Lactancia adulta, ¿moda, fetichismo o expresión del patriarcado?

Lactancia adulta, ¿moda, fetichismo o expresión del patriarcado?

Lejos de miradas juiciosas, este artículo de Julia Cañero Ruiz tira de pensamiento crítico para indagar en todos los aspectos que definen y rodean esta práctica que esconde muchas lecturas patriarcales.

02/03/2022

Desde hace años se está extendiendo una práctica llamada lactancia adulta, es decir, adultos que desean ser amamantados. En internet se pueden encontrar algunas páginas; por un lado, de información sobre esta práctica realizada en la pareja y, por otro, de clubs que cuentan con una serie de “nodrizas” que los socios pueden elegir a través de sus perfiles.

Es evidente que la sociedad debería dejar a un lado las miradas juiciosas, esas que dictaminan muy rápidamente -sobre todo basándose en la moralidad- y que no respetan la diversidad. Pero esto no implica dejar a un lado todo pensamiento crítico, simplificando de tal manera que consideremos todas las acciones que realizamos como meras opciones individuales, sin profundizar en todos los aspectos que las definen y las rodean.

Quienes defienden la lactancia adulta argumentan que son decisiones libres adultas, que no hacen mal a nadie y que solamente comparten el placer de tomar leche materna. También hacen referencia a la historia y a la mitología, buscando numerosos ejemplos de lactancia adulta en pinturas y esculturas. Con un humor muy inteligente, Partera Guerrillera hizo recientemente en sus redes una fantástica recopilación de estas escenas. Escenas donde se incluyen una hija amamantando a su padre o a su madre, condenados a morir de hambre; a una mujer amamantando a su bisabuela que no puede alimentarse de otra forma; o, en la mayoría de ocasiones, a hombres amamantados como metáfora de la obtención de la condición divina o de la sabiduría que se obtiene a través de la leche de la madre (de la diosa o, en el ámbito del cristianismo, de la virgen). En la mayoría de estos ejemplos se puede observar la voluntad de la mujer así como el poder simbólico que tienen sus fluidos. Nada más alejado de lo que he podido encontrar sobre la actual práctica de la lactancia adulta.

En primer lugar, llama la atención cómo, a pesar de que es vendido como el simple placer de tomar leche materna, es una práctica realizada en exclusiva por hombres heterosexuales (según he podido observar, aunque hay sexólogas que mencionan la existencia de parejas lesbianas en esta práctica). Tenemos que recordar que las mujeres también hemos sido amamantadas en nuestra infancia (si nuestras madres así lo hicieron). Por lo tanto, si no llevara implícita una cuestión erótica del pecho femenino, deberían existir mujeres asiduas a la práctica de mamar del pecho de otras mujeres. Si la erótica no estuviera presente no encontraríamos un catálogo de pechos femeninos, voluminosos y tersos, fotografiados de forma pornográfica (que nada tienen que ver con la diversidad de pechos que amamantan). Además, en las descripciones de las chicas podemos encontrar “delgada y atractiva” o “rellenita con curvas”. Resulta que nuestros cuerpos deben cumplir una serie de requisitos estándares para el amamantamiento, quizás no seamos tan perfectas para estos hombres como nos hacen ver nuestros bebés lactantes cada día. Ese poder de las mujeres, de las imágenes y de las esculturas, que permite a las mujeres nutrir al enfermo o al condenado (sea hombre o mujer) con su chorreón de leche materna, es sustituido por una carta de presentación, con todos sus rasgos y medidas, para la libre elección de los socios en función de la cuota que decidan pagar.

De hecho, la erótica del pecho que amamanta ha entrado también en el mundo de la pornografía donde se pueden encontrar escenas de hombres que extraen manualmente la leche materna de mujeres mientras estas parecen estar excitadas a pesar del grado de estrujamiento de sus pechos lactantes. Podemos encontrar este tipo de vídeos en relaciones BDSM (de sumisión-dominación) donde habitualmente un hombre ordeña a una mujer cual animal o, más minoritario, donde una mujer obliga a mamar de sus pechos a un hombre. También encontramos vídeos de mujeres solas que simplemente se extraen la leche con un sacaleches eléctrico, de esos que hacen un ruido agotador, que muchas madres no pueden soportar. Estos últimos vídeos seguro que podrían venir muy bien para algún curso de extracción y conservación de la leche materna para la vuelta al empleo de las madres, cuando deben dejar a sus bebés de menos de cuatro meses. Aunque, quizás, colocarlos en estas páginas de pago le sirvan a estas madres para generar los recursos económicos necesarios para permanecer algo más de tiempo con sus bebés. La precariedad materna busca en todos los rincones una salida.

