Carla Simón: “Las mujeres dirigimos más desde la duda”
Con su nueva película, 'Alcarràs', la directora no solo ha corroborado su talento como retratista de lo universal desde lo íntimo, sino que el público ha abrazado una manera de contar que es pálpito de vida.
Si le das a elegir a Carla Simón (Barcelona, 1986) entre la felicidad que le supuso ganar la Berlinale este pasado mes de febrero con su segunda película, Alcarràs ,y que su estreno haya recuperado los cines de 14 localidades en Lleida y Tarragona, la decisión queda en tablas. “Lo del Oso de Oro es muy fuerte y hace que la peli no se quede solo aquí, sino que viaje muy lejos, porque se ha comprado en muchos países, pero lo de las salas es maravilloso, porque esta reapertura pone en valor el cine como experiencia colectiva. Creo que estamos en un momento postpandemia que pasa por recuperar este tipo de actividades y darle relevancia a la comunidad. Espero que no se quede en Alcarràs, sino que se convierta en un revulsivo”, argumenta vía Zoom en el trajín de entrevistas que ha concedido para promocionar este drama familiar que se ha elevado a una dimensión épica.
Esta reflexión certera y multicapa de la agricultura familiar desde la honestidad y el afecto más hondos no solo se ha colgado el galón de ser la primera película española en auparse al podio del Festival de Berlín en 30 años, sino que en su primer fin de semana de estreno ha sido la propuesta más vista.
En su reválida como directora tras la deslumbrante revelación de Estiu 1993 –Verano 1993– (2017) , Simón no solo ha corroborado su talento como retratista de lo universal desde lo íntimo, sino que el público ha abrazado una manera de contar que es pálpito de vida.
Su familia de payeses volcada en el cultivo de paraguayos y melocotones contiene profusión de cuitas del presente: las políticas agrarias y su ajuste estructural, la España vaciada, la transición a las energías renovables, la inmigración… Pero es sobre todo una carta audiovisual de amor a la tierra cuyos firmantes son vecinos y vecinas, que no actores ni actrices profesionales, de la región de Lleida. La cineasta no dirige a este clan heterogéneo de abuelos, tietas, abuelas, madres, padres, adolescentes y criaturas, sino que vive sus pesares, ensueños y alborozos, la devoción por la huerta y el desgarro de su pérdida. Y lo hace desde el silencio y la mirada avispada, la canción popular y la electrónica alienante, la rabia irrefrenable y el llanto reprimido.
¿Se podría decir que el olor de melocotón es tu magdalena de Proust?
Lo es, porque me transporta la infancia, pero todavía es algo muy presente y a partir de ahora tendrá mucho que ver también con la peli, porque el año pasado, mientras rodábamos, comimos mogollón de melocotones, ya que era hacer así (levanta la mano y la gira, como recolectando uno) y comerlos.
He leído en una entrevista que mostrar la película por primera vez ante el público de la Berlinale fue “un momento de mucha vulnerabilidad”. ¿Por qué te acompañaba esa inseguridad?
Cuando haces una película como director, pierdes mucha perspectiva. Nos pasa mucho a todos. Es muy difícil saber cómo va a ser recibida hasta que no la ves en una sala con muchas personas. Además, al rodarla en verano y presentarla en febrero, aunque el montaje tuvo el proceso y el tiempo que necesitaba, llegamos al festival derrapando. No hubo un tiempo previo para reflexionar y mostrarla. Llegamos con la propuesta recién salida del horno. Por eso no sabíamos qué habíamos hecho ni cómo reaccionaría la gente. No obstante, no solo nos pasa a los cineastas, sino a todos los artistas, el momento el que expones tu trabajo por primera vez es vulnerable.
Imagino que también influyó que presentaras una copia no finalizada.
Eso también pasa a veces. Nos faltaba un poco de trabajo de sonido.
¿Te gusta el cine del director del jurado que te concedió el Oso de Oro, M. Night Shyamalan?
No he visto muchísimo, solo las más conocidas, y aunque no tienen nada que ver con mi cine, me parecen películas muy potentes. Eso es lo bonito de este arte, que cuando uno es a la vez cineasta y cinéfilo puede valorar los distintos aspectos que confluyen en una película y gustarte por muchos motivos. Después de darnos el premio, Shyamalan nos hizo un análisis muy profundo de la película, donde mostró que se había dado cuenta de todo el trabajo que había detrás.
Los principales festivales internacionales de cine han sido ganados en sus ultimas ediciones por mujeres, Julia Ducornau, Cannes, con Titane; Audrey Diwan, Venecia, con El acontecimiento; Alina Grigore, San Sebastián, con Blue Moon y la Berlinale, tú misma. ¿Eres de las que crees que es una feliz coincidencia o que los tiempos están cambiando?
Sin duda los tiempos están cambiando, porque cada vez hay más mujeres haciendo cine y no es una moda pasajera. Es bonito que estemos recibiendo reconocimiento, pero también es verdad que esto no es un reflejo real de paridad. Todavía nos falta bastante, así que no hemos de confiarnos y seguir apoyando para llegar ahí. Estamos en el camino, pero no hemos llegado a buen puerto para hacer esa reparación histórica necesaria a fin de que las mujeres contemos la mitad de las historias.
