sección tuya. En el grupo de Facebook Pinillesca, que creaste para mantener la memoria y divulgar las creaciones de tu admirado escritor y paisano Ramiro Pinilla, hoy mantenemos tu memoria y divulgamos tus creaciones. También lo hacemos en el grupo Iconos de Váter, que creaste junto con Kika Fumero para mostrar los estereotipos de género que nos señalan el camino correcto al baño. En Pinillesca, tu hermana Mónica narra algunas escenas de vuestra infancia y de vuestra juventud que trazan el desarrollo de tu personalidad: de la bebé dormilona, a la adolescente desordenada (“No toques nada, ama. Conservo un orden en el caos”, decías) y a la universitaria brillante que ayudaba a Mónica a preparar los exámenes. “20 años tendría y ya destacaba por sus ideas, argumentaciones, rebeldía y manejo extraordinario del lenguaje”, escribe sobre ti. Y le contesta la periodista Magis Iglesias: “Te leo a ti y pienso en sus historias de “Cosas que me pasan”, cuando con dos trazos y 20 palabras nos describía todo un mundo con una simple anécdota que ella convertía en un tratado de filosofía. Podría hablar y no parar de ella. Y eso haré. Para que siga siempre con nosotras”.

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“¿Magis? ¿Ha entrado ya Magis?”, grita Pedro, cuando el aforo está apunto de llenarse. La expresidenta de la FAPE ha venido desde Madrid para despedirte.

Durante la ceremonia, el hombrecito gris lee con su voz monocorde citas sobre la muerte y el duelo de señoros ilustres: Gabriel García Márquez, Khalil Gibran… Del resumen de tu currículum, obvia lo que sí que recogía la esquela: cofundadora de Pikara Magazine. Te imagino enfadándote por ese androcentrismo pero, sobre todo, preocupada y conmovida por los dos hombres de tu vida, tu compañero Pedro y tu hijo, Ramón.

Las otras impulsoras de Pikara (Maite, Itziar, Andrea y yo) nos abrazamos entre lágrimas, y frente a nosotras se abrazan llorando otra cuadrilla de chicas, ellas veinteañeras, que podrían ser tus alumnas pero por lo visto son amigas de Ramón. Está arropado, Luci.

Los principales medios de comunicación vascos han dado la noticia de tu muerte y ellos sí que han destacado tu vinculación con Pikara. Muchos te han bautizado como pionera del periodismo con perspectiva de género. Tuerzo el morro, porque tengo grabada a fuego la lección de Juana Gallego de que el “síndrome de la eterna pionera” es una trampa que tiene mucho de desmemoria, de borrar genealogía y hacer como si las mujeres siempre estuviéramos empezando. Pero luego recuerdo que tú nos hablaste de conceptos que ahora están empleando los medios de masas para explicar noticias: violencia vicaria, violencia intragénero, barranco de cristal.

El hombrecito gris de voz monocorde ha estropeado un hermoso texto que ha escrito tu cuadrilla. Almudena Cacho acepta, generosa, la propuesta de locutarlo como merece. Ella habló mucho contigo en tu última etapa hospitalizada, porque le propusiste y la ayudaste a hacer un programa de radio sobre donación en vivo. Te escucho, con la excusa de preparar este texto, en el Inventario de Género , la sección que tuviste entre 2011 y 2012 en el programa de Almudena, Más que palabras. Hablabas, sí, de violencia vicaria, de violencia intragénero. Contestabas a preguntas como “¿Es discriminación la variación de las tarifas de una autoescuela dependiendo del género de la persona?” o “¿Puede cobrar un condenado por el asesinato de su esposa una pensión de viudedad?”. Ahí también conviertes la anécdota en radiografía del mundo, en tratado. Con ironía, perspicacia, contundencia, humor, curiosidad.

“Lucía tenía todas las edades al mismo tiempo: era niña, era joven, era adulta, era la hermana mayor, la abuela”. A Ander (Izagirre, una de las tantas cosas que te debo es haber conocido a Ander) y a mí nos gusta especialmente esta parte del discurso que han escrito tus amigas. Yo también te recuerdo así. Como una tortuga centenaria, sabia y cansada. Y como una chiquilla vital y traviesa. Al mismo tiempo.

A la salida del tanatorio, repasamos con Anabel tu colección de pendientes. Ella conserva muchos de los que le regalaste. Yo recuerdo unas chapas de plata con flechas en la misma dirección, que mandaste hacer a una joyería. Contabas divertida tu ocurrencia, señalándote las orejas: “Cuando me digan una majadería, contestaré que me entra por aquí y me sale por allá”.

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“Ya tengo epitafio: ‘Vivió varias vidas y, en algunas, fue feliz’”.