También encontramos un aumento de personas que desean consumir leche materna, pero normalmente realizan compras por internet de leche extraída y no tienen la intención de mamar de los pechos de una madre. La ingesta de leche materna suele venderse como remedio para enfermedades, como complemento para deportistas o para personas que quieren perder peso. El comercio y negocio de leche materna para personas adultas lleva a plantear dos cuestiones: por un lado, cómo por una moda, un capricho o un fetiche se está usando para fines comerciales un bien demasiado escaso, como podemos ver en los bancos de leche materna, que solo alcanzan para aquellos bebés más vulnerables, generalmente prematuros. Por lo tanto, mientras algunos adultos compran leche materna para adelgazar, muchos bebés están alimentándose con sucedáneos. Por otro lado, nos encontramos con los motivos que llevan a algunas madres a vender su leche. Una mujer comentaba: me decían que era oro líquido y, efectivamente, lo era. Por supuesto, una mujer puede hacer lo que desee con su leche materna. Pero lo que nos debemos plantear es el porqué de la existencia de ese mercado y de la falta de opciones para que todas las madres vivan dignamente.

Respecto a las “nodrizas” que amamantan a hombres. En primer lugar, debemos hablar del término, que daba nombre a aquellas trabajadoras pobres y precarias que amamantaban a descendientes de familias ricas (porque ni la lactancia materna, ni la crianza en general, eran propias de mujeres de alta cuna). Contratos que además, como todo en aquella época, solían firmar los maridos de ambas mujeres. La lactancia como negocio era una relación asimétrica, de poder y de necesidad material, donde las nodrizas incluso en muchas ocasiones debían dejar de criar y lactar a sus propios hijos e hijas.

En el caso de la lactancia adulta, las mujeres que acuden a amamantar a hombres, normalmente en hoteles, suelen estar criando, en ocasiones a bebés de un mes o menos. En la ficha técnica de la “nodriza” pone esta información como un dato relevante. También se aconseja a los hombres que las avisen con tiempo (un día antes) para que puedan dejar con alguien a sus bebés. Comentan que es un trato justo que estos hombres ayuden a esas mujeres, dándoles una ayuda económica para sus bebés, tan solo a cambio de sus “pechos llenos de leche materna”. Al menos, en esta ocasión, no ocurre como con los vientres de alquiler y las mujeres no son representadas como ángeles, como esas criaturas solidarias que van a cubrir el deseo de otra persona, en este caso, el deseo de mamar de un hombre. Aquí queda bien claro: existe un pago y la mujer necesita dinero para poder cuidar de sus criaturas. Nos tendríamos que preguntar ahora cómo nos empobrece ser madres. Cómo esta sociedad invisibiliza la maternidad, nos deja sin derechos, sin recursos y, en ocasiones, incluso sin empleo. Estoy prácticamente convencida (sin querer ser paternalista) de que a una madre con un bebé de apenas un mes, en pleno posparto, no le apetece demasiado dejar a su bebé (quizás con leche extraída en un biberón para que alguien se la dé) e irse a un hotel para que un señor desconocido le chupe las tetas. Esas tetas que están haciendo diada con su bebé. Y sí, digo chupe porque probablemente esos hombres hayan perdido la capacidad de succión después de unas cuantas decenas de años. He visto niñas y niños destetados que al cabo de los meses no sabían ya cómo mamar. La mayoría de personas adultas piensan erróneamente que el pecho se succiona cual pajita, aunque no dudo que los aficionados a esta práctica hayan hecho cursos de asesoría de lactancia y buen agarre. Solo faltaría que encima le hicieran grietas a las madres.

La cuestión, en definitiva, es que esta práctica no deja de ser el capricho de unos cuantos hombres ricos cubierto por unas mujeres pobres. Sin embargo también encontramos el argumento de que “son hombres que se llevan mal con sus madres”. Efectivamente, la ausencia del amor materno puede causar una enorme herida primal. En esta sociedad patriarcal que elimina a la madre, esta herida es bastante frecuente. Las madres patriarcales existen y son víctimas de un patriarcado que borró su ser entrañable en la relación con sus criaturas, quienes han sufrido por ello esta ausencia de la madre. Es normal que tengamos como sociedad una gran carencia materna y una gran necesidad de apego no cubierta. Aunque llama la atención que, en este caso, la necesidad de volver a la madre ocurra mayoritariamente en hombres. No siempre es necesario hablar de traumas, pero tampoco hay que obviar que nuestros deseos no escapan a la sociedad patriarcal, por mucho que queramos validar todo tipo de experiencias sexuales para la obtención de placer.

