Ampararse en la presunción de inocencia para culparlas a ellas
Los medios de comunicación suelen utilizar este derecho no para respetar a los agresores o la ley, sino para juzgarlas a las mujeres víctimas de violencia machista y sembrar la duda en su discurso.
“La presunción de inocencia depende de la etapa en la que está cada investigación, pero también de los datos que tenga la periodista. No se puede afirmar que alguien es un violador, pero sí que se atribuye a alguien una agresión sexual y que hay unos datos que muestran que es una acusación con fundamento”. La reflexión es de la jurista Laia Serra para un informe sobre violencias machistas en los medios de comunicación que estamos haciendo desde Pikara Magazine. En el informe, en el que se recogen las reflexiones de periodistas y de expertas, así como las recomendaciones de diferentes guías sobre cómo comunicar este tipo de violencias, se hace alusión varias veces a la necesidad de señalar al agresor y no tanto a la víctima. Esta idea concuerda con algo que se desprende de todo el estudio: en la mayoría de los casos de violencias machistas, se pone el foco en ellas, en dónde estaban, quiénes eran, si denunciaron o no, qué vida hacían. Sin embargo, la recomendación sobre señalar a los agresores choca, en algunos casos, con la necesidad de respetar la presunción de inocencia. Por eso, decidimos preguntar a Serra por las limitaciones legales de este señalamiento. Su respuesta no es rotunda, como era de esperar. Pero, aunque la idoneidad de señalar o no al supuesto maltratador o agresor dependerá de cada caso, sí da algunas pautas para tener en cuenta a la hora de informar sobre violencias machistas. Según Serra, debemos entender que, si a alguien se le atribuye una agresión sexual “con fundamento”, la o el periodista podrá determinar si contarlo o no. También, que si se entiende este señalamiento como una falta de respeto a la reputación del agresor es porque “las violencias de género no se han considerado de interés general. Se considera un problema entre personas privadas”, y añade: “Si una persona quema un bosque nadie se plantea que se vulnera la presunción de inocencia al dar sus datos. Esta se vincula al tipo de crimen y hay que hacer autocrítica”. Las teorías, y por eso la respuesta no es rotunda, suelen ponerse a prueba con la práctica. En el estudio se incluye el análisis de distintos casos de violencias machistas que habían sido más o menos tratados desde los medios de comunicación. De las coberturas de esos casos, hechas con mayor o menor acierto, traigo aquí dos, precisamente por la relación que tienen con el tema del respeto a la presunción de inocencia. El asesinato de Manuela Chavero y el caso de Juana Rivas. O mejor aún, el enjuiciamiento mediático a un amante de Chavero y el discurso marcado por Francesco Arcuri. Francesco Arcuri es el exmarido de Juana Rivas, la mujer que fue la madre del Estado español durante unos meses. Ella había huido de Italia a Granada con los dos hijos del matrimonio. Sobre él pesaba una sentencia firme por malos tratos que le condenó a tres meses de prisión por maltrato más una orden de alejamiento. El 4 de agosto de 2017 y contradiciendo todas las recomendaciones que piden no dar voz a los agresores, el programa Espejo Público, de Antena 3, entrevistó a Arcuri. Aunque la presentadora pretende fiscalizarle, la entrevista se convierte en un altavoz de la versión de este, discurso que marcará, a partir de entonces, muchas de las informaciones que se darán sobre el caso. Esto a pesar de las incongruencias de la versión del agresor. A partir de entonces, Arcuri ya no será un sentenciado por maltrato, porque el hecho de que la denuncia la pusiera un médico pasará a segundo plano y lo que primará será la versión de él: que firmó la sentencia de conformidad para poder ver a su hijo. Rivas tampoco será, desde ese momento, una madre coraje. Amparándose en lo que Serra menciona, el tratamiento de las violencias machistas como un problema privado entre dos partes, se entenderá que la versión de él tiene no solo tanto peso como la de ella, sino más. En el supuesto respeto a la presunción de inocencia, la idea de dar voz a las partes fue en realidad una estrategia mediática para arremeter contra Rivas. Amparándose en la presunción de inocencia de él se justificó la presunción de culpabilidad de ella. ¿Cuál es la idea de fondo aquí? Que, en la mayoría de los casos, cuando los medios señalan las violencias machistas como un problema entre partes, cuando dicen defender la presunción de inocencia, lo que están haciendo es utilizar esto como maniobra para culpar, una vez más, a la víctima. El argumento que subyace es que, para defenderlo a él, hay que defenestrar a ella. Por eso me parece interesante traer a colación el caso de Manuela Chavero. Porque demuestra que, en el fondo, el interés es poner en duda a la víctima, no tanto respetar o dejar de respetar la presunción de inocencia del agresor. Chavero desapareció el 6 de julio de 2016 en Monesterio, Badajoz. En casa se habían quedado las luces y la tele encendidas. Se había dejado las llaves, el móvil y la documentación. El caso comienza tratándose como una desaparición: no hay cuerpo, no hay asesinato. Sin embargo, en seguida salta a los medios la existencia de un sospechoso al que la Guardia Civil está investigando. Este, un amante de Chavero, resultó ser inocente. Sin embargo, durante todo el caso y hasta que el culpable real reconoció el crimen, la presunción de inocencia de este hombre en los medios de comunicación brilló por su ausencia. Estaba sentenciado de antemano. A nadie le preocupó que solo fuera un sospechoso. El cadáver seguía sin aparecer, pero Chavero no estaba. Tenía que haber un culpable y fue este hombre. No se le dio voz, no hubo piedad con él. Y, aun así, el cuestionamiento de la víctima, de Manuela Chavero, fue generalizado en los medios: de ella se criticó que ligara por internet, se comentaron su ropa y sus aficiones. Chavero ya no podía hablar. Chavero no era Rivas. No estaba dando una batalla política, feminista, ideológica. Al presunto responsable de su desaparición se le podía acusar aunque ni siquiera hubiera cuerpo. Eso no quería decir que ella no tuviera parte de culpa. Dónde estabas, Manuela, con quién, por qué. Pero Rivas sí estaba, en un principio y antes de desaparecer con sus hijos, aportando discurso. Rivas hablaba, denunciaba y desobedecía. Era ruidosa. Por eso hacía falta algo más para hacerla callar. Hacía falta darle voz a él. Se podría haber contado la historia dejando claro que la denuncia que pesaba sobre Arcuri por parte de Rivas era solo eso, una denuncia sin sentencia. Se podía haber contado la historia sin necesidad de ponerla a ella de mentirosa, de mala madre, de loca resentida. Sin acusarla -incluso, llegó a hacerlo un medio- de haber propiciado la escalada de Vox por haber agitado a los hombres machistas de este país. Se podía haber hecho. Pero Rivas estaba en casa de todas. Hacía falta darle voz a él, seguir su discurso, sembrar la duda razonable en todas y cada una de las palabras de ella. Y todo eso se hizo, desde algunos medios, amparándose en esa presunción de inocencia que esconde que las violencias machistas son un problema estructural, social, y enmarcándolas en un conflicto individual entre partes. La falta de presunción de inocencia, un error desde el punto de vista periodístico, no sirvió para salvar a Manuela Chavero del juicio moral que dice que una mujer, si no quiere acabar asesinada, tiene que ser recatada, mirar qué ropa lleva, dónde va y con quién. La supuesta presunción de inocencia de Arcuri -sobre el que, además, pesaba una condena- fue suficiente para justificar que se le diera voz en distintos medios. Y esta voz fue necesaria, no para preservar la reputación de él, sino para acabar con la de ella. Leer más: