Decrecimiento (energético) o colapso vital

Decrecimiento (energético) o colapso vital

El modo de vida imperial consume una cantidad de materia y de energía por encima de sus posibilidades. En un escenario limitado del que no puede desacoplarse la economía, la mejor forma de energía no es la que se ahorra a través de la modernización, sino la que no se demanda como fruto de una transformación voluntaria y comunitaria del modelo de desarrollo.

Texto: J. Marcos
15/02/2022

Se atusaba satisfecho la corbata el presidente español, Pedro Sánchez, nada más anunciar en junio de 2020 la aprobación de un plan de rescate millonario al sector automovilístico. El aplauso fue generalizado, pues se valoraron muy positivamente los incentivos para una compra que en muchos casos ni siquiera había previsto, pero que venía con la garantía ‘ecológica’, ya que las ayudas aumentaban en el caso de los vehículos eléctricos.

Las prescripciones al mazazo económico de la Covid-19 se repitieron en los diferentes gobiernos repartidos por el mundo. Por no extender el número de recetas para curvar la recesión, cabe subrayar que el principio activo fue idéntico en todas ellas: cuanto más crezca la economía y cuanto más rápido lo haga, mejor. El guion de la postpandemia ya estaba escrito antes incluso de la aparición del coronavirus: el crecimiento no es el problema, sino la solución, solo que la nueva normalidad obliga definitivamente a aplicarlo de otro modo. Con esa máxima, desde hace décadas apenas se han ido aceptando ligeras variaciones en los escenarios de una trama marcadamente crecentista.

Pues esta es una invitación sin rodeos a cuestionar todo ese argumentario de respuestas prefabricadas, pero no para corregirlas, sino para replantear la pregunta inicial: ¿Y por qué no un decrecimiento para tejer otras vidas que merezcan ser vividas?

El laberinto sin salida del capitalismo

La primera reacción lleva a pensar que prescindir del crecimiento conduce irremediablemente al colapso de todo lo conocido. Y es cierto, pues el sistema capitalista está ideado bajo una lógica aplastante: crecimiento o muerte. Ante la supuesta ausencia de una alternativa sistémica, la muerte alcanzaría a la humanidad en su conjunto. Hay que seguir creciendo.

Paradójicamente, ese obligado crecimiento pone en peligro la supervivencia del ecosistema, vida humana incluida, no ya a largo plazo como podía pensarse hace unos años, sino a corto y a medio plazo. Porque la naturaleza ha dicho basta: emergencia climática, pérdida de biodiversidad, agotamiento de las fuentes naturales, guerras por el agua, los efectos secundarios del modelo agroindustrial y una letanía de límites que siempre han estado ahí, por mucho que hayan sido ignorados.

La contradicción capitalista responde en el fondo a un aspecto que suele ser pasado por alto o incluso es directamente negado por las diferentes vertientes del espectro ideológico: la materialidad de la economía. La dimensión física de lo económico se resume en sus ataduras al ecosistema y a lo propiamente humano. La materia (y su rendimiento energético) es el suelo del que no puede despegarse la economía por mucho que lo intente. Imposible pensar en algún bien o servicio que se fabrique, diseñe, venda, compre, consuma, disfrute o cualesquiera intercambios intersubjetivos que tienen lugar en la esfera económica, sin que intervenga alguna forma de materia o de energía.

Y, es más, aun pudiendo abrazar en un futuro distópico la posibilidad de la desmaterialización, seguiría sin tener sentido alguno una economía despreocupada de la vida humana. “¿De qué nos vale producir nada si no es para reproducir personas?”, se pregunta Amaia Pérez-Orozco, en Subversión feminista de la economía. El punto de desencuentro irreconciliable y donde reside la clave energética de esa atadura de los guarismos a lo material es que tanto la humanidad como la naturaleza son finitas, mientras que el crecimiento del capital precisa tender hacia la infinitud.