Lo escribiste en tu muro de Facebook el pasado abril. No lo leí en su momento, pero las horas y los días después de tu muerte me dedico a leerte en tus redes sociales, en +Pikara y en tu blog, Momo dice. Me sorprende que siguieras actualizándolo, todo un ejercicio de resistencia. No hay comentarios. Hace años que no hay comentarios.

Fuiste mi profesora de Periodismo especializado en cuarto y, cuando me licencié, uno de tus consejos fue que me hiciera un blog. Así me hice periodista digital, así me hice columnista feminista, y desde esa identidad me metí en el foro de periodistas que debatíamos tus publicaciones, con Ander, Zigor Aldama, Iñaki Mendizabal. En el texto que lee el hombrecito gris y que, afortunadamente, ha locutado Almudena Cacho, tus amigas cuentan que solías decir que “Menos de tres contradicciones es dogmatismo”. En uno de los primeros posts, difundí una manifestación antitaurina. Me tuve que reir con el comentario insolente que me dejaste: “June: No pude ir a esa manifestación porque me perdía los toros”. Heredaste por parte de padre esa afición que hasta tú terminaste reconociendo que era reprobable. “Soy partidaria de que prohíban las corridas pero, mientras lo hacen, voy a seguir yendo a los toros”, soltaste más recientemente.

Malditos algoritmos. No me mostraron a tiempo lo prolífica que anduviste en tu blog en pleno confinamiento. Escribiste sobre todo de tu especialidad, la violencia machista: reprobaste una viñeta publicada en El Correo  que banalizaba el debate jurídico y político sobre el consentimiento sexual, criticaste que la periodista Ana Pastor utilizase el término racista y obsoleto “trata de blancas” , recordaste lo problemático que es representar a los asesinos machistas como locos .

El tratamiento informativo al feminicidio te obsesionaba tanto que le dedicaste tu tesis doctoral, esa que no pudiste terminar, porque lo angustiante del propio tema de estudio, sumado a la muerte de tu madre y la de tu joven compañera de departamento, Diana Rivero, y a ciertas dinámicas universitarias tóxicas, dañaron tu salud física, mental y emocional. Todo ello te apartó no solo de la investigación, sino también de la docencia.

En nuestra última conversación telefónica, el pasado mayo, lloraste por no haber podido hacer un cierre de tu etapa como profesora. Sentías que ya no había un lugar para ti, que la gente ya no se acordaba de ti. Me recordaste que fuiste tú quien propuso el nombre de los premios a la defensa de la igualdad que concede la Diputación de Bizkaia, Zirgari, en recuerdo de las sirgueras, esas mujeres que arrastraban la carga que traían los barcos por la Ría de Bilbao porque resultaba más barato contar con ellas que mantener a bueyes. Es una de tantas cosas que aprendimos contigo y que nutrieron Pikara; Susanna les dedicó un cómic.

Me duele que no te haya llegado en vida el reconocimiento que anhelabas. Me dedico a pensar homenajes póstumos y, al mismo tiempo, me revuelve. Me apena haber dejado en mero buen propósito mi ofrecimiento de ayudarte a editar una antología de tus maravillosas secciones de entrevistas en El Correo. Me pesa que fuera el día de tu muerte, y no antes, cuando se me ocurrió hacerte una página de Wikipedia. Te habría hecho tanta ilusión… Me alegró llegar tarde: ese mismo día, alguien tuvo la misma idea y la creó en euskera y en castellano.

June Fernández y Lucía Martínez Odriozola en una presentación de Pikara en Alicante

June Fernández y Lucía Martínez Odriozola en una presentación de Pikara en Alicante

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“La profesora más querida” , ha titulado tu obituario César Coca, tu colega en la UPV/EHU. Y la más temida, pienso yo, pensamos todas. En la puerta de tu despacho había un cartel: “Cuidado con el perro”. Te divertía asustarnos. Desde el ángulo contrapicado del pupitre, tu cuerpo era una mole que se bamboleaba amenazante mientras lanzabas el botellín de agua al aire y nos hacías preguntas trampa: “¿Alguien sabe qué es una depresión?” (para introducir el libro de Ander, Los sótanos del mundo).  Las de mi clase te perdimos el respeto un día que, en la sala de ordenadores, metiste sin querer la pata de la silla en uno de esos agujeros que albergan regletas. Se nos paró la respiración mientras veíamos a cámara lenta cómo tu cuerpo de titana derrumbándose hacia el suelo. Te dio un ataque de risa. Ahí te volviste humana. Y luego te volviste mi mentora, mi amiga, una segunda amatxu que me decía “Te quiero mucho, Junita”, casi en cada llamada de teléfono; que me horneaba pan, me enseñó a tejer y elaboró medio centenar de jabones con la caperucita roja con katana de Emma Gascó para regalarlas en mi boda con Susanna.

