Vivir al margen
Los proyectos autogestionados al margen del sistema energético suponen una opción para quienes quieren disfrutar de otra forma de vida; para otras personas, es una cuestión de supervivencia, porque no tienen elección.
Vivir al margen del sistema hegemónico de energía es, cada vez más, una opción, una apuesta, la alternativa más amable con el medio ambiente. Los proyectos energéticos basados en la sostenibilidad ecológica se hacen hueco, construyen un oasis en mitad de un sistema que, según señalan los indicadores ambientales y las organizaciones ecologistas, está deteriorando el planeta. Entretanto, en los campos de refugio y en asentamientos chaboleros, la ecología, el autoconsumo y la apuesta por las fuentes renovables, son sinónimo de supervivencia.
La producción de energía es el principal factor generador del cambio climático y representa alrededor del 60 por ciento de todas las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero. Por eso, y por la menor disposición de combustibles fósiles, el uso de energías renovables es una apuesta con cada más peso político y social. En España, más del 37 por ciento de la electricidad fue renovable en 2018, según datos de ese mismo año de la Asociación de Empresas de Energías Renovables (APPA). La intención es llegar en tres décadas al cien por cien.
En junio de 2020, el Gobierno aprobó un Real Decreto-ley con medidas para impulsar las energías renovables como una estrategia, además de para favorecer la reactivación económica tras la crisis generada por la Covid-19. Una de las novedades que ofrece esta nueva norma es la mayor facilidad para optar por el autoconsumo, con opciones que ayudan tanto a generar energía como a optimizar la excedentaria. El camino se empezó a andar antes. Ya en abril de 2019 se aprobó otro Real Decreto que regulaba las condiciones administrativas, técnicas y económicas del autoconsumo individual y colectivo de energía eléctrica, tras la eliminación previa del famoso impuesto al sol, que hizo casi imposible el autoconsumo durante años. Con esta medida ya se pueden “realizar instalaciones compartidas de autoconsumo lo que habilitará a los bloques de viviendas o a los polígonos industriales para autoabastecerse con renovables de forma más eficiente y conjunta”, explica Ecologistas en Acción. Además, la norma prevé una “simplificación administrativa reservada para las instalaciones de menor tamaño, acercando el autoconsumo al gran público. A partir de ahora será obligatorio remunerar la electricidad excedente vertida a la red eléctrica e incluso las facilidades ofrecidas a los pequeños autoconsumidores con la compensación simplificada en la factura”, escriben desde la organización ecologista. Unas peticiones que la Alianza por el Autoconsumo llevaba años reclamando.
Desde el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico (Miteco) afirman que, tras la aprobación de estas medidas y según datos del sector, “en 2019 se duplicó la potencia instalada de autoconsumo”. Además, cuentan que están ultimando “un nuevo marco para la activación del despliegue de renovables que establece una exención de tramitación para el autoconsumo, facilitando aún más su implementación en el territorio”. También trabajan en un Real Decreto para calcular los cargos de la factura de la electricidad que, según prevén, “permitirá que cualquier medida de ahorro y eficiencia energética tenga un impacto positivo para el usuario”. En esa línea, desde el Miteco quieren crear una estrategia de almacenamiento de energía para facilitar el autoconsumo. Además, han impulsado una guía en la que se puede consultar cómo tramitar y poner en marcha instalaciones de autoconsumo y han presentado el proyecto de ley de cambio climático, en tramitación parlamentaria desde mayo de 2020. Este nuevo texto legislativo pretende llevar a cabo una transición energética: reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, impulsar las energías renovables y la eficiencia energética. Propone algunos objetivos como reducir un 35 por ciento el consumo de energía primaria y alcanzar un sistema eléctrico de al menos el 70 por ciento, generado a partir de renovables en 2030, generar combustibles alternativos sostenibles en el transporte aéreo y alcanzar una descarbonización completa para el año 2050, con medidas como la electrificación del transporte público antes de 2040.
Proyectos de autosuficiencia
En el Estado español son cada vez más los proyectos autogestionados al margen del sistema hegemónico energético monopolizado por grandes empresas multinacionales y que, acogiéndose a las nuevas posibilidades que van aprobándose legislativamente, trabajan por conseguir la autosuficiencia energética y alimentaria, o que son ya autosuficientes. Espacios como el pueblo de Matavenero en León, Errekaleor en Gasteiz, Sostre Civic en Barcelona o Amarauna en Navarra son ejemplos de cómo es posible satisfacer las necesidades básicas en condiciones de respeto y amabilidad con el entorno natural, apostando por un cambio de modelo.
Matavenero, un pueblo situado en las montañas de Torre del Bierzo, es un proyecto comunitario en el que algo más de cien personas de diferentes nacionalidades habitan desde hace más de tres décadas, en lo que entonces fue una aldea abandonada. Contaba en 2019 el Diario de León que “aquella utopía comenzó en el verano de 1988, durante la celebración del encuentro anual Rainbow, un movimiento ecologista internacional vinculado con comunidades alternativas como la de Christiania en Dinamarca, o la de Santa Bárbara en Alemania, herederas del pacifismo y del ecologismo hippie de los años 60”. Matavenero nació con el objetivo de contribuir a la repoblación de la España vaciada. Se autoabastece con energía eólica y solar, tiene hornos de leña y en su seno se han desarrollado pequeños comercios artesanales y agrícolas ecológicos. Todo ello gestionado de forma asamblearia.
En Errekaleor viven unas 130 personas. Es un barrio situado en Gasteiz que okupó un grupo de estudiantes en 2013 en un ejercicio de crítica a la subida de los alquileres, como pugna a las instituciones y contra el boom inmobiliario. Lo cuenta Irantzu, vecina de allí. En este barrio gasteiztarra no son completamente autosuficientes, pero es una apuesta en la que están trabajando: “Tenemos unas 200 placas solares y con unas baterías generamos alrededor de 60 kilovatios de potencia, la cantidad aproximada de unas diez familias estándar”, explica. Eso les limita bastante: “Tenemos luz, podemos cargar móviles y ordenadores, pero siempre durante el día, porque las placas dan para lo que dan. No podemos, por ejemplo, tener cocinas eléctricas, sino que tiramos cada vez más de cocinas económicas de leña. Las lavadoras y duchas son colectivas y tienen un controlador de horas para el agua caliente. Cuando no hay suficiente carga, las lavadoras no se activan”, añade. Podrían poner más placas solares o generar más energía por otros medios, pero han “optado por cambiar el modelo de vida” y reducir el consumo de energía. Irantzu recuerda que estamos “al borde del colapso” ecológico. Se trata de cambiar el orden de prioridades y modificar las necesidades.
Itsaso vive en Amarauna, un proyecto de vida colaborativa en un convento en el Valle de Sakana, en Navarra. El edificio se encontraba inutilizado y las monjas acabaron vendiéndoselo a un precio asequible a un grupo de personas que quería impulsar el proyecto. Allí también tienen claro que la autoproducción es compleja: “Implica que no puedes poner una lavadora cuando quieres, no puedes usar el secador de pelo, el ordenador solo lo puedes usar en momentos puntuales. Conlleva un manejo y un consumo de la energía muy consciente”, explica Itsaso. Teniendo en cuenta los hábitos del grupo en el que ella vive y la predisposición al cambio, es consciente de que, por el momento, el camino de Amarauna no es hacia una autosuficiencia absoluta sino más bien hacia un “modelo compensatorio”, a través del cual generarían energía con placas solares y comercializarían el excedente por medio de una cooperativa. Es un proyecto en proceso de construcción y su idea, cuando las trabas burocráticas y legales que están encontrando se disipen, es dejar de usar combustibles fósiles y ser más sostenibles: instalar estufas de leña para calentar el espacio por sectores, poner una turbina en una pequeña presa que hay al lado del convento, colocar placas solares. Todo ello, a largo plazo. Tienen el material, pero no pueden instalar nada hasta tener los permisos del Ayuntamiento de Ziordia. De momento, según comenta Itsaso, “no está siendo sencillo. Queríamos poner una fosa séptica y nos la han denegado. Hasta nos han pedido justificante de obra para pintar una habitación”. Aunque, recuerda, el Ayuntamiento está gobernado por un partido de izquierdas, que presupone un escenario más fácil para este tipo de proyectos, están poniendo muchos problemas. “Les cuesta entender que es una propiedad colectiva. Les cuesta entender el concepto de no propiedad privada de familia nuclear. Algo tan básico como que nosotras no queremos enriquecernos con esto, nosotras aquí curramos a saco, lo que queremos es transformación social”, explica.
Mandi, del colectivo de vida comunitaria Cal Cases en Barcelona, recuerda que, en cualquier caso, “lo que está claro es que la autogestión y el autoabastecimiento no es una prioridad para la Administración. Hay unas normativas muy estrictas, ideadas para las grande empresas”. Ella ve una alternativa de modelo de vida en proyectos de cohousing o en viviendas colaborativas “a nivel de acceso a la vivienda y a los recursos y de apoyo mutuo entre vecinos”. Pero asume que otra cosa es la cuestión energética: “Se requiere una inversión muy grande y suele hacerse por fases. Primero se rehabilita el espacio y, al cabo de los años, se plantea la autosuficiencia energética. Es una cuestión de inversión económica. La mayoría de proyectos en Cataluña no son cien por cien sostenibles y no lo son por una cuestión económica”, cuenta Mandi.
Sostenibles por supervivencia
Son muchas las experiencias de vida sostenible que están aflorando en los últimos años. Al Miteco le es imposible censar todos los proyectos porque, en muchos casos, se desarrollan de forma autogestionada, al margen de la legislación vigente y del territorio urbanizado. La Red Ibérica de Ecoaldeas aglutina a 18 proyectos miembros y 13 colaboradores. Es de las pocas cifras oficiales accesibles. Existen experiencias de sostenibilidad que no parten de proyectos arquitectónicos, urbanísticos, o de grandes asambleas de profesionales de la energía, la gestión del territorio y del medio ambiente. Hay quien vive al margen del sistema hegemónico de suministros energéticos por supervivencia y hay quien es sostenible por necesidad.
