Mi novio se llama Goyito

Mi novio se llama Goyito

En este relato de ficción la autora amanece en el cuerpo de otra persona, ¿o no?

Texto: Txus García
06/10/2021

Ilustración de Sonia Lazo.

“Deseo concedido”
Big, película de 1988 dirigida por Penny Marshall

Al parecer dijo: ‘Tu espectáculo me decepcionó muchísimo este año, Hannah. Creo que le faltaba contenido lesbiano’. Yo estuve en el escenario todo el tiempo. Ni siquiera me había vuelto algo hetero a medio espectáculo”
NanetteHannah Gadsby

7:00 a.m. Suenan las primeras notas de Échame la culpa y abro los ojos espantada. Apago rápido la alarma del móvil. ¿Cuándo cambié el sonido de campanas tibetanas por Luis Fonsi y Demi Lobato? Empezamos bien el día, maricón. Mi segundo pensamiento es que Beto y Calibán no han venido a despertarme como cada mañana. Qué raro. Deben de estar jugando con su peluche de Frida Khalo en el comedor, vomitando bolas de pelo en el sofá o mordisqueando mis fanzines feministas.

Tengo mucho sueño, pero curiosamente hoy no estoy de malhumor como cada mañana antes del café soluble y mi primer cigarro de liar. Me siento con suficiente energía como para beber agua, tomarme una frutita y salir a correr al parque. Un momento. What? Deshecho esta extraña ocurrencia, insólita en una bollera vaga como yo, y me desperezo entre mis habituales gañidos. Ufff, me rugen las tripas. Siento un hambre atroz: me toco la barriga y está increíblemente plana, más que nunca. Y eso que ayer cené bravas, chocos y croquetas regadas con un Ribera del Duero maravilloso. No hay nada más transversal que combinar las tapas básicas con un buen vino. Quizás es mejor que desayune un batido de kale, kombu y cítricos. Wait, Álex, tía, se te va la olla, ¡qué ascazo! ¿Qué me está pasando mañaneramente con lo healthy? Mmmm, no sé, no suelo consumir drogas más allá de mis benzodiazepinas, pero eso no cuenta, mari. Eso es que mis neuronas deben de estar alteradas por estrés o whatever, porque se me va, se me va.

Vuelvo a coger el móvil y caigo en la cuenta de que la carcasa es rosa chicle con piedritas de Swarovski incrustadas que brillan en la penumbra de la habitación. ¿Qué pasa aquí? Quito el modo avión y me saltan decenas de notificaciones de mensajes y redes sociales. No reconozco a ninguno de los contactos: Jenny, Dakar, Christian, Tessa… Una tal Sylvi me dice: “Tía, qué fuerte Álvaro anoche, cuando te cuente, lo vas a flipar”. Uno llamado Chuchi mi amor, y que tiene un foto de perfil de un brazo musculado levantando una mancuerna, ha escrito: “Te amo, princesa, gordi, pastelito mío”. Ayer debí de despistarme y pasó algo que parece lógico: fui a buscar otra birra a la barra, una chica al lado, mismo modelo de smartphone y cambiazo sin querer. Tendré que volver luego por la tarde al bar gallego, quizás después de la clase de body pump puedo pasarme. ¿Ein? Un momento, eso es otro fuckin’ deporte. Si yo me muevo menos que las ideas de un señoro, ¿qué digo? Desde luego que no ando fina, no debí haber bebido Heineken, me sienta fatal y desbarro al día siguiente.

Mi mirada se dirige ahora hacia la ventana de la habitación: mi preciosa cortina bordada en tonos pastel a juego con la colcha en degradeé impide la entrada de excesiva luz. Espera. ¿Bordado? ¿Tonos pastel? ¿Degradée? Enciendo la monísima lamparita de corazón de la mesilla de noche e ilumino la habitación. Peluches feísimos, muchas fotos de gente desconocida con gafas de sol pasándolo aparentemente bien, unas bandas doradas con inscripciones que no acierto a leer, plantitas, revistas de famoseo, muchos cojincitos con mensajes motivacionales, ropa de colorines, unas braguitas de encaje en el suelo, camisetas ceñiditas. Todas son cosas que hay que nombrar en diminutivo y cucadas de bazar que me están poniendo los pelos como escarpias. Es el cuarto típico de una adolescente de sitcom americana.