Coca nombra como tus referentes a Pinilla y a Manu Leguineche. Y sí, pero no hay manera de que afloren otros nombres, de mujeres, de mujeres vivas: Rosa María Calaf, Lydia Cacho, Mirta Rodríguez Calderón, una de las fundadora de la Red Internacional de Periodistas con Visión de Género, en la que nos metiste, y que fue clave en la gestación de Pikara. Tú fuiste clave en sembrar la idea de la que nació Pikara. Ya lo dice Coca, una de tus virtudes era la capacidad para dinamizar. Acierta también cuando enumera otras cualidades:  “Directa, sincera (a veces, hasta demasiado), divertida, optimista, puntillosa, irónica, vital”.

Puntillosa. A los periodistas que han buceado en tus redes sociales para escribir tu obituario no les ha pasado desapercibido que te dedicabas fundamentalmente a sacar los colores a los medios. También lo hiciste con Pikara, a veces de forma pública e inoportuna, como cuando escribimos en Facebook que estábamos “devastadas” por el asesinato de una fotoperiodista en México y te pareció un término bastardo. Lo tecleé yo y lo sigo defendiendo. Luci, no se me ocurre mejor palabra que “devastada” (y mira que nos diste una lista larga de alternativas) para expresar cómo me deja tu muerte.

Me gusta pensar que, allá dónde estés (aunque fueras atea), te han llegado todos los tuits de alumnas y alumnos que dicen que eras de las pocas profesoras que nos preparó para trabajar en una redacción. Pero no todo han sido palabras bonitas.  Hasta muerta has sufrido violencia sexista en línea, en los foros de machistas fascistas. Y comentarios envenenados de una mamarracha que aplaude en redes sociales que no sucumbieras a la “ideología queer” y que afirma que la Pikara en la que tú creías ya no existe. No tiene ni puta idea.

Si algo nos agradeciste en todo momento, es que te abriéramos a nuevas perspectivas. Por ejemplo, superaste tus propios prejuicios hacia el feminismo romaní y colaboraste con asociaciones de mujeres gitanas. Tú eras feminista de la igualdad, admirabas a académicas como Rosa Cobo, eras abolicionista de la prostitución y de los vientres de alquiler. Debatíamos mucho sobre esos y otros muchos temas; pero hace ya años que no hablábamos de feminismo, sino de nuestras vidas. Me ha emocionado saber por Mabel Andreu, tu compañera de clase en la primera promoción de periodismo de la Universidad del País Vasco, que le mandaste “un audio inflamado desde el hospital en defensa de la Ley Trans”.

Uno de tus artículos en +Pikara se titulaba “Deja que una lesbiana se instale en tu vida” , y en él escribiste:

“Hace tiempo que vengo pensando que participar en el colectivo de Pikara me ha expuesto, en sentido estricto, pero sin riesgo, a convivir y compartir experiencias absolutamente ajenas a mujeres de mi edad, a mujeres heterosexuales de mi edad. No digo ya a varones heteros de mi edad. Me ha permitido acercarme a muy distintas formas de vivir las identidades sexuales, las relaciones afectivas, las muy plurales expresiones de género. Me ha permitido poner caras y nombres propios a conceptos como intersexualidad, transgénero, pansexualidad, poliamor, géneros fluidos. El elixir de la juventud es participar como igual en colectivos de jóvenes. Si no hubiera frecuentado a mujeres como June Fernández, Andrea Momoitio, Itziar Abad, si no hubiera compartido con ellas abrazos y risas, sería un poco más vieja y obtusa de lo que soy”.

Hoy tu muerte nos hace más viejas, pero no más obtusas, porque todo lo que nos enseñaste, todo lo que aprendimos juntas, vive en nosotras. Y vamos a extrañar muchísimo tus abrazos de osa y tu risa torrencial.

Luci, ábrenos de nuevo la puerta de tu casa con esa gran sonrisa, cocina espaguetis infusionados en té verde (esa receta que te enseñó tu madre), prepara los cubatas y las infusiones. Ríete de mi pésima pronunciación del inglés, échame la bronca por malhablada, por impuntual, por magufa, por escribir textos demasiado largos. Dos páginas como máximo, nos ha pedido Andrea, y ya llevo tres.

“Siempre he creído que el feminismo me lo enseñó mamá, pero ahora veo que también papá colaboró a mi audacia”, escribiste en marzo de este año en Momo dice. Fue tu penúltimo post.

Feminismo y audacia. A mí me enseñaste las dos, querida Luci.


Sigue leyendo más textos sobre nuestra querida Lucía:

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