Las trampas de la modernización verde

Los gurús del crecimiento acordaron una solución para esa malformación congénita del capitalismo. Para ello, desde hace años agitan con fuerza una coctelera de ingredientes de sobra conocidos y que juntos prometen la soñada desmaterialización: reciclaje, economía de servicios, financiarización, sociedad de la información, energías renovables (con una buena dosis de hidroeléctrica y, por qué no, también de nuclear vendida como ‘limpia’), sostenibilidad y un largo y debatible etcétera. Teñida de un verde sostenible, la modernización sobrevuela por todos ellos.

El desarrollo técnico-científico promete la eficiencia energética o, lo que es lo mismo, un mejor aprovechamiento de los ‘recursos naturales’ (a estas alturas, la naturaleza ha dejado ya de ser un valor en sí mismo y la han convertido en algo utilizable). Regresando al ejemplo del inicio, el parque automovilístico actual es mucho más eficiente y menos contaminante que el de hace unas décadas, lógica que cabría esperar de los automóviles del futuro. Dicho y hecho: subvenciones para la adquisición de vehículos nuevos, mejor si son eléctricos.

La estrategia funciona a la perfección en la teoría. Pero la modernización tecnológica lleva aparejada un efecto rebote (conocida como paradoja de Jevons) que invierte la tendencia: a mayor eficiencia de un bien o servicio, mayor consumo de este, lo que a la postre aumenta el uso energético y de recursos. De vuelta al parque automovilístico: el número de coches crece a un ritmo exponencial en el mundo, lo que anula cualquier avance en términos de una menor dependencia energética.

Pero es que, además, por muy verde que sea la modernización, la economía no puede deshacerse de su vinculación con los límites ecosistémicos y humanos. Sin ir más lejos, tanto la economía de servicios como la sociedad de la información reclaman infraestructuras agresivamente materiales. Los vehículos eléctricos, por mucho que insista el sector, tampoco suponen la desmaterialización de la economía. Basta mencionar el litio, el cobalto y el manganeso de sus baterías, un metal cuya extracción requiere un alto consumo energético y acarrea efectos ecológicos devastadores.

Un horizonte decolonial

Argentina, Bolivia y Chile forman el ‘triángulo del litio’, así llamado porque concentran la mayor parte de las reservas disponibles de este metal blando. El apunte no es casual, sino que remarca que la desconexión de la economía y lo físico únicamente es posible en términos locales, pero nunca globales: los costes ecológicos y humanos pueden externalizarse, pero no eliminarse. Las principales reservas de la mayor parte de los metales y las materias primas sobre los que avanza la modernización están en el sur global, así que lo verde crecentista perpetúa no solo el capitalismo, sino el segundo vértice del triángulo de poder: el (neo)colonialismo.

El modo de vida imperial, presente de forma más pronunciada en el norte y también extendido entre las elites del Sur, consume una cantidad de materia y de energía por encima de sus posibilidades. Solo algunos datos: apenas se han descubierto yacimientos de petróleo relevantes desde la década de 1960, pero la dependencia del crudo sigue siendo extrema; escasean más del 70 por ciento de los recursos no renovables sobre los que se basa la sociedad tecnológica; y en el próximo cuarto de siglo se calcula que la energía disponible se habrá reducido entre un 25 y un 45 por ciento con respecto a los niveles actuales. Por todo eso y mucho más, el horizonte del decrecimiento es un dato y no solo ya una opción, recuerda la ecofeminista Yayo Herrero en sus conferencias.

Es un hecho que, si el norte se empeña en universalizar sus recetas postdesarrollistas, corre el riesgo de perpetuar el (neo)colonialismo. “Ya hemos exportado nuestro modelo de desarrollo, se trata de no hacer lo mismo con el decrecimiento. En el sur global existen tradiciones y movimientos muy críticos con el desarrollo y el crecimiento. Hay que establecer alianzas, por ejemplo, con la democracia ecológica radical de la India, con movimientos indígenas, etc.”, explica la filósofa y experta en decrecimiento Barbara Muraca, de la Universidad de Oregón (Estados Unidos). De ahí que sea tan importante repensar el decrecimiento no como un modelo cerrado, sino como una travesía internacionalista, tanto intersubjetiva como como ecosistémica, que combate las estructuras jerárquicas e injustas.