No recuerdo cómo pasó, pero es evidente que esto no es mi estudio. ¿Dónde estoy, pues? Vale, ya lo tengo. Ayer debí de ligarme a alguien muy joven y esto es su casa. Espero no haber hecho nada ilegal, por lo menos. Debe de estar en la ducha. Pero oye, qué curiosidad, ¿cómo será la dueña de este reino de Jennifers y Brendas? Bueno, aparte de no ser edadista, es una hortera diplomada, porque tela la cómoda azul cielo del rincón llena de maquillaje, muestras de perfumería, potingues indeterminados y una miniestantería con minirreproducciones de eaux de toilette pour femme. ¡Y las muñequitas esas que no tienen boca! Las hay por todas partes. Prefiero la moda ochentera de los cuadros de payasos llorando, daba menos miedo. Qué horror, por santa Angela Davis.

Decido levantarme para investigar y, de un ágil salto de gacela, me incorporo, me toco los pies y hago unos estiramientos. Woops! ¿Cómo? Realmente ayer debí de tener buen sexo porque estoy en plena forma, en mi puñetera vida me había llegado a los pies ni me había levantado tan rápido desde la horizontalidad cero. Normalmente por las mañanas soy una masa gimoteante que rueda por la cama hasta conseguir incorporarse sin mucha elegancia, en busca de mis zapatillas estampadas con un triángulo negro. Bueno, pues nada, aprovechemos la sensación de gracilidad y vamos a aclarar estos misterios. Y a buscar donuts en los armarios de la Brenda Jennifer, por supuesto.

 

Abro la puerta. La habitación da a un comedor tan cuqui y preciosérrimo que siento que se me desprenderán las retinas en cualquier momento. Oigo también un pequeño lamento. ¿Será ella, que se está tocando mientras recuerda mi olvidada noche de pasión? Collons, no, es un perro. Justo le pillo lamiéndose la pinga lastimeramente. Monísimo, también, a pesar de ofrecerme un porno no deseado. Es de esos pequeños, con la lengua torcida que se le sale por la boca, los ojos saltones, las patitas como palitos de pan. Poor little thing, ¡está temblando y me mira! Como amante de los animales me conmueve, ahí en su cestita aterciopelada color malva, tan cosita desamparada. Voy a acariciarle, qué feo y tierno es… ¿Cómo te llamas, pequeño? ¡Mecagüentodo! ¡Mamón! Me ha soltado un gruñimordisco, necesito un café urgente. Y donuts, sí, ya lo había dicho.

Me voy pitando y cruzo también un pasillo monísimo color rosa palo. Hay una puerta que parece el lavabo. No hay nadie dentro, aparte de más detallitos coquetones. La propietaria de todo este monerío habrá ido a por croissants o brócoli, supongo. Voy a ponerme decente por si viene, no sea que resulte ser el amor de mi vida y me encuentre con aspecto de haberme peleado a mordiscos con un votante de Vox. Además debo de llevar unos pelos horribles, el alisado japonés no dura mucho. ¿Alisado? A ver, a ver, a ver… Un momento, me está entrando ansiedad y empiezo a hiperventilar. Me toco la cabeza y efectivamente, en lugar de mi rapado lateral, tengo el cabello largo y sedoso. Las manos estas… ¿Perdona? Llevo una manicura francesa impecable y estoy muy, muy morena. Corro a mirarme al espejo del baño. ¿Pero qué mierda es esta? El reflejo me devuelve unos preciosos ojos azules, una cara angulosa y equilibrada, y unos labios sensuales y carnosos. Rubia teñida, tía. ¡Soy la jodida chica Pelo Pantene de mayo!

Definitivamente, debieron meterme algo en el rebozado de los chocos, estas alucinaciones son muy fuertes y reales. Sigo mirándome al espejo: llevo un negligée sexy y atrevido que realza increíblemente mis pechos talla 105. Tengo clavícula y cintura, y mis hombros y brazos están torneados y firmes. No cuelga, no sobra, no se arruga nada. Ningún pliegue de grasa en el cuerpo. La piel firme, morena y brillante, hidratada. Mis piernas no tienen ni un triste pelo, ni siquiera alguno enquistado o abandonado tras el paso de la gillette. Ni rastro de granos, estrías, rojeces, verrugas; los codos perfectos y suaves. Espera, esto duro, redondo y respingón… ¿es mi culo? Cagüensos, ¡lo que soy es un ángel de Victoria’s Secret! Hasta tengo los pies perfectos: ni uñas encarnadas, ni durezas, ni el ojo de gallo que normalmente me martiriza el meñique. Pero ¿cómo es posible? Entonces, ¿soy yo, la propietaria de este pisito infame? ¿Mi cuerpo es éste, pero conservo mi conciencia de bollera de Decathlón intacta? ¿Qué brujería es esta? ¿Qué diría la Federici en estos casos? ¿What would Butler do? Manda narices. ¿Va a ser así para siempre? Soy una lesbiana butch encerrada en un cuerpo de Brenda Jennifer, atrapada a la vez en una vida de instagramer cutre con aires de influencer y que, además, debe tener relaciones heteronormativas, patriarcales, materialistas, capitalistas y, lo peor de todo, horteras.