Ana es jornalera en Huelva. Comparte jornada de trabajo y lucha con los y las trabajadoras del campo que viven en chabolas en Lepe. Su colectivo, junto con el de trabajadores africanos, pelea por unas condiciones de empleo dignas y por el acceso a la vivienda de todas las personas. Allí, en el asentamiento chabolero que los y las jornaleras migrantes se vieron obligadas a levantar con palés, plástico y cartón hace 20 años, no tienen acceso a la luz ni al agua. “Para conseguir agua, muchos van con las garrafas que utilizan para los productos químicos del campo y las llenan en un punto de agua potable”, explica Ana. Algunas chabolas tienen placas solares y, con baterías de coches, pueden conservar algunos alimentos o cargar un poco el móvil. Otras están cementadas para reducir el calor y evitar los incendios, pero lo general allí es “apañarse con lo que sea”. Algunas asociaciones asistencialistas, según cuenta Ana, “les permiten ir a ducharse cobrándoles algún dinero. Si no, se apañan montando un tinglado y calentando el agua en ollas con un camping gas”. Ana recuerda, además, que “las mujeres son el eslabón más débil y más invisibilizado. Ahora que se están formando colectivos siempre se habla de trabajadores africanos pero nunca de mujeres. Y estas mujeres se dedican a la prostitución porque no tienen otra alternativa, entre que están sin papeles, viven en las chabolas y no tienen tanto acceso al campo. Algunas tienen el cartel de prostíbulo en la misma chabola”. La sostenibilidad y la ecología son asuntos muy secundarios, lo que necesitan es sobrevivir. “Hablamos mucho de modernidad, de sostenibilidad, pero realmente, ¿quién puede acceder a ese tipo de proyectos o a esa forma de vida? Gente pudiente. Nos venden ahora la sostenibilidad, por ejemplo, con lo de las etiquetas bio en la comida. Las etiquetas bio era lo que hacían nuestros abuelos en el campo. El huerto de cualquier vecino de aquí te digo yo que es más bio que el pimiento que te viene con la etiqueta de una gran empresa que encima está explotando a sus trabajadores. Cogen nuestras costumbres y las cosas que la gente, por necesidad, lleva haciendo mucho tiempo, y nos lo venden como sostenible y guay”.
Algo parecido ocurre en contextos como los campamentos de personas refugiadas. En el desierto de Argelia, donde desde hace más de cuatro décadas llevan asentadas alrededor de 200.000 saharauis, huyendo de la guerra y la represión colonial marroquí, también funcionan históricamente con placas solares y baterías de coche para generar electricidad, pero no todo el mundo puede acceder a ellas, por lo que existen otros mecanismos. Tfarrah, nacida en los campamentos de refugiados de Tinduf y ahora parte de la diáspora saharaui en el País Vasco, cuenta algunos de ellos: “El agua para la ducha o para lavar los platos la calentamos al sol. Tenemos dos o tres bidones al sol. Si te vas a duchar, coges tus 20 litros, los pones al sol dos horas y te duchas”, explica. Para enfriarla y poder beber agua fresca, la ponen a la sombra con mantas mojadas encima de los bidones. Para ventilar y refrescar la casa, cuelgan melhfas mojadas de un lado a otro de las habitaciones y, cuando pasa el viento, resta calor al ambiente. Las jaimas también se refrescan levantándolas la parte de abajo para que entre el aire cuando hace calor. Para gestionar los residuos hacen compost y lo reutilizan y también usan mucho la arena como horno: “Destapamos la arena, ponemos los panes ahí, la tapamos y ponemos el carbón encima. Con ese carbón cocinas la carne, el arroz o lo que sea y el pan, mientras, se está haciendo debajo”. Tfarrah recuerda que todas esas fórmulas son ideas surgidas de la necesidad y por una cuestión de supervivencia, pero también tienen que ver con el modelo de vida.
Y hace una crítica al panorama de las ecoconstrucciones y los proyectos de sostenibilidad: “Me molesta que lo pinten como un modelo de vida que solo te puedes permitir si ya tienes todo o un nivel cultural alto, cuando realmente vivir de forma sostenible es algo que hace la gente más precaria. Al final, somos nosotras las que vivimos con lo que tenemos en el día a día, somos nosotras las que sabemos lo que da la tierra en cada momento, en cada circunstancia, en cada geografía. No es que te has hecho supermoderna y te estás haciendo un baserri aislado. Estás reconociendo teorías ancestrales de gente que se hacía sus casas de barro y de paja por algo, no porque fueran unos pobres matados que era lo único que tenían que daba la tierra y no el capital y por eso se les ninguneaba y se les sigue ninguneando. Hay que hacerlo como un reconocimiento a toda esa gente”.
Este texto ha sido publicado en el monográfico en papel sobre Energía, que está incluido en algunos tipos de suscripción. Está a la venta también en nuestra tienda online y en librerías. Nosotras, la verdad, preferimos que te suscribas para que Pikara Magazine sea un proyecto sostenible muchos años más, pero puedes leernos como prefieras.