Has declarado que no sabes dirigir sin titubear. ¿El empoderamiento en la dirección también puede surgir de la duda?
Hay que aceptar distintas maneras de liderar. Los equipos de las películas suelen estar muy acostumbrados a una dirección más masculina donde uno lo sabe todo o hace ver que lo sabe todo. Yo defiendo la duda. A mí me da miedo la gente que no vacila. Hay equipos que no están muy acostumbrados a que haya alguien dudando al volante. Les parece que no sabe lo que está haciendo, cuando para mí es una cosa esencial. Pero a la vez pienso que esto está cambiando, porque las mujeres dirigen más desde la duda. No digo con eso que sea una manera de dirigir exclusivamente femenina, seguramente hay hombres que van a escoger dirigir desde la duda y mujeres que prefieran hacerlo desde la certeza. Eso es entender que hay diferentes maneras de liderar y el hecho de que haya más mujeres realizando cine va a permitirlo.
La familia ha sido el origen de tus dos películas. ¿Qué hay de la familia que no eliges, planeas que sea fuente de inspiración de otros proyectos?
Sí, seguramente, pero la familia que no eliges genera muchos conflictos. Son una fuente de relaciones muy complejas y cinematográficas. Si Alcarràs estuviera protagonizada por un grupo de amigos que se comunicaran más y tuvieran afinidades, la película duraría 20 minutos. Al final es un largometraje sobre la incomunicación o sobre la incapacidad de gestionar ciertas emociones. Si todos se sientan alrededor de una mesa y se cuentan cómo se sienten, ya no hay peli.
El personaje de Glòria es el de la hermana que se ha ido del pueblo para vivir en Barcelona. ¿En qué medida es tu alter ego?
El personaje de Glòria, de hecho, lo interpreta mi hermana, que es la única actriz profesional. Como nuestros acentos son más de Barcelona, es la única a la que le permití tener un catalán de Lleida que no era perfecto. Nosotras hemos pasado todas las Navidades y las vacaciones de verano. Es un sitio que conocemos y nos hemos criado en un pueblo que está en otra parte de Cataluña, el que aparece en Verano 1993. Así que las dos nos sentimos identificadas con ese personaje que a la vez es mi madre, porque se fue. Además, Glòria tiene la peculiaridad de estar con otra mujer, aspecto que su familia tampoco parece tener muy bien digerido.
¿A qué jugabas de niña?
Siempre tenía mucha curiosidad por el mundo adulto, así que jugaba a espiarles y a ver de qué hablaban. Ahora lo pienso y me digo, ¡vaya aburrimiento! Pero entonces me parecía una aventura. Viviendo en una casa de campo la imaginación era muy importante. Podía estar con mis hermanos horas y horas en esos juegos de rol que para mí son la base del juego de los niños. Y realmente, en un sitio donde el juego libre está tan presente, no hace falta tanta pantalla. Yo me crié en ese tipo de sitios y apenas veía la tele de niña, empecé a ver películas de muy mayor porque allí no nos hacia falta.
De hecho, muestras la incursión de las nuevas tecnologías en la vida de las adolescentes, pero no lo haces así con los niños.
Cinematográficamente, la tecnología es muy aburrida. No me apetece nada retratarla. Hay móvil para entender que la trama transcurre hoy en día, pero ya está. Puede que haya momentos en que los niños estén con el móvil, pero no lo vemos.
Cuando estrenaste Verano 1993, los y las periodistas te preguntábamos machaconamente si te había servido de catarsis, pero respondías que no, porque tenías muy asumida la muerte de tus padres. ¿Qué hay del abandono de los campos de tu infancia, lo tienes asumido?
Eso no se supera. Lo vivo desde una resignación muy triste. Esta manera de hacer agricultura en familia es el oficio más viejo del planeta, el paso de generación a generación implica cuidar la tierra porque la tiene que heredar tu hijo y después tu nieto. Cuando llega una gran empresa y explota la tierra, quién sabe qué va a pasar con ella en unos años. En Estados Unidos ha pasado esto y hay campos que no se pueden regenerar porque no se han tratado bien. En el mundo en el que vivimos es esencial poner en valor el cuidado de la tierra. Lo triste es que cuando nos paramos a debatir qué podemos hacer para que este modelo de vida continúe y para que pueda haber un relevo generacional, el discurso es muy negativo porque no se vislumbra una solución. De ahí la tristeza.
¿Leíste el tuit de Elon Musk proponiendo construir una planta solar masiva en España para suministrar energía a toda Europa y la contestación de Pedro Sánchez invitándole a invertir en el sector de la energía solar en nuestro país?
No lo sabía porque llevo unos días que solo hago entrevistas. La energía solar tiene mucha controversia. Lo importante es aplicarla bien. Necesitamos energía renovable para poder contaminar menos, pero la cuestión es qué nos cargamos cuando ponemos placas solares. La manera no es cargarte campos donde hay árboles. Hay que pensar bien dónde pueden ir las placas sin joder ciertas cosas que ya existen.
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