Si el decrecimiento solo fuera la reducción generalizable del PIB (Producto Interior Bruto), como se entiende de forma estrecha algunas veces, apenas cambiarían las cosas. “Vuestra recesión no es nuestro decrecimiento”, reza uno de los eslóganes del movimiento decrecentista. La transformación que se propugna es radical y transversal: el decrecimiento exige rebajar o incluso desmantelar el peso de sectores y de negocios como el automovilístico, la aviación, la construcción, la explotación (de la naturaleza, de los animales y de los seres humanos), la publicidad y la guerra. Pero implica también potenciar otros: los cuidados, la salud pública, la convivencialidad, los grupos de solidaridad, los bancos de tiempo, el ocio creativo.

Se trata de ir más allá. De caer por ejemplo en la cuenta de que lo que urge no son mejores coches, sino replantearse la movilidad, el diseño de las ciudades y su interconexión con las áreas rurales, el redimensionamiento de las infraestructuras. Y así, hacer lo propio con todas y cada una de las aristas de la economía, prestando especial atención a claves como la energética.

En un escenario de escasez y con límites ecosistémicos y humanos ineludibles, apostar por formas de energía renovables parece lo más sensato, pero sigue sin ser suficiente: la prioridad debería ser reducir el consumo de energía. Y es que, las energías renovables tampoco pueden despegarse del suelo material y, examinadas al detalle, afrontan problemas: demanda de tierras raras y materias primas cuya extracción dista de ser generalizable. Y, en el mejor de los casos, se calcula que pueden proporcionar la mitad de la energía que hoy se demanda. Por eso, la mejor forma de energía no es ya la que se ahorra (eficiencia energética), sino la que no se demanda (decrecimiento).

Y una travesía feminista

Una comprensión integral del decrecimiento hunde sus raíces en las corrientes feministas, concretamente, en el feminismo materialista, la rama de inspiración marxista del ecofeminismo, con autoras de referencia como Maria Mies, junto a corrientes como la ecología política feminista. Se destapa así el tercer vértice de ese triángulo de poder, el patriarcado, no siempre presente y mucho menos de manera explícita en el horizonte del decrecimiento. Lo explica Corinna Dengler, una de las fundadoras de la red FaDa, la Alianza entre Feminismos y Decrecimientos: “Cuando empecé a trabajar el decrecimiento, hará unos seis o siete años, las perspectivas feministas estaban mayoritariamente ausentes en el discurso. O, digamos, conceptualizadas como un complemento”.

Su tesis de doctorado da buena cuenta de la línea de investigación que ha seguido: ‘Futuros feministas: lo que el decrecimiento aprende de la crítica feminista de la ciencia, la economía y el crecimiento’. Explica que “el llamamiento hacia unos ‘futuros feministas’ implica el firme reconocimiento de que no puede haber demandas feministas sin justicia climática global, pero tampoco políticas climáticas económicas y políticas sin feminismos”.

Este tercer vértice abre una comprensión amplia y transformadora del decrecimiento, lo que posibilita “hablar de energía también en términos de absorción del tiempo, de aceleración, del tiempo futuro y de su intensificación, de afectividad, de creatividad y de relaciones… El neoliberalismo también explota ese tipo de energía”, completa Barbara Muraca.

Recodar que la economía tiene límites ineludibles supone, en definitiva, rescatarla de la matriz crecentista y subsumirla en lo ecológico-antropológico, una transición no exenta de dificultades y renuncias. Para tejer estas transformaciones, no hay que olvidarse que una cárcel, aunque tenga los barrotes verdes, sigue siendo una cárcel. Por eso la liberación del paradigma crecentista no está dentro del mismo modelo capitalista, sino que se nutre con preguntas que vienen desde fuera: ¿Cuánta energía necesitamos para un buen vivir?

Este texto ha sido publicado en el monográfico en papel sobre Energía, que está incluido en algunos tipos de suscripción. Está a la venta también en nuestra tienda online y en librerías. Nosotras, la verdad, preferimos que te suscribas para que Pikara Magazine sea un proyecto sostenible muchos años más, pero puedes leernos como prefieras. 
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