Pero entonces nos encontramos con otra práctica, la lactancia erótica que se hace en pareja, donde podríamos encontrar una relación más cercana a la igualdad. No me refiero a que la pareja tenga curiosidad en conocer el sabor de la leche materna, sino en querer ser amamantado al igual que su propio bebé. Aquí encontramos de nuevo una serie de cuestiones en las que indagar. En primer lugar, la lactancia materna, al igual que el resto de procesos reproductivos de las mujeres, es un acto sexual dentro de una sexualidad no falocéntrica. Como bien explica Casilda Rodrigáñez, responde a una sexualidad subversiva orientada al bebé. Por lo tanto, las mujeres pueden sentir placer al lactar y ese deseo es compartido directamente con la criatura. Algunas mujeres pueden sentir incluso orgasmos. El problema lo tenemos cuando miramos con una mente patriarcal este proceso y es entonces cuando se le otorga un carácter sexual adulto falocéntrico que no tiene. Sería interesante que las sexólogas que hablan de todo tipo de experiencias sexuales, incluyan la sexualidad materna en sus discursos. Al menos, las feministas. El vínculo madre-bebé trae de cabeza a muchos padres, quienes de repente se sienten desplazados por esa díada. La madre durante su lactancia no suele tener deseo sexual con su pareja y esto causa, como ya expliqué en otro artículo sobre el sexo de las madres, problemas en su relación. De hecho, en muchas ocasiones, algunas mujeres no dejan y no les gusta que sus parejas les acaricien los pechos mientras ellas están transitando la lactancia. Por lo tanto, quizás no nos pueda extrañar que algún padre desplazado encuentre la forma de exigir ese vínculo a través del amamantamiento compartido, que además es una de las causas (no la única) del vínculo exclusivo con el bebé.

 

Existen páginas donde nos intentan convencer de esta práctica: “Si amamantas a tu hombre puede sentirse relajado, nutrido, cómodo” y ya de paso “te ayuda si necesitas aumentar la producción” para tu bebé. Necesitan buscar algún tipo de beneficio para la mujer que, como siempre, es un beneficio práctico (dinero, aumentar la producción). A nadie se le ocurre pensar si la madre querrá estar también cómoda, nutrida y relajada: nutrida, con una pareja que haga la comida a diario y relajada por ejemplo dándole tiempo para simplemente ducharse, esa actividad tan complicada durante el puerperio. Si una mujer decide que su pareja le podría ayudar a quitarle una obstrucción (aunque normalmente no saben succionar y por lo tanto no es eficaz) o para aumentar su producción (para esto lo mejor es ponerse más al bebé, no a un padre, y también hay técnicas como la extracción poderosa), incluso si decide que le gustaría compartir esa experiencia con su pareja, en todos los casos, debería ser una decisión que parta siempre de ella y sin ningún tipo de presión o chantaje, porque es su cuerpo.

Pero es que además encontramos casos donde las mujeres que van a amamantar a sus parejas ni siquiera son madres. Entra dentro de lo que denominan adult nursing relationship, que se da mayoritariamente en relaciones heterosexuales donde “alguien” amamanta a la otra persona. Me llama la atención ese “alguien” como si al querer hablar de consenso en la pareja no se pudiera especificar que es la mujer quien amamanta. En estos casos, por un lado, podría decir que es más sencillo emocionalmente para ellas, pues estas mujeres se encuentran fuera del vínculo materno y quizás puedan ponerle otro significado a este acto, incluso quizás sentir placer al estimular sus pechos y en el intercambio de fluidos. Sin embargo, físicamente deben pasar por una serie de procesos que ni siquiera muchas madres están dispuestas a llevar a cabo por sus criaturas: una inducción. Lo primero que las asesoras de lactancia y dentro de los grupos de apoyo decimos a las madres ante relactaciones complicadas y ante una inducción es que no es nada fácil y va a ser muy sacrificado, que piense de verdad si quiere y puede, si está dispuesta y si tiene el soporte necesario para hacerlo. Estamos hablando de madres que darían todo por sus bebés, pero su propia felicidad y una buena salud mental es siempre mejor para la criatura que la lactancia materna. Pues en este caso se pretende que, por amor a la pareja, una mujer pase por todo un proceso de toma de fármacos y del uso de sacaleches cada dos horas, incluso por la noche, y de un hombre que succionará ¿a demanda? de sus pechos. Jamás podemos comparar la dependencia de un bebé y el deseo materno con este tipo de relación entre personas adultas. Por supuesto, la mujer puede elegir libremente e igual siente curiosidad por esta práctica que, sin embargo, no está exenta de mucho trabajo y complicaciones para ella y muy poco trabajo y mucho placer para él. La balanza no parece estar en absoluto equilibrada, cosa que vemos demasiado a menudo en muchas prácticas sexuales heterosexuales en esta sociedad patriarcal que aún nos lleva a las mujeres al placer unidireccional y de complacencia. Por ello, debemos al menos cuestionarnos y pensar críticamente en todas las variables que operan alrededor y dentro de determinadas “modas” o prácticas, como es el caso de la lactancia adulta.

 

 

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