Sentarse a la mesa debe ser un disfrute
Nuestras cuerpas son despiezadas sobre la mesa cada navidad. El año nuevo siempre arranca con la culpa reactualizada y con el disfrute bajo el punto de mira, como causante de todos nuestros males. La primavera se abre paso y yo sigo con el mismo nudo en el estómago. Converso con Estefanía Arbelo sobre cultura de la dieta y salud mental.
Llega marzo y, con él, la primavera. A muchas nos da ese empujón de vitalidad que llevábamos ansiando desde que comenzó el año. ¿Habrá forma de despedir ya esa resaca navideña que se prolonga tortuosamente durante enero y, en mi caso, incluso durante febrero? ¿Hay forma de desprenderse un poco de ese malestar?
Las navidades reactualizan la culpa y la guerra contra el cuerpo. Aparecen cada diciembre para garantizar que recordemos, un año más, que el disfrute tiene consecuencias. En navidad nos juntamos para comer. Nos reencontramos, nos volvemos a observar, con turrones de por medio. No faltan los comentarios sobre lo guapa que está la prima que adelgazó al pegar el estirón y lo bien que sienta el vestido con los tacones, que estilizan mucho la pierna. En navidades se sirve escrutinio del elaborado, abundante para la primera mitad del año que empieza. En enero, todo ello resuena como la primera repetición del eco. Una vez comienza febrero, las tintas parecen volverse acuarelas, siempre presentes pero sin tanta saturación. Parece como si pudiéramos olvidarnos de todo ese bombardeo, pero lo llevamos marcado en el cuerpo. Los meses siguen pasando y yo aún me estremezco ante la frescura de algunas miradas y comentarios. Siento el ansia de sanar, de dejar de relacionar disfrute y culpa. Por eso, quisiera retomar un tema trillado que, sin embargo, sigue siendo igual de doloroso: la cultura de la dieta y la guerra contra el cuerpo.
Escribo esto desde mi propia experiencia, desde mi cuerpo normativo, blanco, cis. También es la experiencia desde el TCA (Trastornos de la Conducta Alimentaria) que cada diciembre intenta volver a colarse por la chimenea. Esto es un grito contra el patriarcado, contra el acoso sistemático hacia las mujeres pero también hacia cualquier forma de encarnar la no normatividad. No olvido que en este reparto soy una privilegiada y que, aunque no me corresponda a mí ponerles voz, la gordofobia, el capacitismo, el racismo y la cisnorma violentan a muchas cuerpas más.
Desde las últimas navidades me cuesta mirarme en el espejo. Vuelvo a sentir esa implacable presión en el estómago tan propia durante la adolescencia, ahora más bien visitante esporádica. Quizá tenga que ver con regresar a los espacios donde viví abiertamente esa fatiga constante de intentar dominar mi peso, mi forma, mi textura y mi tacto. A lo mejor hay algo de incomodidad en no entender muy bien cuál debería ser mi expresión de género. Seguramente esa sea una de las razones, como el zumbido de voces impersonales que hablan del exceso, exceso, exceso en el que nos sumergimos en fiestas. No se refieren al exceso extractivista ni consumista sino a la gula: pecado cristiano, culpabilizador. Así que una se encuentra al borde de la asfixia queriendo encogerse tanto que no se la vea en las comidas, tanto que nadie vea cuántos mazapanes se ha comido ya, tanto que la dejen tranquila.
En navidad vivo una sensación de insuficiencia que se esparce y se prolonga como un tobogán sobre el año nuevo. Siempre así. ¿Cuándo vamos a poder comer sin ahogarnos en angustia? ¿Cuándo vamos a dejar de sentir vergüenza en la visibilidad de la materia? ¿Cuándo habrá una tregua para nuestras cuerpas diseccionadas? ¿Cuándo dejará diciembre de ceñirse sobre la primavera?
Estefanía Martel Arbelo es psicóloga y dietista. Desarrolla su trabajo desde una perspectiva feminista y le otorga al cuerpo una importancia primordial. Converso con ella sobre algunas de estas cuestiones.
¿Cómo explicarías la relación entre la cultura de la dieta y el sistema patriarcal?
Para mí hay una al menos que es obvia: mientras más tiempo y energía empleemos las mujeres y demás identidades oprimidas en intentar controlar nuestros cuerpos para percibir los beneficios del privilegio de habitar la delgadez y la normatividad, menos nos quedará y más agotadas estaremos para atender y defender el resto de necesidades realmente importantes de nuestras vidas. Al patriarcado le interesa que simbólica y literalmente nos “encojamos” física, emocional y psicológicamente, que ocupemos menos espacios, y ahí la cultura de la dieta ejerce un rol fundamental, promoviendo la inversión de cantidades enormes de energía y muchas veces también de dinero en controlar qué, cómo y en qué cantidad comemos, y la ilusión de que realmente podemos controlar nuestros cuerpos y, por tanto, las innumerables violencias que se ejercen sobre ellos. No podemos obviar el hecho de que, en un mundo repleto de tanta precariedad, inseguridad e incertidumbre, la comida es de los recursos más accesibles con los que contamos para experimentar sensación de poder y control.
¿Encuentras alguna relación entre los grandísimos problemas de desatención en salud mental y esta cultura de la dieta?
En España contamos con un grave problema de falta de profesionales de la psicología, entre otros, dentro de la sanidad pública, y parece obvio que sin una evaluación e intervención adecuadas que al menos acompañen mínimamente y ayuden a sobrellevar las desigualdades sociales, más probabilidad existirá de que cada vez sean más frecuentes los trastornos de la conducta alimentaria o de ansiedad, por ejemplo, o las tasas de suicidio entre la población joven continúen siendo tan alarmantemente preocupantes. No puede ser que tardes meses en poder acceder a tu primera cita, y otros tantos en poder continuar el proceso, con citas además demasiado cortas y profesionales desbordadas por la ratio de pacientes que tienen. Todas las personas deberíamos contar con el mismo derecho a acceder a una atención sanitaria también en materia de salud mental, pública y de calidad. También creo que debemos estar abiertas a escuchar sin ponernos a la defensiva, a tener perspectiva crítica y cambiar cuando cometemos
errores, porque resulta sumamente fácil que se nos cuelen violencias en nuestras prácticas profesionales y las reproduzcamos sin darnos cuenta.
¿Qué te gustaría decirnos a todas como receptoras y reproductoras de la cultura de la dieta?
En mi opinión, lo primero es que no deberíamos hiperresponsabilizarnos y culpabilizarnos por ser víctimas y a la vez reproductoras de este tipo de violencia. Bastante difícil nos pone el sistema el trabajo de convivir y reconciliarnos con nuestros cuerpos, como para que encima intentemos hacernos cargo individualmente de un problema que es estructural. Para mí es fundamental que busquemos comunidad, que nos vinculemos con otras personas que viven experiencias similares, y que continuemos diseñando juntas estrategias de resistencia. También que exploremos formas de redirigir la rabia, culpa o vergüenza que experimentamos hacia nosotras mismas hacia fuera, señalando y enfocando a los verdaderos responsables. Y sobre todo, que nos permitamos espacios de disfrute corporal, también con la comida, claro. Poder visibilizar y legitimar que todos los cuerpos tenemos el derecho y la capacidad de sentir placer.
Yo solo tengo una cosa más que deciros: encontrarse alrededor de una mesa no debería traer más que disfrute, así que aunque a veces no quede más remedio que aguantar el mal trago, esta primavera os deseo espacios seguros, autocuidado y… ¡mucho, mucho placer!