A la hija que (probablemente) no tendré
Esta es una misiva abierta a la duda. Así que, hija mía, si alguna vez lees esto, que sepas que habré tenido que lidiar con una serie bastante extensa de quebraderos de cabeza, problemas y valoraciones. Y si eres la hija que nunca tendré, espero que sepas que te pensé. Te pensé y te valoré, pero finalmente no pudo ser.
Querida hija, o no hija mía:
Perdona, en primer lugar, que emplee el posesivo para dirigirme a ti, me apetecía darle fuerza a la expresión, pero ya sabemos que tú no serías de nadie.
Te escribo por el asunto que me ronda de vez en cuando, ya sabes. Dentro de un par de meses cumplo 39 años, es decir, estoy cerca de una barrera vital (nunca mejor dicho) importante. Estoy cerca de las cuatro décadas que han pasado desde el día en que mi madre, tu abuela o no abuela, me parió una tarde sofocante de verano en un pueblo de Extremadura. Y ahora que soy yo la que todavía está en edad de parir no tengo ni idea de si quiero seguir con la tradición familiar.
Podría contarte mil cosas sobre esto de la maternidad. Cosas que he escuchado o me han llegado, porque yo no tengo la vivencia en barriga y caderas. Hay mujeres, amigas o conocidas, que comentan que eso se siente, que te despiertas un día y hay un deseo que ha surgido dentro de ti y que quieres que después se reencarne en criatura. Hay otras que lo han tenido claro desde siempre, desde jóvenes, o desde que se juntaron con su pareja. O desde que empezaron a jugar con las muñecas -la socialización de género da sus frutitos-. A mí no me ha pasado nada de esto, lo siento. Tampoco le pasó a tu abuela, no vayas a creer. Lo de que yo viniera al mundo fue más o menos como estar en el lugar adecuado en el momentito, más que justo, celularmente fenómeno.
Pero más allá de la santísima concepción o del instante en el que se decide ser madre, quiero que sepas, hija mía, que el ‘poder’ es un elemento clave. Y no me refiero a la autoridad o potestad, sino a la posibilidad. Aunque por aquí se escucha mucho el discurso de “antes la gente se apañaba y sacaba a las criaturas adelante en las circunstancias que fuera”, yo no estoy dispuesta a tener que sacrificar mi vida por traer una nueva al mundo. Lo siento mucho, seré egoísta, egocéntrica, ególatra, o todo a la vez, pero siendo autónoma con sueldo basiquito, viviendo en un pequepiso en Madrid y queriendo desarrollar una vida profesional lo más completa posible, me da la sensación de que si llegaras hasta aquí tendría que hacer contorsionismo, acrobacias y salto al vacío, todo a la vez. La otra opción es estudiar una oposición o conseguir un trabajo con perspectivas de futuro en la empresa privada. Conseguir un sueldo estable, vaya. Pero eso supondría perder parte de lo poco o mucho logrado hasta el momento, parte de una libertad que me ha costado demasiado tiempo y esfuerzo alcanzar. Libertad para escribir, para crear, para darle forma a versos y textos varios. Libertad que, en cierto sentido, implica tener tiempo. Tiempo de plenitud. ¿Cuánto estoy dispuesta a arriesgar para lanzarme a un futuro absolutamente desconocido?
Porque hija, una cosa tengo clara: me gustaría que la vida a partir de ti fuera igual o mejor que la existencia que tengo ahora. Y la que tengo ahora es muy satisfactoria. ¿Qué pasaría si después me arrepiento? Hay madres a las que les ha pasado y que lo han dicho (habrá muchas otras que piensen que no compensa, pero no lo dicen), con las consecuencias sociales que eso conlleva. Porque pese a la revolución a todos los niveles que supone la maternidad, una madre tiene que mantenerse como un ser puro y entregado en cuerpo, en mucho cuerpo, a sus vástagos, sin indicios de sentimientos encaminados al aburrimiento, la ira, el sopor o el odio. No tendría por qué darse esto de lamentar la decisión, porque sería muy meditada y estoy segura de que tú serías maravillosa, pero nadie me lo garantiza. Ya tengo en mente un primer año de todo llantos, cambiar pañales, dar la teta, lavar ropa. También imagino la otra cara: ver crecer poco a poco un cuerpo, contemplar los cambios diarios, cuidar y dar amor en un mundo a veces demasiado hostil. Suena tiernamente bien.