Voy en busca del móvil dando pasitos ágiles en mi nuevo cuerpo perfecto. Pfff… No puedo llamar a nadie para pedir ayuda o consuelo, porque esta no es mi agenda y no me sé ningún número de memoria. Instintivamente entro a Instagram. ¿Qué timeline es este? Ya no sigo a Pikara, a Pornceptual o a Feminismo Andaluz, sino a entrenadores personales, a famosos y a chatis de medio pelo, a restaurantes exquisitos, a coachs y a tiendas de moda y complementos muy, muy “femeninos”. En mi perfil han desaparecido las fotos de manis, asambleas, banderas arcoiris, kafetas y mi grupo de bollos. Y en su lugar, selfies a cascoporro y fotos estudiadísimas de mi nuevo yo, muy yoístas: yo en la playa en posturas sensuales, yo con las del gimnasio haciendo spinning, yo en una cena solo de chicas que parece una despedida de soltera (¿eso es un pastel en forma de polla?), yo en pijama sexy, yo con cara de enfadada sexy, yo vestida de ejecutiva sexy, yo disfrazada de bruja sexy. Yo sexy con el chuchi sexy, en multitud de escapadas románticas y sexis también: Bali, Fiordos, Caribe, Cuba, Egipto, Vietnam, India. Siempre con el traje típico o la comida típica, o bailando bailes típicos con el típico de mi chuchi. Porque el chuchi es muy típico: fibrado, alto, moreno, ojos marrones, pelito bien puestecito y cara de estar oliendo algo podrido todo el rato a la vez que sonríe forzadamente. Goyito Sanz, empresario, leo en su bio. ¿Goyito, en serio? Se llama Gregorio, entonces, mi chuchiamor.

¿Cómo he llegado hasta aquí? Me recuesto en el sofá mareada (pero divina, eso sí) y, al cerrar los ojos, me viene un flash: yo en el bar gallego con la cerveza en la mano. Discutiendo acaloradamente con Olga Zoltar, una de las feministas anglosajonas más influyentes de los últimos años. Ha escrito libros cargados de mala leche como The programmed obsolescence of love will set us free, Powerful witches without a broom y Excretions of patriarchy: important allies in the feminism of the 21st century. Nos presentaron anoche y nos caímos fatal. Pero, claro, ella es una compa importante y hay que dialogar, compartir y debatir en espacios seguros, y me la tuve que tragar después de la asamblea, sí o sí. En un momento del intercambio de ideas (justo cuando tenía ganas de patearle la espinilla por prepotente), le espeté que a veces desearía ser heterosexual para no sufrir nunca más la opresión. Ella no dijo nada, me clavó sus ojos grises inyectados en sangre y, abriéndome la mano izquierda, me entregó una especie de antiguo amuleto de forma fálica. Recuerdo una bruma rosa palo, un tambor lejano, y a Huan Tzi, el camarero, diciéndome que le debía una tapa. Y me dormí.

Y entonces tomo conciencia de lo peor. Es posible que pudiera vivir a partir de ahora con esta pinta de modelo y este pésimo gusto, sería como una prota de The L Word y ya está, pero el terror más absoluto me invade: No solo comparto piso con un perro malostiao sin castrar, sino que el chuchi ese que me llamaba princesa, cariñito y pastelito es mi novio. ¡Y tampoco debe de estar castrado! ¡¡¡¡Joderjoderjoder!!!! ¡¡¡¡¡¡Soy hetera!!!!!!! Hiperventilo, ¿dónde hay diazepam? Remuevo los cajones: onagra, ácido hialurónico, aloe vera, coenzima Q10, colágeno y vitaminas C y E. Ni siquiera un triste paracetamol. Ni una bolsa de papel del McDonalds para respirar dentro y que se me pase este terrible pánico heterosexual.

Suena el interfono y contesto muy flojito.

—¿Sí? Abre, gordi, soy yo.

Hostia, es Goyito. Mi chuchi.

To be continued (Cliffhanger hetero)

 


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