La maternidad como huracán
¿Cómo explicar que cuando das a luz a una criatura no tienes ni la menor idea de lo que está por venir?
El 13 de marzo de 2022 se cumplieron dos años.
Dos años desde que Noah llegó a mi vida, a nuestras vidas, como un huracán.
Dos años desde que me convertí, sin apenas ser consciente, en madre de mi hijo.
Dos años desde que nos confinaron a causa de la pandemia. Pandemia que hizo que entrara a parir rodeada de la vida tal y como la conocíamos y saliera, cuatro o cinco días después, de un Hospital del Mar enmascarado a una playa de la Barceloneta vacía y con un silencio de tumba.
Han pasado dos años que me cuesta poner en palabras.
¿Cómo explicar que cuando das a luz a una criatura no tienes ni la menor idea de lo que está por venir?
Cómo poner palabras a una experiencia tan abrumadora, tan transformadora, tan existencial.
La maternidad da la vuelta como a un calcetín a absolutamente todo lo que creías conocer. Es como si te quitara un velo. Te coloca en lugares que jamás imaginarías, te conecta con bellezas tan sutiles que casi quieres llorar.
Atraviesa y dinamita tus creencias de quién eres, o quién eras.
Te deja sostenida apenas por un hilo en un vacío a ratos desolador, a ratos pavoroso, a ratos tan hermoso que estremece la piel y el corazón.
Cómo explicar que con la maternidad, como –creo- con cualquiera de las experiencias bestias de la vida, dejas de ser tú; la tú tal y como la conocías, la tú tal y como la conocían. O quizá es que comienzas a atisbar rincones de ti que tenías desterrados en favor que quien creías que merecía la pena ser.
Cómo contar que hoy, dos años después, aún estoy integrando que hay un ser que depende en cuerpo y alma de mí, de mí y de su padre. De lo que decidamos para él en estos primeros años; de la libertad, confianza y permisos que (¡ojalá!) seamos capaces de darle sabiamente para que vuele, cerca o lejos, en plano o en espirales, pero que vuele su vuelo.
Ojalá cada vez se nutra más de esa red de cuidados y de referentes más allá de su madre y de su padre que le dan otra riqueza, otras raíces y otras alas. Ojalá podamos transitar hacia maneras de vivir que faciliten que podamos regar más esa crucial red de cuidados.
La maternidad me ha hecho ver de manera mucho más clara cómo esta sociedad productivista y precaria nos dificulta increíblemente la logística para juntarnos, ayudarnos, apoyarnos; aunque queramos hacerlo.
No en vano, la frase que más escucho en las sesiones que acompaño -de mujeres que maternan y también de mujeres que no- es “me siento sola”.
Cómo poner palabras a ese vendaval que es la maternidad en esta sociedad individualista y egocéntrica, donde no tiene cabida el maternaje con tiempo y calma, de acuerdo a los ritmos naturales de la vida.
Cómo explicar que cuando tu hijo o tu hija nace, tú naces también como madre.
Que eso requiere un proceso de aterrizaje y estabilización en un nuevo planeta, un tic-tac constante de crecimiento, de prueba-error, de toma de consciencia, de necesario autocuidado. Y que ese es un viaje más lejano y misterioso que cualquiera que hayas emprendido. Un viaje en el que apenas partes con una mochilita y has de escalar los Andes.
Y en el camino es donde te vas a encontrando con trampas, con mentiras, con paisajes evocadores y hermosos, con conexión profunda, con amor, con inestabilidad, con soledad; también con personas que te abrazan, te calma, te proveen de herramientas y alimentos para esa loca travesía que ni en la mayor de tus fantasías podías imaginar.
También te encuentras con un sistema que te vuelve la espalda, con unas exigencias que a ti como mujer se te imponen mientras ves que a tu pareja hombre ni le son sugeridas.
Con un precio que pagas en miles de formas: inestabilidad económica, reproches, culpabilidad, juicio, sobrecarga de energía y autoexigencia. Ni te cuento si eres autónoma, te vales única y exclusivamente de tu fuerza de trabajo para ganar dinero y la adquisición de derechos laborales suena más bien a fábula.
La ceguera deliberada del poder a las desigualdades, a las realidades de las mujeres y de la vida es tan insultante que te topas con un cabreo naciendo de tus entrañas que no conocías: aprendes con torpeza y lentamente a darle su justo lugar.
A poner nombre a dificultades que no vienen de fallos o incompetencias personales, sino de desigualdades estructurales que tienen nombre y apellidos: machismo, androcentrismo, racismo, clasismo, meritocracia y erotización del “sueño americano”, del “yo con mi esfuerzo todo lo conseguiré”.
Si yo, siendo privilegiada en tantos aspectos, a veces siento que me hago pequeñita y que no puedo con este reto, ni puedo imaginar la experiencia de maternidades en la distancia, maternidades en precariedad, maternidades migradas, maternidades en conflictos, maternidades racializadas y sin papeles, maternidades solas y sin recursos, maternidades lesbianas cargando aún con tanto estigma.
Creo que, como en muchas de las grandes experiencias vitales (la muerte de un ser querido, un proceso migratorio, una enfermedad, un proceso de jubilación tras toda una vida trabajando…) la maternidad te transforma profunda e inevitablemente, quiero pensar que hacia un lugar más consciente, más vívido, más humano.
Sin ánimo de esencializar, mi experiencia de la maternidad me ha quitado ego, ombligo-centrismo y ha aumentado mi sensibilidad hacia el dolor de otras personas, tanto que a veces incluso puede resultar abrumador. Me ha regalado una hermosa sensación de estar más cerca de lo importante. Y una confianza animal, salvaje, primigenia, cuando sostengo a mi hijo y lo miro a los ojos. Cuando cada noche, desde el día que nació, le observo dormir sabiendo que, si la paz existe, está en ese sueño tranquilo.
Cómo explicar, finalmente, que al convertirte en madre de tu criatura, tu identidad se disuelve como una pastilla efervescente.
Que quedas así, diluida, en una especie de cuerda de equilibrista donde no puedes (ni quieres) renunciar a cuidar y sostener a tu criatura y, a la vez, mucho de lo demás no es que devenga secundario, es que sencillamente es imposible llegar a ello.
Amistades, activismos, viajes, noches locas, teatro, libros, tiempo sola, estudios, conciertos.
Espero que sigáis ahí, sé que transformados, cuando salga de esta vorágine.
……………………..
NOAH, TE AMO.
Gracias por ser un maestro.
Y por tener ese espíritu tan, pero tan, divertido.
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