Si llegaras, sería mi deseo, lógicamente, que tuvieras una vida lo más grata posible, saber facilitarte las indicaciones para la ruta y ayudar a crearte un desarrollo vital con sentido. No me gustaría que tu existencia estuviera supeditada a un sistema podrido que te explota mientras obtiene el máximo beneficio de ti. No querría contribuir a seguir alimentando una máquina devoradora de ilusión. Demasiado pretencioso me parece esto. Si ya me cuesta sacar adelante mi propio cuerpo, no sé cómo lo haría con uno nuevo al que estaría vinculada infinitamente. Infinito asusta un poco mucho.
Tengo muchas dudas, como verás. Quizá vería todo más enfocado si pudiese crear un proyecto de estas dimensiones con amigas o compañeras, generar otro tipo de convivencias maternales basadas en la sororidad y el apoyo mutuo. Convivir con otras e ir turnándonos los cuidados y la crianza en función de necesidades, deseos, trabajos y disponibilidades. Estas realidades ya existen. Contar con una red de apoyo en tu hogar en lugar de depender de hilos externos parece una opción más coherente. Lo he hablado con alguna íntima (porque para mí esto tendría que hacerlo con personas muy cercanas), pero tomar la decisión tampoco es un campo de amapolas. Alguna vive en un sitio distinto, lo que implicaría mudanza por alguna de las partes; otras lo comentan como idea, pero a la hora de ponerla en marcha no saben si preferirían un proyecto tradicional de familia. Y pensando, pensando, el tiempo va pasando. Ya ves, no hija, que una vez creadas, engranadas y creciditas las células, también se multiplican los cuestionamientos.
Supongo que todo se resume en poner el esfuerzo necesario para que algo salga adelante. Pero poner el esfuerzo necesario significa que tienes eso absolutamente claro, ¿o no? ¿Se puede maternar instalada en la duda? Muchas de nuestras madres y abuelas lo hicieron así, sin saber lo que les depararía un futuro de cunas, tetas y purés, ni si lo deseaban de verdad; en aquel momento decir ‘no’ era más complicado. Pero mira, tampoco. No me parece justo pensar que si lo tuviera clarísimo haría todo lo posible para llevar adelante esto de la maternidad, porque tenerlo clarísimo también va anclado de otras muchas cuestiones y de mucho contexto económico y familiar más o menos favorable para ello. Lo de la reproducción asistida en un centro privado ni se asoma a mis opciones. Y si me planteara que vinieses por la vía de la adopción sería todavía más complicado, con todos los requisitos, los plazos y las…
En fin, esta es una carta abierta a la duda. Así que, hija mía, si alguna vez lees esto, que sepas que habré tenido que lidiar con una serie bastante extensa de quebraderos de cabeza, problemas y valoraciones. Pero ya estarás aquí, con todas las consecuencias, alegrías y contras.
Y si eres la hija que nunca tendré, espero que sepas que te pensé. Te pensé y te valoré, pero finalmente no pudo ser. O no quise que fuera. O la sociedad no resultó muy amable para ello. Me habré quedado en una vida sin ti, con la suerte de haber podido decidirlo, apoyada por muchas otras que lucharon para que hoy gocemos de esta libertad de elección.
Pero ante todo, si eres la hija que nunca tendré, espero quererte igual que si estuvieras conmigo.
Amorosa y dubitativamente:
Tu madre.